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| jueves noviembre 21, 2024

VAERÁ 5784


B’H

Éxodo 6:2-9:35

Di-s se revela a Moshé. Utilizando las «cuatro expresiones de redención», El promete sacar a los Hijos de Israel de Egipto, redimirlos de su servidumbre, para después adquirirlos como Su pueblo elegido en el Monte Sinaí; luego Él los llevaría a la tierra que les prometió a los patriarcas como su eterno legado.

Moshé y Aarón hablan con el Faraón repetidas veces para demandarle, en nombre de Di-s, «Deja salir a Mi pueblo, para que me sirvan en el desierto». El Faraón se niega en todas las veces. El bastón de Aarón se vuelve una serpiente y se traga los bastones mágicos de los brujos egipcios. Di-s envía una serie de plagas sobre Egipto.

Las aguas del río Nilo se vuelven sangre; una plaga de ranas azota la tierra; piojos infestan todos los hombres y bestias; hordas de animales salvajes invaden las ciudades; la peste mata a los animales domésticos; dolorosas ampollas afligen a los egipcios. Para la séptima plaga, fuego y hielo se combinan para descender del cielo como una lluvia devastadora. Aún, «el corazón del Faraón se endureció y no dejaba a los Hijos de Israel ir, como Di-s había dicho a Moshé».

EL VALOR DE LA GRATITUD

Si leemos con atención el texto bíblico, vemos que hubo plagas que llegaron por mano de Moshé y otras por mano de Aarón. ¿Cuáles son estas últimas? Las que involucran el agua y el polvo de la tierra de Egipto. Según Rashi esto se debe a que Moshé no se podía mostrar desagradecido con las aguas que habían cuidado la canasta en que fuera depositado cuando era un bebé ni con el polvo de la tierra que había ocultado el cadáver del egipcio que matara. Esta forma de agradecimiento es comprensible. Pero más adelante la Torá nos enseña a ser agradecidos con… los egipcios. ¿Agradecidos por qué? ¿Por esclavizarnos? ¿Por matar a los niños judíos? La Torá misma nos da la respuesta: “Porque peregrino fuiste en su tierra y te alimentaron en épocas de escasez”. Muchas veces nos olvidamos de lo que los otros hicieron de bueno por nosotros y nos dejamos llevar por la ira, porque esa persona que alguna vez nos ayudó, ahora nos causa daño. Es entonces que debemos recordar que “te alimentaron en época de escasez”, en su momento recibimos ayuda de esa persona y ese recuerdo debe primar en nuestros pensamientos.

Cuando las cosas no salen como quieres

Por Eliezer Shemtov

¿Qué te pasa cuando las cosas no salen como a ti te hubiera gustado? ¿Te sientes mal? ¿Fracasado? ¿Desganado? Esa reacción es natural. A la gente le gusta cuando las cosas salen como les gusta. Dándole una vuelta de tuerca más, uno se culpa a sí mismo cuando las cosas salen mal. “Si hubiera hecho tal o cual cosa, no pasaría esto.” “Si no fuera tan idiota…” ¿Cómo se hace para combatir dichas actitudes debilitantes y sentirse hasta empoderado y motivado por la adversidad y los fracasos personales?

Hablemos hoy de la humildad y la arrogancia, personificadas por Moisés y el faraón, los dos personajes centrales de la lectura de esta semana, Vaerá

Los dos reaccionaron de maneras totalmente diferentes ante la adversidad. El uno con cada vez mayor sensibilidad y el otro con cada vez mayor insensibilidad. Moisés con su humildad salió triunfante y el faraón con su arrogancia y actitud de invencibilidad terminó derrotado.

A primera vista parecería que la arrogancia es sinónimo de fuerza y la humildad de debilidad y en una contienda entre las dos, ganaría la arrogancia. No es así. Para nada. La arrogancia no tiene nada que ver con la autoestima alta y la humildad nada tiene que ver con un complejo de inferioridad. Es todo lo contrario. La arrogancia viene de una necesidad de proyectar fuerza para protegerse contra una sensación de debilidad y vacío interior, mientras que la humildad viene de una fortaleza interior que desafía al individuo a utilizar sus dones de la mejor manera. El arrogante cree que es superior, mientras que el humilde —que a la vez puede ser orgulloso— siente que lo que tiene es superior. El arrogante siente que no debe nada a nadie; al contrario: todos deben todo a él. El humilde siente que dado que tiene algo que los demás no tienen tiene un mayor deber hacia ellos que lo que tienen hacia él.

Esta diferencia de perspectiva desemboca también en actitudes personales muy diferentes. En referencia a los justos —que suelen también ser humildes—el rey Salomón afirma que “El justo caerá siete veces y se levantará”. En cuanto a los malvados —que suelen también ser arrogantes— encontramos que “los malvados están llenos de arrepentimiento”. A primera vista parecerían muy similares, tanto los justos como los malvados caen, se arrepienten. Pero en realidad hay una gran diferencia. El justo cae y se levanta, mientras que el malvado se levanta y eventualmente cae, en última instancia —si tiene suerte— se arrepiente de su conducta.

El malvado, el arrogante, se desmorona ante una situación que pone en relieve su debilidad o defecto, ya que entiende que es o debería ser perfecto e intachable. El justo, el humilde, no se asusta de sus defectos y debilidades, las ve como desafíos y misiones que Di-s le puso en el camino. Si se topa con un fracaso o una dificultad no es para deprimirse, todo lo contrario: es una señal clara de lo que debe hacer de aquí en más, el desafío puesto en su camino es prueba de que tiene las fuerzas necesarias como para superarlo. No está en su camino para negarlo sino para reafirmarlo.

Moisés, al toparse con la adversidad buscó su causa, propósito y sentido y al encontrarlos le dio motivación y alegría, un propósito de vida, por más difícil que parecía ser. El faraón, por otro lado, creyó que todo lo que tenía era producto de su omnipotencia. No debía nada a nadie “No conozco a Di-s”, afirmó cuando Moisés le vino a transmitir lo que él debía hacer. No soportaba las dificultades y limitaciones. No encajaban dentro de su perspectiva de que era perfecto y omnipotente.

Al final, el “omnipotente” faraón perdió todo. Por más de que era rey y tenía todo, no tenía nada, ya que lo que el hombre más necesita es un sentido, propósito y razón de ser más allá de sus intereses y satisfacciones personales, inmediatas y efímeras. La vida y el legado de Moshé, en cambio, siguen siendo vigentes hasta el día de hoy.

Así que al herramienta de esta semana es: no te asustes de los desafíos. Cuanto más difíciles son, tanto más reafirma las fuerzas que tienes. Di-s no crea nada en vano, incluyendo cada coyuntura que te toca vivir. La arrogancia viene por lo que no tienes, la humildad viene por lo que sí tienes. (www.es.chabad.org)

 

De piojos y hombres

Rav Jonathan Sacks

 

Por todo Egipto, el polvo se convirtió en piojos. Pero cuando los magos trataron de producir piojos con sus artes secretas, no pudieron hacerlo. Los piojos atacaron tanto a las personas como a los animales. Los magos le dijeron al faraón: «Este es el dedo de Dios». Pero el faraón endureció su corazón y no lo escuchó.

Se ha prestado muy poca atención al uso del humor en la Torá. La forma de uso más importante es la sátira para burlarse de las pretensiones de los seres humanos que piensan que pueden emular a Dios. Si hay algo que hace reír a Dios es ver a la humanidad tratando de oponerse al Cielo:

Se levantarán los reyes de la tierra,

Y príncipes consultarán unidos

Contra Dios y contra su ungido, diciendo:

«Rompamos sus cadenas

Y echemos de nosotros sus cuerdas».

El que mora en los cielos se reirá;

Dios se burlará de ellos. (Salmos 2:2-4)

Encontramos un ejemplo maravilloso en la historia de la Torre de Babel. Los habitantes de la llanura de Shinar decidieron construir una ciudad con una torre que «llegara a los cielos». Este era un acto de desafío contra el orden dado por la naturaleza («Los cielos son los cielos de Dios, la tierra Él la ha dado a los hijos de los hombres»). Entonces, la Torá dice: «Pero cuando Dios bajó a ver la ciudad y la torre…». Abajo, en la tierra, los constructores pensaron que su torre llegaría al cielo. Pero desde el ventajoso punto de vista del cielo, era tan minúscula que Dios tuvo que «bajar» para verla.

La sátira es esencial para entender por lo menos parte de las plagas. Los egipcios idolatraban una multiplicidad de dioses, la mayoría de ellos representando fuerzas de la naturaleza. Con sus «artes secretas», los magos egipcios pensaban que podían controlar esas fuerzas. En una era de mitos, la magia era el equivalente a la tecnología en una era de ciencia. Una civilización que cree que puede manipular a los dioses, también cree que puede ejercer coerción sobre los seres humanos. En esa cultura se desconoce el concepto de libertad.

Las plagas no sólo tenían la intención de castigar al faraón y a su pueblo por maltratar a los israelitas, sino también demostrarles la impotencia de los dioses en los que creían («Y a todos los dioses de Egipto juzgaré. Yo soy Dios» – Éxodo 12:12). Esto explica la primera y la última de las nueve plagas previas a la muerte de los primogénitos. La primera incluyó al Nilo. La novena fue la plaga de la oscuridad. El Nilo era adorado como la fuente de la fertilidad en una región que de otro modo sería desértica. El sol era considerado como el más grande de los dioses, Ra, y el faraón era considerado su hijo. La oscuridad implicaba eclipsar al sol, demostrando que ni siquiera el más grande de los dioses egipcios podía hacer algo ante el Dios verdadero.

Lo que está en juego en esta confrontación es la diferencia entre el mito (en donde los dioses son meros poderes que deben ser domesticados, propiciados o manipulados) y el monoteísmo bíblico en el que la ética (justicia, compasión, dignidad humana) constituye el punto de encuentro entre Dios y la humanidad. Ésa es la clave de las dos primeras plagas, las cuales se remontan al comienzo de la persecución egipcia contra los israelitas: el asesinato de los niños varones al nacer, primero a través de las parteras (aunque, gracias al sentido moral de Shifra y Puá, esto fue frustrado) y luego arrojándolos al Nilo para que se ahogaran. Por eso, en la primera plaga, las aguas del río se convirtieron en sangre. El significado de la segunda plaga, las ranas, habría sido inmediatamente evidente para los egipcios. Heqt, la diosa rana, representaba a la partera que ayudaba a las mujeres a dar a luz. Ambas plagas eran mensajes codificados que significaban: «Si utilizas el río y las parteras (ambos normalmente asociados con la vida) para provocar la muerte, esas mismas fuerzas se volverán en tu contra». Comienza a tomar forma un mensaje muy significativo: la realidad tiene una estructura ética. Si se las utilizan para fines malvados, las fuerzas de la naturaleza se volverán contra el hombre, de modo que lo que él haga se lo harán a él. Hay justicia en la historia.

La respuesta de los egipcios a estas dos primeras plagas fue verlas dentro de su propio marco de referencia. Para ellos, las plagas eran formas de magia, no milagros. Para los «magos» del faraón, Moshé y Aharón eran personas como ellos que practicaban «artes secretas». Por eso las replicaron, demostrando que también ellos podían convertir el agua en sangre y generar una horda de ranas. La ironía aquí está muy cerca de la superficie. Los magos egipcios estaban tan decididos a demostrar que podían hacer lo mismo que habían hecho Moshé y Aharón, que no se dieron cuenta de que, lejos de mejorar las cosas para los egipcios, las estaban empeorando: más sangre, más ranas.

Esto nos lleva a la tercera plaga, los piojos. Uno de los propósitos de esta plaga fue producir un efecto que los magos no pudieran reproducir. Lo intentan. Fracasan. Inmediatamente concluyen: «Este es el dedo de Dios».

Esta es la primera vez que aparece en la Torá una idea sorprendentemente persistente en el pensamiento religioso incluso hoy en día, llamada «el dios de los vacíos». Esta idea sostiene que un milagro es algo para lo que todavía no podemos encontrar una explicación científica. La ciencia es natural; la religión es sobrenatural. Un «acto de Dios» es algo que no podemos explicar racionalmente. Lo que los magos (o tecnócratas) no pueden reproducir debe ser el resultado de la intervención Divina. Esto lleva inevitablemente a la conclusión de que religión y ciencia se oponen. Cuanto más podamos explicar científicamente o controlar tecnológicamente, menos necesidad tendremos de fe. A medida que se expande el alcance de la ciencia, el lugar de Dios disminuye progresivamente hasta el punto de desaparecer.

Lo que la Torá nos da a entender es que éste es un modo de pensamiento pagano, no judío. Los egipcios admitieron que Moshé y Aharón eran profetas genuinos cuando realizaron maravillas más allá del alcance de su propia magia. Pero no es por eso que creemos en Moshé y Aharón. Sobre esto, Maimónides es inequívoco:

Israel no creyó en Moshé nuestro maestro debido a las señales que realizó. Cuando la fe se basa en señales o maravillas, siempre queda la duda de que esas señales puedan haber sido realizadas con la ayuda de artes ocultas y brujería. Todas las señales que Moshé realizó en el desierto, las hizo porque eran necesarias, no para autentificar su condición de profeta… Cuando necesitamos alimento, hizo descender el maná. Cuando el pueblo tuvo sed, golpeó la roca. Cuando los partidarios de Kóraj negaron su autoridad, se los tragó la tierra. Lo mismo ocurre con todas las demás señales. ¿Cuáles son entonces nuestras razones para creer en él? La revelación en el Sinaí, cuando vimos con nuestros propios ojos y oímos con nuestros propios oídos… (Hiljot Iesodei haTorá 8:1).

La forma principal en la que encontramos a Dios no es a través de milagros sino a través de Su palabra, la revelación, la Torá, que es la constitución del pueblo judío como nación bajo la soberanía de Dios. Sin duda, Dios está en los acontecimientos que llamamos milagros porque parecen desafiar a la naturaleza. Pero Él también está en la naturaleza misma. La ciencia no desplaza a Dios, sino que revela, de maneras cada vez más intrincadas y maravillosas, el diseño dentro de la naturaleza misma. Lejos de disminuir nuestro sentido religioso, la ciencia (bien entendida) debe ampliarlo, enseñándonos a ver «Cuán grandes son Tus obras, oh Dios; todas las has hecho con sabiduría». Sobre todo, Dios se encuentra en la voz escuchada en el Sinaí, que nos enseña cómo construir una sociedad que sea lo opuesto a Egipto: en donde los pocos no esclavicen a los muchos, ni los extranjeros sean maltratados.

El mejor argumento contra el mundo del antiguo Egipto fue el humor divino. Los sacerdotes y magos del culto que pensaban que podían controlar el sol y el Nilo descubrieron que ni siquiera podían producir un piojo. Faraones como Ramsés II demostraron su estatus divino creando arquitectura monumental: grandes templos, palacios y pirámides cuya inmensidad parecía presagiar la grandeza divina (la Guemará explica que la magia egipcia no podía funcionar en cosas muy pequeñas). Dios se burló de ellos al revelar Su presencia en las criaturas más pequeñas (T. S. Eliot: «Te mostraré el miedo en un puñado de polvo»).

Lo que los magos egipcios (y sus sucesores modernos) no entendieron es que el poder sobre la naturaleza no es un fin en sí mismo, sino únicamente un medio para alcanzar fines éticos. Los piojos fueron una broma de Dios a expensas de los magos que creían que, debido a que controlaban las fuerzas de la naturaleza, eran los dueños del destino humano. Ellos estaban equivocados. La fe no es simplemente creer en lo sobrenatural. Es la capacidad de escuchar el llamado del Autor de la existencia, de ser libres de tal manera que se respete la libertad y la dignidad de los demás. (aishlatino.com)

 

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