B’H
Levítico 16:18
Luego de la muerte de Nadav y Avihú, Di-s advierte sobre la entrada “al lugar santo” sin autorización. Sólo el Cohen Gadol (Sumo Sacerdote) puede, una vez al año, en Iom Kipur, entrar al sector más interno del Santuario para ofrendar el santo incienso – ketoret a Di-s.
Otra de las características del Día de Expiación es la suerte echada sobre dos carneros para determinar cuál debe ser ofrendado a Di-s y cuál debe ser despachado para cargar los pecados de Israel hacia el desierto.
La parashá Ajarei también advierte sobre ofrendar korbanot (ofrendas animales o vegetales) en cualquier otro lugar excepto el Santo Templo, prohíbe el consumo de sangre, y detalla las leyes de relaciones prohibidas, como el incesto y cualquier otra relación sexual inapropiada.
Planificacion para una maraton, no para una carrera
Rav Jonathan Sacks
Fue un momento único e irrepetible del liderazgo en su cúspide. Durante cuarenta días Moshé estuvo con Dios, recibiendo de Él la Ley escrita sobre tablas de piedra. Entonces Dios le informó que el pueblo había construido un Becerro de Oro. Él tendría que destruirlos. Fue la peor crisis de los años en el desierto, y allí fueron necesarios todos los dones de Moshé como líder.
Primero, Moshé rezó pidiéndole a Dios que no destruyera al pueblo. Dios accedió. Luego bajó de la montaña y vio al pueblo celebrando alrededor del Becerro. De inmediato destruyó las tablas. Quemó el Becerro, mezcló las cenizas con agua e hizo que el pueblo bebiera esas aguas. Luego los convocó a unirse a él. Los levitas aceptaron el llamado y dieron un castigo sangriento a tres mil personas. Entonces Moshé regresó a la montaña y rezó durante cuarenta días y cuarenta noches. Permaneció otros cuarenta días con Dios mientras grababa otras tablas. Finalmente bajó de la montaña el diez de tishrei, llevando con él las nuevas tablas como una señal de que el pacto de Dios con Israel seguía en pie.
Esta fue una extraordinaria manifestación de liderazgo, por momentos audaz y decisiva, y en otros lenta y persistente. Moshé tenía que medirse con ambas partes: inducir a los israelitas a hacer teshuvá y lograr que Dios los perdonara. En ese momento, él fue la máxima representación del nombre Israel, que significa alguien que lucha con Dios y con las personas y prevalece.
La buena noticia es que una vez, hace mucho tiempo, existió Moshé. Gracias a él, el pueblo sobrevivió. La mala noticia es: ¿qué ocurre cuando Moshé no está? La Torá misma dice: «No se levantó nunca más en Israel un profeta como Moshé, a quien Dios conoció cara a cara» (Deuteronomio 34:10). ¿Qué hacemos ante la ausencia de un líder heroico? Este es el problema que enfrenta toda nación, corporación, comunidad y familia. Es fácil pensar: «¿Qué hubiera hecho Moshé?». Pero Moshé hizo lo que hizo porque era quien era. Nosotros no somos Moshé. Esta es la razón por la cual cada grupo humano que en algún momento tuvo contacto con la grandeza, enfrenta un problema de continuidad. ¿Cómo podemos evitar este lento declive?
La respuesta la encontramos en la parashá de esta semana. El día que Moshé descendió de la montaña con las segundas tablas sería inmortalizado convirtiendo su aniversario en el día más sagrado: Iom Kipur. En este día, el drama de teshuvá y kapará, arrepentimiento y expiación, se repetiría cada año. Pero entonces la figura clave no sería Moshé, sino Aharón; no el Profeta sino el Gran Sacerdote.
Así es como se perpetúa un evento transformador: convirtiéndolo en un ritual. Max Weber llamó a esto la rutinización del carisma(1). Un momento de una vez y nunca más, se convierte en una ceremonia de una vez para siempre. Como dijo James MacGregor Burns en su obra clásica, «Liderazgo»: «El acto tangible más duradero es la creación de una institución (una nación, un movimiento social, un partido político, una burocracia) que continúa ejerciendo el liderazgo moral y fomentando el cambio social necesario mucho después de que hayan partido los líderes creativos»(2).
Hay un Midrash en el cual varios Sabios manifiestan su idea de klal gadol baTorá, «el mayor principio de la Torá». Ben Azai dice que es el versículo: «Este es el libro de las crónicas del hombre: el día que Dios creó al hombre, lo hizo a semejanza de Dios» (Génesis 5:1). Ben Zoma dice que hay un principio mucho más amplio: «Escucha Israel, Hashem es nuestro Dios, Hashem es uno». Ben Nannas dice que hay un principio aún más amplio: «Ama a tu prójimo como a ti mismo». Ben Pazzi afirma que encontramos un principio todavía más abarcador: «La primera oveja será ofrendada por la mañana, la segunda oveja por la tarde» (Éxodo 29:39), o como podríamos decir hoy, Shajarit, Minjá y Maariv. En una palabra: «rutina». El pasaje concluye: «La ley sigue a Ben Pazzi».(3)
El significado de la declaración de Ben Pazzi es clara: todos los grandes ideales del mundo (la persona a imagen de Dios, creer en la unidad de Dios y el amor al prójimo) tienen poco peso hasta que se convierten en hábitos de acción que se transforman en hábitos del corazón. Todos podemos recordar momentos de claridad e inspiración cuando de repente entendimos de qué se trata la vida, qué es la grandeza y cómo nos gustaría vivir. Pero un día, una semana o como máximo un año más tarde, la inspiración se desvanece, se vuelve un recuerdo distante y quedamos tal como éramos antes, sin haber cambiado.
La grandeza del judaísmo es que da espacio tanto al Profeta como al Sacerdote; por un lado figuras inspiradoras, y por el otro rutinas cotidianas. Existe la halajá, la ‘ley’, que toma visiones elevadas y las convierte en patrones de comportamiento que reconfiguran el cerebro y cambian la forma en que sentimos y quienes somos.
Uno de los pasajes más inusuales que leí en mi vida sobre el judaísmo, escrito por un no judío, se encuentra en el libro sobre macroeconomía de William Rees-Mogg, «The Reigning Error»(4). Rees-Mogg (1928-2012) era un periodista financiero que se convirtió en editor de «The Times», director del Consejo de Arte y subdirector de la BBC. Religiosamente, era un católico comprometido.
Él comenzó su libro con un inesperado himno de alabanza al judaísmo halájico, y explica la razón de esto. Él afirma que la inflación es una enfermedad del desorden, de la falta de disciplina, en este caso en relación con el dinero. En su opinión, lo que hace que el judaísmo sea único es su sistema legal. Esto fue erróneamente criticado por los cristianos como un legalismo seco. De hecho, la ley judía fue esencial para la supervivencia judía porque ella «proporcionó un estándar con el cual se podía poner a prueba la acción, una ley para regular la conducta, un foco para la lealtad y un límite para la energía de la naturaleza humana».
Todas las fuentes de energía, en especial la energía nuclear, necesitan cierta forma de contención. Sin eso, se vuelven peligrosas. La ley judía siempre actuó como un contenedor de la energía espiritual e intelectual del pueblo judío. Esa energía «no simplemente explotó o fue dispersada, sino que fue aprovechada como una fuerza continua». Él sostiene que lo que tienen los judíos es exactamente aquello de lo que carecen las economías modernas: un sistema de autocontrol que permite a las economías florecer sin auges ni caídas, sin inflación ni recesión.
Lo mismo se aplica al liderazgo. En «Good to Great», Jim Collins argumenta que lo que tienen en común las grandes compañías es una cultura de disciplina. En «Great By Choice», él usa la frase: «la marcha de 20 millas», lo que significa que las organizaciones que sobresalen planifican para una maratón, no para una carrera. Él asegura que la confianza «no proviene de los discursos motivadores, la inspiración carismática, el aliento salvaje, el optimismo infundado ni la esperanza ciega»(5). La confianza viene de la acción, día tras día, año tras año. Las grandes empresas usan disciplinas específicas, metódicas y consistentes. Alientan a sus miembros a tener autodisciplina y a ser responsables. No reaccionan de forma exagerada al cambio, ya sea para bien o para mal. Mantienen sus ojos en el horizonte lejano. Pero sobre todo, no dependen de líderes heroicos y carismáticos que, en el mejor de los casos, levantan a la empresa por un tiempo, pero no le dan la fuerza profunda que necesita para prosperar a largo plazo.
El ejemplo clásico de los principios articulados por Burns, Rees-Mogg y Collins es la transformación que ocurrió entre Ki Tisá y Ajarei Mot, entre el primer y el segundo Iom Kipur, entre el liderazgo heroico de Moshé y la calma y discreta disciplina sacerdotal de un día anual de arrepentimiento y expiación.
El judaísmo y el liderazgo se tratan de convertir los ideales en códigos de acción que formen hábitos del corazón. No perder nunca la inspiración de los profetas, pero tampoco perder las rutinas que convierten los ideales en actos y los sueños en una realidad.
NOTAS
- Max Weber, «Economy and Society» (Oakland, California: University of California Press, 1978), 246.
- James MacGregor Burns, «Leadership» (New York: Harper, 1978), 454.
- El pasaje es citado en la Introducción al comentario HaKotev sobre «Ein Yaakov», la colección de pasajes agádicos del Talmud. También es citado por el Maharal en «Netivot Olam», Ahavat Reá 1.
- William Rees-Mogg, «The Reigning Error: The Crisis of World Inflation» (London: Hamilton, 1974), 9–13.
- Jim Collins, «Good to Great» (New York: HarperBusiness, 2001); «Great by Choice» (New York: HarperCollins, 2011), 55. (Aishlatino.com)
El mito de la caridad
Por Yanki Tauber
Los judíos no creen en la caridad. No se deje engañar por su filantropía legendaria, por su saturación de movimientos sociales y humanitarios. Los judíos no practican la caridad, y el concepto es virtualmente inexistente en la tradición judía. En vez de caridad, el judío da tzedaká – la palabra significa «rectitud» y «justicia». Cuando el judío contribuye con su dinero, tiempo y recursos al necesitado, no está siendo benévolo, generoso o «caritativo». Él está haciendo lo que es correcto y justo
Se cuenta una historia acerca de un jasid adinerado que recibió una carta de su Rebe, Rabi Abraham Yehoshua Heshel de Apt, solicitándole que le diera 200 rublos a un amigo jasid para salvarlo de la ruina financiera. Este jasid rico contribuía regularmente con su Rebe en acciones caritativas, pero esta carta en particular le llegó en un duro momento financiero y contenía un pedido de una suma excepcionalmente grande. Después de cierta consideración, el jasid decidió no responder al pedido del Rebe.
Al poco tiempo la fortuna del jasid comenzó a disminuir: Una de sus empresas fracasó gravemente, luego otra y al poco tiempo había perdido todo.
– «Rebe»- gritó, cuando pudo lograr una audiencia privada con su Rebe, Rabi Abraham Iehoshua, «Yo sé porqué me ha sucedido esto. ¿Pero fue mi pecado tan terrible como para merecer tan severo castigo? ¿Acaso es correcto castigar sin advertencia?. Si usted me hubiese dicho la importancia de dar esos 200 rublos, hubiera seguido sus instrucciones al pie de la letra!»
«Pero tu, no has sido castigado de ninguna manera»- contestó el Rebe
– «¿Qué me está diciendo? ¡He perdido toda mi riqueza!»
– «Nada tuyo fue tomado de ti» – dijo el Rebe. «Cuando mi alma bajó a la tierra, cierta cantidad de recursos materiales me fue asignada para usarla en mi trabajo. Sin embargo dediqué mis días y noches a rezar, estudiar, enseñar Torá y asesorar a aquellos que vienen a mí en busca de orientación y no dejé ningún tiempo para la tarea de administrar todo ese dinero. Estos recursos fueron puestos en la confianza de un número de ‘banqueros’ – gente que reconocería la importancia de apoyar mi trabajo. Cuando no pudiste llevar a cabo tu papel, mi cuenta contigo fue transferida a otro banquero».
En nuestro mundo, tan evidentemente – y a veces violentamente – dividido entre la prosperidad y la pobreza, existen dos perspectivas generales en abundancia y característica:
- a) Que éstas son las posesiones legítimas de los que las ganaron o heredaron. Si eligen compartir incluso una pequeña parte de las mismas con otros, esto es un acto noble, digno de alabanza.
- b) Que la distribución desigual de los recursos terrestres entre sus habitantes es una parodia. Poseer más que otros es una injusticia, incluso un crimen. Dar al necesitado no es una «buena acción» sino la rectificación del error.
La tradición judía rechaza ambas opiniones. De acuerdo a ley de la Tora, dar al necesitado es un mitzvá – un mandamiento y una buena acción. Esto significa que, por un lado, esto no es un acto arbitrario, es solamente un deber y una obligación. Por otra parte, es una buena acción – un crédito para aquel que reconoce su deber y lleva a cabo su obligación.
El judío cree que la abundancia material no es un crimen, solamente una bendición de Di-s.
Una persona que fue bendecida con riqueza, debe verse a si misma como un «banquero» de Di-s – una persona privilegiada, en la que Di-s deposita su confianza para entregar los recursos de Su creación a otros.
Di-s podría asignar porciones iguales de Su mundo a todos sus habitantes. Pero entonces el mundo no sería nada más que una exhibición de las energías creativas de Di-s, predecible como un juego de computadora y estático como una exhibición de museo. Di-s deseó un mundo dinámico en el cual el hombre, es también un creador y abastecedor. Un mundo en el cual los controles, se han entregado hasta cierto punto a los seres que tienen la energía de elegir entre satisfacer o renunciar su papel. Así la ley judía requiere que cada individuo de tzedaká – incluso si uno mismo es sostenido por la tzedaká de otros. Si el propósito de la tzedaká fuera simplemente rectificar la distribución desigual de abundancia entre ricos y pobres, esta ley no tendría ningún sentido. Tzedaká, sin embargo, es mucho más que eso: es la oportunidad concedida a cada persona para sentirse un «socio con Di-s en la Creación.»
Dar tzedaká es, sobre todo, una lección de humildad. Frente a nosotros se encuentra un ser humano menos afortunado que nosotros. Sabemos que Di-s podría proveerlo fácilmente de todo lo que él requiere, en vez de enviárselo a través de mí ¡Aquí hay una persona que está sufriendo pobreza para darnos la oportunidad de llevar a cabo un acto Sagrado! De la misma manera, si la Providencia Divina nos coloca en el papel de recipiente de un acto caritativo, no debemos sentirnos desmoralizados por la experiencia. Para nosotros que sabemos que Di-s podría fácilmente proporcionarnos todas nuestras necesidades y que nuestra situación actual es simplemente para conceder a otra persona la capacidad llevar a cabo un acto Sagrado. Nuestro «benefactor» nos está dando el dinero o cierto recurso; nosotros le estamos dando algo mayor – la oportunidad de ser un socio de Di-s en la Creación. En las palabras de nuestros sabios: «más de lo que el hombre rico hace por el pobre, el pobre hace por el hombre rico».
(Extraído de www.es.chabad.org)
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