Cuando me puse a pensar qué escribir de cara al triste aniversario que se cumple este domingo 7 de abril, medio año desde la masacre de Hamas en el sur de Israel, mi primera idea era dirigirme al mundo- concepto demasiado amplio y generalizador, lo sé- y preguntarle cómo se permite olvidar tan rápido. Por qué y cómo se permite olvidar que la guerra en curso fue impuesta a Israel, que no tuvo más remedio que tomar las armas para tratar de destruir al enemigo que acababa de atacarlo salvajemente, decidido a hacerlo de nuevo apenas pueda. Y que inclusive si mueren en Gaza civiles, como pasa en absolutamente todas las guerras en números mucho mayores que en ésta, Israel está librando una guerra de autodefensa. No de venganza.
Pero decidí que mejor no ahondar en ello. Que con esas líneas basta. Que mejor dedicar la energía a homenajear a los míos, a los israelíes del sur que fueron asesinados por los terroristas, a los que lograron salvarse, a los que arriesgaron sus vidas para proteger a otros.
Por eso, medio año después de aquel día horrendo, medio año después de la pesadilla que no ha terminado aún, escribo estas líneas en nombre de todos los míos. De la mayoría que nunca conocí y de aquellos que son parte de mi vida, algunos más cercanos que otros, y que imagino no saben que cuando los veo, aunque sonriamos, los imagino en el refugio aquel 7 de octubre pensando si acaso morirán.
Escribo esto en nombre de los 1200 asesinados, la mayoría civiles sorprendidos en sus casas temprano a la mañana. De los 19 niños de no más de 11 años muertos. De los 17 de entre 12 y 17 años y los casi 40 mayores de 60, entre ellos varios de más de 70 y hasta octogenarios. De los enfermos y discapacitados sorprendidos por esos monstruos sin tener tiempo ni posibilidad ninguna de defenderse.
De Itay y Hadar Berdichevsky del kibutz Kfar Aza, asesinados en su casa, que desde el cielo habrán respirado llorando pero aliviados al ver que los terroristas no lograron encontrar a sus mellizos de 10 meses, a los que ellos habían logrado ocultar.
De Nadav Goldstein y su hija Yam, ella de sólo 18 años, asesinados en su casa también en Kfar Aza, y de su esposa y madre Hen Goldstein-Almog que fue secuestrada con sus tres hijos menores y finalmente fue liberada con ellos en noviembre. Volvió pero quedó aún en Gaza , porque no puede olvidar a todos los demás secuestrados que aún están allí, para quienes el tiempo se está acabando, y porque las jovencitas a las que vio le contaron lo que estaban sufriendo …y sabe que siguen siendo víctimas de sus captores en todo sentido. También de violación.
Escribo en nombre de quienes no me lo han pedido, pero de todos modos ya no pueden hablar.
Del centenar de víctimas mortales en el kibutz Beeri, entre ellos los héroes Dr. Daniel Levy y la paramédica Amit Mann que perdieron la vida cuando trataban de salvar otras hasta último momento en la clínica local. Y de Lihi, la esposa de Daniel, y Mirela Ludmir, la mamá llegada de Perú- como él- con quienes me reuní este viernes y entendí cómo se combina el dolor con el orgullo por lo que su amado Daniel hizo y lo que fue.
De los 51 muertos de Nir Oz, el último de los cuales confirmado como tal este sábado fue Elad Katzir, cuyo cuerpo fue recuperado por el ejército de Khan Yunes, sabiéndose que fue asesinado hace ya tiempo por sus secuestradores de la Yihad Islámica . De los cerca de 70 secuestrados del kibutz, 40 volvieron en noviembre y se sigue esperando a los demás, pero ya se sabe que por lo menos 8 están muertos.
Y escribo pensando también en Shani Goren de Nir Oz, cuya hermana Shira me había dicho cuando ella aún estaba secuestrada- volvió en noviembre- que ojalá esté con otros porque ayudando a los demás ella está mejor. Y así fue. Así contó Eitán Yahalomí, sobre esa joven, Shaní, que le daba de su comida para ayudarlo.
Escribo en nombre de los 50 asesinados en Ofakim. De los 4 en el kibutz Ein Hashlosha, cuya cercanía a tan solo 2.4 kms de Gaza fue usada siempre para hacer posible que palestinos de allí puedan trabajar en sus campos, lo cual ahora es imposible alguien pueda concebir que se repita. Entre los muertos, recordaremos en especial a Noa Glassberg, a quien nunca conocimos, pero cuyos padres, argentinos-israelíes, vivieron hace tiempo unos años en Uruguay como shlijim, enviados especiales del movimiento juvenil Hanoar Hatzioni.
Cuando pienso en el sur, en ese heroísmo tranquilo, no altisonante de su gente, pienso en amigos queridos, en Ruben y Estela Friedmann, Isaac y Brenda Edelstein, en Pablo y Nili Lefler, en el “Gato” Weisz cuya hija Natalie estuvo encerrada en el refugio durante horas con tres hijos pequeños, entre ellos un bebé de un mes…y en Angelita y Mijael.todos de Ein Hashlosha . Ninguno de ellos hará drama de nada, pero aquel 7 de octubre era necesario tener nervios de acero para no desesperar. Y eso que como dice Ruben “en otros kibutzim fue todo mucho peor”.
Y escribo en nombre de Sigalit Mantzur, a la que conocí hace pocas semanas en una marcha de los familiares de las víctimas de la fiesta Nova…Me asusté cuando la vi con un cartel con una foto de tres jóvenes, dos chicas y un muchacho. Pensé que había perdido tres hijos…Con una sonrisa amarga me contestó: “Casi, dos hijas y el novio de una de ellas”. Se habían escondido en una estructura protectora destinada a frenar esquirlas de cohetes, pero terroristas lanzaron granadas adentro y mataron a decenas de personas. Un sobrino suyo se salvó porque quedó debajo de muchos cadáveres, pero Sigalit trata de describirlo y dice que no está claro que lo que está viviendo se pueda llamar salvación.
Y tantos, tantos, tantos más.
Los 133 secuestrados aún en manos de los terroristas . Entre ellos Kfir Bibas de 1 años, su hermanito Ariel de 4 …y Shlomo Mantzur de 86.
De Silvia Cuño que recuperó en noviembre a sus dos nietitas Ema y Yuli de 3 años con su mamá Sharon, pero aún no a sus hijos David y Ariel. De esa familia y sus derivaciones, el 7 de octubre fueron secuestradas 9 personas. Volvieron sólo 5.Y nadie puede festejar el regreso plenamente.
Y escribo en nombre de los héroes que siguen luchando para cuidar a Israel. En el sur frente a Hamas y en el norte frente a Hezbolá.
De todos los israelíes que estaban paseando por el mundo cuando oyeron las noticias y corrieron alocados a buscar un vuelo para volver a casa y salir a sus unidades. Sólo en Israel la gente vuelve cuando hay guerra creo yo.
En nombre de todos los israelíes de distintas partes del país, de distintas posturas políticas, variadas ideologías y orígenes, que se voluntarizaron en mil iniciativas solidarias para ayudar a los demás.
En nombre de los que nunca dejarán de llorar y de los que están felices de haberse salvado y de tener a todos los suyos cerca.
Del querido Jaim Jelin de Beeri que en los primeros días después de la masacre, amargado por tanto horror, dijo “No habrá más Beeri”, pero que tiempo después ya celebraba que se plantaba nuevamente el trigo…
De los que acompañaron con banderas y lágrimas en los ojos las procesiones fúnebres de los caídos, honrando su memoria y agradeciendo su sacrificio.
De los que como la uruguaya israelí Jeannette –cuyo apellido no escribo porque no sé si estaría de acuerdo- van todas las semanas a campos del sur para ayudar en el cultivo en campos donde falta gente porque hay soldados reclutados a la reserva. Y siempre tiene también la voluntad y la fuerza para ir a todas las concentraciones en la Plaza de los Secuestrados en Tel Aviv para pedir por su regreso y exigir por su vida
Y tantos, tantos más que conforman también hoy el Estado de Israel, este país dolido y decidido que sigue adelante. Como Dani Garcovich, a quien conocimos hace unos meses en el sur, que contó la tragedia de su familia al perder a su hija Dafna y su esposo Iván en su casa en el kibutz Kisufim, quemados vivos por los terroristas…y también logró señalar el campo verde del otro lado de la calle, mostrándolo como señal de esperanza. Como señal que hay que seguir.
Así será. No hay ninguna otra opción.
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