El conflicto palestino-israelí, como ningún otro de los conflictos en Medio Oriente, no puede comprenderse sin detectar los entramados y el trazado poco nítido que compone una historia que comenzó hace milenios. Sin embargo, los últimos 75 años han marcado un ritmo distinto.
Los árabes lanzaron una guerra de exterminio contra Israel desde el primer momento en que el Estado Judío fundaba su primer cimiento del estado moderno en mayo de 1948. Con una velocidad relámpago, la Liga Árabe, que organizó la primigenia campaña árabe para expulsar a los judíos al mar, fue quien portó el estandarte de intolerancia. Los árabes musulmanes, que surgieron en tiempos de Mahoma durante el siglo VII, no buscaron más que la destrucción de cualquier organización social del pueblo judío que lleva allí desde hace más de 3000 años.
La antesala de la guerra de exterminio fueron los pogromos, una persecución y expulsión de los judíos desde los países árabes que habitaban desde hace tiempo, pero que no se limitó a una zona específica, sino que se expandieron por todo el mundo árabe musulmán. Se estima que entre 1940 y 1980, cerca de 850 mil judíos fueron expulsados y pasaron a ser la parte viva de una de las tantas deudas que los países árabes no han saldado.
El génesis de la violencia, la intolerancia y la deshumanización es la parte fundacional de un carácter que define a la comunidad palestina que hoy habita los territorios bajo control palestino. Queda claro que los Acuerdos de Oslo, bajo la firma de Yassir Arafat y el propio Mahmoud Abbás, deparó la división en tres zonas correspondiendo la zona A para los árabes palestinos (excepto la Tumba de Rajel), la B bajo territorios en disputa y la C bajo la ley israelí.
Considerando que el conflicto palestino-israelí no es territorial, sino también ideológico, político, religioso y existencial, desde 1993 hasta hoy, los líderes palestinos han fracasado en la administración interna y en la externa. Respecto al plano interno, durante casi 30 años los palestinos no lograron unificar un mandato único que les permita avanzar en la negociación de los territorios en disputa. La Franja de Gaza está bajo el control de la mano de hierro de Hamas y la ebullición de la Yihad Islámica que a su vez tienen la influencia de Irán. En Judea y Samaria (Cisjordania) quien debería controlar el territorio es la Autoridad Nacional Palestina, pero que desde hace casi dos décadas está mentalizada en construir un modelo de cleptocracia corrupto.
Esta ausencia de un poder unificado (lo que se traduce en Ciencias Políticas como falta de autoridad) es una de las tantas condiciones de estatidad ausentes en Palestina para gozar el título de estado, un error muy recurrente en la cobertura mediática. A su vez, la incompetencia y falta de autoridad permitió el surgimiento de Lion Den’s, el Batallón de Jenín y otros eslabones terroristas de segundo y tercer orden que se encuentran en el mal llamado Campo de Refugiados.
El descontrol estructural en los territorios bajo control palestino es gracias a la Autoridad Nacional Palestina que no puede, no quiere o no sabe cómo frenar ya la espiral de violencia que han fabricado en los hogares palestinos a través de dos canales: la proliferación de material antisemita en las escuelas y la radicalización de niños y jóvenes que están siendo hoy preparados para ser los explosivos del futuro.
El agujero negro de los territorios bajo control palestino, donde además han ingresado millones de dólares en concepto de ayuda humanitaria internacional, se ha transformado en la maquinaria exportadora de jóvenes de 13 años que ponen fin a su vida con el asesinato de 7 judíos que salían de una sinagoga en medio de Shabbat.
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