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| jueves noviembre 21, 2024

“Medidas Activas” Contra Israel, Contra Occidente I


“These weren’t just diatribes against the war—they were written by people wanting to overthrow capitalism and the U.S. government, people screaming for violence and revolution.”

“How could she ‘hate’ this country when she had no conception of this country? How could a child of his be so blind as to revile the ‘rotten system’ that had given her own family every opportunity to succeed? To revile her ‘capitalist’ parents as though their wealth were the product of anything other than the unstinting industry of three generations. […] There wasn’t much difference, and she knew it, between hating America and hating them.”

“You hate us not because we’re reckless but because we’re prudent and sane and industrious and agree to abide by the law. You hate us because we haven’t failed. Because we’ve worked hard and honestly to become the best in the business and because of that we have prospered, so you envy us and you hate us and want to destroy us. And so you used her. A sixteen-year-old kid with a stutter. …. Made her into a ‘revolutionary’ full of great thoughts and high-minded ideals. … You enjoy the spectacle of our devastation. Cowardly bastards. It isn’t clichés that enslaved her, it’s you who enslaved her in the loftiest of the shallow clichés— and that resentful kid, with her stutterer’s hatred of injustice, had no protection at all. You got her to believe she was at one with the downtrodden people— and made her into your patsy, your stooge.”

Philip Roth, American Pastoral

 

La estupidez ha sido elevada al rango de comportamiento ilustre en occidente. Especialmente en los templos del saber a los que concurren los descendientes de las élites y los esforzados de la clase media. Pero también en la esfera de la dirigencia política y empresarial, donde la mediocridad ha encontrado un nido ameno. Es en estos espacios donde se festeja a sí misma, como si de un logro, una inteligencia portentosa se tratara; señalándose como proba e infalible sociedad, cuando en realidad es una señal bien distinta la que emite al mundo: aquí estoy, indefensa, predispuesta a ser utilizada, infiltrada, debilitada, asaltada.

Acaso como nadie, o como muy pocos, mejor dicho, Jean-François Revel (How Democracies Perish) para describir la actual deriva entre estulta y colaboracionista de occidente contra occidente – y la utilización de la historia como cilio falaz para elaborar un presente de necia penitencia y sumisión.

Decía el pensador francés sobre el comportamiento de la política y la diplomacia occidentales durante la guerra fría algo que perfectamente puede aplicarse al presente con muy breves actualizaciones, que intuyendo que la amenaza totalitaria “no puede disiparse mediante el compromiso, al menos mediante el tipo de compromiso habitual en la diplomacia clásica, los demócratas prefieren negar que exista el peligro”. “Incluso – proseguía Revel – se enfurecen ante quienes se atreven a verlo y nombrarlo. Valorando justamente la paz [o su ilusión, la íntima sensación de altitud moral – prudentemente presurizada la realidad]…, se persuaden de que todo lo que necesitan hacer para defenderla es renunciar a su defensa, pues éste es el único factor que controlan en la situación, la única mercancía que pueden ofrecer en cantidad para la negociación. Es más fácil obtener concesiones de uno mismo que de un adversario”.

En esta superficie reflectante que es la realidad se reflejan cabalmente la Unión Europea, no pocos gobiernos occidentales, la ONU (y sus numerosas agencias, organismoscorte) y tantas ONG reconvertidas en mentideros obsecuentes. Sus voces dicen sobre la República Islámica de Irán, ChinaCatar o Turquía únicamente la idea parecen querer tener o, antes bien, que quieren instalar sobre estos regímenes: un mito de “programas nucleares pacíficos”, de “meras posturas”, de “acercamiento a occidente”, de “válidos interlocutores”, de “valores compartidos”, de un “coincidente deseo de paz y armonía”. Y el estado actual de cosas sólo obedece a la agresividad de la OTAN en Europa oriental, al “díscolo” y “malvado representante de occidente en Medio Oriente”, el último bastión “colonialista”.

En este marco, el détente, tal como apuntara Revel, podría entonces resumirse brevemente en “la defensa deviene en agresión”, y el “aliado” de occidente, en “una fuerza ocupante”. Por otro lado, los países y minorías sojuzgados por el régimen de Teherán y sus proxis, por China, Rusia, Turquía, por ejemplo, se agrupan bajo su protección, bajo su liderazgo, ante la “ultraderecha”, el “fascismo”.

Entre los hechos y las circunstancia que detallara Revel se levanta no sólo tiempo sino, ya no sólo la masificación de la comunicación, sino la personalización y la interacción respecto de esta con un elevado número de desconocidos. El receptor se convierte así en un potencial amplificador masivo de paquetes de información. El problema de esta nueva situación radica en que, la rapidez y abundancia de datos facilitan el tráfico y la ocultación de fabricaciones – aún de las más evidentes.

De esta manera, Joseph Bak-Colemana, Mark Alfano, Wolfram Barfusse y Carl Bergstromg, et al. (Stewardship of global collective behavior) señalaban que segmentos de la sociedad o de redes que se ven expuestas repetidamente a falsedades pueden normalizarlas o ver seriamente dificultado su acceso a un ambiente informativo capaz de discernir la realidad de la ficción. Y es que “la eliminación de los filtros que pueden haber favorecido una información de alta calidad, combinada con la rápida distribución de la falsedad, pueden representar una de las mayores amenazas para el bienestar humano…”.

Imagínese lo que esto supone cuando son numerosos los medios y los periodistas que actúan como si fuesen meros artilugios repetidores, usuarios de redes sociales sin un conocimiento cabal de aquello de lo que opinan, de lo que difunden guiados por una afinidad ideológica o un prejuicio coincidente. Un proceder que recuerda someramente a los “agentes de influencia” (voluntaria o inconscientemente) de la era soviética.

Un daño que se ve sustancialmente incrementado cuando, como señalaba James Forest (Political Warfare and Propaganda, An Introduction), a través de las redes sociales y de otras tecnologías de la red, “los atacantes pueden incentivar y manipular las interacciones directamente con los ciudadanos de una población extranjera… Este tipo de ataques explota las vulnerabilidades humanas … y saca partido de dimensiones psicológicas y emocionales como el miedo, la incertidumbre, los sesgos cognitivos, entre otros”.

En definitiva, ciertos actores (actores no estatales cada vez más se abocan a estas actividades) pueden utilizar los ecosistemas informáticos como arma con el fin de afectar la percepción y el entendimiento de la realidad, de manera de que el conflicto resulte otro, llegando incluso a invertir su causalidad: lo que no fue, es; lo que no es, también es, de acuerdo a lo que se precise. Una modificación que permite, por otra parte, la alteración de la valoración moral, de los valores – para esa instancia particular.

Volviendo a Forest, apuntaba que una investigación de 2019 de Diego Martin y Jacob Shapiro definía los esfuerzos de influencia extranjera (véase más adelante los de Catar, la República Islámica de Irán, China, Rusia) como: las campañas coordinadas por un estado para impactar uno o más aspectos específicos de la política de otro estado; a través de los medios, redes sociales, etc. Los objetivos de tales campañas incluyen, entre otros, influir en las decisiones políticas, cambiar la agenta política y fomentar la polarización política.

El propio Forest mencionaba un elocuente informe de julio de 2020 del Observatorio de Internet de Standford que decía:

Rusia, China, Irán y otras naciones controlan medios de comunicación con audiencias significativas, a menudo más allá de sus fronteras. También se han visto implicados en el desmantelamiento de cuentas y páginas de empresas de redes sociales…, o en tácticas de distribución coordinadas para atraer la atención hacia determinados contenidos o para crear la percepción de que una determinada narrativa…”.

Además, añadía que la red global de medios de comunicación (como, por ejemplo, la catarí Al Jazeera, las iraníes Hispan TV y Press TV, canales chinos, rusos, o los de Hizbulá y Hamás) “desempeña un papel clave, emitiendo en lenguas extranjeras y proporcionando programación a emisoras de todo [el mundo]. A su vez, los medios de comunicación occidentales repiten y amplifican la difusión de los mensajes a una audiencia internacional más amplia, dando una percepción de legitimidad a lo que en realidad es … propaganda dirigida por el Estado”.

Según informaba el diario estadounidense The New York Times (02/05/2024), a medida que las protestas por la guerra en Gaza se han extendido por Estados Unidos, tanto Rusia, como China y el régimen de la República Islámica las han aprovechado para “anotarse puntos geopolíticos en el extranjero y avivar las tensiones dentro de Estados Unidos”. A su vez, el texto señalaba que a investigadores de redes sociales les preocupa “que algunas operaciones de influencia extranjera estén… tratando de inflamar las tensiones partidistas, denigrar la democracia y promover el aislacionismo. Los tres adversarios han desencadenado un diluvio de propaganda y desinformación desde que comenzó la guerra en Gaza en octubre, tratando de socavar a Israel y, como su principal aliado, a Estados Unidos, al tiempo que expresan su apoyo a Hamás o a los palestinos en general.

En el mismo sentido, de acuerdo al German Marshall Fund, Rusia, China y la República Islámica de Irán han explotado la incertidumbre moral de Occidente con mensajes calibrados para mejorar su propia posición e influencia mundial. Cabría añadir en esta lista a Catar (Al Jazeera), Arabia Saudí y Turquía; además de Hamás y Hizbulá, entre otros actores no estatales. Esta institución aclaraba que el empeño de estos actores por “sacar provecho del conflicto se ha desarrollado en un entorno informativo que se ha vuelto mucho más acogedor para la propaganda y la desinformación respaldadas por el Estado durante el último año”.

Así, sostenía, los tres países mencionados han mostrado un claro deseo de culpar a Occidente por el conflicto – principalmente a Estados Unidos. En el caso de Rusia, decían que, si bien “los propagandistas han adaptado las narrativas para que encajen en el conflicto entre Israel y Hamás, sus principales argumentos son coherentes con los esfuerzos anteriores por presentar a las democracias como países que instigan a la guerra, se benefician del conflicto y apoyan a los actores más atroces implicados en la lucha. Estos argumentos están diseñados para alejar el apoyo internacional de las causas democráticas y dividir internamente a las democracias. En la guerra entre Israel y Hamás, las cuentas vinculadas al Kremlin han descrito a los funcionarios israelíes como criminales de guerra”.

En cambio, China puso su enfoque en el “supuesto papel maligno de Estados Unidos en el conflicto”, culpando a este país se ser responsable “del resurgimiento del conflicto entre Israel y Palestina”. Dicho marco se yuxtaponía “al papel supuestamente constructivo desempeñado por China”.

La fábrica de manipulación de República Islámica no trajo consigo mucha sorpresa: uno de sus afanes resultó ser el de retratar a los israelíes como “inhumanos” y legitimar como “resistencia” el ataque de Hamás.

Los medios de comunicación, organizaciones otrora prestigiosas y la educación han sido unos de sus objetivos prioritarios para moldear la percepción de la realidad – o, dicho de otra manera, para construir, imponer, significados “compartidos” -, para ejercer la censura propicia.

El patrón parece seguir el surgido de los escritorios de la KGB – sugiriendo aquellas “medidas activas” – esas actividades que propugnaban infiltrar, socavar, sumir la realidad a simple argamasa para la fabricación supeditada a la codicia ideológica.

Reminiscencias soviéticas

“One of the saddest lessons of history is this: If we’ve been bamboozled long enough, we tend to reject any evidence of the bamboozle. We’re no longer interested in finding out the truth. The bamboozle has captured us. It’s simply too painful to acknowledge, even to ourselves, that we’ve been taken. Once you give a charlatan power over you, you almost never get it back.”

Carl Sagan

La técnica original de los actores soviéticos – explicaba el teniente coronel Jarred Prier en su trabajo Commanding the Trend: Social Media as Information Warfare – se fundaba en las llamadas aktivnyye meropriyatiya (medidas activas) y la dezinformatsiya (desinformación). Según un informe del Departamento de Estado de 1987 sobre la guerra de información soviética, proseguía Prier, “el objetivo de las medidas activas es influir en las opiniones y/o acciones de individuos, gobiernos y/o públicos”.

Durante la Guerra Fría, describía Prier, “los agentes soviéticos intentaban tejer su propaganda en una narrativa existente” – lo que inevitablemente hace pensar en el estado de muchas universidades y en los campus universitarios occidentales actuales y las sobreactuadas manifestaciones antiisraelíes – “para desprestigiar a países o candidatos individuales. Las medidas activas están diseñadas… ‘para abrir brechas en las alianzas comunitarias occidentales de todo tipo, … para sembrar la discordia entre los aliados, para debilitar a Estados Unidos a los ojos de los pueblos de Europa, Asia, África, América Latina, y así preparar el terreno en caso de que la guerra realmente ocurra’. Prier citaba al analista de las tendencias de la Federación Rusa Michael Weiss que decía que “la subcategoría más común de medidas activas es la dezinformatsiya, o desinformación; es decir, mentiras febriles, aunque creíbles, cocinadas por el Centro de Moscú y plantadas en medios de comunicación amigos para hacer que las naciones democráticas parezcan siniestras”.

En este sentido, Forest citaba a Thomas Rid, quien apuntaba que los soviéticos utilizaban la desinformación para exacerbar las tensiones y las contradicciones en el interior del cuerpo político del adversario aprovechando hechos, falsificaciones e, idealmente, una mezcla desorientadora de ambos.

Alexander Bentley, Benjamin Horne et al. (Cultural Evolution, Disinformation, and Social Division) añadían que lo que se pretende es explotar eventos culturales de la época potencialmente divisivos de la época. Imposible no pensar en el llamado movimiento woke, gay (gays for Palestine…, sí), y en la cómoda estupidez y el hastío occidental.

En definitiva, y como expresaba Miroslav Mitrović en Genesis Of Propaganda as a Strategic Means of Hybrid Warfare Concept, estas medidas y, sobre todo, “la distorsión de la información erosiona la confianza en las instituciones sociopolíticas que constituyen el tejido fundamental de la democracia: fuentes legítimas de noticias, científicos, expertos e incluso conciudadanos. Como resultado, la sociedad tiene dificultades para unirse en una realidad compartida”.

De lo que se trataba, en breve, era de introducir la propaganda mimetizada con aquello que una sociedad determinada tenía por validado. Precisamente, apuntaba Prier, uno de los uno de los principios de la propaganda es que el mensaje debe resonar en el objetivo – como, por ejemplo, emplear características negativas asociadas a los judíos adaptadas al presente: tal como los falsos genocidio o colonialismo; a partir de los cuales elaborar puntos en común, identidades que puedan usufructuarse de otras maneras. Por lo tanto, proseguía Prier, cuando se le presenta a la audiencia información que está dentro de su estructura de creencias, su prejuicio se confirma y acepta la propaganda. “El volumen de información puede crear una heurística de disponibilidad en la mente del receptor. Con el tiempo, la propaganda se normaliza e incluso se hace creíble. Se confirma cuando una noticia falsa es difundida por los principales medios de comunicación, que han pasado a depender de las redes sociales para difundir y recibir noticias. … Las noticias falsas son una forma particular de propaganda compuesta por una historia falsa disfrazada de noticia”, concluía.

Hoy ya no es sólo Rusia la que se dedica a estas, o a técnicas muy similares, ya no es el centro en el que se elabora la propaganda, la ominosa ilusión. Otros países. y actores no estatales, llevan a cabo medidas análogas, facilitadas por los avances tecnológicos en el ámbito de la comunicación, en pos de la consecución de objetivos idénticos: control de la narrativa para imponer sus deseos.

Los medios a disposición de esta maquinaria de manipulación con fines de debilitamiento social del enemigo se han multiplicado, desde canales de televisión – como RTSputnikPress TVHispan TVCCTVAl-Manar, entro otros – así como otros medios y agencias de noticias, redes sociales; e incluso ONG y organismos internacionales que han sido convertidos en una boba mueca de asentimiento, en una fachada que los degrada.

Agentes de influencia, o influencers totalitarios

En el mencionado trabajo Political Warfare and Propaganda, An Introduction, James Forest mencionaba que entre los llamados “agentes de influencia” que cultivaban los soviéticos, se encontraban desde el individuo que desconocía que estaba siendo manipulado, los “contactos de confianza”, hasta el agente encubierto que controlaba Moscú. Un agente de influencia podía ser un periodista, un funcionario gubernamental, un líder sindical o un académico, líderes de opinión, artistas, etc. El objetivo principal de una operación de influencia, según explicaba Forest, era utilizar la posición del agente para apoyar o promover las condiciones políticas deseadas por la potencia extranjera. Las redes sociales han facilitado en mucho esta labor de difusión y repetición de un núcleo narrativo-interpretativo.

Precisamente, Foster decía que “hoy en día es más probable que el agente sea un usuario de las redes sociales con suficientes seguidores como para ser considerado un potencial ‘influencer’”. Joseph Bak-Colemana, Mark Alfano, Wolfram Barfusse, et al. (Stewardship of global collective behavior) ampliaban diciendo que “los individuos conectados poseen una influencia desmesurada, aunque es poco probable que su centralidad esté relacionada únicamente [acaso, siquiera] con el hecho de ser productores de información de mayor calidad. En cambio, su popularidad puede ser el resultado de una ventaja acumulativa o de la tendencia a evocar una respuesta emocional. Los intereses creados han aprovechado las nuevas tecnologías de la comunicación para difundir información errónea, lo que explica en parte por qué [ciertos grupos] están sobrerrepresentados”.

Falta de escrúpulos y humo digital. De ambos abunda en las redes sociales.

Israel, el judío: la herramienta ideológica que no se agota

En un informe especial del Global Engagement Center del Departamento de Estado de Estados Unidos titulado More Than a Century of Antisemitism: How Successive Occupants of the Kremlin Have Used Antisemitism to Spread Disinformation and Propaganda, se señalaba que “la KGB y sus serviles agencias de inteligencia del bloque oriental también dedicaron importantes recursos a cultivar el odio antisemita y antiestadounidense en el mundo islámico. El objetivo principal de estas campañas era demostrar ‘la conexión’ entre EE.UU., el ‘capital estadounidense’, el ‘imperialismo estadounidense’, etc., y el sionismo’ … utilizando indistintamente ‘sionismo’ y ‘judíos’ o ‘judaísmo’ en sus narrativas. El aparato de inteligencia soviético y sus aliados utilizarían la desinformación para difundir narrativas generales según las cuales los judíos eran los titiriteros en la sombra de los países capitalistas…”. Y ahí seguimos.

“En esta línea, Andropov lanzó la Operación SIG en 1972 con el objetivo de convertir a los países de mayoría musulmana en frenéticos enemigos del ‘sionismo americano’ mediante el uso de medidas activas antisemitas diseñadas para inflamar la antigua enemistad hacia los judíos y el irredentismo en Oriente Medio.

Como parte de la Operación SIG, la Unión Soviética y sus aliados del bloque comunista imprimieron, tradujeron y distribuyeron sistemáticamente Los Protocolos de los Sabios de Sion por todo el mundo. Según [Ion Mihai] Pacepa [agente rumano de inteligencia que desertó a Occidente], en 1972, el KGB suministró al DIE una traducción al árabe de Los protocolos de los sabios de Sión

Cuatro décadas después, Moscú ha desempolvado esta táctica de la era soviética. En 2011, los medios de comunicación independientes rusos descubrieron el plan del Ministerio de Asuntos Exteriores de Rusia para distribuir Los protocolos y otro libro antisemita, Cábala: Conspiración contra Dios, a las embajadas rusas de todo el mundo como parte de un paquete de ‘literatura espiritual y ética’”.

Nadie mejor que Izabella Tabarovsky, que es sin duda una de las académicas que más conoce sobre el antisemitismo soviético y de su prolongación y adaptación al presente, para repasar brevemente el origen tramposo de algunos de los conceptos más utilizados actualmente como si representasen elementos de la realidad y no fabricaciones con fines políticos.

Especialmente a partir de 1967 la campaña soviética “anti-sionista” fue masiva. Esta, que estaba diseñada por la KGB y era supervisada por los principales ideólogos del Partido Comunista, logró, ante una significante porción del público doméstico y algunas audiencias extranjeras, vaciar al sionismo de su significado como movimiento de liberación nacional del pueblo judío y asociarlo en su lugar con el racismo, el fascismo, el nazismo, el genocidio, el imperialismo, el colonialismo, el militarismo y el apartheid. “Contribuyó además a la adopción de la tristemente célebre Resolución 3379 de la Asamblea General de la ONU de 1975, que consideraba el sionismo una forma de racismo y allanó el camino para la demonización de Israel dentro de esa organización”.

Esta campaña, exponía Tabarovsky, utilizó la significante de la capacidad de transmisión y publicación soviética en el extranjero, así como organizaciones-fachada y organizaciones afines en Occidente y en países del llamado tercer mundo para difundir sus mensajes entre las audiencias internacionales. Mensajes que eran estructurados de distintita manera según el público al que iban dirigidos. Así, por ejemplo, en África se vinculaba al sionismo con la Sudáfrica del apartheid, y en América Latina, con el imperialismo.

Cabe mencionar el caso de Mahmoud Abbas, el líder de la Autoridad Palestina, que en 1982 obtuvo su doctorado en la Universidad Patrice Lumumba en Moscú – establecida para entrenar a las élites marxistas-leninistas del tercer mundo y para prepararlas para que se convirtieran en influyentes pro-soviéticos. Durante la estadía de Abbas en dicha casa de altos estudios, “la institución era dirigida por Yevgeny Primakov, un arabista con conexiones de toda la vida con la inteligencia soviética en Oriente Medio, que acabaría dirigiendo la agencia de inteligencia exterior soviética. El hecho de que Primakov nombrara personalmente al asesor de tesis de Abbas demuestra la importancia que la política exterior y los servicios de inteligencia soviéticos concedían a la formación de este ya prominente dirigente palestino”.

La imagen como arma

Decía Paul Virilio, quien, cuando no estaba ocupado realizando interpretaciones fantasiosas y erradas sobre la ciencia, mostraba su lucidez política, que “la historia de la batalla es ante todo la historia del cambio radical de los campos de percepción”.

La gastada boutade – ya pedestre lugar común – afirma que una imagen vale más que mil palabras. Acaso valga el adagio cuando de describir un instante quieto, desprendido del antes y el después, se trate. Pero como resumen de algo que excede los límites de esta, ya comienza a hacer agua. Y ni hablar cuando tiene que ver con razonar un asunto, un hecho: la reflexión requiere ineludiblemente de la palabra; se piensa con el lenguaje. La imagen, en esta tarea, puede, en el mejor de los casos, funcionar como una ilustración puntual; en el peor, como una suerte de chantaje al oyente del argumento que se le expone.

En este sentido, Moran Yarchi (ISIS’s media strategy as image warfare: Strategic messaging over time and across platforms) decía que las imágenes – de video, en particular, fotografías – “sirven como atajos para la comprensión de las situaciones, y configuran la opinión pública sobre el conflicto y los actores implicados en él, ya que facilitan la interpretación de situaciones complicadas”. Y es que las imágenes no pueden, sino, apelar principalmente a lo emocional, puesto que el raciocinio requiere de las palabras, del contexto, de aquello que excede el formato y el tiempo de la imagen.

Pero, claro, la velocidad del momento enforcado y detenido no es comparable al ejercicio que implica la palabra, la costura del antes y el después; por lo que a quienes pretenden aplicar el manual soviético, su utilización es ideal. Así es que Marwan Kraidy (The projectilic image: Islamic State’s digital visual warfare and global networked affect) utilizaba el término “proyectilítico” (projectilic) para referirse al “afecto global” – una modalidad clave del nuevo tipo de guerra; eso es, la guerra de imágenes. Es decir, esta red global trabaja diseminando imágenes como proyectiles: “imitando objetos rápidos, letales, penetrantes…”.

Ahora bien, respecto de las imágenes en sí, decía algo sumamente importante:

“… la atención se centra no sólo en la información que transmiten las imágenes, sino también en el afecto que transmiten. En consecuencia, la autenticidad no es una preocupación primordial en las imágenes digitales … [Porque] cuando domina el espectáculo, autentificar las imágenes como representativas de la verdad es menos importante que comprender cómo encajan las imágenes en circuitos más amplios de sentimiento y poder”.

Finalmente, Kraidy sostenía que “en el conflicto global contemporáneo, las imágenes no sólo representan, sino que también establecen presencia. Contienen una dosis tan extrema de violencia” – y, podría añadirse, victimización – “que el afecto que transmiten abruma a aquellos a los que toca…”. Sobre todo, porque, como citaba a Debord, “rebatir un mensaje es inútil cuando el propio medio es el mensaje”. La mentira queda así blindada porque no tiene que demostrar más que el sentimiento que evoca, que explota.

Mas, la imagen no es sólo ella. Es ella, sí, pero es la intención de quien la publica, la de quien promociona, la observa, la comparte. Y esa cadena de hechos añade al instante retratado, le aplica capas de valor, de significado. Y es que, como explicaba Safia Swimelar (Deploying images of enemy bodies: US image warfare and strategic narratives), las imágenes pueden comunicar una narrativa o ayudar a construirla porque pueden revelar una acción o acontecimiento concreto que puede tener un significado y un simbolismo para los espectadores relacionados con la victoria, y con la percepción de los enemigos, por ejemplo. Pero su poder, claro está, “tiene que ver más con lo que el público conecta con esas imágenes que con el puro contenido de las mismas”.

La imagen, pues, es una de las armas más efectivas para entrar en la mente de una sociedad. Al menos, el camino fácil. Apenas si requiere un breve comentario, una breve adenda pretendidamente moral, una coordenada ideológica, un “aval” de “personalidad”, para que nada se salga de los márgenes de su tacaña e interesada brevedad. El reposteo en las redes sociales la multiplicará en nada con ese contenido liberado del “peso” de la contextualización, la verificación. Nada tan enojoso al mero traficar con emociones auto percibidas como tratados éticos.

Algo que se ve mucho estos días, en los que un grupo terrorista dice y buena parte de la corresponsalía acata con su indignación a tono y su difusión ya casi obsecuente – la que señala ese acatamiento y la que, a la vez, subraya a su audiencia, en ese mismo acto, una fantástica superioridad moral, un fabuloso entendimiento infalible. Aire. Pero lleno de polución. Lleno de Hamás, de Irán, de Catar…

Justamente, en su análisis titulado Terror Organizations’ Uses of Public Diplomacy: Limited versus Total Conflicts, Yarchi explicaba que había identificado cinco tipos de mensajes en las comunicaciones de Hamás destinadas a la comunidad internacional, donde esta organización terrorista palestina pedía que: 1) que el mundo sea testigo del sufrimiento del pueblo palestino; 2) que el mundo reconozca la agresión israelí; 3) que los líderes y organizaciones mundiales intervengan en el conflicto; 4) que los líderes mundiales condenen a Israel por sus acciones contra los palestinos; y 5) que se apoye su causa en todo el mundo… Esto era en 2016. En 2023-24 el mensaje no necesitó tantas palabras. Ya muchos sabían qué tenían que hacer.

Imágenes que realizan dos tareas: conmover, espantar, sí; pero sobre todo, excitar, porque demoniza a Israel, es decir, al estado judío. Por tanto, no importa si son fabricaciones, de otros conflictos, productos de una torpe inteligencia artificial; porque son la “representación” de la “vileza” israelí, es decir, de la “maldad” judía.

 
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