Ayer, domingo, la ADL, «Liga Antidifamación», daba sus cifras sobre el ascenso de los actos antisemitas en el mundo. Las más altas desde la segunda guerra mundial: 8.873 agresiones en los Estados Unidos, 1.676 en Francia, cifras espectacularmente ascendentes en toda Europa.
De inmediato, la jerga humanitaria ha dado con su coartada moral: la guerra de Israel contra Gaza. Invirtiendo, por supuesto, el orden y la realidad de los hechos. Dejando de lado que Israel se ha limitado a responder al ataque militar contra su población civil que permitió a Hamás, el 7 de octubre pasado, asesinar a 1.170 ciudadanos israelíes desarmados y secuestrar a varios cientos, de los cuales permanecen presos en condiciones inhumanas más de cien, a los cuales hay que añadir la sórdida retención de medio centenar de cadáveres.
Evitemos ambigüedades. «Antisemitismo» es una categoría moderna. Le da cuerpo teórico Wilhelm Marr, en su panfleto de1873 Der Sieg des Judenthums über das Germanenthum, «La victoria de la judeidad sobre la germanidad». Su forma definitiva la fijará, sin embargo, un autor francés, muy cercano al socialismo de final del XIX, Édouard Drumont, en el que fue uno de los más importantes bestsellers de su tiempo: La France Juive («La Francia Judía») del año 1886.
Ya desde su origen, «antisemitismo» escapa a su literalidad etimológica de fobia al tronco semita, para aplicar específicamente su odio sobre el pueblo judío. P.-A. Taguieff propuso, hace tres decenios, la designación, etimológicamente más certera, «judeofobia» para dar razón de la obsesiva pulsión de muerte antijudía en las sociedades contemporáneas. Si, pese a todo, prefiero seguir haciendo hoy uso del término consagrado «antisemitismo», es para preservar la continuidad que, en sus categorías básicas –y a veces en sus manifiestos explícitos–, entronca este de hoy con el más depurado llamamiento al exterminio judío en la Centroeuropa de los años treinta y cuarenta.
Lo de verdad fascinante –y, por supuesto, aterrador– es cómo, bajo la denominación de «antisemitismo», se recoge intacta una tradición cuyos orígenes se remontan a la rebelión de Bar-Kojba y la dispersión de la población judía en el Imperio Romano en el año 136: la continuidad del antijudaísmo que, con variedades muy matizadas, se extenderá por todo el continente europeo sin apenas excepciones. Lo que el nuevo antisemitismo, el nacido a final del siglo XIX, añade es sólo el proyecto material de borrar del Continente a la población judía en su conjunto. Su forma más acabada es la que pasa aplicar la Conferencia de Wannsee (1942) en la Alemania nazi: el exterminio total de los judíos europeos. Inacabado, el proyecto completará una cifra de seis millones de asesinados en las formas más atroces.
Antisemitismo es hoy –bajo la tosca coartada de «antisionismo»– el empecinamiento internacional en negarle a Israel lo que a cualquier otro país –no digo ya a cualquier otro país democrático– se le concede como evidente: el derecho de respuesta ante un ataque militar con resultado de exterminio deliberado de población civil. La guerra es siempre horrible. Pero no afrontarla es aceptar que aquel que proclama su propósito de destruirte pueda lograrlo sin freno alguno. Hamás fue inequívoco, desde su nacimiento, al fijar su objetivo estratégico. «Preámbulo» de la Carta Fundacional de Hamás: «Israel existirá, y continuara existiendo, hasta que el Islam lo destruya, de la misma manera que destruyó a otros en el pasado». La aplicación de ese principio, el 7 de octubre de 2023, fue literal. Y esa literalidad se seguirá cumpliendo mientras Hamás exista. Nadie puede engañarse acerca de eso: o Hamás desaparece o desaparece Israel.
A ningún país que hubiera sufrido un ataque así –y que siguiera sometido al chantaje de un secuestro ciudadano de tales dimensiones– le hubiera reprochado nadie que se defendiera con todos sus medios militares y que prolongara la guerra hasta la liberación del último de sus secuestrados. A Israel se le abomina por hacer lo que, de afectarnos a nosotros, juzgaríamos virtud y aun norma obligada: la defensa de la existencia nacional y de la vida de cada ciudadano. ¿Hace falta recordar que, durante la guerra contra el Estado Islámico en Iraq, la coalición occidental produjo un número mucho más alto de víctimas civiles del que se está produciendo en la guerra de Gaza?
En eso consiste hoy el antisemitismo; en negar a los judíos lo que sólo para los no-judíos consideramos un derecho: la autodefensa. Y ese antisemitismo es tan hondo en la cultura europea, que ni siquiera lo vemos.
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