Se propuso un desafío: desmontar los mitos que rodean a los judíos, como por ejemplo, uno de los más antiguos y extendidos, que son quienes contralan el mundo y las finanzas. O que resultan más leales a Israel que al país donde viven. La falsa creencia de que el antisionismo no es antisemitismo. Y están aquellos mitos que alcanzan al Estado de Israel: la idea de su naturaleza genocida, de la imposición de un régimen de apartheid. Todo esto, solo por mencionar algunos. La lista es muy extensa.
Así es como Cecilia Denot, docente y politóloga con un máster en Relaciones Internacionales, se detuvo en un número: 25. A cada uno le dedicó un capítulo de su libro, El canario en la mina: Mitos modernos (y no tanto) sobre Israel y los judíos, realizado luego de dos años de intenso trabajo e investigación.
El título de la publicación se refiere a una práctica que efectuaban los mineros por su propia seguridad. Al adentrarse en las minas de carbón, donde las fugas de gas son habituales, cargaban una jaula con un canario, y no solo para amenizar su ardua labor con su hermosa melodía. Sensibles al metano o al monóxido de cárbono, estos pájaros dejan de cantar al inhalarlos. Su silencio funciona entonces como una advertencia sobre el peligro de una intoxicación o una explosión. Sobre la muerte. De la misma forma, el odio a los judíos funciona como una advertencia de que el extremismo están creciendo en una sociedad: el antisemitismo es el primer síntoma de una enfermedad generalizada o en camino a generalizarse.
Claro que Denot no se calla. Por el contrario: alza la voz. Conocida en las redes sociales como Gorda Meir, reconoce estar “obsesionada” con el conflicto árabe-israelí, sobre el cual ha volcado buena parte de sus estudios. “Todo el mundo tiene una opinión al respecto, pero la mayoría son eslóganes y lugares comunes”, advierte en este encuentro con Infobae, en el cual no sólo refuta aquellas falsas creencias en torno a los judíos, sino que también aporta las claves para abordar un enfrentamiento al que le avizora una única alternativa para su solución. Porque el peligro existe. Aunque muchos no lo quieran ver.
—Atravesamos un momento muy conflictivo en el mundo, con muchos actos de antisemitismo.
—Cuando hay una escalada en el conflicto árabe israelí siempre hay un aumento del antisemitismo. Históricamente. Se registró en 2014 y en 2021, en las dos últimas guerras con Hamas. Pero la realidad es que a partir del 7 de octubre es una situación diferente, no solamente por la brutalidad del ataque (de Hamas), que no tiene precedentes: fue una invasión masiva donde violaron, prendieron fuego gente viva, secuestraron y asesinaron niños, mujeres. Pero al mismo tiempo, porque la respuesta de Israel está siendo claramente diferente: frente a la brutalidad del ataque, no podía ser la misma que la de guerras anteriores. Israel se ha puesto como objetivos recuperar a los secuestrados y destruir a Hamas. La respuesta es: “Tenemos que eliminar esta amenaza de la frontera porque nunca vamos a tener paz y nos arriesgamos a que constantemente haya un 7 de octubre”. Después del ataque, los judíos tuvieron que ver gente marchando en todo el mundo, casi en apoyo a ese ataque brutal. Y a medida que se fue corriendo el foco, pasamos de hablar de la brutalidad del ataque a la guerra que se lleva adelante en Gaza, y cómo afecta a la vida de los civiles palestinos. Los ataques (antisemitas) crecen porque hemos pasado de ver a Israel como la víctima de este ataque a presentarlo como un agresor, y casi sin que se presente el contexto de por qué está en Gaza: justamente, por este ataque.
—Hablamos de Gaza y no de Cisjordania. ¿En qué se parecen y en qué se diferencian las situaciones en ambas fronteras?
—Primero, tenemos que entender que Gaza y Cisjordania, que son los territorios que internacionalmente se reconocen como palestinos, están gobernados por dos autoridades diferentes. Cuando en los 90 se producen los Acuerdos de Oslo, la Autoridad Palestina tomó un control relativo de parte de Cisjordania y de la Franja de Gaza. Los Acuerdos buscaban que, en el futuro, se pudiera llegar a una paz definitiva. Esto no ocurrió porque las conversaciones de paz se vieron interrumpidas cuando Arafat lanzó en el 2000 la Segunda Intifada: fueron cinco años de terrorismo. Israel se retira de la Franja de Gaza de manera unilateral, en un gesto de paz con los palestinos y también porque controlar esos territorios, con una mayoría de población que le era hostil, le resultaba un costo de vida y de imagen: se lo veía como un Estado que estaba ocupando otros territorios. En 2006 hay elecciones parlamentarias en los territorios palestinos: gana Hamas. Consigue la mayoría de las bancas pero no el control total del gobierno: tenía un acuerdo con Fatah, la Autoridad Palestina de Yasser Arafat. En 2007 Hamas decide hacer un golpe de Estado, expulsa a las otras fuerzas políticas palestinas y toma el control de Gaza por la fuerza. Desde hace 16 años Gaza está controlada por Hamas, que impone su propio régimen, terrorista y fundamentalista religioso, y tiene además una interna brutal con la Autoridad Palestina que gobierna Cisjordania. De hecho Arafat se retira de esas conversaciones de paz porque Hamas le reclama ser colaboracionista por estar en conversaciones de paz.
—¿La discusión de Israel con la Autoridad Palestina es una discusión geopolítica de territorios, pero la discusión con Hamás es con una organización terrorista que quiere que los judíos desaparezcan de la faz de la tierra?
—Totalmente. Hamas surge en los 80 con la misión de destruir a Israel y no permitir ningún tipo de negociación de paz. Y tiene en su carta fundacional la Yihad, o sea, el combate contra los judíos de todo el mundo. Este conflicto no se ha podido resolver porque ninguno de los líderes palestinos ha aceptado la existencia de Israel en ninguna extensión del territorio. La Autoridad Palestina tampoco lo ha aceptado, pero por lo menos ha aceptado sentarse a negociar. Por eso, cuando Estados Unidos debate qué va a pasar en Gaza si Israel derrota a Hamás, pide reinstaurar a la Autoridad Palestina para poder tener un interlocutor con el que, al menos, se pueda negociar. También es cierto que en Cisjordania la Autoridad Palestina tiene un gobierno bastante débil que está sostenido por Israel, que le garantiza la seguridad, porque en Cisjordania han surgido en los últimos años células del Hamas que, en muchos casos, sobrepasan a la capacidad de seguridad de las fuerzas de la Autoridad Palestina. Por eso muchas veces Israel tiene que intervenir en algunas ciudades contra estas células terroristas. Hamas no gobierna en Cisjordania, pero eso no significa que no tenga presencia allí. Gaza y Cisjordania son dos regiones completamente distintas: no se puede hablar de los territorios palestinos en general. No había ningún judío en Gaza hasta que comenzó esta guerra, mientras que en Cisjordania tenés una situación mucho más compleja. Desde los Acuerdos de Oslo, Cisjordania se dividió en tres zonas: en dos, la mayor autoridad es la Autoridad Palestina, pero en una tercera Israel tiene el control militar, y hay israelíes que han ido a vivir ahí.
—¿Son asentamientos que van creciendo?
—Hay algunos asentamientos que son ciudades normales, donde la gente vive: no tienen nada de fanatismo ni de violencia. Pero sí hay algunos grupos en esos asentamientos que tienen una visión irredentista: consideran que Cisjordania debería ser parte de Israel, que todo eso es Judea y Samaria, que tiene un valor religioso espiritual para los judíos. De alguna forma tienen como una misión mesiánica, y tratan de construir en zonas aisladas como para impedir esa separación. No han tenido demasiado éxito porque los asentamientos ocupan el 4% del territorio de Cisjordania, y en la población, son entre el 14% y el 15%. En las últimas negociaciones de paz se buscaba que Israel anexara a su territorio los principales asentamientos, y a cambio, ofreciera otras tierras para compensar eso que anexó.
—Se dice que Cisjordania requiere presencia israelí para cuidar la frontera de Israel.
—Israel tiene un razonamiento absolutamente lógico. Se retiró de Gaza sin un acuerdo de paz y lo que ocurrió fue que Hamas controló ese territorio, y desde el 2007 Israel tuvo cinco guerras, y el 7 de octubre. Entonces Israel dice que si se retira de Cisjordania unilateralmente, sin un acuerdo de paz que le garantice seguridad, desmilitarización del territorio y fronteras seguras, se arriesga a que aparezca una organización islamista, o que estas células de Hamas tomen el poder. Y tener entonces un Hamas a dos cuadras de la capital, porque Cisjordania está adentro de Israel, a dos cuadras del Parlamento israelí.
—¿Cuántos palestinos viven en Israel?
—Los ciudadanos árabes israelíes son aproximadamente 2 millones, el 20% de la población. La mayoría no se identifica como palestinos, sino como árabes israelíes o como palestinos israelíes. Están muy presentes en el ámbito de la salud: en Israel hay muchísimos médicos, enfermeras, farmacéuticos que son árabes y han estado desde el primer minuto atendiendo a los heridos, incluso siendo voluntarios para el Ejército.
—Se habla de que Israel lleva adelante un apartheid y un genocidio sobre la población palestina.
—Es un discurso que existe hace mucho tiempo, y es absurdo. Obviamente, esta guerra tiene una alta cantidad de bajas por sus condiciones: no solamente combatir en Gaza, sino ir a fondo contra Hamas. Tomando las cifras de Hamas respecto de las bajas en Gaza, que rondan las 20 mil, podríamos hablar de 140 mil muertos en todo el conflicto árabe israelí, en los últimos 75 años. Y no solo entre israelíes y palestinos: estamos hablando también de egipcios, jordanos, sirios, libaneses, de todos los actores que han participado. En Siria hubo medio millón de muertos en 11 años. En Yemen son casi 300 mil. En China hay dos millones de personas en campos de concentración. En Ucrania es imposible saber hasta hoy las cifras, pero se estima que son altísimas. Incluso en este momento en Sudán está habiendo una limpieza étnica con millones de desplazados. Cuando se observan otros conflictos nos damos cuenta de que no es un conflicto excesivamente violento, ni ha tenido un impacto demasiado fuerte sobre la demografía de los implicados. La población palestina en los últimos 20 años se duplicó, y desde 1948 ha crecido un 300%: cuando Israel se funda, había 150 mil árabes dentro de Israel; hoy son dos millones. Si Israel estuviera llevando adelante un genocidio, tendríamos que ver una baja considerable de la población que se supone que está siendo víctima de ese genocidio. Y es todo lo contrario. Incluso, crece más rápido que la población judía en Israel. Tampoco existe un plan deliberado y sistemático de Israel para eliminar palestinos. La realidad es que, con las capacidades militares que tiene, Israel podría haberlo hecho tranquilamente, si es eso lo que buscara hacer.
—Los niños muertos duelen, sean de donde sean. Y están quienes cuestionan la falta de proporcionalidad en la respuesta de Israel respecto al ataque de Hamas.
—Lo que hay que entender es cómo opera Hamas. La Franja de Gaza es un territorio pequeño donde viven 2.200.000 personas, que están gobernadas por una organización cuya estrategia militar se basa en esconderse en el medio o debajo de su población civil. Si uno se enfrenta a otro país, ese Estado no buscaría llevar el combate a sus ciudades o esconderse detrás de sus mujeres y sus niños. Acá, Israel no combate contra un Estado sino contra una organización terrorista, lo que hace una guerra asimétrica: debe someterse a las normas del derecho internacional, a las cuales Hamas no suscribe ni nadie le va a pedir que lo haga porque sería absurdo. Cuando el Ejército israelí ingresó a Gaza descubrió, por ejemplo, que en el subsuelo del hospital pediátrico había un lugar con rehenes; también había armas. Gaza es una zona muy difícil de combatir, por eso, en el pasado Israel intentaba no entrar. Primero, porque frente a la extensiva red de túneles es posible que te salgan los terroristas de cualquier lado y te implique altas bajas de tus propios soldados. Y al mismo tiempo, ingresar a Gaza implica una alta cantidad de civiles palestinos muertos porque Hamas, al esconderse detrás, en el medio y abajo de ellos, muchas veces impide que evacuen.
—¿No los dejan evacuar? Porque Israel avisa dónde va a bombardear.
—Esto es importante decirlo: ningún ejército lo hace. Y al hacerlo, Israel no solamente le avisa a la población civil: también le avisa al enemigo. Pierde el factor sorpresa. Y ante el aviso, Hamás dice: “No hay que escuchar a la propaganda del enemigo, hay que quedarse”. Incluso muchas veces bloquea las rutas. Se está evacuando hacia el sur de la Franja, pero es una situación muy difícil porque ahora Israel está llevando la guerra hacia el sur.
—¿Egipto recibe a los civiles?
—No. Egipto ha cerrado el cruce de Rafah, el único que existe con Gaza. Siempre se critica a Israel y no se menciona que Egipto también tiene un bloqueo. Es un bloqueo legítimo, que tanto Israel como Egipto tienen derecho de aplicar, pero lo cual no implica que eso no tenga un efecto negativo para la población de Gaza. Es una situación dramática porque sí evacuan al sur y la guerra se extiende hacia allí, ¿tienen que volver al norte, donde todavía sigue habiendo guerra y muchos edificios fueron destruidos? Deberían poder pasar a otro lugar, temporalmente, para una vez que termine la guerra poder volver y reconstruir Gaza. Por eso Estados Unidos está presionando a Israel para que los combates intensos no se extiendan demasiado en el tiempo: pedía a fin de diciembre, y se está negociando a fin de enero. Israel está teniendo una presión internacional frente a la situación porque, si tomamos la cifra de Hamas, estamos hablando de unos 20 mil muertos en Gaza. Israel estima que un 40% son terroristas y el 60%, civiles.
—¿Israel puede terminar con Hamas?
—Sí. Pero va a necesitar más tiempo del que la comunidad internacional parece dispuesta a darle. Va a necesitar meses. Es una guerra que va a terminar, la pregunta es cómo. Supongamos un escenario en el que consigue derrotar a Hamás: ¿Cuál es la Gaza post Hamas? ¿Se instaura la Autoridad Palestina para llegar a un acuerdo de paz? ¿Es una Gaza que Israel va a volver a ocupar temporalmente hasta que se pueda llegar a un acuerdo?
—¿Vos imaginás a Israel retirándose del conflicto sin recuperar a los rehenes?
—Es muy difícil porque Israel tiene dos objetivos: recuperar a los rehenes y derrotar a Hamas. Y a veces esos objetivos no van de la mano porque hay mucha presión. Qatar, uno de los principales financistas de Hamas, ha mediado en el último acuerdo de cese al fuego, a fines de noviembre, pero al mismo tiempo tiene un interés muy grande en que Hamas continúe gobernando Gaza. Empieza a hablarse de la posibilidad, para el fin de la guerra, de un acuerdo de liberación de todos los rehenes a cambio de que Israel libere a los presos palestinos que tiene en sus cárceles, que son como 5000 terroristas, sin sumar a los arrestados durante esta guerra. Militarmente, para Israel esa sería una derrota absoluta. Para eso también hay que entender que el objetivo de los enemigos de Israel es rodearlo de cohetes: Irán en el sur, Hamás y la Yihad Islámica, Hezbolá en el Líbano y en Siria, los hutíes en Yemen. En Irak también hay guerrillas de Irán; todas responden y son financiadas y entrenadas por Teherán. También buscó desestabilizar desde adentro, mediante la célula de Cisjordania, e incluso buscando radicalizar árabes israelíes. De tal manera que yo te puedo abrir muchos frentes al mismo tiempo sur, norte, este, y vos vas a necesitar apoyo internacional, por lo menos de Estados Unidos. Pero voy a tratar de que ese apoyo no llegue nunca a deslegitimar tu imagen, generando una base crítica vía universidades, vía propaganda, al punto que va a presionar a sus gobiernos para que no apoyen a Israel. Te someto una guerra y, al mismo tiempo, no vas a poder recibir el apoyo que necesitás para llevarla adelante. En esta guerra, Israel ya tiene un alto costo en vida de sus soldados, de su población, en su imagen; y hay un alto costo en vidas en la Franja de Gaza. Si terminara esta guerra, con todo ese costo, e Israel ni siquiera logra eliminar una de todas estas amenazas que tiene, quedaría en una posición militar muy debilitada. ¿Qué impediría que en poco tiempo Hezbolá y Hamas le abran otra guerra? Y su apoyo internacional sería menor, al igual que el margen de maniobra. Con esta situación, Israel necesita que el resultado sea la derrota del Hamas. Está dispuesto a alguna negociación distinta para liberar a los rehenes, pero no una que asegure que Hamas va a seguir gobernando.
—Últimamente escuchamos mucho: “No soy antisemita, soy antisionista”.
—Ser antisionista es estar en contra de la existencia de Israel, promoviendo la idea de Israel como un estado ilegítimo que no tiene que existir. La narrativa antisionista básicamente es eso. Antes de 1948, cristianos, judíos y musulmanes vivían todos felices en el Medio Oriente; en 1948 llegó el sionismo y arruinó todo eso, y trajo todas estas guerras y miseria, por lo cual la conclusión lógica es que eliminando ese problema, van a volver a ser todos felices para siempre. Ser antisionista es estar en contra de que exista el Estado de Israel y eso implica negarle a los judíos el derecho a la autodeterminación, negarle su conexión con la tierra de Israel, presentar a más de siete millones de israelíes como invasores, colonialistas, europeos, como extranjeros que están ahí, ocupando el territorio de otro pueblo. Por lo cual niegan la historia de los judíos. Y a la vez, presentan la eliminación de una nación como una consigna política legítima y hasta necesaria. Cuando uno entiende que el antisionismo busca que Israel desaparezca, queda claro que eso es antisemitismo. Muchas veces hay una confusión: criticar al Gobierno de Israel no es ser antisionista; los israelíes lo critican todos los días. Es absolutamente legítimo cuestionar la política israelí en Gaza o en Cisjordania, o considerar que es necesario una solución de dos estados, sosteniendo que el Gobierno de Netanyahu no está a favor de esa negociación. Y eso no es antisionismo. Está la confusión de pensar que antisionismo es criticar al gobierno o criticar a la derecha israelí, criticar a los asentamientos; esas son cosas que los israelíes, los judíos y los sionistas de todo el mundo hacen constantemente.
—Hay que atender la narrativa antisionista.
—Se instala esta narrativa tan negativa, en la que los israelíes son opresores, invasores, son ocupadores, y los palestinos son claramente las víctimas. Y es una narrativa absolutamente falsa y simplista del conflicto, que se enseña en las universidades, se reproduce en muchos medios de comunicación y mucha gente ha naturalizado, creyendo que esa es la historia del conflicto. Entonces es bastante esperable que, con esta narrativa, la gente termine justificando cualquier cosa que hagan los palestinos, aunque sea matar gente, aunque signifique ser violento, porque consideran que es en el marco de la lucha contra esta opresión que sufren desde hace 75 años.
—Es el caldo de cultivo del cual se habla.
—Esta narrativa infantiliza a los palestinos, los victimiza, los presenta como personas que simplemente reaccionan frente a la maldad ajena, que no tienen ninguna responsabilidad sobre sus acciones y sobre el conflicto. Pero deja a un costado que han rechazado absolutamente todos los acuerdos de paz, que han respondido siempre con violencia, que si hubieran aceptado el plan de 1947 tendrían un Estado hace 75 años, igual que los israelíes. Y al mismo tiempo, esta narrativa también demoniza a los israelíes, los deshumaniza como personas que están desplazando a otro pueblo y que se merecen la violencia porque algo habrán hecho. Es un poco lo que vemos en el mundo desde el 7 de octubre.
—Vuelvo a los mitos: está instalado que los judíos manejan el dinero y el mundo.
—Son prejuicios milenarios, que vienen siendo difundidos y naturalizados desde hace muchísimos años. Esta idea de los judíos como personajes que conspiran en las sombras contra todo y todos, que son extremadamente inteligentes, ricos y poderosos, y que están detrás de los grandes eventos del mundo. Después del 11 de septiembre creció muchísimo el antisemitismo porque mucha gente decía que había sido un atentado de falsa bandera llevado adelante por los judíos. ¿Para qué? Para que Estados Unidos fuera a pelear al Medio Oriente, porque era algo que necesitaban los judíos. Hay gente que cree que Israel controla la política exterior de Estados Unidos y de no sé cuántos países más. Sobre esos cimientos se van construyendo otras cosas.
—Impacta y duele que el feminismo no se haya pronunciado y no condene fervientemente todo lo que pasó en el ataque de Hamás.
—Lamentablemente, todas las organizaciones de feminismo, como también de diversidad sexual o de diversidad racial en Estados Unidos, han quedado cooptadas en esta lógica, que se impone cada vez más, de pensar el mundo como algo dicotómico entre opresores y oprimidos, entre fuertes y débiles. Y pensar también que los débiles tenemos que estar juntos contra los fuertes. Una simplificación del marco teórico. Entonces, desde estas organizaciones, al conflicto árabe israelí se lo piensa como que los débiles son los palestinos, los fuertes y los opresores son los israelíes. No hay una complejización.
—¿Cómo es ser mujer en Gaza?
—Es estar bajo una dictadura fundamentalista religiosa, donde las mujeres son sometidas a la voluntad de los hombres, de la familia, sin tener casi lugar en el espacio y la vida pública. Están en una situación absolutamente delicada, en una visión de la ley islámica muy estricta. Existen los crímenes de honor; por ejemplo, que una mujer haya faltado al honor de la familia, porque quiera tener un novio, y que la propia familia la mate para recuperar el honor.
—¿Y ser gay?
—Está absolutamente prohibido. Es ilegal en Cisjordania y también en Gaza: es castigado con la muerte. Se estima que alrededor de dos mil palestinos homosexuales viven en Tel Aviv. Hace no mucho tiempo un joven gay palestino que vivía en Israel, de alguna manera refugiado, estaba en Cisjordania: fue secuestrado y decapitado por otros por ser gay.
—Cuando hablamos de lo que sucedió en 1947 y la distribución del territorio, ¿cómo debemos entender a aquella Palestina?
—Mucha gente dice que Palestina era un país al que Israel le robó tierra. No es así. Era una región que fue pasando de mano a mano entre diversos imperios; incluso, el nombre de Palestina lo ponen los romanos. Las fronteras que pensamos hoy en Palestina se crean en 1920 cuando las potencias se reparten los territorios otomanos después de la Primera Guerra Mundial, y Gran Bretaña toma el control del mandato británico de Palestina, que lo creó la Sociedad de las Naciones: no era solamente los territorios de Israel y Palestina hoy, sino también todo Jordania. Es decir, Jordania se funda sobre el 70% de Palestina; de ese 30% restante tenemos Israel y Palestina. Palestina se pensaba como un elemento más dentro de la gran nación árabe; su identidad nacional es algo más reciente, aunque eso no significa que tenga menos valor que otros pueblos. Se empezó a desarrollar en el comienzo del conflicto, y se profundizó y consolidó en 1967. Lo digo porque están quienes dicen que los palestinos no existen o fueron un invento. Es un pueblo que tiene su propia historia común, su mito fundacional, y que desarrolló su identidad nacional, por tanto, el derecho internacional les garantiza. Y cualquiera que esté a favor del derecho a la autodeterminación de los pueblos tiene que estar a favor del derecho de determinación de todos. Los palestinos son un pueblo que tiene una historia en ese territorio, y que reclama como propio por lo menos una parte. En este sentido, el conflicto no se va a resolver, salvo que ambos pueblos reconozcan que los dos tienen derecho a estar ahí. Los dos. Ninguno se va a ir a ninguna parte, ni tiene por qué hacerlo. Tienen que llegar a un acuerdo que permita dividir ese territorio de manera tal que los dos puedan vivir en fronteras seguras y en paz, que es lo que merecen sus poblaciones.
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