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| domingo diciembre 22, 2024

51 AÑOS DE LA MASACRE DE MUNICH

Cuidado con el olvido


Thomas Bach, actual presidente del Comité Olímpico Internacional ordenó retirar el busto de uno de sus antecesores, Avery Brundage, expuesto en el Museo Olímpico de Lausana. Bach fue campeón olímpico en esgrima en Montreal 1976, es alemán nacido ocho años después del fin de la II Guerra Mundial y tiene dos poderosas razones, Berlín 36 y Múnich 72, para expiar su aplastante sentimiento de culpa colectiva en la memoria del execrable Avery Brundage, quinto presidente del COI y el tercero que más años (veinte, entre 1952 y 1972) ha ostentado el cargo tras el Barón de Coubertin y Juan Antonio Samaranch. Abandonado por su padre de niño, Brundage  se graduó como ingeniero, y ya en 1912 mostró quien era.

En Estocolmo 1912, como participante en pentatlón y decatlón, fue su primer contacto con los Juegos y maniobró para que le retirasen las dos medallas de oro ganadas en sus pruebas a Jim Thorpe (Wa-Tho-Huk para los de su tribu), el nativo kikapú acusado de jugar profesionalmente al béisbol, a quien no le fueron restituidas hasta 1983. Fue el primer escándalo que sacó a la luz la faz racista de Brundage. Amigo del piloto nazi Charles Lindbergh, declarado admirador del nazismo, y seguidor de su movimiento supremacista América First, Avery Brundage se opuso con firmeza a los intentos de boicot de los Juegos de Berlín 1936 promovidos por quienes sostenían que las leyes raciales promulgadas por Hitler contravenían los principios de la Carta Olímpica. Los atletas judíos estadounidenses no participaron, ni tampoco muchos deportistas negros. Jesse Owens fue uno de los escasos afroamericanos que consintieron participar y Brundage festejó sus cuatro medallas de oro en una fiesta con Hermann Göring. Los siguientes Juegos en suelo alemán, los de Múnich 72, iba a vivirlos como presidente del Comité Olímpico Internacional y en ellos pasó definitivamente a la historia por su repugnante judeofobia. Al día siguiente de que un comando terrorista palestino asesinase a once miembros de la delegación israelí en la Villa Olímpica, Brundage ordenó que los Juegos debían continuar. Y con cómplices a granel como era de esperar, continuaron.

El 5 de setiembre de 1972,en la madrugada de Múnich y mientras tenían lugar los Juegos Olímpicos, ocho hombres armados miembros del grupo terrorista palestino Setiembre Negro saltaron por encima de una cerca de alambre de unos dos metros de altura y caminaron sin problemas ante la nula seguridad dispuesta por los alemanes a pesar de los pedidos insistentes de Israel, hacia los apartamentos de los atletas israelíes en la Villa Olímpica. A las 4:25, los atacantes abrieron la puerta hacia un vestíbulo que daba hacia los apartamentos. Tras forcejear con algunos de los atletas, los terroristas palestinos asesinaron a dos y tomaron de rehenes a nueve deportistas y entrenadores israelíes. Para liberarlos, los terroristas exigían la liberación de 240 palestinos que habían sido capturados por Israel y trasladaron a los rehenes a un aeropuerto de la ciudad, donde las fuerzas de seguridad de Alemania Occidental intentaron rescatarlos. Pero el plan de rescate fracasó y se desató una masacre en la que murieron los nueve miembros del comité olímpico israelí y un oficial de la policía de Alemania Occidental, además de cinco de los ocho terroristas.

La verdad de lo que sucedió fue repugnante. Alemania exigió rescatarlos sin ayuda e hizo un operativo deleznable. Los francotiradores alemanes   no eran tales y estaban mal equipados,no tenían sistema de radio para comunicarse con sus superiores ni entre sí, al punto que quedaron enfrentados y sólo de casualidad no se mataron entre ellos; muy tarde supieron que los captores eran bastante más de lo que se les había dicho; los helicópteros no habían aterrizado como debían, ello explicaría por qué los tiradores en la pista quedaron desguarnecidos, incluso uno de ellos no habría disparado casi hasta el final, preocupado por protegerse de los disparos de propios y extraños; el comité de crisis tuvo más políticos que expertos; los policías alemanes que abandonaron el avión por miedo, ni siquiera fueron sumariados muy probablemente a cambio de que no hablaran con la prensa. Al día siguiente 6 de setiembre, se llevó a cabo un homenaje a las víctimas en el Estadio Olímpico. Brundage, hizo una ínfima e insultante mención a los masacrados, comparando el caso con las disputas por la influencia del naciente profesionalismo o la prohibición de la participación de Rhodesia en los Juegos. Un nazi despreciable con cómplices en todos los continentes. Durante la ceremonia las banderas fueron arriadas a media asta, pero diez países árabes exigieron que sus enseñas regresaran al tope del mástil. Por orden de Brundage, así se hizo.Los tres terroristas que quedaron vivos, fueron capturados por la policía alemana, que los liberó poco después de que un avión de la aerolínea alemana Lufthansa fuera secuestrado en un intercambio para salvar sus vidas. Alemania tenía temor de que todos los errores y horrores cometidos antes y durante la masacre pudiesen salir a luz, así que cometió la tropelía de liberarlos y entregarlos al dictador libio Gadafi, qué los recibió como héroes.

51 años después, el pasado es presente. Alemania demoró 50 años en disculparse por las negligencias y culpabilidades. El año pasado su presidente Frank-Walter Steinmeier lo hizo públicamente. ¿De qué sirven disculpas medio siglo después cuando se ha perpetrado un crimen atroz multiplicado por once víctimas y que desde el momento en que se gestó y por cinco décadas se miró para el costado? Quizás algunos crean que las disculpas están bien, aunque llegaron tarde. Es una opinión respetable. Para nosotros, no. Entregar terroristas a Libia, a un dictador bestial, fue el final de una cadena que no se soslaya así nomás. Y especialmente en Alemania, a casi ocho décadas de la Shoá.

Y el pasado es presente con el Comité Olímpico de Brundage. El millonario antisemita que abrazó América First. ¿Les suena? América First asaltando el Capitolio, grupos nazis con otros nombres, pero con banderas con cruces gamadas aullando su odio antisemita y vivando a Hitler en la entrada de Disney el pasado fin de semana.

Hace un año el presidente de Israel Isaac Herzog dijo: “Los once atletas, fueron asesinados brutalmente a sangre fría por una organización terrorista palestina, sólo por ser judíos; sólo por ser israelíes. Esta masacre brutal y bárbara, fue una tragedia humana en la cual los valores de moralidad y justicia fueron pisoteados; la dignidad humana fue borrada; toda semblanza de humanidad, perdida. Fue un momento en el que se extinguió la antorcha olímpica. Durante muchas décadas, Alemania y el Comité Olímpico Internacional evitaron recordar a los once atletas. Para las familias de las víctimas, el dolor y la pena por la pérdida de sus seres queridos, su agonía y sus lágrimas, y las cicatrices traumáticas que los sobrevivientes soportaron durante años, se vieron agravados por su angustia ante esta indiferencia y frialdad. Estos fueron años en los que parecía que se había olvidado una simple verdad: esta no fue una tragedia exclusivamente judía e israelí, fue una tragedia mundial, una tragedia que nos marca, una y otra vez, que el deporte no tiene más polo opuesto que el terrorismo, y que el terrorismo no tiene mayor polo opuesto que el espíritu deportivo”.

La impunidad que tiene el terrorismo hace posible el olvido, la indiferencia o la brutalidad de los Brundage de ayer y de hoy. Es conocido cómo respondió Israel contra los asesinos de Múnich, porque hoy se responde todo y el terrorismo lo sabe. El dolor que causan los bárbaros es perpetuo, y las respuestas no van a cesar nunca. Una ecuación que los indiferentes y los cómplices incitan sin rubores mientras miran para el costado.

 
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