Jorge Katz lleva nueve años viviendo con su mujer en Sderot, una ciudad israelí a tan solo cinco kilómetros de la Franja de Gaza. Tras los ataques de los militantes del grupo islamista Hamás que comenzaron a primera hora del sábado, han decido ir a vivir con sus consuegros en el centro del país.
«Hubo ataques. Había muchos lugares con disparos. En el caso de mi ciudad, los terroristas tomaron la comisaría de Policía. Parecía que había policías rehenes dentro de la comisaría, hasta que se dieron cuenta de que ya estaban muertos», comenta en declaraciones a RTVE.es.
Sderot ha sido uno de los epicentros de la infiltración de las milicias de Hamás, a donde llegaron en camionetas de las que se bajaron disparando hacia todas partes mientras se lanzaban cientos de cohetes desde la Franja de Gaza hacia Israel.
Esta población, de unos 30.000 habitantes, está acostumbrada a las sirenas que avisan de los ataques por su proximidad a la Franja de Gaza y tiene edificios reforzados, refugios e incluso programas de contención emocional debido a las constantes amenazas.
Pero en esta ocasión, la situación ha sido diferente. Los miembros de Hamás han entrado en territorio de Israel e incluso han secuestrado a militares y civiles israelíes.
Desesperación entre las familias de los secuestrados por Hamás
Los secuestrados «no son solo militares, creo que la mayoría son civiles. No hay nombres de las personas que fueron llevadas como rehenes», comenta este ciudadano israelí, quien asegura que conoce a algunas de las personas que permanecen secuestradas. «Los conozco personalmente. Hay mucha confusión. No se sabe nada de ellos«, añade Jorge Katz, quien afirma que los militantes de Hamás «también se llevaron cadáveres». «No se sabe quién está vivo o quién está muerto«, subraya.
Este hombre de 66 años, que lleva en total 47 viviendo en Israel -en diferentes lugares en la frontera con la Franja de Gaza-, asegura que ahora se siente «más seguro» y que es una «situación completamente distinta», pero señala que está «muy triste».
«Cuando pueda, volveré a mi hogar, mis hijos espero que estén bien y, con respecto al país, estoy muy triste con lo que ha pasado, por la gente que ha caído, por la gente que está atrapada, por la gente que murió…», lamenta.
Encerrados más de un día en la habitación de seguridad
Dori Lustron escucha continuamente las sirenas de las ambulancias pasar por su calle en Beerseba, una ciudad a unos 45 kilómetros de la Franja de Gaza, un sonido que no tiene nada que ver con el de las alarmas de los ataques. «La alarma del ataque es diferente, es más grave», comenta después de permanecer unos segundos en silencio. «Pensaba que estaba escuchando el viento, pero no, era una alarma», asegura mientras se dirige a la escalera de su vivienda, donde se protege con sus nietos y el resto de vecinos. «A veces me da miedo no escucharla de noche, cuando estoy dormida», admite.
El día del ataque de Hamás sonaron las alarmas a las 6:30 de la mañana. Junto a su hija y sus nietas estuvo en el interior de la habitación de seguridad unas seis horas.
«Cuando suena la alarma, nos protegemos en la escalera, aunque tenemos un refugio bien blindado en el subsuelo. Desde que el misil sale de Gaza tenemos un minuto para entrar al refugio, pero nos quedamos en la escalera porque hasta que llegamos al refugio, ya se ha pasado la alarma», detalla.
En Sderot, Jorge Katz comenta que recibió indicaciones de encerrarse en esas habilitaciones blindadas hasta que todo pasara. «Hubo gente que estuvo un día o un día y medio encerrado, con niños, con bebés, e incluso a veces sin agua y sin comida», afirma.
«No se podía salir de las habitaciones de seguridad por miedo a que pasara algo. En el momento en el que mi ciudad estaba más tranquila, cuando el Ejército ya había entrado y había menos miedo de que pasara algo, en la primera que pude, me fui«, asegura.
«Es muy traumático vivir una cosa así, estar encerrado en una habitación de seguridad, cuando fuera hay gente que quiere entrar y que te quiere matar y que tú estés rezando y pidiendo al Ejército que venga y no viene, y pasan horas… Es muy triste», admite.
«Mis hijos, reclutados por el Ejército, no sé dónde irán»
El Gobierno de Israel ha llamado a filas a 300.000 reservistas, y algunos de ellos se han ido incorporando a la zona donde tienen lugar los combates. En este país todo adulto hasta los 40 años está obligado a acudir a filas si se le llama, así como de participar ocasionalmente en actividades de formación militar
La cuestión de los reservistas ha sembrado polémica en Israel en los últimos meses por la amenaza de muchos de ellos de negarse a hacer el servicio militar en protesta por la reforma judicial del Gobierno de Benjamín Netanyahu.
Jorge Katz tiene tres hijos y los tres han sido reclutados en los últimos días. «No sé a dónde les han enviado. Uno sé que está en una base de aviación, pero los otros dos no sé dónde van a ir«, explica.
Saul vive en Jerusalén y tiene «varios amigos a los que han llamado al Ejército». «Tenemos dos chicos jovencitos en el frente, que están en la misma frontera con Gaza, infiltrándose dentro de Gaza para buscar a los más de 100 secuestrados por Hamás», comenta este israelí.
«Otro grupo de amigos está preparando los tanques, dando las soluciones logísticas, y después tengo otro amigo en Inteligencia, que está trabajando sin parar buscando información por todos lados porque ha sido un fallo terrible el que han tenido», añade Saul, quien subraya que los familiares de estas personas tienen «miedo, espanto». «Es horrible», subraya.
La falta de información sobre el ataque, negligencia del Ejército israelí
El ataque lanzado por Hamás por tierra, mar y aire, de una escala sin precedentes, con el lanzamiento de unos 5.000 cohetes e incursiones terrestres, pilló por sorpresa a Israel, que se ha declarado en estado de guerra.
El mismo sábado, el ejército israelí inició un contraataque con misiles y proyectiles lanzados sobre la Franja de Gaza desde sus aviones, buques de guerra y piezas de artillería, así como la caza de los milicianos de Hamás en territorio israelí.
Los ciudadanos israelíes coinciden en que este ataque del grupo islamista ha podido llevarse a cabo por un error de la Inteligencia de su país.
«Fue una negligencia del Ejército israelí muy, pero muy grande. Con todo el poder de Inteligencia que tiene Israel, esto que los agarró de sorpresa es una verdadera negligencia», opina Jorge Katz. «Recuerda a lo que pasó en Israel hace justo 50 años en la guerra de Yom Kipur. Ha sido una negligencia del Ejército a nivel de información y a nivel de defensa», asegura.
Hamás inicia una ofensiva por tierra, mar y aire contra Israel desde la Franja de GazaSaul cree que el ataque «es incomprensible, completamente incomprensible». «Personalmente, soy una persona religiosa. Siempre estamos peleando entre los propios judíos sobre lo que dice uno de los párrafos más importantes de la Biblia y es que sin Dios, el Ejército no sirve para nada, los sistemas de seguridad no sirven, el dinero, la Inteligencia, no sirven para nada», indica este israelí.
«Cuando, desgraciadamente, en algunas porciones de nuestra región se pierden esas relaciones con Dios y se va uno directamente a lo que es el mundo mundano de recurrir al dinero, la fuerza y esas cosas, pues ocurre lo que ocurre, que te salta el pastel en la cara. Eso es lo que creo que ha ocurrido, no tengo otra explicación», añade.
Calles desiertas y colegios y comercios cerrados
Aunque Jerusalén se encuentra a más de 75 kilómetros de Gaza, los cohetes de Hamás también han alcanzado algunas zonas de la ciudad santa. Hasta ahora, los ataques han causado siete heridos, tres de ellos graves.
Saul afirma que tanto él como su familia están bien, pero «toda la ciudad y todo Israel está levantado bajo el shock de lo que ha ocurrido y de lo que está ocurriendo». «El tema no se ha parado aquí, cada cinco minutos llegan noticias nuevas, informaciones de que otro más se ha infiltrado», señala.
En esta ciudad, de cerca de 900.000 habitantes, los ataques del grupo islamista han paralizado por completo la vida normal. «La gente está sin colegios, los centros comerciales cerrados, las calles prácticamente desiertas», comenta Saul.
«La gente va a trabajar, obviamente no hay ninguna restricción, pero la gente está con miedo. La jornada de trabajo es muy reducida y los supermercados están repletos de gente comprando comida por lo que pueda ocurrir», añade.
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