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| jueves diciembre 26, 2024

Universidades estadounidenses subyugadas por “donantes” árabes toleran y fomentan el antisemitismo

Una razón fundamental del estallido de los “campamentos”


Muchas universidades estadounidenses, algunas de reconocida trayectoria, se han trasformado en reductos de antisemitismo violento, expresado a través del apoyo a los palestinos. Existen motivos multimillonarios para ese fenómeno, ligados a los petrodólares.

Para explicar los motivos de esta oleada de judeofobia universitaria vamos a usar como punto de partida un estudio de Michael Bard y el reporte del Network Contagion Researh Institute (NCRI).

La Sección 117 de la Ley de Educación de Estados Unidos obliga a las universidades a declarar los fondos recibidos desde el extranjero por más de 250.000 dólares. Recién a partir de 2019 las autoridades comenzaron a exigir más trasparencia. Hasta entonces, los campus solo publicaban esta información por iniciativa propia.

Según cifras del Departamento de Educación estadounidense, entre 1986 y octubre de 2022 las universidades recibieron fondos extranjeros por un total de $ 44.000 millones, de los cuales $ 10.826 millones provinieron de instituciones, gobiernos e individuos árabes. El NCRI calcula que el total de donaciones no declaradas provenientes de gobiernos con regímenes autoritarios alcanza a los $ 13.000 millones. Son cifras astronómicas, y queda claro que semejante aporte no se hizo por beneficencia sino con una contraprestación.

Es que, a cambio, las universidades comenzaron a aceptar la “sugerencia” de abrir cátedras y centros de promoción islámica, en los que se incorporaron muchos profesores radicalizados que desde el 7 de octubre han sido la vanguardia de las expresiones de judeofobia universitaria. Ese antisemitismo se encontró con autoridades que toleran en gran medida las prédicas públicas de odio e incluso actos de violencia contra los estudiantes judíos. El lubricante financiero, los contratos y compromisos a largo plazo y la dependencia explican esta postura.

El estudio del NCIR indica que entre 2015 y 2020, en las universidades que recibieron más donaciones no declaradas, los incidentes antisemitas fueron un 300% mayores que en las que no aceptaron las donaciones, contratos y dádivas.

En el ranking de donantes realizado por Bard, Catar encabeza la lista con $ 5177 millones, seguido por Arabia Saudita con $ 2977 millones, los Emiratos Árabes Unidos con $ 1289 millones, y Kuwait con 1177 millones. Incluso hay $ 10,1 millones de la Autoridad Palestina.

En contraste, las donaciones gubernamentales, declaradas o no, provenientes de Israel alcanzan apenas 303 millones de dólares desde 2003. Sumando a los empresarios y egresados judíos locales, que representan un número importante de donantes, la diferencia sigue siendo abismal.

Cantidades y efectos

Empecemos por la lista de beneficiarios. En cada caso vamos a acompañar las cifras con el modo en que se fue expresando el antisemitismo en los campus. No vamos a poner las 285 instituciones, sino las que recibieron más petrodólares de acuerdo con Bard y el NCRI.

  • Comencemos con la Universidad de Cornell, que recibió fondos árabes por $ 1800 millones. Allí se han producido varios incidentes, incluyendo el arresto de un estudiante de tercer año por incitar a disparar contra los alumnos judíos que concurren al comedor kosher del campus.

Patrick Day, estudiante de Cornell de 21 años, detenido por incitar a matar estudiantes judíos a través de sus redes sociales
(Foto: Daily Mail)

Cornell recibió $ 750 millones para construir una sede de su Facultad de Medicina en Catar, y donaciones anuales regulares por $ 99.999.999 entre 2012 y 2019 desde el mismo gobierno. De acuerdo con el NCRI, Cornell recibió un total de $ 1289 millones no documentados.

  • El segundo gran receptor de fondos árabes según Bard es la Universidad de Georgetown, ubicada en Washington D.C., otro de los sitios en donde se han llevado a cabo marchas a favor de los palestinos plagadas de consignas contra Israel y los judíos. Esta universidad recibió $ 830 millones islámicos. Esos fondos incluyeron donaciones de Arabia Saudita, Omán, Libia, Emiratos Árabes Unidos y del empresario palestino Hasib Sabbagh, para crear cátedras de cultura árabe o centros relacionados con la difusión del Islam. Según el NCRI, 379,9 millones no fueron declarados.

    En Georgetown puede verse el resultado del reclutamiento de profesores radicalizados. Es el caso de Jonathan Brown, profesor de estudios islámicos, quien durante una conferencia en Virginia en 2017 defendió la esclavitud y en sexo no consentido dentro de las normas islámicas.

    Aneesa Johnson es egresada de Northwestern University, y pese a su largo historial de mensajes de odio en las redes, recién fue suspendida de su cargo de asistente de dirección en la Escuela de Asuntos Exteriores de Georgetown cuando la indignación por sus posteos se hizo masiva.

    Comparemos las medidas que toman las universidades para “no afectar las costumbres” de sus donantes con la laxitud a la hora de analizar los antecedentes de sus profesores y empleados. La diferencia de criterio ayuda a explicar a la retórica violenta que constantemente absorben los alumnos.

  • La Universidad Carnegie Mellon recibió de $ 823 millones según Bard, y $ 1473 millones no declarados según el NCIR. Incluyen giros anuales por 74,13 millones anuales entre 2016 y 2019, y 8 contratos por 50 millones desde Catar sin asignación especifica, detectados por Bard. Esta universidad fue sede de manifestaciones en contra de Israel que incluyeron una pancarta en la puerta del campus contra “75 años de ocupación”, una consigna repetida por los grupos de apoyo a los palestinos que no ocultan su respaldo al ataque de Hamás del 7 de octubre de 2023.
  • El siguiente receptor de fondos árabes es la Universidad de Texas. Recibió $ 806,8 millones, y otros $ 152 millones para el Centro Oncológico Anderson de la misma universidad, de los cuales $ 521 no fueron documentados. $ 723 millones provinieron de Catar entre 1986 y 2018. Los giros desde Catar incluyen partidas por $ 266 millones para el funcionamiento de un campus de esa universidad en el país árabe.
  • La Universidad Northwestern recibió $ 648,3 millones; el NCRI detectó un total de $ 402,3 millones sin declarar. La imagen de la estudiante de posgrado Hebah Alsaikh con una bandera de Hamás resume el ambiente en su campus.
  • La Universidad de Harvard recibió $ 228 millones; según Bard y según el NCIR hubo $ 894 millones sin declarar. En 1999 recibió un aporte de Omán para crear la cátedra “Sultán de Omán para las Relaciones Internacionales” y realizar homenajes públicos a favor del donante.

    Harvard inauguró en 1977 una cátedra de Derecho Islámico tras recibir una donación saudí. El dinero de Arabia Saudita sostiene programas en la Escuelas de Gobierno Kennedy y Centro Belfer, e iniciativas como el “Proyecto sobre Seguridad de Arabia Saudita”. Tras recibir en 2006 un aporte desde los EAU de $3 millones, inauguró un centro de formación médica en Dubai administrado por la Facultad de Medicina de esa universidad, y en 2015 se asoció con la Fundación Al-Jalila que maneja los aportes del jeque emiratí.

    Esa universidad recibió también fondos del millonario saudita Khalid El-Turki para crear una catedra de Estudios Árabes Contemporáneos, y de Kuwait para organizar una cátedra de Historia de la Ciencia Islámica.

    Harvard es hoy uno de los epicentros de la propaganda antiisraelí. El 7 de octubre, apenas horas después del ataque de Hamás, 33 organizaciones de estudiantes de Harvard publicaron una carta que decía: “Israel es culpable de cada acto de violencia, y el apartheid israelí es la causa de la situación”. Las autoridades universitarias reaccionaron con tibieza. La rectora de Harvard, Claudine Gay, condenó genéricamente los ataques, pero se escudó en una fórmula para evitar castigos a los intolerantes: “(Harvard) rechaza el acoso o la intimidación de individuos por sus creencias» y «abraza un compromiso con la libertad de expresión». Gay debió renunciar tras una desastrosa comparecencia ante el Congreso de Estados Unidos en diciembre, donde junto con las rectoras de las universidades de Pensilvania, Liz Magill, y del MIT, Sally Kornbluth, respondieron sistemáticamente que “depende del contexto” a la pregunta de si los llamados al genocidio del pueblo judío por parte de manifestantes propalestinos constituyen acoso e intimidación a los estudiantes judíos de los respectivos campus. Magill también renunció a su cargo.

Claudine Gay no entendió que su cargo como rectora de Harvard también “dependía del contexto”

  • El Instituto de Tecnología de Massachussetts (MIT) recibió $ 859 millones sin declarar desde países musulmanes y $ 176 millones de acuerdo con Bard. La diferencia entre ambas cifras se explica por el tortuoso camino que recorre el dinero hasta llegar a las arcas universitarias. Revisemos algunas de esas donaciones.

    El MIT tiene proyectos en común con ARAMCO, la petrolera de la corona saudita, así como convenios con el King Abdulaziz City for Science and Technology, y con la Universidad de Ciencia y Tecnología Rey Abdula, para fabricar vacunas, entre otros programas. La relación entre el MIT y sus donantes árabes fue puesta a prueba cuando arreciaron las protestas antisraelíes en su campus. Era todo un desafío, porque en caso de denunciar a los estudiantes que promovían las manifestaciones de odio podría ponerse en riesgo el vínculo financiero. La abogada Marina Medvin explicó por qué el MIT no actuó contra los judeófobos: el 30% de sus estudiantes son extranjeros y solo 6% judíos. Si las autoridades del MIT denunciaban a los antisemitas, los exponían a la deportación y con ello a la furia de los donantes árabes.

  • La Universidad de Yale no declaró $ 495 millones recibidos desde el extranjero. Entre ellos, $ 10 millones enviados por el saudita Abdallah Kamel en 2015 para fundar el “Centro Abdallah Kamel para el Estudio de la Ley y la Civilización Islámica” en su facultad de Derecho.

    De nuevo, aquí es posible encontrar tolerancia hacia los profesores antisemitas. Es el caso de Zareena Grewal, profesora del Programa Americano de Estudios sobre Etnias, Migraciones y Razas, que posteó mensajes glorificando las atrocidades cometidas por Hamás. Las autoridades de Yale defendieron la “libertad de expresión” de Grewal, pese a recibir una petición respaldada por 42.000 firmas pidiendo su despido. No es el único caso: tampoco aceptaron en abril un pedido para suspender una conferencia de la franco-argelina Houria Bouteldja. No ayudó el hecho de que, antes de la conferencia, Bouteldja se fotografiara con una frase que pedía enviar a los judíos a los gulags, o que la provocación se completara con el hecho de convocar esa conferencia durante la festividad judía de Pésaj, para evitar la presencia de voces opositoras.

  • La Universidad de Colorado recibió $ 578 millones de países árabes.

    Sus autoridades evitaron sancionar a los miembros de la organización “Estudiantes por la Justicia en Palestina” (SJP), conocida por sus tácticas violentas, que repartían volantes con imágenes de uno de los parapentes usados por Hamás el 7 de octubre. El 23 de octubre, los profesores del Departamento de Estudios Étnicos distribuyeron una declaración en apoyo a Hamás, en la que rechazaban calificar a ese grupo como terrorista. El ataque verbal a estudiantes con kipá se esparció desde el campus a los bares fuera de él.

  • La Universidad de Columbia recibió 295 millones sin declarar, y es otro de los centros activos de protestas contra Israel. Parte de las inversiones se destinaron a crear una sede de la institución en Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos.

    En 2003, la presión pública obligó al decano de Columbia a admitir el financiamiento emiratí por 4 millones de dólares para crear la cátedra de “Estudios Sobre Medio Oriente Edward Said”, e incluir al escritor antiisraelí y asesor palestino Rashid Khalidi en su cuerpo docente. En 2010, Khalidi fue puesto al frente el recién creado “Centro de Estudios Palestinos”, un ente cultural al que también aportó dinero Munib Rashid al-Masri, un magnate palestino vinculado en su momento a Yasser Arafat y a la Organización para la Liberación de Palestina.

El “campamento” establecido por estudiantes a favor de Hamás en la Universidad de Columbia es el más conocido. Llama la atención que todas las carpas son iguales, y además son las mismas usadas por manifestantes de otras universidades, lo que prueba que se trata de una campaña muy bien financiada y coordinada (Foto: @israelforeverfoundation)
  • Cerca de allí está la Universidad de Nueva York (NYU), otro de los epicentros de las expresiones de odio hacia Israel. Recibió $ 180 millones árabes, y en 2008 estableció un campus Abu Dhabi, en los EAU, con 29 edificios en una superficie de 371.600 m2 y un costo inicial de $ 50 millones. La ciudad de Nueva York ha sido escenario de enormes manifestaciones en las que abundan consignas antijudías.

    Hay un antecedente a fines la década de 1970, cuando la Universidad Americana de Washington DC recibió una oferta del traficante Adnan Khashoggi, vinculado al terrorismo islámico. El traficante ofreció $ 600.000 para crear la Cátedra de Estudios sobre Oriente Medio. Rechazado por su prontuario, pagó en 1984 $ 5 millones para abrir el “Centro de Convocaciones y Deportes Adnan Khashoggi” en la Universidad Americana.

El enorme campus de la Universidad de Nueva York en Abu Dhabi, Emiratos Árabes Unidos
(Foto: vinoly.com)

  • La Universidad de la Commonwealth de Virginia es otra de las grandes receptoras de dinero árabe. Embolsó U$$ 587,4 millones de Catar, de los cuales 89 millones no fueron declarados. Es otra de las universidades que construyó un campus en tierra catarí.
  • La Universidad George Mason también recibió fondos para crear un campus en los Emiratos Árabes Unidos, y al menos $ 58,9 millones para becas del gobierno saudita. En total acumuló $ 118 millones árabes. Tampoco ha tomado medidas concretas contra el antisemitismo entre sus alumnos.
  • Días atrás, los estudiantes judíos de la Universidad de Arizona tuvieron que retirarse del campus ante el ataque a sus habitaciones de parte de una turba de antisemitas que “conviven” con ellos. Esa institución recibió $ 112,6 millones desde el Medio Oriente.

La lista de universidades y aportes es muy extensa, más de 280, pero ya tenemos una idea del grado de penetración financiera de los fondos árabes. Con solo ver cómo se posicionan esos fondos sobre el total, es posible establecer por qué no se trata de un reporte sesgado.

¿Existe una relación directa entre la llegada de fondos desde países donde los judíos son rechazados y la reacción judeófoba en las instituciones beneficiadas? ¿La tolerancia de los decanos tiene un trasfondo material? Para responder tenemos que volver al trabajo del NCRI.

Al comparar el nivel de expresiones y actos antisemitas en universidades que recibieron fondos de países con regímenes autoritarios con las que no los recibieron, se descubre que hay una diferencia que llega al 300%. Es un diferencial extremadamente alto.

El estudio se hizo con un complemento de entrevistas a estudiantes, en las cuales se les interrogó sobre temas vinculados a estereotipos como “Israel no tiene derecho a existir”, “los judíos son comparables a los nazis” y “los judíos de EEUU se preocupan más por Israel que por su país”. El resultado en todos los casos demostró que las respuestas más agresivas hacia los judíos se daban en aquellas instituciones que habían recibido dinero sin documentar desde el Medio Oriente. No hace falta abundar sobre la relación directa entre causas y consecuencias.

Sedes de universidades estadounidenses en Catar

Desde 1998, la corona de Catar ha financiado la instalación de siete universidades de EEUU en su “Ciudad de la Educación”. Las universidades con sucursal catarí son Cornell, Georgetown, Northwestern, Virginia, Texas, Carnegie Mellon y Georgetown. Su instalación fue pagada por el gobierno local, e incluye giros anuales a las universidades.

Vista aérea de la “Ciudad de la Educación” de Catar, donde no existen las libertades de los países de origen de esas instituciones y los judíos están vetados
(Foto: forbes.com)

Es importante señalar que en su territorio, los cataríes no aceptan las libertades vigentes en los países de origen. En los campus norteamericanos instalados en suelo islámico no se aceptan profesores judíos —de hecho tienen el ingreso prohibido en gran parte de los Estados de la región— ni expresiones de diversidad sexual. La Universidad Northwestern fue escenario de esa intolerancia: en febrero de 2020 los miembros de la banda libanesa Mashrou Leila fueron invitados a un debate en el campus de esa universidad en Catar, pero el evento se canceló por orden de las autoridades locales porque su cantante expresaba públicamente su homosexualidad.

Según el trabajo de Bard, las universidades de Indiana, Wisconsin, Michigan y Minnesota rechazaron el financiamiento árabe tras serle negada la visa a cuatro profesores judíos para ingresar a Arabia Saudita para ser parte de un programa de formación en la Universidad de Riad.

La Universidad de Harvard tuvo que anular un contrato con Arabia Saudita por $ 5,5 millones para formar profesores de ese país por la restricción para contratar profesores judíos, y el MIT anuló otro convenio similar por $ 2 millones con los saudíes por idéntica prohibición.

Esa intolerancia no tiene reciprocidad en territorio estadounidense. Paradójicamente, la libertad religiosa y de expresión se enarbola como una bandera para recibir el financiamiento árabe, y las restricciones vigentes en los países donantes no afectan el ánimo de recibir dinero desde ellos.

Donantes que se retiran y prestigio que se evapora

El despliegue de fanatismo ya provocó el retiro de muchos donantes de las universidades norteamericanas. Henry Swieca, un mecenas de Columbia, renunció al Consejo de Administración y denunció la “cobardía moral” de las autoridades de la universidad.

El empresario judío Leon Cooperman, quien en el pasado donó $ 50 millones a la Universidad de Columbia, anunció públicamente que dejará de aportar dinero por considerar que el decano no está asumiendo su responsabilidad ante el auge del fanatismo.

Erika James, decana de la Universidad de Pennsylvania, admitió días atrás que deben rehacer la relación con los donantes tras los incidentes antisemitas en su recinto. Esa universidad recibió $ 256 millones de fondos árabes según Bard, y $ 292 millones de acuerdo con el NCIR.

Idan y Batia Ofer, mecenas de Harvard, dejaron la Junta Directiva de la universidad y cesaron su contribución ante la falta de respuesta al antisemitismo. “Nuestra fe en el liderazgo de la universidad se ha roto, y no podemos continuar apoyando de buena fe a Harvard», explicaron.

En Harvard hubo otras reacciones. Un grupo de 1600 egresados, incluyendo donantes influyentes como el fundador de Pershing Square, Bill Ackman, y la exdirectora ejecutiva de Victoria’s Secret, Leslie Wexner, han amenazado con retener sus donaciones hasta que las autoridades universitarias tomen medidas ante el auge del antisemitismo y los discursos de odio en el campus.

Por su parte, el exembajador de EEUU Jon Huntsman, el creador de la serie «Ley y orden» Dick Wolf, y el ejecutivo de capital privado Edgar Bronfman Jr. han prometido suspender sus donaciones a la Universidad de Pensilvania.

Además, una carta a 100 rectores que incluyen a los de Yale y Harvard, enviada por un grupo de 40 bufetes de abogados de primera línea de Nueva York, advirtió que, de no cesar los ataques antisemitas, revisarán su programa de contratación de egresados de esas universidades.

La mayoría de los manifestantes antijudíos permanecen constantemente encapuchados para evadir las consecuencias de sus acciones, lo que llama la atención si realmente creen en lo que promueven

Esta amenaza es seria. Relegar o someter a un escrutinio más severo a las promociones que hoy estudian en universidades tolerantes con los discursos de odio no solo afectará la reputación de las casas de estudio, sino también la matriculación y su valor futuro.

Los ingresos filantrópicos simbolizan un 45% de los ingresos anuales de Harvard y 9% de su gasto operativo, según un reporte de la BBC. La misma fuente indica que para el conjunto de la educación superior, las donaciones menores a 5000 dólares representan el 95% de los ingresos.

Es cierto que estas donaciones quizá sean pocas frente a las aportaciones árabes, que incluso pueden reforzarse para auxiliar a las instituciones en peligro. Pero eso solo aumentaría su dependencia, y no solucionaría el problema de un intangible crucial: el prestigio. Por más dinero que envíen los mecenas árabes o de otros Estados que buscan comprar complacencia y puntos de vista entre los estudiantes, el vaciamiento reputacional puede tener un efecto devastador y llevar años para recuperarse cuando se le quiera revertir.

Pero hay otro aspecto aún más profundo y preocupante, que es la ruptura entre el ciclo educativo y la inserción social, que podría crear promociones más interesadas en la épica política que en las habilidades que pudieran adquirir en las universidades. No es un tema simple.

Las universidades son a su vez una caja de resonancia y, de hecho, además de la visibilidad que logran las manifestaciones antisemitas, en ellas se organizaron algunas de las marchas contra Israel que han recorrido las ciudades estadounidenses desde el 7 de octubre. El fanatismo ofrece al integrismo una cantera para reclutar militantes que privilegien la lucha como opción principal de vida y, destilando la militancia más radicalizada, se les facilitaría encontrar cómplices para convertir la retórica en delito y apoyo para lanzar atentados.

Los manifestantes de Columbia han exhibido orgullosamente una bandera del grupo terrorista Hezbolá, probablemente sin tener idea de lo que significa. El fomento del extremismo no deparará nada bueno a la sociedad estadounidense
(Foto: redes sociales)

No es una alerta especulativa. El arresto del estudiante de Cornell que prometía una masacre en el comedor kosher es apenas uno de tantos incidentes intimidatorios. El 8 de noviembre, una mujer de Indianápolis llamada Ruba Almaghtheh estrelló su auto contra la Escuela Israelita de Conocimiento Universal y Práctico. Tras ser detenida confesó que buscaba lastimar a niños judíos “en represalia por la situación de los palestinos”.

El día anterior fue asesinado en California Paul Kessler, de 69 años, cuando un manifestante propalestino irritado por la bandera de Israel que el anciano portaba le arrojó un megáfono y le provocó un traumatismo severo. Son solo algunos de los casos de violencia antisemita.

En un país en el que la compra y posesión de armas de alto calibre y cadencia de fuego es la norma, la prédica antisemita no debe tomarse a la ligera, ya sea por el riesgo que representan los grupos radicalizados como por el que suponen los solitarios en estado de alteración. Mezclar judeofobia con el porte libre de armas es un riesgo enorme para los 5,5 millones de judíos que viven en EEUU, y se repite en otros países con comunidades judías poco o muy numerosas.

*Periodista y escritor argentino.
Basado en un hilo en su cuenta en la red X (@nachomdeo).
Adaptado por Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.
Las fotos fueron tomadas del mismo hilo, excepto cuando se cita una fuente distinta.

Información del periodista británico Etan Smallman

El problema no se limita a las universidades norteamericanas: hubo 73 incidentes antisemitas en las universidades británicas en las seis semanas posteriores al 7 de octubre; en todo el año 2022 habían sido 56. Hay denuncias similares en Italia, Francia y otros Estados europeos, donde los slogans a favor de los palestinos se combinan con ataques contra los judíos y una tolerancia excesiva desde los claustros. Con la excusa de la situación en Gaza, la judeofobia se esparce.

En Argentina, un grupo de estudiantes judíos de la Universidad de Buenos Aires, la más grande del país con 308.748 estudiantes, presentó una carta pública denunciando el incremento del acoso. En particular señalan a las agrupaciones de izquierda que reivindican las atrocidades de Hamás.

Es fácil corroborar que la coyuntura es tan solo una excusa para el antisemitismo. Un repaso por la actividad de los grupos más activos muestra que no expresan igual furia ante otros conflictos, ignoran las atrocidades de Hamás y no reclaman por los 240 ciudadanos israelíes secuestrados en Gaza.

Esa indignación selectiva y el modo en que se difundió la narrativa judeófoba tiene en las universidades un doble peligro. Por un lado, adjudica a Hamás y sus aliados una representación en las juventudes formadas, y crea una hipoteca antisemita para el futuro de las sociedades.

El dinero que fluye desde el Medio Oriente es el anabólico que alimenta al antisemitismo universitario, y los petrodólares la anestesia que duerme a la reacción que debe ponerle un freno. Ese “correctismo” solo tiene vigencia local. La tierra de los donantes “es una cultura diferente”.

El sistema universitario de EEUU es un espejo en el que puede reflejarse la debilidad de Occidente. La inversión millonaria, con el silencio y la complicidad como contraprestación, ha sembrado una semilla de intolerancia en las nuevas generaciones. Ahora estallaron las consecuencias.

Las universidades deben elegir ahora qué clase de enseñanza imparten. No se trata solo de currículos, sino del estilo de vida que proponen y el sitio que le dan a la tolerancia, la disidencia y la violencia como argumentos. Occidente debería estudiar atentamente la respuesta.

La judeofobia expone a las universidades que aceptaron al “Sugar Daddy” del Medio Oriente. Si en un espacio que es la puerta a la vida adulta y productiva dicen que el dinero vale más que la convivencia entre diferentes, entonces tendrán muchos egresados diplomados en intolerancia.

Attencion Sami Rosenbaum. Nuevo Mundo Israelita Caracas
 
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