La guerra es la continuación de la política por otros medios. Muchos repiten ese mantra sin prestar demasiada atención a lo que dice, especialmente en medio de una guerra… Con la masacre perpetrada por Hamas en Israel y el aumento de las víctimas civiles en Gaza, la lógica profunda de la guerra queda eclipsada por la inmensa tragedia humana que deja a su paso. Y mientras se siguen apilando los cadáveres, ¿quién ganará esta? No será el bando que mate más gente, ni el que destruya más casas, y ni siquiera el que consiga más apoyo internacional: será el bando que cumpla sus objetivos políticos.
Hamas lanzó esta guerra con un objetivo político concreto: impedir la paz. Tras la firma de los tratados de paz con los Emiratos Árabes Unidos y Bahréin, Israel estaba a punto de firmar un histórico tratado de paz con Arabia Saudita. El acuerdo se habría convertido en el mayor logro de Benjamin Netanyahu en toda su carrera política y habría normalizado las relaciones entre Israel y gran parte del mundo árabe. Por insistencia de los sauditas y los norteamericanos, se esperaba que las condiciones del acuerdo incluyeran concesiones significativas hacia los palestinos, destinadas a aliviar inmediatamente el sufrimiento de los millones que viven en territorios ocupados, y así relanzar el proceso de paz palestino-israelí.
Pero la perspectiva de la paz era una amenaza mortal para Hamas. Desde su creación en 1987, la organización fundamentalista islámica nunca reconoció el derecho de Israel a existir y se juró seguir con la lucha armada sin hacer concesiones. En la década de 1990, Hamas hizo todo lo que estaba a su alcance para boicotear el proceso de paz de Oslo y todos las iniciativas de paz subsiguientes.
Durante más de una década, los gobiernos de Israel liderados por Netanyahu abandonaron todo intento serio de hacer las paces con las fuerzas palestinas más moderadas, adoptaron una postura cada vez más dura respecto de las territorios ocupados en disputa, y hasta abrazaron ideas mesiánicas de ultraderecha sobre el supremacismo judío.
Durante esos años, Hamas mostró una sorprendente moderación en sus tratos con Israel, y los dos bandos parecieron adoptar una incómoda pero funcional política de coexistencia violenta. Pero el 7 de octubre, justo cuando el gobierno de Netanyahu estaba a punto de lograr un avance trascendente para la paz en la región, Hamas golpeó con toda su fuerza.
Hamas masacró a cientos de civiles israelíes, y de la forma más atroz que pudo pergeñar. El objetivo inmediato era hacer descarrilar el acuerdo de paz entre sauditas e israelíes, y el objetivo a largo plazo era sembrar la semilla del odio en la mente de millones de personas de Israel y de todo el mundo musulmán, para obturar cualquier intento de paz con Israel durante varias generaciones.
Hamas sabía que su ataque enardecería a los israelíes y los terroristas contaban con que Israel tomaría represalias masivas, infligiendo un dolor enorme a los palestinos. El nombre en clave que Hamas le puso a su operación es muy revelador: al-Aqsa Tufan. La palabra “tufan” significa inundación: al igual que el diluvio bíblico destinado a limpiar el mundo del pecado incluso a costa de exterminar a la humanidad, el objetivo de Hamas era provocar una devastación de proporciones bíblicas.
¿A Hamas no le importa el sufrimiento que le causa esta guerra a los civiles palestinos? Si bien individualmente los militantes de Hamas deben tener sentimientos y actitudes diferentes, la visión de mundo que cultiva la agrupación extremista se desentiende del sufrimiento de las personas. Los objetivos políticos de Hamas son dictados por fantasías religiosas.
A diferencia de movimientos seculares como la Organización de Liberación de Palestina, los objetivos finales de Hamas no pertenecen a este mundo. Para Hamas, los palestinos asesinados por Israel son mártires que disfrutan de la dicha eterna en el cielo: cuantos más muertos, más mártires.
Y en cuanto a este mundo, según la visión de Hamas y otros fundamentalistas musulmanes, el único objetivo viable para una sociedad humana en la Tierra es la adhesión incondicional a los estándares celestiales de pureza y justicia. Y como la paz siempre implica hacer concesiones sobre lo que cada cual entiende como justicia, la paz debe rechazarse y la justicia absoluta debe perseguirse a cualquier costo.
Dicho sea de paso, eso explica el curioso fenómeno reciente en las izquierdas radicalizadas de muchas democracias occidentales, incluidas algunas organizaciones estudiantiles de la Universidad de Harvard: absuelven a Hamas de cualquier responsabilidad por las atrocidades cometidas en Be’eri, Kfar Azza y otras comunidades israelíes, o por la crisis humanitaria en Gaza, y le atribuyen el 100 por ciento de la culpa a Israel.
Lo que conecta a la izquierda radicalizada y a las organizaciones fundamentalistas como Hamas es la creencia en una justicia absoluta, lo que los lleva a negar la complejidad de las realidades de este mundo. La justicia es una causa noble, pero la exigencia de una justicia absoluta conduce inevitablemente a una guerra que no tiene fin. En la historia del mundo, nunca se alcanzó un acuerdo de paz que no implicara concesiones o que impartiera justicia absoluta.
Si el objetivo de guerra de Hamas es realmente hacer descarrilar el tratado de paz entre Israel y Arabia Saudita y destruir toda posibilidad de normalización de las relaciones, lo cierto es que está ganando esta guerra por nocaut. Y lo peor es que Israel lo está ayudando, porque el gobierno de Netanyahu parece estar librando esta guerra sin objetivos políticos propios y claros.
Israel dice que su objetivo es el desarme de Hamas y que tiene todo el derecho a hacerlo para proteger a sus ciudadanos. Desarmar a Hamas también es crucial para cualquier intento de paz futura, porque mientras Hamas siga armado, los seguirá boicoteando. Pero incluso si Israel lograra desarmar a Hamas, sería apenas un logro militar, no un plan político. ¿Tiene Israel en lo inmediato algún plan para rescatar el acuerdo de paz entre Israel y Arabia Saudita? Y a largo plazo, ¿tiene Israel algún plan para alcanzar una paz integral con los palestinos y normalizar sus relaciones con el mundo árabe?
Como durante todo el año pasado estuve profundamente inmerso en la política israelí, lamento decir que al menos algunos miembros del actual gobierno de Netanyahu están totalmente obsesionados con visiones bíblicas de justicia absoluta y tienen poco interés en un compromiso de paz.
Todas las partes interesadas deben impedir que el “diluvio” desatado por Hamas ahogue a israelís y palestinos por igual, y que termine devastando la región en general. Vale notar que, en teoría, la guerra nuclear puede estar a apenas 24 horas de distancia: si Hezbollah y otros aliados de Irán cumplen su amenaza de atacar Israel con decenas de miles de misiles, Israel podría recurrir a las armas nucleares para autopreservarse. Así que todas las partes deberían abandonar sus fantasías bíblicas y sus exigencias de justicia absoluta para centrarse en medidas concretas que reduzcan la intensidad del conflicto en lo inmediato y siembren semillas para la paz y la reconciliación en el futuro.
Hay que reconocer que después de los acontecimientos de las últimas dos semanas, la reconciliación parece absolutamente imposible. Mi propia familia y amigos acaban de vivir escenas que recuerdan los horrores del Holocausto. Pero ocho décadas después del Holocausto, alemanes e israelíes son buenos amigos. Los judíos nunca obtuvieron justicia absoluta por el Holocausto. ¿Cómo podrían obtenerla? ¿Alguien podría retrotraer sus alaridos de dolor, apagar retrospectivamente las chimeneas de Auschwitz y sacar a los muertos de los crematorios?
Como historiador, sé que la maldición de la Historia es que inspira el anhelo de querer corregir el pasado. Eso es inútil. El pasado no tiene salvación. Hay que concentrarse en el futuro, dejar que las viejas heridas sanen para que no sean causa de nuevas heridas.
En 1948, cientos de miles de palestinos perdieron sus hogares en Palestina. En represalia, a finales de la década de 1940 y principios de la de 1950, cientos de miles de judíos fueron expulsados de Irak, Yemen y otros países musulmanes. Desde entonces, los daños se han ido acumulando, en un círculo vicioso de violencia que sólo ha generado más violencia. No estamos obligados a repetir este ciclo para siempre. Por supuesto que en medio de la terrible guerra actual no podemos esperar detener ese ciclo de una vez y para siempre. Lo que necesitamos ahora es evitar una escalada, y para eso hacen falta algunos gestos y señales concretas de esperanza.
Hay una iniciativa que propone exigirle a Hamas la liberación de todas las mujeres, niños y bebés que mantiene como rehenes, a cambio de que Israel libere a varias docenas de mujeres y adolescentes palestinos que retiene como prisioneros. ¿Sería eso justicia? No. La justicia exige que Hamas libere inmediata e incondicionalmente a todos los rehenes que tomó. Pero esta iniciativa podría, no obstante, ser un paso hacia la desescalada.
Otra iniciativa es permitir que los civiles palestinos abandonen la Franja de Gaza en busca de seguridad en otros países. Egipto, que comparte frontera con Gaza, puede y debe tomar la iniciativa en ese sentido. Pero si Egipto no ayuda, Israel podría dar refugio a los civiles desplazados de Gaza en suelo israelí.
Si ningún otro país está dispuesto a recibir y proteger a los civiles palestinos, cuando la Cruz Roja haya tenido acceso a los rehenes israelíes retenidos por Hamas y haya determinado sus condiciones, Israel podría invitar a la Cruz Roja y a otras organizaciones humanitarias internacionales a establecer refugios para los civiles desplazados de Gaza en el lado israelí de la frontera. En esos refugios se albergarían las mujeres, niños y evacuados de hospitales de la Franja de Gaza mientras duren los combates contra Hamas, y cuando la guerra termine, los habitantes desplazados regresarían a sus hogares en la Franja.
Con alguna de esas medidas, Israel cumpliría con el deber moral de proteger las vidas de los civiles palestinos y simultáneamente ayudaría a las Fuerzas de Defensa de Israel a proseguir la guerra contra los terroristas de Hamas, ya que habría menos civiles atrapados en el fuego cruzado de la zona de combate.
¿Qué tan viables son esas iniciativas? No lo sé, pero sí sé que la guerra es la continuación de la política por otros medios, que el objetivo político de Hamas es destruir cualquier posibilidad de paz y normalización, y que el objetivo de Israel debería ser preservar la posibilidad de lograr la paz. Debemos ganar esta guerra, en vez de ayudar a Hamas a cumplir su objetivo.
Yuval Noah Harari es el autor de Sapiens, Homo Deus e Imparables: Diario de cómo conquistamos la tierra, y es profesor de historia en la Universidad Hebrea de Jerusalén.
Traducción de Jaime Arrambide
Yuval Noah Harari
The Washington Post
La Nación, 21 de octubre de 2023
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