Cuando hace casi 13 años se desató la guerra civil en Siria, el panorama existente entonces era: Qatar y Arabia Saudita apoyaban a las fuerzas que pretendían derrocar al dictador, mientras Irán, Rusia y varios grupos de mercenarios reclutados por ambos países apoyaban a Assad. Estados Unidos jugó un papel muy pobre cuando Obama amenazó a Assad por haber “cruzado líneas rojas”, pero lo concreto es que sólo quedaron las palabras del presidente americano registradas por TV, mientras Assad cruzó 25 veces como mínimo según investigaciones de organizaciones humanitarias, esas líneas rojas, que no eran otra cosa que utilizar armas químicas para asesinar a sus propios ciudadanos.
Irán se mantuvo firme en su apoyo a Assad, entró al país con sus propios hombres armados y como no lo consideró suficiente, también agregó a Hizbollah. Rusia también cuidó sus intereses expansivos y ni siquiera su bestial invasión a Ucrania lo apartó un ápice de su presencia militar en Siria, asesinando sirios según se los iba señalando Assad. No debemos olvidar al Estado Islámico que logró penetrar en territorio sirio, establecer su propio enclave pero que, derrotado por las fuerzas de Assad, desapareció casi 100% de escena. Todo este latrocinio ha provocado hasta hoy 613.000 muertos, 2 millones de heridos (incluyendo lo que todos sabemos que significa ser herido en una guerra donde se usan armas convencionales y no convencionales) y hay 20 millones de niños, mujeres y hombres desplazados que sufren el destierro, la violencia y el hambre.
En ese panorama que ya mencionáramos la semana pasada, la Liga Árabe dejó bien en claro que desde ahora Siria ya no es un paria como en la última década, sino que puede reintegrarse a esa gran familia de demócratas que forman los más de 20 estados de la Liga. Después de estar aislado, Assad vuelve triunfal. ¿Dónde quedan los cientos de miles de muertos, los desplazados, los heridos? No en los registros de la Liga Árabe y mucho menos en los de Naciones Unidas, que no tiene previsto decir nada al respecto. ¿Dónde queda el tráfico de armas y drogas que tiene a Siria como eje central? En su sitio y gozando de buena salud. ¿Dónde queda un criminal como Assad? Seguramente esperando ocupar el podio de las organizaciones internacionales y que lo aplaudan.
Arabia Saudita lidera este cambio de política. Estados Unidos y Europa necesitan (según ellos) una Liga Árabe unida y consolidada. En 2023, la barbarie de Assad ya no es lo esencial. Las crisis socioeconómicas y políticas en Egipto, Túnez, Líbano más la inestabilidad post coronavirus pesan mucho más que un país destruido, su gente exterminada, y el criminal, sin rubores, al frente. Irán y Rusia están ganando la batalla en Siria y por Siria. Israel, que antes del 2010 tenía un feroz enemigo en Siria, ahora tiene tres en el mismo territorio: Irán, Rusia y el régimen de Assad.
Esta situación geopolítica tuvo un contexto asqueante este lunes pasado en Nueva York. Anunciamos también la semana pasada que el 15 de mayo la ONU no iba a celebrar su logro de 1948 de crear dos estados, uno judío y otro árabe, sino que iba a abrir sus puertas para que se instalara un foro de incitación, provocación y agresión antisemita, liderado por Mahmoud Abbas hablando del día de la catástrofe. La ONU rubricó este lunes pasado el derecho a mentir públicamente sobre la propia historia del organismo y ni a su secretario general ni a nadie de la organización se le ocurrió pensar que la reescritura de la propia vida de la ONU a través de un acto de antisemitismo hace que a partir de ahora cambie toda la estructura en que está basada la ONU. Este lunes falsificó un hecho histórico generado por ONU; se permitió un discurso de odio sin observaciones; se demostró que los principios fundacionales de la ONU no existen más; se cerró una organización mundial y se abrió una nueva donde los criminales de guerra pueden ser miembros, dar los discursos que quieran, cometer las barbaries que se les ocurra y además presidir cualquier oficina del organismo.
Entre 1947 y 1948, la ONU, la que ya no existe más, trabajó con enorme intensidad para crear una partición justa en la Palestina ocupada por los ingleses y que éstos iban a abandonar. Y se votó la resolución 181 que creó dos estados, uno árabe y otro judío. Sin embargo, unas semanas antes de la votación del Plan de Partición, en una entrevista publicada en el periódico egipcio Akhbar el-Yom el 11 de octubre de 1947, el secretario general de la Liga Árabe, Azzam Pachá, hizo esta advertencia: “Personalmente, espero que los judíos no nos obliguen a la guerra, porque sería una guerra de exterminio y de terrible matanza, comparable a los estragos de los mongoles y a las Cruzadas.” La universidad islámica de El Cairo proclamó la guerra santa contra el sionismo. Y lo que sí sucedió en la noche del 15 de mayo de 1948,no fue la “catástrofe” de la que hablan hoy los palestinos, sino la brutal invasión al nuevo Estado de Israel por parte de los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak. La declaración de la guerra y la invasión a Israel implicó que cientos de miles de árabes se vieran obligados a marchar a los países vecinos. Muchos de ellos huyeron. Muchos testificaron que se vieron obligados a salir bajo la presión de sus dirigentes. Hubo también quienes fueron expulsados en el fragor de las batallas y la guerra. La invasión de los países árabes a Israel llevó a que casi un millón de judíos fuesen expulsados de los países árabes donde vivían por siglos en algunos casos, y que la locura de exterminar al Estado de Israel generara que unas 600.000 personas se convirtieron en refugiados, ya que ni Jordania ni Egipto los aceptaran, y los otros estados árabes, menos aún. Jordania dejó a muchos miles hacinados en lo que hoy se conoce como Cisjordania y Egipto encerró a otros tantos cientos de miles en la Franja de Gaza.
Este lunes pasado, Abbas dijo en la ONU que Estados Unidos y el Reino Unido son responsables del desplazamiento de un millón de palestinos en 1948, y que en su lugar generaron la “catástrofe” dándole el lugar a sus judíos para sacárselos de encima y cumplir así sus objetivos colonialistas. Este corrupto dictador que se sostiene en su trono hace dos décadas y que no tiene control de nada en la Autoridad Palestina salvo apoderarse de los fondos de ayuda que le llegan cuantiosamente con ayuda de su grupo de cómplices, que ha negado el Holocausto y que no cae ante Hamas por la ayuda que a su pesar le da Israel en seguridad, no le alcanzó con decir lo que mencionamos, sino que agregó que Israel se comporta como los nazis y repite mentiras como Goebbels. Toda condena desde muy pocos lugares civilizados que le ha caído a Abbas es poca. Pero Abbas, a su vez, está en sus últimos estertores y esa es en realidad la luz roja que ya está prendida y que parece que los patrones de esta ONU de hoy no quieren ver.
El discurso de odio de Abbas no es nuevo, y no trae más consecuencias que el estigma y el olvido casi inmediato cuando él ya no esté. La reafirmación de esta nueva ONU, ahora un arma de destrucción y una herramienta que mira sin parpadear crímenes de guerra, países destruidos, poblaciones vejadas y abandonadas, y que ayuda a incrementar el antisemitismo, se veía venir hace tiempo y tampoco es, por ende, nuevo. Y aunque no sea nuevo, pero hay que agregar a la lista para entender si podremos sobrevivir a tanta catástrofe, es cuántos se van agregando a esa lista de quienes creen que, asociándose con regímenes tiránicos, su pellejo está a salvo. El lunes, al espectáculo que montó la ONU con Abbas de artista invitado, por supuesto que Siria se sumó ya en su nuevo estatus de asesino indultado, pero también se agregó América Latina. Salvo Guatemala y Perú. Imprescindible saberlo, asumirlo, y saber dónde estamos y con quien vivimos.
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