Se llaman Moshé, Arón, Udi, Noa o Peleg y hará unos quince días estaban fumándose el Himalaya o en una fiesta playera en Goa o en un cursillo de meditación en Rajastán. En tiempo récord volvieron a su país para reincorporarse a filas y alguno de ellos podría estar hoy a las puertas de Gaza.
Decenas de miles de israelíes de ambos sexos, nada más terminar el servicio militar, cogen la mochila y vuelan a India a perderse y ver crecer la hierba. Este año, cuando aún no había concluido la festividad de los Tabernáculos, la razzia asesina de Hamas les estalló en el móvil.
“Israel es muy pequeño y todo el mundo conoce a alguien que conoce a un desaparecido, un rehén o una víctima, como un primo mío”, le contaba a un periódico indio, camino ya del aeropuerto, uno de estos jóvenes. “A través de nuestras familias nos dimos cuenta enseguida de que era algo mucho más grave de lo que salía en los medios”.
Doce mil reservistas en su año sabático en el país del yoga adelantaron su vuelta para empuñar el fusil
Sus reflejos sorprendieron en las terrazas y hostales de donde parecía que no habían de salir jamás. De la noche a la mañana, pueblos de montaña que se han ganado el apodo de Mini Israel o Tel Aviv del Himalaya, como Dharamkot, Bhagsu, Kasoli, Manali o Malana, se vaciaron.
Desde hace más de veinte años, la mayoría de sus turistas son veinteañeros judíos, reservistas en activo del Tsahal. Como tales, agarraron el primer autobús de regreso a Nueva Delhi, antes de meterse en el primer avión a la Tel Aviv de verdad. Aunque las cancelaciones de Air India lo dificultaron.
Sus reflejos, compromiso y disposición a tomar el fusil pueden haber sorprendido en India, donde se les ubica como hippies, a cuatro pasos de la Dharamsala del Dalái Lama.
Pero no en Israel, donde todo el mundo sabe que el viaje a India no es más que un ritual de paso, sobre todo para los jóvenes asquenazíes, laicos y de clase media. Una minoría, la más activa, va a América Latina. Pero la mayoría se encamina a India, sumando a veces Tailandia y el Sudeste Asiático.
Nada supera el gran tour indio para quien viene de un país pequeño y fragmentado. No son pocos los que apuran los tres meses de visado turístico dando tumbos por India, hasta conseguir un nuevo visado indio en Nepal. Y vuelta a empezar.
Les retiene un circuito de restaurantes de batalla, pero con el menú en hebreo y donde no falta falafel, hummus, shakshuka, pan de pita y escalope a la vienesa. Aunque en ellos tienen fama de agotadores: “Regatean más que una tía india en el mercadillo”.
En cualquier caso, la hospitalidad india es tan curativa como el yoga. El “otro”, que durante la mili –de 2 años para ellas y 2 años y 8 meses para ellos– pudo ser alguien hostil, cuando no amenazante, en caso de estar destinado en territorio ocupado, se convierte aquí en alguien servicial, fuente inagotable de batidos de mango y cervezas Kingfisher, entre caladas de cannabis índica. Debe de haber sitios más recomendables para superar el estrés postraumático, pero en India los precios asequibles prolongan la terapia.
A los indios les gusta afirmar que en su tierra los judíos nunca fueron perseguidos
A los indios les gusta afirmar que en su tierra los judíos nunca fueron perseguidos, pero el idilio entre Israel e India es relativamente reciente. Durante décadas, Nueva Delhi demostró mucha más simpatía por la causa palestina que por la de Israel, país con el que no estableció relaciones diplomáticas hasta 1992.
Desde entonces, el contacto humano se ha multiplicado, llegando a su apogeo con el ascenso al poder de Narendra Modi, cercano a Beniamin Netanyahu y no menos experto en agitar y capitalizar el voto islamófobo. Ahora India es el primer cliente de armamento israelí y el turismo es de doble sentido, con los actores de Bollywood poniendo su granito de arena.
Desde hace más de un año, los israelíes ya no tienen que dar rodeos para volar a Oriente y consideran India como un destino seguro, a pesar de atentados, hace 13 y 15 años, en Pune y Bombay, que tuvieron también un ángulo antisemita.
Cabe añadir que India es el país que despierta más simpatía entre los israelíes y que, en estos momentos, quizás en ningún lugar del mundo la reacción ha sido tan favorable a Israel, tanto en los medios como en las redes.
Y si el Gobierno indio eligió software israelí para espiar a la oposición, Israel, a su vez, ha vendido un 70% del puerto de Haifa a Gautam Adani, el magnate más próximo a Modi. Este, por último, está importando a Cachemira el savoir faire israelí, “para proyectos agrarios”. Es, a todas luces, un amor correspondido.
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