“… el ignorante tiene a su alcance una sola sabiduría que consiste en cerrar la boca, eso dicen los sabios. Pero yo digo que cuando se es ignorante sin remedio y sin esperanzas, poco lugar queda en la cabeza hasta para esa pequeñísima sabiduría”. Angélica Gorodischer, Kalpa Imperial
“La historia nos muestra que en todas las épocas hay un período de neurosis, y el maestro Palaemon me había enseñado que nuestra neurosis es la clemencia, un modo de decir que uno menos uno es más que nada, que como la ley humana no tiene por qué ser coherente consigo misma, tampoco es preciso que la justicia lo sea”. Gene Wolfe, La sombra del torturador
Se han escrito, se pretende, todos los destinos – y, por ende, han sido asignadas todas las idiosincrasias, las singularidades – con las palabras domesticadas para significarlos, denominarlos y, sobre todo, tasarlos.
Por ello, el atavismo o lo que sea ese impulso que ciegamente obedece a la escritura que su propia mano trazó, se repiten empecinadamente los senderos que, se sostiene, conducen teleológicamente al fantaseado fin: la felicidad sin fisuras (el edén recuperado), la justicia total (y por tanto, innecesaria), la hermandad humana (un inmenso comedor familiar dominguero o un happening woodstockiano eterno).
Nada – decía el haiku de Matsuo Basho – en el llanto de las cicadas, sugiere que están por morir.Mas, todo sugiere que el bochinche inane, injurioso, suerte de unga unga de cretinos, desleales, oportunistas del corto plazo, que están haciendo lo posible por matar la cultura occidental con el filo de su ideología hecha de tanto reglón torcido. Para ello, han elegido el camino de rituales y ofrendas reincidentes.
Porque, primero, ya se sabe, el disparo en el pie, sí, pero del vecino: la consigna, la pintada indignada, y, de tanto en tanto, una bandera solitaria del islamismo genocida de Hamás o Hizbulá asomando, como un globo sonda, en una manifestación en la que aún se grita “paz” con algo que remeda convicción.
Porque luego se pintan, se señalan, las dianas en el corazón de los marcados, los inmorales, de los apestados (de lo que toque en cada momento). Abiertamente: prescindiendo de eufemismos (“antisionismo”); y los símbolos de la traición ya como estandartes. La masa ha traspasado el punto de no retorno: se propugna como pro-Hamás, anti judía y anti occidental. La muchedumbre ya tiene su repetido cordero sacrificial. “Un hombre sostiene en alto una oveja para el sacrificio y piensa que la verdad, la justicia, y la magia que salvará al mundo”, como escribió el muy recomendable Ken Liu (The Paper Menangerie and other stories), que decía también que el carácter para “turba” está formado a partir de los caracteres para “nobleza” y para “oveja”: “Así que eso es una turba, un rebaño de ovejas que se convierte en una manada de lobos porque creen estar sirviendo a una causa noble”.
En esa misma línea, Gene Wolfe (La sombra del torturador) postulaba que “una multitud no es la suma de los individuos que la componen. Es sobre todo una especie de animal sin lengua ni verdadera conciencia, que nace cuando los individuos se reúnen…”.
La masa, la turba, cementada por prejuicios anteriores a su ignorancia, y, como señalaba Elías Canetti en Masa y Poder, por el “fenómeno que nos es familiar a todos, el placer de enjuiciar” negativamente, con una especie de “seguridad inquietante” que “no conoce clemencia ni cautela alguna” – después de todo, “la falta de reflexión es lo más adecuado a su esencia”. Así, explicaba, al rebajar al otro nos encumbramos: “Sea lo que sea lo bueno, existe para que se distinga de lo malo. Nosotros mismos decidimos qué pertenece a lo uno y qué a lo otro”.
Además, ampliaba:
“Sentenciar sobre «buenos» y «malos» … nunca es del todo conceptual ni enteramente pacífica. Lo importante es la tensión entre ellos, que el que enjuicia crea y renueva. Este proceso tiene como base la tendencia a formar mutas hostiles, tendencia que, en última instancia, acabará por conducir a la muta de guerra”.
“Las sentencias en apariencia pacíficas acaban por ser luego sentencias de muerte contra el enemigo. Los límites de los buenos quedan entonces perfectamente definidos ¡y pobre del malo que los traspase! Nada tiene que buscar entre los buenos y deberá ser aniquilado”.
Las “manifestaciones” ya son frente a las sinagogas; se exige desvergonzadamente y a voz en cuello la eliminación de Israel; el apoyo a Hamás es patente, orgulloso y con un componente sádico creciente.
Ya es imposible distinguir rostros en la muchedumbre: igualados – como el de los carroñeros alrededor de la carcasa descompuesta de un animal – por el número, la obediencia irracional y en su finalidad de herramienta. El individuo, como sostenía Erich Fromm en El miedo a la libertad, ya vaciado de orgullo y dignidad, está preparado para aceptar un papel en el cual su vida se transformaba en un medio para fines exteriores a él mismo – por ello debe abdicar de su cultura y de los símbolos de esta, por ello debe embadurnarlos de oprobio.
El individuo ha completado los círculos de la estupidez. Tal como demostraron acabadamente en Washington D.C. las huestes occidentales sometidas al oscurantismo de Hamás o Irán.
Y porque, finalmente, la masa, instrumento de quienes la dirigen, financian, engañan, utilizan, se volverá indefectiblemente contra sí, desnudando identidades, aislándolas, etiquetándolas, puesto que, como decía el infame Ibérico Saint Jean, luego irán por los indiferentes y, por último, por los tímidos. Sólo el verdadero converso quedará: ejecutor, esclavo de su ignominia.
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