Decreto de la Alhambra Foto: Wikimedia Commons
Tal día como hoy del año 1492, hace 532 años, entraba en vigor el Decreto de ls Alhambra, firmado en Granada el 31 de marzo anterior por los reyes Fernando II de Catalunya y Aragón e Isabel I de Castilla y León. Aquel decreto fijaba un plazo máximo de cuatro meses (hasta el 31 de julio de 1492) para que los judíos de los dominios peninsulares de la monarquía hispánica se convirtieran al cristianismo o abandonaran estos territorios. El 1 de agosto de 1492 era el primer día que las milenarias comunidades judías hispánicas, que habían llegado durante la época bajo imperial romana (siglos III en V) y que habían seguido practicando su confesión durante mil años, desaparecían del mapa sociológico y cultural peninsular.
Aquel edicto tuvo un impacto muy diferenciado en función del territorio. Mientras que en la corona castellanoleonesa se produjo una diáspora de más de 100.000 personas, que se traduciría en la creación de las comunidades sefardíes extendidas por todo el Mediterráneo y en la conservación de una lengua castellana medieval; en la corona catalanoaragonesa, este exilio no afectó a más de 20.000 personas (8.000 en Catalunya) y las comunidades judeocatalanas, denominadas katalanim —de lengua catalana medieval— para diferenciarlas de las sefardíes, siempre tuvieron un gran prestigio (el escuelas judeocatalanas de Roma o de Salónica), sin embargo, también, siempre fueron una minoría en aquel mundo de la Diáspora hispánica de 1492.
Los países de la corona catalanoaragonesa eran los territorios europeos que tenían el porcentaje más elevado de población judía (se estima que un 15%). La Catalunya de 1492, aunque los fogajes le calculan una población muy baja, podría tener unos 400.000 habitantes (estos fogajes tenían un carácter fiscal y la gente se escapaba en la medida de lo que podía). Por lo tanto, la población judeocatalana representaría una masa de unas 60.000 personas. Si, durante los meses precedentes, solo se contabilizaron 8.000 salidas, querría decir que unos 50.000 judíos catalanes (que representarían un 12% de la población del país) se bautizaron y adoptaron apellidos cristianos, aunque una pequeña minoría seguiría practicando la fe mosaica en la clandestinidad.
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