En la madrugada del domingo 25 de agosto, con un estratégico operativo preventivo, Israel atacó a la milicia terrorista Hezbollah que, desde hace décadas se apoderó del Líbano. La oleada de ataques aéreos israelíes tuvo como objetivo las plataformas y los misiles que los terroristas habían preparado para un inminente bombardeo contra Tel Aviv, otras ciudades del centro israelí y determinados blancos, al parecer, entre ellos edificios emblemáticos como el aeropuerto Ben Gurión, así como paralizar infraestructuras relevantes, entre las que se cuentan estaciones eléctricas. Esta sería parte de la represalia con la que Hezbollah venía amenazando durante semanas, en venganza por la eliminación en Beirut, el 30 de julio, de su jefe militar, Fuad Shukr, responsable por la matanza unos tres días antes, de 12 niños israelíes que jugaban fútbol en una cancha en el Golán.
Voceros del ejército informaron que “aproximadamente 100 aviones de combate de la Fuerza Aérea israelí atacaron áreas de lanzamisiles de Hezbollah y arrasaron con miles de proyectiles listos para disparar 15 minutos después, hacia el norte y el centro de Israel”.
Hezbollah, a través de su página web, Al Manar, calificó esta “primera fase” de las represalias como un “éxito total”, que implicó el lanzamiento de unos 320 misiles más varios drones contra lugares del norte de Israel; unas muy pocas fueron verdaderas metas alcanzadas y otras no, de este modo se atribuyó el bombardeo contra inexistentes bases de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI). En un discurso televisado, el secretario general de Hezbollah, Hasan Nasrala, aparentando satisfacción, con aires de vencedor, intentó enardecer a las masas chiitas y en un claro ejercicio de proyección, señaló que Israel miente. No obstante, según el New York Times, los medios estatales libaneses informaron que los ataques israelíes de este domingo fueron “muy violentos”. Por otro lado, la prensa y las redes sociales del mundo árabe no paran de burlarse del supuesto triunfo de la milicia terrorista, mostrando imágenes de Nasrala rodeado de gallinas, lo cierto es que uno de sus misiles impactó en un gallinero.
Es oportuno recordar que, desde el 8 de octubre del año pasado, es decir, al día siguiente del masivo ataque terrorista de Hamas contra el sur israelí, Hezbollah comenzó a bombardear de forma cotidiana el norte de país, a fin de apoyar a sus “colegas” terroristas. Así, en más de 10 meses, el grupo terrorista pro iraní ha lanzado unos 8.000 cohetes y aviones no tripulados contra Israel, al punto que el gobierno israelí se vio obligado a evacuar la zona, por lo que hay unos 100.000 desplazados. Hezbollah ha generado muertes de ciudadanos israelíes, cientos de hectáreas de cultivos y bosques incendiados, y numerosas casas destruidas. Como todas las guerras, ésta no la inició Israel, sino un enemigo despiadado y criminal.
Sea como fuere, este episodio ilustra la extrema amenaza que sigue representando el grupo terrorista respaldado por Irán, que ha tomado el Líbano como base para sus actividades terroristas contra Israel, pero también contra el mundo. Ante tales dramáticos acontecimientos, cabe preguntarnos ¿qué país con capacidad de respuesta aguantaría los bombardeos diarios sobre su población civil? ¿Qué esperaban Hezbollah y su padre fundador, Irán? ¿Cómo se imaginaban que reaccionaría Israel tras recibir andanadas de misiles y cohetes que sumaban unos 6.000, más cientos de drones con cargas explosivas sobre poblaciones israelíes? Los alegatos nos dan la medida de la irresponsabilidad, del odio y de la miseria humana por parte de los movimientos extremistas. Resulta evidente el desprecio de los terroristas por las poblaciones civiles a las que ataca, es decir, las israelíes, y entre las que se inserta, las libanesas. No hay duda que esto no ha terminado y el riesgoso combate para erradicar al islam radical debería ser prioridad de todos.
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