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| lunes septiembre 16, 2024

EKEV 5784


B’H

Deuteronomio 7:12-11:25

Moshé continúa su discurso final a los Hijos de Israel, prometiéndoles que si cumplen los preceptos de la Torá, van a ser prósperos en la tierra que están a punto de conquistar y de establecerse, cumpliendo así la promesa de Di-s a sus patriarcas.

Moshé también los reprende por los fallos en su primera generación como pueblo, recordando la idolatría del Becerro de Oro, la rebelión de Koraj, el pecado de los espías, su incitación contra Di-s en Taveeirá, Masá y Kivrot Hataavá; «Tú has sido rebelde contra Di-s,» les dice, «desde el día en que te conocí».

Sin embargo, también habla del perdón Divino y de las Segundas Tablas de la ley que Di-s escribió y les dio luego de haberse arrepentido.

Los 40 años en el desierto, les dice Moshé, durante los cuales Di-s los alimentó con el diario maná del cielo, fueron para enseñarles que «el hombre no vive solo de pan, sino de la palabra de Di-s vive el hombre».

Moshé describe la tierra a la que van a ingresar como una tierra que «fluye leche y miel», una tierra bendecida por las siete especies (trigo, cebada, uva, higo, granada, aceite de oliva y dátiles), como el lugar que es el foco de la Providencia Divina en el universo. Los manda a destruir los ídolos de los habitantes anteriores de la tierra, y a ser cuidadosos de no volverse soberbios y pensar que «mi poder y la fuerza de mi mano me dieron esta riqueza».

Un pasaje clave de esta sección es el segundo capítulo del Shemá, que repite los preceptos fundamentales enumerados en el primer capítulo del Shemá y describe la recompensa por observar los preceptos de Di-s y el resultado adverso (hambruna y exilio) por no cumplirlos. También es la fuente del precepto de orar e incluye una referencia a la resurrección de los muertos en la Era Mesiánica.

LA FUENTE DEL SUSTENTO

“Y Él los afligió y ustedes sufrieron hambre, y Él los alimentó con el maná… para que sepan que el hombre no sólo vive de pan” (Deuteronomio 8:3)

Por cuarenta años los hijos de Israel fueron alimentados con “pan del cielo” para instilar en ellos el reconocimiento de que el sustento viene completamente de Di-s; no importa cuanto trabaje el hombre para ganarse la vida, no recibe ni más ni menos de lo que le fuera asignado.

El desafío estriba en seguir reconociendo esto también después de haber entrado a la tierra y hacer el cambio por el “pan de la tierra”. Aun cuando nos nutrimos del pan que nos hemos ganado “con el sudor de nuestra frente”, debemos recordar que, en verdad, nuestro sustento viene de Di-s y que nunca recibiremos ni una pizca más, ni una pizca menos de lo que nos fuera asignado.

(Rabí Menajem Mendel Schneerson, el Lubavitcher Rebe)

 

Las pequeñas cosas

Por Mordejai Wollenberg

 

Esta porción semanal de la Torá, comienza con la oración: “Vehaiá ekev tishemún”. La traducción literal es: “Por haber oído estos mandamientos” (serán meritorios de las bendiciones que la Torá va a enumerar).

La palabra Ekev, también puede se traducida como “talón”. El comentarista Rashi, explica que el versículo alude a los mandamientos más “livianos”, las mitzvot aparentemente menos importantes que la gente tiende a “pisotear con el talón”. El tipo de cosas que se las dejan de lado. Todos conocemos los mandamientos “mayores”, como ser, cumplir con el Kasher, ayunar en Iom Kipur, etc. ¿Qué hay de los detalles menores? ¿Somos tan cuidadosos?

Esta idea se aplica en todos los aspectos de nuestras vidas. Al niño más tímido, ¿Lo ignoramos con más facilidad precisamente porque es tímido y callado? ¿Qué sucede con las campañas de millones de dólares por diferentes causas? Es muy bueno que algunas causas llamen tanto la atención, pero ¿Qué sucede con las causas que nadie oye ni se entera? ¿Las “pequeñas” cosas se dejan de lado?

Eso es claramente inmoral e incorrecto. Por el otro lado, preciso hacer una llamada personal, seguramente a nadie le va a importar. Son solamente unos pesos más, ¿verdad? ¿Estamos aprovechándonos de alguien más, incluso de manera aparentemente insignificante?

Luego está mi relación con Di-s, mi comportamiento como Judío, lleno de grandes expectativas en todos los aspectos de mi vida. Obviamente nunca voy a hacer algo realmente terrible, pero qué sucede con los “pequeños detalles” ¿Son tan importantes para mí?

Estos, y otros muchos ejemplos más, nos vienen a la mente todos los días, en la casa y en el trabajo, en nuestros negocios, y tratos financieros y personales. Es muy sencillo racionalizar y justificar una violación a pequeña escala de nuestros principios, mucho más que una violación “mayor”.

Por supuesto, un número muy grande de pequeñas cantidades suman una cantidad mucho mayor, incluso si son aparentemente insignificantes por sí mismas. Pero hay también una razón adicional de por qué los “pequeños detalles” son tan importantes. Una persona tiene dos inclinaciones: la “buena inclinación” y la “mala inclinación”. (Ietzer Tov y Ietzer Hará). Esas dos voces internas que claman nuestra atención. La mala inclinación es muy pícara y lista. No viene a la persona y dice: “Ve, roba un banco”, o cosas similares. ¿Por qué no? Porque sabe que ninguna persona decente se sentirá tentado ante dicha sugerencia. Así que, viene a la persona y le sugiere una idea mucho más razonable: ¿Por qué no cobrar un par de pesos más? Después de todo, has trabajado duro, te mereces que te paguen mejor, ¿No es así? Una vez que caemos en la tentación, nuestra resistencia se ha ablandado, y será mucho más fácil enfrascarnos en un comportamiento cada vez peor, hasta que nos encontramos cayendo en una gran escala de violaciones a nuestros principios.

Es por esto, que las cosas aparentemente pequeñas son tan importantes, no debeos dejarnos llevar por las pequeñas tentaciones o correrlas a un lado. Al sobreponernos a las prohibiciones aparentemente mínimas, evitamos dejarnos llevar por el camino que trae a las más grandes transgresiones, y podemos mantenernos firmes a nuestros principios.

No nos olvidemos de las pequeñas cosas. (www.es.chabad.org)

Liderar es escuchar

Rav Jonathan Sacks

 

«Si escuchan estas leyes…» (Deuteronomio 7:12) Estas palabras con las que comienza nuestra parashá contienen un verbo que es un motivo fundamental en el libro de Devarim. El verbo es sh-m-a. Lo encontramos en la parashá de la semana pasada, en la línea más famosa de todo el judaísmo: Shemá Israel. Y en la parashá de esta semana lo encontramos en el segundo párrafo del Shemá: «Y sucederá que si [se aplican] a escuchar (shamoa tishmeú)» (Deuteronomio 11:13). De hecho, este verbo aparece por lo menos 92 veces en todo el libro de Devarim.

A menudo perdemos el significado de esta palabra debido a lo que yo llamo la falacia de la traducción, la suposición de que un idioma puede traducirse por completo a otro. Escuchamos una palabra traducida de un idioma a otro y asumimos que significa lo mismo en ambos. Pero a menudo no es así. Los idiomas sólo son traducibles parcialmente a otro idioma.(1) Los términos claves en una civilización a menudo no son completamente reproducibles en otra. Por ejemplo, la palabra griega megalopsychos, «el hombre de alma magnánima», que es grande y sabe que lo es, y se comporta con orgullo aristocrático, es algo que no puede traducirse en un sistema moral como el judaísmo, en el cual la humildad es una virtud. La palabra española «tacto» no tiene un equivalente preciso en hebreo.

Este es particularmente el caso con el verbo hebreo Sh-m-a. Veamos por ejemplo las diversas maneras en que las primeras palabras de la parashá de esta semana han sido traducidas al español:

«Si escuchan estos preceptos…»

«Si obedecen completamente estas leyes…»

«Si prestan atención a estas leyes…»

«Porque escucharon estos juicios…»

En español no hay una sola palabra que signifique oír, escuchar, obedecer y prestar atención. Sh-m-a también significa «entender», como en la historia de la Torre de Babel, cuando Dios dice: «Vengan, descendamos y confundamos allí su lengua, para que cada uno no entienda (ishmeú) la lengua de su compañero» (Génesis 11:7).

Como ya expliqué en otro momento, uno de los hechos más sorprendentes sobre la Torá es que a pesar de contener 613 mandamientos, no tiene una palabra que signifique «obedecer». Cuando se necesita esa palabra en hebreo moderno, se toma prestado del arameo el verbo letzaiet. El verbo usado por la Torá en vez de «obedecer» es sh-m-a. Este es el significado más elevado posible. Esto implica que para el judaísmo, la obediencia ciega no es una virtud. Dios quiere que entendamos las leyes que Él nos ha ordenado. Él quiere que reflexionemos sobre por qué esta ley y no otra. Quiere que escuchemos, que reflexionemos, que tratemos de entender, de internalizar y de responder. Él quiere que nos convirtamos en un pueblo que sabe escuchar.

La antigua Grecia era una cultura visual, una cultura de arte, arquitectura, teatro y espectáculos. Para los griegos en general y para Platón en particular, conocer era una forma de ver.  El judaísmo, como señala Freud en «Moisés y el monoteísmo»,(2) es una cultura no visual. Servimos a un Dios que no podemos ver, y está absolutamente prohibido hacer imágenes o íconos sagrados. En el judaísmo no vemos a Dios, lo escuchamos. Conocer es una forma de escuchar. Irónicamente, Freud mismo, profundamente ambivalente sobre su judaísmo, inventó la «escucha terapéutica»: el escuchar como terapia.(3)

Por lo tanto, resulta que en el judaísmo el escuchar es un acto profundamente espiritual. Escuchar a Dios es estar abierto a Dios. Esto es lo que Moshé dice a lo largo de Devarim: «Si tan sólo escuchan…». Lo mismo ocurre con el liderazgo y con todas las formas de relaciones interpersonales. Uno de los mayores regalos que podemos dar a otra persona es escucharla.

Viktor Frankl, quien sobrevivió a Auschwitz y creó una nueva forma de psicoterapia basada en «la búsqueda del sentido», contó la historia de una paciente que lo llamó en medio de la noche para decirle, con absoluta calma, que estaba a punto de suicidarse. Él la mantuvo en el teléfono durante dos horas, dándole todas las razones concebibles para vivir. Eventualmente ella dijo que había cambiado de idea y no pondría fin a su vida. Cuando volvió a ver a esta mujer, Frankl le preguntó cuál de todas las razones que le había dado había logrado persuadirla para cambiar su decisión. «Ninguna», le respondió. «Entonces, ¿por qué no se suicidó?». Ella respondió que el hecho de que alguien estuviera dispuesto a escucharla durante dos horas en medio de la noche la convenció de que su vida a pesar de todo valía la pena ser vivida.(4)

Como Gran Rabino, estuve involucrado en resolver varios casos muy difíciles de agunot, situaciones en las que un marido no estaba dispuesto a darle a su esposa un guet para que ella pudiera volver a casarse. Resolvimos todos estos casos no a través de los recursos legales sino simplemente escuchándolos. Escuchando en profundidad, siendo capaces de convencer a ambas partes que habíamos oído su dolor y su sensación de injusticia. Esto llevó muchas horas de total concentración y una ausencia total de juicio o dirección. Eventualmente nuestra escucha absorbió las asperezas y las dos partes pudieron resolver sus diferencias. Escuchar es sumamente terapéutico.

Antes de ser Gran Rabino, dirigí nuestro seminario de entrenamiento rabínico, el Colegio judío. En los años 80 contábamos con uno de los programas rabínicos más avanzados que hayan sido planificados. Esto incluían un programa de tres años en asesoría. Los profesionales que reclutamos para dictar los cursos nos dijeron que tenían una condición previa. Debíamos aceptar llevar a todos los participantes a un lugar cerrado durante dos días. Sólo aquellos que estuvieran dispuestos a hacer eso serían admitidos al curso. No sabíamos de antemano qué era lo que los profesionales planeaban hacer, pero pronto lo descubrimos. Ellos planeaban enseñarnos el método pionero de Carl Rogers, conocido como terapia «no directiva» o «centrada en el cliente». Esto implica escuchar activamente y formular preguntas reflexivas, pero ninguna guía por parte del terapeuta.

Cuando la naturaleza del método quedó claro, los Rabinos comenzaron a objetar. Aparentemente se oponía a todo lo que ellos representaban. Ser un Rabino es enseñar, dirigir, decir a la gente lo que debe hacer. La tensión entre los profesores y los Rabinos creció casi al grado de una crisis, tanto que tuvimos que detener el curso durante una hora mientras algunos buscaban alguna manera de reconciliar lo que los profesores hacían con lo que aparentemente decía la Torá. Allí fue cuando comenzamos a reflexionar, por primera vez como grupo, sobre la dimensión espiritual de la escucha, de Shemá Israel.

La verdad profunda detrás de la terapia centrada en el cliente es que escuchar es la virtud clave de la vida religiosa. Eso es lo que Moshé nos dijo a lo largo de Devarim. Si queremos que Dios nos escuche, tenemos que estar dispuestos a escucharlo a Él. Y si aprendemos a escucharlo a Él, entonces eventualmente aprenderemos a escuchar a nuestro prójimo: el llanto silencioso del solitario, del pobre, del débil, del vulnerable. De las personas que sufren dolor existencial.

Cuando Dios se presentó ante el rey Salomón en un sueño y le preguntó qué quería que le dieran, Salomón repsondió: lev shomea, literalmente, «un corazón que escucha», para juzgar al pueblo (Reyes I 3:9). La elección de palabras es significativa. La sabiduría de Salomón se encontraba, por lo menos parcialmente, en su habilidad para escuchar, oír la emoción detrás de las palabras, sentir lo que se dejaba sin decir así como lo que se decía. Es habitual encontrar líderes que hablan, lo raro es encontrar líderes que escuchan. Pero escuchar a menudo marca toda la diferencia.

El hecho de escuchar es importante en un medio moral que insiste tanto en la dignidad humana como el judaísmo. El mismo acto de escuchar es una forma de respeto. Para ilustrar esto, me gustaría compartir una historia. La familia real británica es famosa por llegar siempre a tiempo y por partir a tiempo. Nunca olvidaré una ocasión cuando la reina se quedó dos horas más de lo planificado (sus asistentes me dijeron que nunca antes habían visto algo similar). Esto ocurrió el 27 de enero del 2005, en ocasión del sexagésimo aniversario de la liberación de Auschwitz. La reina había invitado a sobrevivientes a una recepción en el palacio St. James. Cada uno tenía una historia para contar y la reina se tomó el tiempo para escuchar a cada uno de ellos. Uno tras otro se acercó y le dijo: «Hace sesenta años, no sabía si estaría vivo al día siguiente, y aquí estoy hablando con la reina». Ese acto de escuchar fue uno de los actos más reales que he presenciado de su majestad. Escuchar es una profunda afirmación de la humanidad de la otra persona.

En el encuentro en la Zarza Ardiente, cuando Dios convocó a Moshé para ser un líder, Moshé respondió: «Yo no soy un hombre de palabras, ni desde ayer ni desde anteayer, ni desde que inicialmente hablaste a Tu siervo. Soy lerdo de habla y lerdo de lengua» (Éxodo 4:10). ¿Por qué Dios elegiría para dirigir al pueblo judío a una persona a quien le es difícil hablar? Tal vez porque quien no puede hablar aprende a escuchar. Un líder es quien sabe cómo escuchar el llanto silencioso de otros y la voz pequeña y callada de Dios. (aishlatino.com)


Notas

  1. Robert Frost dijo: «La poesía es lo que se pierde en la traducción». Cervantes comparó la traducción con el lado de atrás de un tapiz. En el mejor de los casos vemos un contorno aproximado del patrón que sabemos que existe del otro lado, pero carece de definición y está lleno de hilos sueltos.
  2. Vintage, 1955
  3. Es famoso que Anna O. (Bertha Pappenheim) describió el psicoanálisis freudiano como «la cura del habla», pero en verdad se trata de una cura de escucha. Sólo a través de la escucha activa del analista puede tener lugar el hablar terapéutico o catártico del paciente.
  4. Anna Redsand, «Viktor Frankl: A Life Worth Living», Houghton Mifflin Harcourt, 2006, págs. 113-114.

 

 
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