Los problemas de alcoba no son nada nuevo. Y parece ser que don Miguel Jerónimo de Cabrera, el padre del fundador de nuestra ciudad, estaba enamorado. Más que de su esposa, doña Elena de Figueroa, de su amante, doña María de Toledo, quien terminó siendo quien parió a Jeronimito. Aun cuando ya viudo se casó con doña María, el rey Carlos V lo mantuvo unos años desterrado en Portugal, hasta que pudo volver a su Sevilla natal.
Varios historiadores serios, esos que van más allá de las historias de trampas (entre ellos, el recordado Efraín U. Bischoff), sostienen que la razón verdadera del exilio se hallaba en las sospechas de “judaizante” que se posaban sobre la tan mentada María. Y de hecho, es bastante probable que esa identidad oculta la haya heredado su hijo ilegítimo –el conquistador–, quien curiosamente le dio el nombre de “Córdoba de la Nueva Andalucía” a la ciudad que fundó hace 450 años, sin adosarle ningún santo o santa a cuestas, tal como era la costumbre típica de la época.
La Inquisición aparece sin dudas merodeando toda la escena, y el verdugo de nuestro querido Jerónimo, su sucesor en la gobernación de Tucumán –don Gonzalo Abreu de Figueroa–, le sumaba a eso una inquina particular, ya que era el sobrino dilecto de la cornúpeta Elena…
El fundador le había escrito a Felipe II, el 4 de noviembre de 1571, que por orden del virrey Toledo iba a “… llevar doscientos hombres o más, con los cuales, y mi persona, espero en Nuestro Señor haré a Vuestra Majestad gran servicio en poblar aquellas provincias, y reformarlas…”.
Esa actitud valiente y reformista hizo que miles y miles de judíos ocultos, llamados “marranos” desde la época de la expulsión de España en 1492, se aventuraran a nuevos desafíos, en nuevas geografías, para volver a encontrar un sitio que pudiera ser percibido como una nueva tierra prometida.
A veces, esa identidad original se perdió con la suma de los siglos y de las distancias. Otras tantas, resurgió por algún que otro extraño vericueto del destino. Todavía hay quienes dicen que las siete banderas del escudo cordobés son una alusión encubierta al candelabro de siete brazos que iluminaba el tabernáculo desde donde Moisés conversaba con el Eterno…
Sea como fuere, bendita sea nuestra ciudad y benditos sean quienes día tras día intentamos reformarla.
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