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| viernes noviembre 22, 2024

El fracaso moral de Biden en su discurso sobre el Estado de la Unión

El discurso del presidente y sus posteriores pronunciamientos contienen duras palabras para Israel, no para Hamás, y ni una sola palabra sobre el creciente antisemitismo en Estados Unidos. Ningún verdadero amigo de Israel hablaría de esta manera


(Foto: Reuters)

En una época en que el partidismo es mayor que nunca, las opiniones sobre la calidad del informe anual del presidente de Estados Unidos al Congreso (por mandato de la Constitución) dependen enteramente de si el oyente comparte la afiliación partidista de la persona que vive en la Casa Blanca. Eso significa que los demócratas consideraron el discurso sobre el Estado de la Unión del presidente Joe Biden como valiente y veraz, que demostró que no es demasiado viejo para el cargo, y que fue exactamente lo que el país necesitaba escuchar. Los republicanos lo consideraron agrio, divisivo, lleno de mentiras, y se preguntaron si ese hombre de 81 años dependió de alguna ayuda artificial para el evento, ya que hablaba a una velocidad extrañamente más rápida que su ritmo habitual.

Desde la perspectiva judía, independientemente de si se es demócrata o republicano, lo mejor que uno siempre puede esperar en un Estado de la Unión es que los judíos e Israel no sean mencionados. Cuando eso sucede es clara indicación de que los judíos estadounidenses están en gran medida a salvo, y que Israel no está involucrado en un conflicto activo.

Este no fue el caso en 2024. Por lo tanto, el discurso de Biden adquirió una importancia adicional para quienes se preocupan por Israel y por la batalla contra el antisemitismo. Lo que dijo (y lo que no dijo) habla mucho sobre las deprimentes actitudes del presidente y su administración sobre ambos temas.

Demandas moralmente desastrosas

Independientemente de si uno apoya a los demócratas o a los republicanos, con respecto a los intereses judíos el discurso sobre el Estado de la Unión de Biden fue un desastre; también lo fueron sus comentarios posteriores. Si bien deploró los ataques del 7 de octubre contra Israel, e incluso invitó a familiares de los rehenes a la tribuna de la Cámara de Representantes de EEUU para el discurso, el hecho de que tenga palabras más duras para el gobierno democráticamente elegido de Israel que para los terroristas de Hamás fue impactante.

El sábado, en una entrevista con el canal MSNBC, indicó que una operación israelí en Rafah sería una “línea roja”. También lo fue su exigencia, poco realista, de que Israel libre una guerra justificada contra los islamistas sin dañar a los árabes palestinos detrás de los cuales se esconde Hamás, y que en su mayoría están del lado de los terroristas. Asimismo, su exigencia de que Israel acceda a crear un Estado palestino al finalizar la guerra no solo es inmoral, sino que otorgaría una recompensa a los terroristas y socavaría los intereses estadounidenses en la región.

Sus planes de desplegar tropas y recursos estadounidenses para crear un puerto flotante que facilite la entrega de ayuda a Gaza fueron una idea mal pensada, que probablemente contribuirá mucho más a ayudar a Hamás, que con seguridad se robará la mayoría de los suministros, a menos de que Biden rompa tontamente su promesa y tropas estadounidenses desembarquen en la Franja.

Lo peor de todo es que el presidente no tuvo una sola palabra que decir sobre el aumento sin precedentes del antisemitismo que se extiende por Estados Unidos, impulsado por sus antiguos aliados interseccionales en el ala izquierda de su partido.

Un puerto flotante para Hamás

Si bien Biden denunció las atrocidades del 7 de octubre y exigió la liberación de los 134 rehenes que languidecen en túneles, celdas y quién sabe dónde, la mayor parte de su atención retórica la dedicó a sermonear al gobierno israelí diciendo que su máxima prioridad debe ser no dañar a los civiles palestinos.

Como bien sabe Biden, las Fuerzas de Defensa de Israel ponen más cuidado en evitar daños a los civiles que cualquier ejército del mundo, incluido el de Estados Unidos. Al insistir en el tema, queda claro que las declaraciones de apoyo de la administración al derecho de autodefensa de Israel no tienen sentido, si la única manera de llevarlo a cabo es mediante una campaña milagrosa e inmaculada, lo cual sería imposible incluso si Hamás no utilizara deliberadamente a los civiles como escudos humanos.

Su demanda de un alto el fuego no ayuda en nada a liberar a los rehenes. Hamás, que una vez más ha rechazado incluso el desigual acuerdo que Biden ha estado tratando de imponerle a Israel, ha llegado a la conclusión —nada descabellada— de que debe seguir resistiendo en lugar de rendirse o aceptar los términos. La razón es que la organización terrorista cree que la presión que siente Biden por parte de la enojada izquierda interseccional del Partido Demócrata llevará a que los estadounidenses rescaten a Hamás, impidiendo que Israel acabe con él.

Los argumentos de Biden sobre la ayuda a los árabes palestinos, especialmente a los que viven en zonas todavía bajo control de Hamás, fue aún más preocupante. Una vez más sermoneó duramente al gobierno israelí, diciéndole que es responsable de los problemas que existen para hacer llegar suministros a los residentes de Gaza. Sin embargo, no reconoció que Hamás ha estado robando la mayor parte de los alimentos, combustible y otros materiales destinados a los civiles, y reservándolos para sus fuerzas terroristas y sus dirigentes escondidos tras la población. De hecho, Israel ha estado permitiendo continuamente que llegue la ayuda incluso a zonas controladas por su genocida enemigo, aunque trata de impedir que utilicen los convoyes para reabastecer a los terroristas y ayudarles a seguir matando.

El plan de construir un puerto flotante para Gaza implica tantos peligros potenciales que es difícil imaginar cómo puede estarse considerando seriamente una idea así, y mucho menos implementarla. La magnitud de los recursos para lo que equivaldría a una repetición del Día “D” en los puertos Mulberry utilizados frente a Normandía en junio de 1944 es considerable, especialmente mientras el ejército estadounidense está siendo llevado al límite, debido a la escasez creada por el envío de recursos por parte de Biden para ayudar a Ucrania.

El punto principal es que, casi seguramente, la enorme cantidad de suministros que lleguen a Gaza como resultado de este proyecto terminará en manos de Hamás, a menos que haya —como prometió Biden que no sucederá— “botas estadounidenses sobre el terreno”. La tentación de involucrarse en la distribución de esos productos será intolerable, a pesar de las promesas y el peligro para las fuerzas estadounidenses de quedar atrapadas en una guerra en la que no tienen nada que buscar: Israel puede y quiere librar sus propias batallas, y solo pide las armas y municiones que necesita para defenderse.

Si los estadounidenses no impiden que Hamás se robe esos productos, lo que Biden está haciendo es crear un salvavidas para un aliado de Irán que está empeñado en llevar a cabo una guerra sin fin, tanto contra la existencia de Israel como contra Estados Unidos. Tiene todas las características del mismo desastre de política exterior y catástrofe militar que caracterizó la gestión de Biden durante la retirada de Afganistán, en el sentido de que ayudará a los enemigos de Estados Unidos y perjudicará a sus aliados.

La locura de los dos Estados

Biden también aprovechó el discurso para abogar por una solución de dos Estados al final de la guerra, algo que los árabes palestinos han rechazado permanentemente, porque se niegan a vivir en paz con un Estado judío sin importar dónde estén trazadas sus fronteras. El régimen de Hamás en Gaza, que fue un Estado palestino independiente en todo menos el nombre durante 16 años, es una prueba de lo que Israel podría esperar si esto se replicara, como insiste Biden, al imponer el mismo esquema en las áreas mucho más grandes y estratégicas de Judea y Samaria, e incluso dividiendo a Jerusalén.

La abrumadora mayoría de los israelíes considera que esto no es solo imprudente sino una locura. Que Biden insista en imponer esa idea, que otros han probado y con la que han fracasado repetidamente a lo largo de las décadas que él lleva en la vida pública, demuestra que ha olvidado mucho y no ha aprendido nada en todo este tiempo.

Lo que hace que esta propuesta sea aún más ofensiva es la forma en que Biden sacó a relucir sus supuestas credenciales como el político estadounidense más proisraelí hasta la fecha. Puede que sea el único presidente estadounidense que ha visitado Israel en tiempos de guerra, pero esta guerra es el resultado directo de su apaciguamiento de los patrocinadores iraníes de Hamás. La invocación de su historial en este asunto es análoga a las críticas “como judíos” a Israel por parte de judíos que solo hablan de su identidad cuando pueden usarla para atacar al Estado judío.

Ningún verdadero amigo de Israel habla de esta manera y, en verdad, el apoyo de Biden siempre ha estado condicionado a que el pueblo israelí preste atención a sus consejos tontos, incluso suicidas, algo que los votantes de Israel se han negado sistemáticamente a hacer.

Nada sobre el antisemitismo

Pero el fracaso más grave del discurso de Biden con respecto a las secuelas del 7 de octubre es que no dijo una sola palabra sobre el aumento del antisemitismo durante su presidencia.

El 7 de octubre no solo representó una amenaza para Israel. Como pronto quedó claro, los ataques también fueron el pretexto para un aumento del antisemitismo en todo el mundo, como nunca se había visto desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Aunque a menudo está disfrazado de supuestas preocupaciones por el sufrimiento de los palestinos atrapados en la guerra lanzada por Hamás, el barniz de defensa de los derechos humanos es muy tenue. Como resulta evidente en el lenguaje que utilizan, su objetivo es, como el de Hamás, la destrucción de Israel y su pueblo. Además, sus tácticas apuntan a judíos en todas partes para hostigarlos y atacarlos. Si no hizo nada más, el 7 de octubre demostró nuevamente de forma concluyente que la línea que algunos dicen que separa el antisionismo del antisemitismo es una distinción sin diferencia.

El motor de este antisemitismo ha sido alimentado por las ideas de la izquierda woke, ante la cual Biden se ha arrodillado continuamente desde que asumió la presidencia. La mentalidad interseccional de quienes están adoctrinados en los mitos de la teoría crítica de la raza divide al mundo en dos grupos en guerra: los opresores blancos y las personas de color que son sus víctimas. Como se ha evidenciado desde hace tiempo, esto no solo es malo para Estados Unidos, ya que aumenta las divisiones raciales y encierra al país en un conflicto interminable e inmutable, sino que además otorga un permiso para el antisemitismo, ya que los judíos e Israel son invariablemente considerados opresores “blancos”, independientemente de las realidades del Medio Oriente o de cualquier otra cosa.

Esto le ha causado considerables problemas políticos a Biden, ya que el objetivo de las protestas ha sido detener cualquier apoyo estadounidense a Israel. Como resultado, Biden ha estado tratando arduamente de apaciguar a los votantes antiisraelíes y antisemitas en lugares como Dearborn, Michigan, la “capital de la yijad” del país, a cuyo alcalde pro-Hamás el presidente le envió una delegación de alto rango de formuladores de políticas para disculparse por sus medidas proisraelíes.

Biden no debería haber dejado pasar la ocasión de este discurso sin una condena enérgica del antisemitismo. Sin embargo, no tuvo nada que decir sobre las turbas que piden la destrucción de Israel y el terrorismo contra los judíos en todas partes, y que se han vuelto comunes en los campus universitarios y en las calles de las ciudades estadounidenses. Las invectivas antisemitas se han vuelto igualmente omnipresentes en el discurso público, incluso en muchas publicaciones y medios de difusión importantes, donde la deslegitimación de Israel y el sionismo ahora se considera apropiada. Esto ha provocado que incluso muchos judíos liberales se cuestionen su seguridad y su futuro en un país donde, con razón, ya no se sienten seguros.

Apaciguar a los que odian a Israel

La razón del fracaso de Biden es obvia. Si hubiese hecho referencia al antisemitismo, se habría sentido obligado a combinar cualquier preocupación por los judíos con afirmaciones falsas sobre un aumento de la islamofobia, aunque la mayor parte de lo que se denomina odio hacia los musulmanes no son más que esfuerzos para minimizar el antisemitismo rabioso y cruel que existe en esa comunidad. Incluso si hubiera hecho eso, habría sido intolerable para las turbas en las calles (incluidos aquellos que detuvieron la caravana que lo llevaba al Capitolio para pronunciar el discurso) y sus partidarios en el Congreso. Consideran cualquier mención del odio a los judíos como una forma de desviar la atención de sus esfuerzos por difamar al Estado judío y a quienes lo apoyan. Y en una alocución que incluso sus partidarios reconocieron que fue más un discurso de campaña que otra cosa, hablar sobre antisemitismo no habría sido apropiado.

Biden es tonto al pensar que tiene más votos que perder entre los antisemitas que entre los judíos, o entre la gran mayoría de los estadounidenses que apoyan a Israel y están contra el antisemitismo. Pero el control del ala interseccional del partido sobre la Casa Blanca es tan fuerte que se siente obligado a atacar a Israel e ignorar la plaga de odio a los judíos que se ha extendido por todo el país durante su mandato.

El Estado de la Unión para los judíos en 2024 y su capacidad para confiar en el presidente son realmente muy débiles, y eso no se debe en poca medida a la implementación por parte de Biden del catecismo de “diversidad, equidad e inclusión” (DEI) en todo el gobierno de Estados Unidos, que está permitiendo un cambio radical en la cultura que hace que el antisemitismo sea inevitable. Si realmente quisiera hacer algo contra el odio a los judíos, revocaría sus decisiones y comenzaría a hacer retroceder los fundamentos ideológicos del nuevo antisemitismo. Sin embargo, dada su falta de comprensión del problema y su dependencia política de las fuerzas que están difundiendo este odio, eso resulta inimaginable.

A veces, lo que los presidentes no dicen es tan importante como las palabras que salen de sus labios. Los comentarios de Biden sobre la guerra contra Hamás posterior al 7 de octubre fueron lamentables. Pero el hecho de que no mencionara en su discurso anual el antisemitismo tras el 7 de octubre es un fracaso moral que no debe olvidarse.

 
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