No es fácil ser feliz estos días en nuestro Medio Oriente. Si no es por el covid, entonces son guerras civiles, regímenes opresores, un terremoto. No pasa un día sin derramamiento de sangre. A veces son los palestinos. A veces son judíos. Por no hablar de Siria y Turquía, que entierran a sus seres queridos por decenas de miles. En los últimos años no hemos conocido descanso de la plaga de la muerte asesina, desde Libia hasta Yemen, desde Sudán hasta Irán.
Aun así, tenemos la obligación de crear alegría, árabes y judíos por igual. Así que en esa hermosa noche, cuando estaba rodeado de mi esposa, tres hijos, seis nietos y otros familiares y amigos, me brotaron lágrimas de risa y alegría. Nuestra nieta mayor había aprobado todos sus exámenes universitarios con honores. Nuestra segunda nieta, quien se graduó de la escuela secundaria el verano pasado y decidió tomarse un descanso de sus estudios, había terminado su tercer mes trabajando en turismo. Ella gana un salario más alto que su abuela, quien tiene una maestría y trabaja como alta funcionaria en el municipio. Nuestra tercera nieta había completado un curso en el Tejnión para estudiantes de séptimo grado, donde los alumnos conocieron de cerca la profesión médica. Nuestro nieto formó parte de un equipo de seis estudiantes de sexto grado que recibió el primer premio en el concurso del Ministerio de Educación de Israel por un invento científico; comenzó a explicarnos cómo es posible combatir la contaminación del aire con un nuevo dispositivo que el equipo creó junto con su profesor de Física. Nuestra cuarta nieta brilla en todo lo que hace: estudios académicos, música, ballet y actuación. Ella es muy habladora y sabe expresarse bien en hebreo e inglés, no solo en árabe. Y mi nieta más pequeña, de tan solo 16 meses, consigue enloquecer a la familia con su increíble inteligencia.
Estudiantes universitarias árabes en Israel (Foto: Reuters)
Todo el mundo se está convirtiendo en una historia de éxito. Todos, Baruj Hashem, están sanos. Estar junto a ellos, todos y cada uno de ellos, todos juntos, siempre es especial. Calidez y orgullo. Incluso cuando estamos viendo las noticias —y no somos de los que huyen de ver los acontecimientos difíciles— intentamos buscar una salida positiva. El vaso está medio vacío, pero nos centramos en la parte llena. Para nosotros las noticias son conocimientos, no solo dolor y ansiedad. Llevamos la pesada carga de eventos difíciles y frustrantes, pero nos empeñamos en sobrevivir con una esperanza que no conoce la desmoralización. Sabemos por la historia que podría haber sido peor.
Así trascurrió la noche en paz, hasta la medianoche. Los hijos y nietos se dispersaron, cada familia se fue a su casa. Mi mujer, a su clase de inglés online. Y yo a mi oficina en nuestra abarrotada biblioteca, leyendo y escribiendo.
Luego, un espantoso sonido de disparos rompió el silencio. Esto no es algo raro en nuestra área —como toda la sociedad árabe, estamos plagados por una terrible ola de crímenes— pero me niego a acostumbrarme. No estaba dirigido a mí ni a mi casa, Dios no lo quiera, pero estaba cerca, en el vecindario. Organizaciones criminales luchando entre sí, luchando dentro de sí mismos. Todo el vecindario se despertó, pero nadie se acercó a una ventana. La gente tiene miedo de las balas perdidas; eso los pone en un estado de ansiedad y miedo. En el silencio que siguió al tiroteo, escuchas una súplica a Dios: ayuda a estas organizaciones a destruirse unas a otras, líbranos de su maldad. Alguien más expresa la esperanza de que Itamar Ben-Gvir, ahora ministro de Seguridad Nacional, pueda evitar que la violencia criminal se apodere de la sociedad árabe. Pero en esta batalla no podemos sobrevivir con solo aspiraciones emocionales. Demasiados transeúntes inocentes son víctimas de esta guerra de pandillas, recibiendo una bala en la cabeza mientras están en una tienda, en una gasolinera, o saliendo de la oración en la mezquita.
Es difícil para nosotros reconocer nuestra propia responsabilidad, las malas acciones de nuestras propias comunidades que han llevado a esta situación de criminalidad, que amenaza todos los logros que hemos obtenido a través de nuestro arduo trabajo durante los 75 años de existencia del Estado de Israel. Y son muchos logros
Este tema se ha vuelto más preocupante que cualquier otro problema entre los árabes israelíes. Como de costumbre, señalamos con el dedo acusador a la policía. Es difícil para nosotros reconocer nuestra propia responsabilidad, las malas acciones de nuestras propias comunidades que han llevado a esta situación, que amenaza todos los logros que hemos obtenido a través de nuestro arduo trabajo durante los 75 años de existencia del Estado de Israel. Y son muchos logros.
Me paré en la ventana que da a la calle, en el hermoso barrio establecido en la década de 1990 según el plan del ministro de vivienda, Binyamin Ben-Eliezer. No hay rastro de los disparos. Me mudé al otro lado de la casa, con vista al Valle de Jezreel y Beit Sheán, la ciudad donde vivía mi padre antes de la Nakba. También estaba increíblemente tranquilo allí. Las balas parecían haberse tragado la vitalidad de la vida. Al día siguiente, e incluso después de muchos días, no hubo mención del evento en los medios, y yo, como periodista, sabía por qué. Nadie había muerto.
Entonces la policía registró otro incidente sin resolverlo. El municipio expresó su alivio porque no hubo víctimas. Nuestros políticos protestaron por la anarquía y la falta de gobernabilidad. Y nosotros, el público, susurramos que debemos asumir la responsabilidad y oponernos abiertamente a las organizaciones criminales. Sin embargo, tememos que el actual gobierno nos cierre la puerta en las narices.
Cuadro que muestra el veloz incremento en el número de árabes israelíes que cursan estudios de alto nivel. Su porcentaje se duplicó con creces entre los años académicos 2006-07 y 2017-18, con el aumento más notable a nivel de Maestría, lo que representa una verdadera revolución.
Fuente: Council for Higher Education (che.org.il)
En los últimos años, hemos pasado por dos bienvenidos experimentos que inspiraron una gran esperanza, que tememos no volverá pronto. Después de muchos años de empujar a los ciudadanos árabes a los márgenes de la sociedad, de repente nos convertimos en un grupo respetado en la vida cívica y política. Hemos sido una fuerza laboral fundamental desde la fundación de Israel. Estamos comprometidos en la construcción del país. Abrimos nuevos caminos, trabajamos, estudiamos, cantamos, bailamos y, con el tiempo, nos convertimos en una presencia que ya no puede ser ignorada en la sociedad civil. Para 2020, cuando constituíamos alrededor del 20 por ciento de la población, casi la mitad de los receptores de licencias médicas israelíes eran árabes; la mitad de todas las nuevas enfermeras, más de la mitad de los dentistas y el 57 por ciento de los farmacéuticos eran árabes. Los institutos académicos de investigación están repletos de creadores e inventores árabes. Empresarios, artistas, estrellas del deporte, escritores y poetas, periodistas en los medios hebreos, la excelencia se ha convertido en una bandera nacional. Estos logros no habrían sido posibles sin ayuda. El camino fue ciertamente difícil. Cada árabe necesitaba hacer el doble del esfuerzo para tener éxito. Pero no hay árabe que lo haya logrado sin el apoyo de un buen judío que le dio el hombro.
Luego pasaron dos cosas: el covid y la alianza árabe en la última coalición de gobierno. El covid es un virus que no distingue entre judíos y árabes, entre religiosos y laicos, entre asquenazíes y sefardíes. Nos obligó a unirnos para combatirlo. Los equipos médicos, los sistemas educativos, los funcionarios y el personal de las FDI lucharon valientemente juntos para proteger la salud de todos.
La asociación árabe en la coalición fue otro paso histórico. Naftali Bennett y Yair Lapid establecieron un gobierno diferente a todo lo que había conocido la política en el mundo. Lo conformaban el partido Yemina de Naftali Bennett, a la derecha del Likud de Benjamín Netanyahu, era miembro, junto con los partidos centristas de Benny Gantz y Yair Lapid, el Laborismo y Méretz de la izquierda, y la Lista Árabe Unida bajo el liderazgo del diputado Mansour Abbas. Para la población árabe, esta era una nueva era. Por primera vez tenían representantes en la coalición gobernante del gobierno.
Para 2020, cuando constituíamos alrededor del 20 por ciento de la población, casi la mitad de los receptores de licencias médicas israelíes eran árabes; la mitad de todas las nuevas enfermeras, más de la mitad de los dentistas y el 57 por ciento de los farmacéuticos son árabes. Los institutos académicos de investigación están repletos de creadores e inventores árabes
Desafortunadamente, al gobierno no se le dio el tiempo que necesitaba para tener éxito. Cometió muchos errores, pero sin embargo fue un logro notable. Sí, el experimento fue interrumpido en su infancia. Pero logró insuflar nueva vida al país. Casi el 34 por ciento de los judíos y el 64 por ciento de los árabes apoyaron la asociación. Y en las elecciones que siguieron, la votación por el partido de Abbas aumentó en un 25 por ciento.
Como alguien que sigue la política del mundo árabe, he visto los efectos de este experimento traspasar fronteras. Muchos en la región lo vieron con esperanza, y no solo en los países que se unieron a los Acuerdos de Abraham. Esto me lleva a creer que el último gobierno no fue solo un hecho singular, un momento en el tiempo. Espero que se filtre profundamente en el ser israelí. Me permito ver esperanza en ello, a pesar de los reveses y fracasos.
Cualquiera que entienda qué es la esperanza y de dónde viene el himno Hatikva sabe que esta esperanza continúa. Solo se necesita mirar a nuestros hijos y nietos con los ojos abiertos, y decirles: En las celebraciones del 75 aniversario del Estado de Israel, fuimos parte del público que creyó desde el fondo de su corazón que existe espacio para la asociación. No solo entre judíos y ciudadanos árabes de Israel: la asociación aquí será un modelo que puede ser imitado en toda la región, incluso entre los palestinos. Una asociación que traerá una paz verdadera y justa.
Entonces, a mis amigos judíos les digo: Continúen cantando el Hatikva, yo me pondré de pie con respeto, y juntos traeremos esperanza a esta tierra y a todos sus habitantes.
*Escritor y periodista que vive y trabaja en Nazaret. Es miembro del grupo de expertos sobre políticas públicas de Shajarit y enseña en la Universidad palestina de Bir Zeit.
Fuente: Sapir (https://sapirjournal.org/).
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
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