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| domingo diciembre 22, 2024

Franz Kafka y el laberinto eterno.


Monumento a Kafka en Praga  Foto Dori Lustron

El paralelismo entre la situación de Josef K. en «El Proceso» de Franz Kafka y la experiencia contemporánea del Estado de Israel es tan claro como perturbador. En la novela, Josef K. se despierta un día para encontrarse acusado de un crimen del que no tiene conocimiento, atrapado en una pesadilla burocrática donde la verdad y la justicia son conceptos lejanos y distorsionados.

 

De manera similar, Israel se enfrenta constantemente a una vorágine de acusaciones y condenas sin fin, promovidas por una prensa internacional que ha elegido la ficción sobre la realidad. Josef K. vive bajo un constante acoso judicial, enfrentando cargos que nunca se explican completamente, en un sistema donde la culpabilidad se presume desde el inicio. Israel, a su vez, es sometido a un juicio global perpetuo, donde la narrativa de los medios internacionales ha decidido que cualquier defensa es inútil. El dinero que alimenta esta maquinaria proviene de estados que, por una razón u otra, buscan combatir a Israel.

 

Quizás sea porque Israel es la única democracia en una región convulsa, o tal vez por una judeofobia que se rehúsa a morir. Es irónico. ¿No? Universidades y autoridades académicas de Estados Unidos y Europa, supuestamente bastiones del pensamiento crítico y la verdad, se venden al mejor postor. Funcionarios de las principales organizaciones internacionales y directivos de ONGs de derechos humanos, aquellos que deberían luchar por la justicia, se convierten en cómplices de una mentira bien financiada. Estos actores, predispuestos a soportar el falso relato palestino, parecen más interesados en descalificar a Israel que en encontrar una solución real y pacífica.

 

En «El Proceso», el sistema judicial que persigue a Josef K. es tan laberíntico y absurdo que convierte su vida en una pesadilla sin fin. Del mismo modo, la presión de la izquierda política antidemocrática mundial sobre Israel se asemeja a una trampa kafkiana, donde la justicia es una ilusión y la verdad un lujo innecesario. Estos críticos, que se presentan como paladines de los derechos humanos, perpetúan una narrativa que no busca la fundación de un Estado palestino, sino la satanización y descalificación de Israel y todo el mundo judío.

 

La antigua sombra del antisemitismo, siempre latente, encuentra nueva vida en estos tiempos modernos. Las mismas sociedades que se jactan de haber superado los prejuicios del pasado, permiten que esta judeofobia ancestral se exprese de formas sofisticadas y encubiertas. Es casi cómico, en un sentido oscuro y retorcido, ver cómo los defensores autoproclamados de la moralidad y la justicia pueden ser tan ciegos a su propia hipocresía. La prensa internacional juega su papel a la perfección en este drama kafkiano. Con titulares simplistas y narrativas sensacionalistas, convierte a Israel en el villano de una historia maniquea, donde los matices y las complejidades no tienen lugar.

 

En su mundo, la verdad es un estorbo y la justicia un concepto maleable al servicio de intereses oscuros.El relato palestino, respaldado por un flujo constante de dinero y apoyado por una red global de desinformación, ha conseguido algo que ni siquiera Kafka podría haber imaginado: un juicio sin fin contra Israel, donde la culpabilidad se asume desde el principio y la defensa es meramente una formalidad. Es una trágica comedia donde la ironía y el sarcasmo son las únicas respuestas posibles ante un mundo que ha perdido su rumbo. En conclusión, la situación de Israel refleja un proceso kafkiano a una escala inimaginable. Como Josef K., Israel lucha en un juicio interminable, rodeado por un mundo que ha decidido que la verdad es irrelevante y la justicia, un sueño inalcanzable.

 

La ironía final es que aquellos que claman por derechos humanos y justicia son los mismos que perpetúan un sistema de mentiras y manipulación, atrapando a Israel en un ciclo de acusaciones y condenas sin fin.

 

 
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