El psicólogo Daniel Kahneman mencionaba (Pensar rápido, pensar despacio) que durante sus estudios, en una de las clases, el profesor les dijo que de tanto en tanto se encontrarían «a un paciente que les contará una intrigante historia de múltiples errores en su tratamiento previo. Varios doctores lo examinaron, y todos le fallaron. El paciente podrá describir lúcidamente las razones por las que sus terapeutas no le comprendían, pero le dirá que enseguida se dio cuenta de que usted es diferente. Usted compartirá esa misma impresión, y quedará convencido de que le comprende y será capaz de ayudarlo». En ese punto, relataba Kahneman, el profesor alzó la voz y les advirtió: «¡No piensen en hacerse cargo de ese paciente! Échenlo de la consulta. Es probable que sea un psicópata y no serán capaces de ayudarlo».
Kahneman comentaba que después comprendió que el profesor daba por sentado que la simpatía que sentiríamos por el paciente quedaría fuera de control; que nos avasallaría el Sistema 1 –el sistema mental automático, que requieren poco o ningún esfuerzo. «Por otra parte –proseguía–, no se nos enseñaba a ser siempre suspicaces con nuestros sentimientos hacia los pacientes. Se nos dijo que una fuerte atracción por un paciente con un largo historial de tratamientos fallidos es una señal de alerta… Nos estaban hablando de una ilusión —una ilusión cognitiva…».
Cuando se dice que Cuba está como está porque las recetas impuestas por intereses foráneos le han cariado el Malecón, así como todo el país; y que, si por fin se los deja al cautivo albedrío del totalitarismo comunista que vienen imponiendo su receta dictatorial por 65 añitos, de la noche a la mañana, la isla revivirá en esplendores; más vale estar precavidos. Y, aún así, hay pregoneros de las bondades empobrecedoras del régimen castrista en casi todas las zonas elegantes de las capitales occidentales, a la salida de sus teatros: la seducción comunista es un lujo de ricos.
Lo mismo sucede ni más ni menos cuando Maduro acusa el «imperialismo yanqui», al «sionismo mundial» para explicar que un país con tales reservas petrolíferas sea un fracaso económico y social, para negar la realidad de los votos, la brutalidad consustancial de su régimen antidemocrático de latrocinio. Tampoco entonces faltan los bon vivants, los influencers de la política post-política, que le bailan loas al dictador y lo promueven en las redes sociales un poco en la veta de aquel buen salvaje de Rousseau.
O, cuando los líderes palestinos llegan al diván internacional, a la cuna gentil de las ONG o al abrazo de los progresismos retrógrados, lo hacen diciendo que siempre se los ha tratado mal, que Israel, que la conspiración sionista, que el pueblo olvidado; más vale estar atentos. Vez tras vez, los clientes de sus embelecos han caído en ellos, han visto cómo el caudal de sus simpatías era desviado hacia una «causa» –que, por otra parte, nunca se molestó en ocultar sus objetivos reales– en forma de credibilidad absoluta e incluso, de fanatismo militante.
Cuando un partido político dice que, casi en esa misma veta cubana y venezolana, si se les permite cancelar los derechos, luego de haber hecho de la tensión y la división social una de sus estrategias centrales, cuando no, únicas, para reformularlos, una vez se solucionen todos los problemas creados, de manera más acabada y mejor. Cuando esto sucede, conviene buscar otra papeleta para introducir en la urna.
Una y otra vez los que arruinan realidades –sobre todo, ajenas– culpan a otros por los desastres que provocan. Una y otra vez, quienes ven en la democracia –o en un pueblo–, un estorbo, llegan como salvadores de lo que, hasta su arribo, no precisaba ni atención. Una y otra vez, estos contaminadores de la salubridad social logran provocar simpatías tales que mutan en adhesiones viciosas, que se parecen tanto entre sí, que es natural encontrar que así confluyan, por ejemplo, el apoyo al totalitarismo de izquierda y el antisemitismo (disfrazado de anti-sionismo).
Si no se ven estos elementos problemáticos como una verdadera advertencia, acaso lo suyo no sea ni el análisis, ni la opinión razonada, sino el seguidismo y el prejuicio.
- Marcelo Wio es director asociado de ReVista de Medio Oriente
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