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| domingo septiembre 8, 2024

BALAK 5784


B’H

Números 22:2-25:9

Balak, el Rey de Moab, llama al profeta Bilam para maldecir al Pueblo de Israel. En el camino, Bilam es golpeado por su asno, que ve el ángel que Di-s envía para detenerlos antes que Bilam. Tres veces, desde tres diferentes lugares, Bilam intenta pronunciar sus maldiciones; en cambio, cada una de las veces, pronuncia bendiciones. Bilam también profetiza sobre el final de los días y la venida del Mashíaj.

El pueblo cae ante la seducción de las hijas de Moab y son llevados a adorar al ídolo moabita Peor. Cuando un oficial Israelita de alto rango públicamente toma una princesa Madianita y la lleva a su tienda, Pinjás los mata a los dos,

deteniendo así la plaga que se esparcía entre la gente.

 

El significado oculto de la historia de Bilam

 Rav Jonathan Sacks

Se han formulado muchas preguntas sobre la historia de Balak y Bilam y las maldiciones que se transfromaron en bendiciones. ¿Acaso Bilam realmente era un hombre de Dios o era un fraude, un mago, un hechicero, alguien que practicaba las artes oscuras? ¿Realmente tenía poderes? ¿En verdad era equiparable con Moshé, como dicen algunos Sabios?(1) ¿Estaba impulsado por la búsqueda de recompensa y honor de los moabitas y midianitas, o lo motivaba su animosidad contra los israelitas y su aparente cercanía a Dios? ¿Por qué primero Dios le dijo que no fuera, y luego aparentemente cambió de idea y le dijo que fuera? ¿Qué significa el episodio del asno que habló? ¿Realmente ocurrió o —como dice Maimónides— fue una visión en la mente de Bilam?(2)

Estas son verdaderas preguntas, muy debatidas. Pero hay otras más fundamentales. ¿Qué tiene que ver esta historia justo en este lugar? Todo el episodio ocurrió lejos de los israelitas. Nadie de su lado fue testigo, ni siquiera Moshé lo presenció. Los únicos testigos fueron Balak, Bilam y algunos príncipes moabitas. Si los israelitas hubieran sabido el peligro en el que se encontraron, y cómo se salvaron de él, habrían reflexionado antes de dedicarse a la inmoralidad y a servir ídolos con las mujeres moabitas en el episodio que sigue inmediatamente después de la historia de Bilam. Habrían sabido que los moabitas no eran sus amigos.

Ni siquiera Moshé hubiera sabido lo que ocurrió si Dios no se lo hubiese dicho. En síntesis, los israelitas fueron rescatados de un peligro del cual no tenían idea por una salvación de la que no supieron nada. Entonces, ¿cómo eso podía afectarlos?

Además, ¿para qué Dios necesitaba que Bilam fuera? La primera vez le dijo que no lo hiciera. Podría haberle dicho que no también la segunda vez. De esa forma se habrían evitado las maldiciones, Israel hubiera estado protegido y no hubiese sido necesario el ángel, que el asno hablara ni los diversos lugares, sacrificios e intentos de maldición. Todo el drama parece haber sido innecesario.

 

¿Por qué Dios puso en boca de Bilam la extraordinaria poesía que hace de las bendiciones uno de los pasajes más líricos de la Torá? Lo único que hacía falta que Bilam dijera, y que eventualmente dijo,(3) era la promesa que Dios le hizo a Abraham: «Benditos los que te bendigan y malditos los que te maldigan» (Génesis 12:3).

¿A quién debía afectar este episodio? ¿Cuál era el cambio que debía producir? ¿A quién estaba dirigido? No afectó a los moabitas. Ellos procedieron a enviar a sus mujeres para seducir a los hombres israelitas. Entonces una plaga asoló a los israelitas, cobrando 24.000 vidas.

Tampoco afectó a los midianitas, cuya hostilidad hacia Israel era tal que Dios dijo luego a Moshé: «Trata a los midianitas como enemigos y mátalos» (Números 25:17-18). Varios capítulos después, Dios le ordenó a Moshé que se vengara militarmente de ellos (Números 31).

Tampoco afectó personalmente a Bilam. La Torá es muy sutil al respecto. Primero leemos sobre la seducción de las moabitas a los israelitas y la plaga que esto causó. Luego, seis capítulos más adelante, leemos que en el curso de la guerra contra los midianitas, Bilam fue asesinado (31:8).

Entonces, varios versículos más tarde: «He aquí que estos fueron los que hicieron que los hijos de Israel, por la palabra de Bilam, cometieran traición contra Dios en el asunto de Peor, y hubo la plaga en la asamblea del Eterno» (Números 31:16).En otras palabras, tras haber pasado por lo que sin duda debería haber sido una experiencia transformadora al ver que las maldiciones se convertían en bendiciones en su boca, Bilam siguió oponiéndose implacablemente al pueblo que había bendecido, y aparentemente también al Dios que puso las palabras en su boca, y todavía fue capaz de planear cómo dañar a los israelitas.

Eso no cambió a los israelitas, quienes permanecieron vulnerables a los moabitas, a los midianitas y a la atracción del sexo, la comida y los dioses extraños. Eso no cambió a Moshé, que dejó que Pinjás diera los pasos decisivos para detener la plaga y poco después le informaron que Iehoshúa le sucedería como líder del pueblo.

Entonces, si no cambió en nada a los moabitas, a los midianitas, a los israelitas, a Bilam ni a Moshé… ¿qué sentido tuvo todo el episodio? ¿Qué rol jugó en la historia de nuestro pueblo? Porque sí tuvo un papel significativo. En Deuteronomio, Moshé le recuerda al pueblo que los moabitas «no salieron a recibirlos con pan y agua en el camino, cuando ustedes salieron de Egipto, y contrataron a Bilam hijo de Beor, de Petor, Aram Naharaim, para maldecirlos. Pero el Eterno su Dios transformó para ti la maldición en bendición, porque el Eterno tu Dios te amaba» (Deuteronomio 23:4-5).

Iehoshúa, cuando renovó el pacto tras la conquista de la tierra, dio una versión resumida de la historia judía, resaltando este evento: «Cuando Balak hijo de Tzipor, el rey de Moab, dispuesto a luchar contra Israel, envió a Bilam hijo de Beor para maldecirte. Pero Yo no escuché a Bilam, por lo que él te bendijo una y otra vez, y Yo te salvé de su mano» (Iehoshúa 24:9-10).

El profeta Mijá (Miqueas), un contemporáneo más joven de Isaías, dijo en nombre de Dios: «Mi pueblo, recuerda lo que planeó Balak rey de Moab, y lo que respondió Bilam hijo de Beor», justo antes de dar su famosa síntesis de la vida religiosa: «Él te ha mostrado, hombre, lo que es bueno y lo que Dios te pide: que actúes con justicia y ames la misericordia y que sigas humildemente el camino de tu Dios» (Mijá 6:5.8).

Al término de las reformas instituidas por Ezra y Nejemías después del exilio de Babilonia, Nejemías hizo leer la Torá al pueblo, recordándoles que un amonita o moabita no puede entrar a «la asamblea del Eterno» porque «ellos no recibieron con comida y agua a los israelitas y contrataron a Bilam para maldecirlos. Pero Dios transformó la maldición en bendición» (Nejemías 13:2).

¿Por qué la resonancia de un acontecimiento que aparentemente no tuvo impacto en ninguna de las partes implicadas, no marcó ninguna diferencia en lo que ocurrió después y sin embargo se considera tan importante que ocupa un lugar central en la narración de la historia de Israel por Moshé, Iehoshúa, Mijás y Nejemías?

La respuesta es fundamental. Buscamos en vano una explicación respecto a por qué Dios hizo un pacto con un pueblo que en repetidas ocasiones demostró ser desagradecido, desobediente e infiel. Dios mismo amenazó dos veces con destruir al pueblo, tras el Becerro de Oro y después del episodio de los espías. Hacia el final de nuestra parashá, Dios envió contra el pueblo una plaga.

En el mundo antiguo había otros pueblos. La Torá llama a Malkitzedek, un contemporáneo de Abraham, el «sacerdote del Dios Altísimo» (Génesis 14:18). Itró, el suegro de Moshé, era un sacerdote midianita que dio a su yerno buenos consejos respecto a cómo dirigir al pueblo. En el libro de Ioná, durante la tormenta, mientras el profeta hebreo dormía, los marineros gentiles rezaban. Cuando el profeta llegó a Nínive y dio su advertencia, el pueblo se arrepintió de inmediato, algo que raramente ocurría en Iehudá/Israel. Malaji (Malaquías), el último de los profetas, dice:

Desde la salida del sol hasta su puesta Mi Nombre es grande entre las naciones y en cada lugar se brindan sacrificios a Mi Nombre, oblaciones puras, porque grande es Mi Nombre entre las naciones, dice el Eterno de los Ejércitos. Pero ustedes lo profanan…» (Malaji 1:11-12)

Entonces, ¿por qué elegir a Israel? La respuesta es el amor. Virtualmente todos los profetas lo dicen. Dios ama a Israel. Él amó a Abraham. Ama a los hijos de Abraham. A menudo se exaspera por su conducta, pero no puede renunciar a ese amor. Así lo explica el profeta Hoshea (Oseas): ve y cásate con una mujer infiel. Te romperá el corazón, pero a pesar de eso la amarás y volverás a ella (Hoshea 1-3).

Pero, ¿dónde expresa Dios este amor en la Torá? En las bendiciones de Bilam. Allí es donde da voz a Sus sentimientos por este pueblo. «Los veo desde las cumbres de las montañas, los contemplo desde las alturas: este es un pueblo que habita solo, no se lo cuenta entre las naciones». «He aquí un pueblo que se levanta como un león, salta como el rey de las fieras». «¡Qué buenas son tus tiendas, Oh Iaakov, tus moradas, oh Israel!». Estas palabras famosas no son de Bilam. Son de Dios: la expresión más elocuente de Su amor por este pueblo pequeño y poco distinguido.

Bilam, el profeta pagano, es el vehículo menos probable para las bendiciones de Dios.(4) Pero ese es el camino de Dios. Él eligió a una pareja anciana y estéril para que fueran los abuelos del pueblo judío. Eligió a un hombre que no podía hablar para ser el portavoz de Su palabra. Eligió a Bilam, que odiaba a Israel, para ser el mensajero de Su amor. Moshé lo dijo explícitamente: «Hashem tu Dios no quiso escuchar a Bilam sino que convirtió la maldición en bendición para ti, porque Hashem, tu Dios, te ama».

De eso se trata la historia. No de Balak, de Bilam, de Moab, de Midián ni de lo que pasó después; sino del amor de Dios por un pueblo, su fuerza, su resiliencia, su disposición a ser diferentes, su vida familiar (las tiendas, las moradas) y su capacidad para sobrevivir a los imperios.

Yo creo que si seguimos lo que dice el Rambam respecto a que todos los actos de Dios tienen un mensaje moral para nosotros,(5) Dios nos enseña que el amor puede convertir las maldiciones en bendiciones. Es la única fuerza capaz de vencer el odio. El amor cura las heridas del mundo.

Shabat Shalom


Notas

  1. Sifrei Deuteronomio 357
  2. La guía de los perplejos, II:42. Para la perspectiva crítica de Najmánides sobre el enfoque de Maimónides, ver su Comentario sobre Génesis 18:1
  3. Números 24:9: «Benditos los que te bendigan y malditos los que te maldigan». Antes, en 23:8, dijo:»¿Cómo he de maldecir lo que no maldijo Dios?»
  4. Sin embargo, Devarim Rabá 1:4 sugiere que Dios eligió a Bilam para bendecir a los israelitas porque cuando un enemigo te bendice, eso no puede descartarse como mera parcialidad.
  5. Hiljot Deot 1:6

(Aishlatino.com)

 

Coexistencia pacífica

Por Chaya Shuchat

E Pluribus Unum, “De muchos, uno”, proclama el Sello de los Estados Unidos, pero como cualquier político puede contarte, es más fácil decirlo que hacerlo. La unidad entre personas de diversas culturas que tienen diferentes orígenes es un objetivo difícil de alcanzar. Por más idealistas que seamos, todos tenemos necesidades y deseos únicos a los que puede ser difícil renunciar en nombre del bien común.

Entonces, ¿cómo alcanzamos la verdadera unidad?

La lectura de la Torá de esta semana echa un poco de luz sobre esta cuestión. En la parashá Balak, Bilam, un gentil profeta, transmite una visión de la Redención futura: “Una estrella saldrá de Iaakov, y un cetro se levantará de Israel, que aplastará la frente de Moab y derrumbará a todos los hijos de Set”.

Eso suena un poco extremo. ¿Por qué el Mashíaj, líder de una era pacífica y utópica, desplazaría y destruiría pueblos? Un mundo que sea pacífico sólo para unos pocos elegidos no parece un ideal por el que valga la pena luchar.

¿Y cómo debemos entender esta profecía en el contexto de otras profecías de redención que hablan de que los pueblos del mundo servirán todos juntos a Di-s? En el libro de Zefaniá, por ejemplo, está escrito: “En ese tiempo daré a los pueblos un idioma puro, para que todos ellos invoquen el nombre de Hashem, para que le sirvan de común acuerdo”.

Además, la profecía de Bilam afirma que el Mashíaj “derrumbará a todos los hijos de Set”. Set era el tercer hijo de Adam y Javá. Su primer hijo, Abel, fue asesinado, y todos los descendientes de Caín fueron aniquilados en el Diluvio. Entonces, toda la humanidad desciende de Set. No es posible interpretar este versículo de manera literal, porque si el Mashíaj eliminara a todos los hijos de Set, no quedaría nadie.

El Rebe de Lubavitch ofrece esta interpretación: cuando venga el Mashíaj, habrá una revelación de divinidad sin precedentes, que no dejará lugar a la maldad ni a la impureza. Todas las personas del mundo estarán listas para aceptar sobre sí las reglas de Di-s, porque su presencia será demasiado evidente. Y este es el “derrumbe” al que se refiere el versículo: el derrumbe de nuestras tendencias, deseos y motivaciones egoístas.

Aun así, este derrumbe puede ocurrir dos maneras. Es posible imaginar el ascenso de un líder tan poderoso, con una visión tan convincente, que el mundo entero se subordine a él. En un mundo así, todos se comportan de manera ejemplar: no hay matanzas, robos, discriminación ni egoísmo. Pero las tendencias a ello en realidad no se han derrumbado; sólo se han reprimido. Hasta que estos valores y creencias no estén integrados a nuestra psiquis, a nuestra cosmovisión, la redención estará incompleta.

El liderazgo del Mashíaj será diferente. No será una imposición de afuera, sino la culminación de un proceso de perfeccionamiento que ha comenzado con el exilio mismo. Durante los siglos de exilio, el pueblo judío no ha estado sólo vagando de lugar en lugar. También hemos plantado cuidadosamente las semillas de nuestra futura Redención: al infundir santidad donde quiera que vayamos a través de nuestra observancia de la Torá y de las mitzvot.

Cuando el mundo y todo lo que habita en él perciba a Di-s por su propia voluntad, cuando todos llamen a Di-s con su propia voz, entonces habrá verdadera Redención. Esta es la clave para la verdadera unidad: cuando todas nuestras experiencias y talentos individuales contribuyan a un objetivo común.

En un nivel personal, a veces me encuentro con personas cuyas perspectivas son tan agresivas, cuyo comportamiento es tan frustrante, que sólo deseo que desaparezcan. Pero son muy pocos los individuos que están realmente más allá de la redención. Podría enfocarme en nuestros puntos de desacuerdo e intentar convencerlos para que se acerquen a mi punto de vista o, peor aún, condenarlos por estar equivocados. Pero lo único que se logra de este modo es sumar a la discordia general. Concentrarnos en nuestros puntos de acuerdo y cultivar lo bueno que hay en los demás sería un enfoque más efectivo.

En 1991, durante las repercusiones por las revueltas de Crown Heights, el alcalde de la ciudad de Nueva York, David Dinkins, visitó al Rebe y le solicitó una bendición para las personas de “todas nuestras comunidades”. El Rebe respondió: “…Olvida que hay ‘dos bandos’. Es un solo bando, un solo pueblo…”.

La unidad entre los pueblos está a nuestro alcance. Puede demandar esfuerzo, pero si miramos más allá de las diferencias superficiales, podemos ver todos los sentidos en los que somos uno. La Redención no es un sueño lejano, sino una realidad que se aproxima rápido. (www.es.chabad.org)

 

 
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