La propaganda palestina es un instrumento fríamente calculado para impresionar y asustar a la opinión pública occidental, especialmente a los europeos del norte y los demócratas de Estados Unidos, que no conocen la mitificación y exageración árabe musulmana. Todo lo que los palestinos cuentan ante la ONU o los gobiernos extranjeros es una manipulación que en los países orientales es ya conocida y descartada.
Si bien Hamas (que significa Movimiento de Resistencia Islámica) nació en 1987 en la Franja de Gaza y se ha afiliado a la temible Hermandad Musulmana, el terrorismo palestino tuvo otros capítulos en su existencia desde 1965 cuando tuvo lugar la llegada de la Organización para la Liberación Palestina de Yasir Arafat.
En la década de 1970, la OLP intentó tomar el Líbano y establecer allí una base para atacar a Israel desde la frontera sur, el territorio que hoy utiliza Hezbollah. A su vez se produjo el asesinato del primer ministro libanés que descolocó a la casa real hachemita y provocó la persecución y la expulsión de los palestinos en manos de las fuerzas reales en el famoso septiembre negro de 1970, una fecha borrada en la memoria selectiva de los árabes porque han sido los jordanos (y no los israelíes) quienes han masacrado a los palestinos.
Tras la expulsión de Jordania la OLP se dirigió al Líbano siguiendo con esa ruta de la destrucción y coincidiendo con la explosión de la guerra civil libanesa que enfrentó a cristianos y musulmanes. En el caso de los primeros, han sufrido una masacre en manos de los palestinos y la guerra intestina del Líbano se ha cobrado la vida de muchas más personas que todo el conflicto palestino israelí.
Las heridas de esos años están todavía latentes cuando en el país del cedro hay una serie de campos de refugiados palestinos donde no pueden ni siquiera soñar con tener la ciudadanía libanesa, algo que el propio gobierno ha negado en reiteradas ocasiones. Otra vez, son los libaneses y no los israelíes quienes le niegan la ciudadanía y los plenos derechos a los palestinos.
Luego está la cuestión en Siria, un terreno amigo para Irán y su proyecto expansionista de la medialuna chiita donde busca alinear a todos los países de esa rama del islam. Desde la guerra siria en 2011, más de cuatro mil palestinos han sido bombardeados por las fuerzas de Bashir Al Assad. Este es otro recuerdo árabe bloqueado en la memoria ya que no han sido los israelíes quienes han bombardeado campos de refugiados palestinos, sino los sirios.
Entre 1948 y 1967 Egipto y Jordania tuvieron el control militar de los territorios de la Franja de Gaza y de Judea y Samaria (Cisjordania) que hoy forman parte de los mitológicos “territorios ocupados” con los que los palestinos machan a Israel y han moldeado una propaganda fríamente calculada para impresionar a aquellos que no conocen la cultura árabe de la actuación desenfrenada. En esos casi veinte años de control árabe musulmán de los “territorios ocupados” los palestinos nunca reclamaron nada.
Los palestinos hoy tienen territorios propios, incluso territorios que fueron históricamente judíos, bajo el control de la Autoridad Palestina. Esos territorios los tiene gracias a Israel y no gracias a Egipto o Jordania que se los han negado siempre.
A su vez, dentro de los palestinos no hay un liderazgo político único, pero sí una intención común que es sabotear cualquier esfuerzo de paz con Israel. El ataque de Hamas no llega el un momento cualquiera, sino en el momento en que Israel y Arabia Saudita estaban próximos a alcanzar la normalización de sus relaciones. Pretenden seguir viendo la realidad del año 2023 con las mismas gafas de los años sesenta cuando en la reunión de Jartum los árabes dijeron los tres noes que tenían que ver con no tener ningún tipo de normalización con Israel.
En el año 2018 Omán, un pequeño estado del Golfo, retiró un programa de subvenciones que el país enviaba a Gaza, en sintonía con otros estados árabes como Qatar, que tenían como objetivo la construcción de viviendas en el territorio controlado por Hamas. Sin embargo, ese año descubrieron que Hamas desviaba las subvenciones y esas viviendas no sólo no se construían, sino que el dinero se escurría como el agua entre las manos. Mientras la Unión Europea sigue enviando dinero en concepto de ayuda humanitaria a Hamas, no fue Israel o Estados Unidos, sino un estado árabe musulmán quien cortó las transferencias porque Hamas las desviaba.
A una semana del sádico ataque del terrorismo en contra de Israel, han aparecido las viudas antiisraelíes con la excusa perfecta para lanzar sus ataques en redes sociales y medios de comunicación contra la respuesta que las FDI tendrán que dar en la Franja de Gaza. Para Gran Bretaña la respuesta debe ser proporcional, es decir, para los ingleses ¿Israel debería ubicar un festival y asesinar a 260 civiles palestinos como hicieron los de Hamas el último sábado? ¿O secuestrar a una anciana y usarla en la propaganda de una pizzería como hicieron los palestinos de Huwara? Israel no lo hará.
Cuando se han habilitado los corredores humanitarios y las FDI dieron el aviso para que los civiles evacúen la zona norte de la Franja, muchos se han escandalizado por el plazo de 24 horas que los palestinos tienen para abandonar sus hogares, pero ninguno de ellos se ha pronunciado por los 30 o 15 segundos que los israelíes tienen cada vez que un cohete o misil enemigo se dirige a un poblado. En las piruetas del Medio Oriente, otra vez, llegamos a que fue Egipto quien ha negado el paso por el control fronterizo de Rafah y por una sencilla razón: el egipcio Al-Sisi no quiere saber nada con que se infiltren los de Hamas, afiliados a la Hermandad Musulmana, tomando contacto con otros grupos terroristas en el Sinaí. Otra vez no ha sido Israel, sino Egipto.
Este último sábado fue necesario invocar a lo evidente, a lo gráfico, a lo explícito, para mostrar la guerra en la que Israel y el mundo occidental se encuentra. Este viernes en Francia atacaron a un francés que no era judío, que no tenía nada que ver con el conflicto en Medio Oriente y lo hicieron al grito de Allahu Akbar.
El terrorismo es una ideología que tiene que ser combatida también en el terreno ideológico, una batalla que en las grandes capitales europeas estamos perdiendo desde hace tiempo.
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