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| lunes diciembre 23, 2024

Occidente en el diván: negación de la realidad


Si uno tumbara en un diván a no pocos gobiernos, organismos internacionales, políticos, burócratas supranacionales, lo primero que saldría a la luz, muy freudianamente, sería el estado de negación en que se encuentran –acaso otra cosa, pero el compromiso de confidencialidad se impone– respecto de Irán. Entre negación y síndrome de Estocolmo; y una estulticia perseverante

Lo extraño resulta ser que, en este caso, el mecanismo no obra como método de defensa. Antes bien, como una negación de sí mismos: desde el presenten actúan para incautar el propio futuro, para convertirlo en la mayor y más horrorosa de las incertidumbres. Más de una novela de ciencia ficción debe haber anticipado este secuestro de la razón y el infierno que produce.

Hace pensar en la cobardía suprema del que, queriéndose suicidar, no se atreve. Entonces siembra las condiciones para que el porvenir sea esa nada a la que aspira ahora. Cobardía, sí; y la bajeza más absoluta. Eso sí, perpetradas con los afeites de la alta diplomacia, de la astucia maquinadora. Toda una triste, ineficaz, aburrida y tétrica comedia de la politiquería. Que cada cual elija sus devaluados Zanne, Arlecchino…

La realidad, esa que niegan con el capricho de un niño maleducado y la prepotencia de quien confunde la artimaña con la inteligencia y el saber, tiene unos personajes muy reales. Unos personajes que quieren realizar ese futuro ominoso: en el mejor de los casos, uno al estilo de El cuento de la criada, de Margaret Atwood y, en el peor, como el de Las Crisálidas, de John Wyndham.

Uno de ellos es la República Islámica de Irán –siempre preocupada por exportar su «revolución islámica»; por las malas o por las malas—, cuyo expresidente, el «moderado» Hassan Rouhani se pavoneaba allá por septiembre de 2005  que mientras conversaban con los europeos en Teherán, ellos estaban «instalando equipos en partes de la instalación (de conversión nuclear) de Ispahán». Y. ya que estaba embalado, añadió: «Al crear un ambiente de calma, pudimos completar el trabajo allí». En ese entonces él era el principal negociador nuclear de Irán.

Ahora ya no hace falta esa fachada ambiental. Los negociadores que tiene en frente son, o mediocres, o dudosamente leales a los intereses de sus países. Ya no hace falta mucho, realmente. Todos en occidente –salvedades aparte– parecen desesperados por entregarle al régimen que asesina, tortura, encarcela a las mujeres que osan quitarse el velo, dinero. Mucho dinero. Porque… ¿Por qué? ¿Para que apriete el gatillo del tiro del final?

En ese afán por negar lo que la realidad, los iraníes una y otra vez –y ahora sus proxis palestinos del grupo terrorista Hamás– se empeñan en anunciarle al mundo. Han llegado a rechazar el hecho de que el régimen de los ayatolás ayudó (suministró armamento y entrenamiento; amén de la financiación habitual) a Hamás a planear la reciente masacre en Israel.

Es más, el periodista Khaled Abu Toameh comentaba el 16 de octubre de 2023 que el representante de Hamás en el Líbano, Ahmed Abdulhadi, «reveló la semana pasada que su grupo se coordinó con Irán y su apoderado terrorista libanés Hezbolá antes y durante la masacre. «Nos coordinamos con Hezbolá y con Irán y el Eje (de la Resistencia) antes, durante y después de la batalla al más alto nivel», dijo Abdulhadi en una entrevista con Newsweek«.

Esta generación de lamentables políticos y funcionarios se han arrogado el papel de guionistas de un porvenir distópico a golpe de acuerdos, apoyos, comunicados, indignaciones, agendas y dinero. Porque necesitan ingentes cantidades de dinero. Por ejemplo, entre otras cosas, para pagarle a los terroristas de Hamás abatidos o apresados en su bacanal del horror, misoginia, deshumanización, por Israel, cerca de tres millones de dólares que les ofrendará la «moderada» Autoridad Palestina, de acuerdo a lo que daba a conocer el diario Jerusalem Post; porque «en el actual sistema de ‘pago por matar’, denominado ‘Fondo de los Mártires’ por la Autoridad Palestina, los terroristas reciben remuneraciones como recompensa por actos de terror». Y, «cuanto más daño cause un atentado, mayor será el pago al terrorista o a su familia. Palestinian Media Watch informó de que la familia de un terrorista recibiría una recompensa de unos 1.500 dólares y una asignación mensual de 353 dólares de por vida».

Encima, los que pagan la aciaga y onerosa posteridad que diseñan los funcionarios elegidos y los que colocó el dedo amigo (por estupidez, por colaboracionismo; qué más da), son los contribuyentes, cuyos descendientes padecerán esa pesada y oscura herencia: como realidad, y como deuda

 
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