Cómo olvidar las emocionantes imágenes de hace un año, cuando la selección argentina desfilaba en Buenos Aires con el ansiado trofeo. La alegría de la gente era palpable. El sentimiento colectivo de haber alcanzado la cima y haber hecho realidad un sueño.
Hace 2 meses, a miles de kilómetros de Buenos Aires, ocurrió una celebración totalmente diferente pero insólitamente similar. Multitudes salieron a las calles a celebrar. Con el corazón lleno de orgullo tras ver su sueño concretarse frente a sus ojos.
En Gaza, nosotros somos el trofeo.
Las multitudes salían a recibir emocionados los ensangrentados cuerpos de mujeres israelíes asesinadas. Se acumulaban alrededor del cadáver de un soldado y tomaban turnos para patearle la cabeza. Hacían círculos alrededor de un vehículo mientras escupían a una anciana de 85 años que estaba siendo secuestrada.
En Gaza, nosotros somos el trofeo. Nuestros hijos, nuestros abuelos, nuestros padres y nuestros hermanos.
La población de Gaza lleva 17 años bajo el control totalitario de la organización terrorista Hamas. Una gran parte de la gente en Gaza nació o creció bajo este régimen.
Los niños eran llevados a campamentos donde eran adoctrinados a matar judíos en nombre de Alá. La prensa era amenazada si se atrevía a hablar contra el Hamas. En las escuelas (incluidas escuelas de la ONU) los maestros glorificaban a terroristas, borraban a Israel del mapa y deshumanizaban a los judíos.
A los judíos. No a los israelíes.
De hecho, cuando vemos los vídeos de la masacre del 7 de Octubre es notable que, al referirse a los que estaban asesinando, siempre decían “yahud” (judío). Como aquella infame llamada de un terrorista palestino que contaba emocionado a sus padres “maté a 10 judíos con mis propias manos”. Judíos.
Hay una diferencia elemental entre la guerra que ahora libra Israel contra el Hamas frente a, por ejemplo, la guerra de EE.UU. contra al-Qaeda.
Los que quieren asesinarnos y celebran nuestra muerte no están a miles de kilómetros de distancia. Los que ejecutan a nuestros ancianos y queman vivas a nuestras familias, no están separados de nosotros por un océano. Están del otro lado de la puerta.
Ayer se publicó un vídeo que mostraba un enorme túnel del Hamas de 4 Km. de longitud que llegaba a metros del cruce fronterizo de Erez. El mismo cruce por el que pasaban hasta antes del 7/10 más de 18.000 gazatíes a trabajar en territorio israelí, en nuestros campos agrícolas y nuestras comunidades. El mismo cruce por el que entraron más de 7.000 gazatíes a recibir tratamiento médico en hospitales israelíes, compartiendo salas con nuestros hijos y nuestros abuelos.
Para nosotros, Hamas no es un peligro lejano y potencial. Es una amenaza existencial.
Desde el 2007 tuvimos ronda tras ronda de escaladas violentas donde Hamas atacaba a nuestros ciudadanos e Israel respondía intentando desmantelar la infraestructura terrorista del Hamas.
Todas las escaladas terminaron de la misma forma: un cese al fuego prematuro, forzado por la comunidad internacional.
Entre el cese al fuego y la siguiente escalada también se repetía el guion. La ayuda internacional diluviaba sobre Gaza y Hamas la desviaba para rearmar su infraestructura terrorista. Y el mundo no hacía nada.
Después de meses o años de rearmarse, Hamas volvía a romper el cese al fuego y atacaba a Israel repetidas veces, hasta que Israel se veía obligado a responder para proteger a sus ciudadanos. Y una vez tras otra, antes de acabar con la misión, la presión internacional lo forzaba a un cese al fuego.
Mientras en el mundo hablan de cese al fuego, el Hamas agradece.
Ellos siguen alimentando el odio y la deshumanización. Siguen enorgulleciéndose de su “heroica” masacre.
Los líderes de esta organización terrorista no esconden su verdadera intención: cometer, cuantas veces sea posible, masacres como las del 7 de octubre. Hasta aniquilarnos.
Al fin y al cabo, en Gaza nosotros somos el trofeo.
*Gabriel Chocron, venezolano-israelí, politólogo y comunicador social. Cofundador de Conexión Israel y ex portavoz de las Fuerzas de Defensa de Israel en Cisjordania.
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