Ada Colau ha conseguido tres cosas que, sumadas, son una auténtica proeza: vender electoralmente la fanfarria de la nueva política; gobernar con todos los tics de la vieja política; y perpetrar una mala política en las dos versiones, la nueva y la vieja. Es, sin duda, la gran comediante de la dirigencia catalana, una vendedora de humo que se alimenta de tópicos, gobierna a golpe de consigna y, en todos los casos, practica una especie de teatro del absurdo que nada tiene que ver con la categoría de un Ionescu, y todo con el vodevil. Por eso los escándalos que protagoniza están tan inflados de retórica, como vacíos de contenido, porque no se trata de una líder movida por la fortaleza de sus convicciones, sino de una oportunista que actúa en función de los intereses electorales que la mueven.
El último ejemplo de esta extrema frivolidad a la hora de tomar decisiones trascendentes sin ton ni son, es la imposición, vía decreto de alcaldía, de romper la hermandad con la ciudad de Tel Aviv. Como es habitual en su histrionismo, no se ha quedado aquí, sino que ha enviado una carta al primer ministro israelí llena de la demagogia clásica del antiisraelismo, como si a Netanyahu le importara un bledo lo que pueda decir la Colau. Como siempre, se trata de hacer gestos de gran alboroto, vacíos de contenido, pero rebosados de propaganda, con la única intención de arañar algún voto que la mantenga en el poder. Es un vaivén permanente de decisiones caóticas, con un nivel de irresponsabilidad que daña seriamente la institución que representa. No hay duda de que, cuando ella se vaya, cualquiera que llegue tendrá una gran cantidad de trabajo para reparar el estropicio que ha causado, entre otros, las indemnizaciones que tendrá que pagar el ayuntamiento por los contratos que ha rescindido de malas maneras, y ahora están en los tribunales. No es que Colau sea una mala alcaldesa, que lo es sin parangón, sino más grave: es una Atila que dejará la tierra quemada. Eso sí, una Atila bisexual, ecociclista, antiguiris, antiempresa y el diccionario completo del progresismo de la boina.
¿Por qué ahora? Es evidente que Colau es una antiisraelí de manual, marca de su casa política, pero la decisión tomada ahora no tiene que ver con las ideas, sino con el calendario
Pero, desde mi perspectiva, lo peor no es la irresponsabilidad que demuestra a la hora de tomar decisiones precipitadas —en general, sin ningún proyecto sólido detrás—, ni la demagogia que utiliza para vender la pancarta de turno, sino la mentira que lo rodea. Como decía al inicio, es la gran comediante de la política catalana, y son tantas las pruebas que se amontonan en sus años de mandato, que haría falta un libro entero para recordarlas. En todo caso, valgan unos cuantos ejemplos para poner luz a la característica primordial del personaje: el oportunismo. Y empiezo por el final: la decisión sobre Tel Aviv. ¿Por qué ahora? Es evidente que Colau es una antiisraelí de manual, marca de su casa política, pero la decisión tomada ahora no tiene que ver con las ideas, sino con el calendario. La prueba es que hace dos días vendía la idea de una Barcelona «tan plural» que estaba hermanada con Gaza y Tel Aviv al mismo tiempo. Y, como le han recordado desde Israel, acababa de hacer dos campañas turísticas para atraer israelíes a la ciudad. Y de repente, patam, descuelga la bandera palestina y rompe relaciones con la ciudad más friendly y abierta de Israel.
¿Por qué? Porque ha aparecido Xavier Trias en el escenario, Collboni se ha marchado como alma que lleva el diablo del gobierno y la premonición de malos resultados electorales le han enfriado la nuca. Y ante el pánico escénico nada mejor que un gran número de circo con Israel de por medio, que siempre atrae el progresismo más histérico. Para decirlo claro, Colau ha jugado con la causa palestina (entregándola, por cierto, a la retórica más violenta) por puro interés electoral. La comedia, en dos actos y una kefiah.
Y de comedia va la cosa. Vendió ética y pureza, y lo primero que hizo fue utilizar las mentiras de la cloaca policial para ganar votos a su principal opositor. Y después, ningún problema estomacal al quedarse los sapos tóxicos de Monsieur Valls. Todo valía por la silla. Al mismo tiempo, aseguró que lucharía contra la corrupción, y es el ayuntamiento campeón en contratos a dedo (31.480 el año pasado, el 78’66%, en 2021), aparte de la cantidad de asesores, amigos de sus amigos, que han encontrado sueldo, trabajo público. Si algo ha repetido Colau, e incluso ha «mejorado», es la capacidad de la vieja política de sacar jugo del poder. Además, se presentó como el adalid de la ciudad de las entidades y los barrios, la líder que escucharía «al pueblo», y resulta que ha sido incapaz de pactar los temas más sensibles de la ciudad con los gremios, asociaciones y vecinos que se han visto afectados. También aquí, la comedia ha sido sublime, porque si alguien ha abusado de la autoridad y ha menospreciado el consenso, ha sido la señora alcaldesa.
En términos de buena gestión —otro de los grandes ítems electorales—, solo hay que conocer la opinión de los barceloneses, que la suspenden de manera masiva y abrupta en todos los temas centrales: seguridad, limpieza, confianza, economía… En este último punto, su permanente campaña contra el turismo, sus decisiones de frenar iniciativas económicas importantes y el despotismo de sus colaboradores (solo hay que hablar con empresarios que han ido a presentar proyectos y explican cómo los han tratado), han hecho un daño irremediable al prestigio de la ciudad, que costará mucho recuperar. Eso sí, nos ha vendido retórica verde a diestro y siniestro, pero mientras hace supermanzanas, tenemos los jardines más abandonados de la historia reciente. Y no hablemos de campañas contra el coche y demagogia en bicicleta, porque no hay comedia más irrisoria que la del ecologismo sin contenido ni estrategia.
En fin, el desastre que conocemos y sufrimos los barceloneses. Es la política de un personaje sin criterio, pero con mucha nariz oportunista, capaz de vender el alma de la ciudad para garantizarse cuatro votos y medio. Es eso lo que ha hecho ahora con el asunto de Tel Aviv: ha chapuceado la causa palestina de la manera más torpe, para poder ganar un titular ruidoso. Existen los políticos buenos, los medianos y los malos. Y después de todos ellos, existe la Colau.
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