B»H
(Deuteronomio 11:26-16:17)
Al comienzo Moshé le recuerda al pueblo que si cumplen con los mandamientos de Di-s recibirán una bendición, pero si no los cumplen les ocurrirá lo contrario. Las bendiciones y las maldiciones debían ser detalladas al pueblo cuando entraran a la Tierra de Israel, con la mitad de las tribus en el Monte Guerizim y la otra mitad en el monte Eibal.
El pueblo de Israel recibe la orden de establecer un Templo en el lugar que Di-s eligiere como morada, y allí debían llevar sus sacrificios, quedando prohibido hacer ofrendas en otro lugar. Pero si una persona sentía deseos de comer carne, podía degollar al animal que quisiera, con la condición de que la sangre fuera derramada y cubierta con tierra.
Si surgiera un falso profeta que incitara al pueblo a abandonar la Torá, debía ser ejecutado. Si una ciudad entera se desviara hacia la idolatría, debía ser arrasada.
Nuevamente son enumerados los animales y las aves prohibidos y permitidos.
De la cosecha debía separarse un diezmo para el Templo, aunque en algunos años ese diezmo era dado a los pobres. Todo primogénito del ganado quedaba consagrado al Templo, donde era sacrificado y el cohen comía de su carne.
Se recalca la importancia de dar caridad. En cada año sabático las deudas quedaban borradas y los que se habían visto obligados a venderse como siervos salían en libertad.
La Parashá termina detallando las tres fiestas de peregrinación en la que todos debían presentarse con sus ofrendas en el Templo: Pésaj, Shavuot y Sucot.
CARIDAD BIEN ENTENDIDA
Mucho se ha hablado de la mitzvá de caridad y la forma en que esta debe ser cumplida. Hay infinidad de libros escritos sobre el tema. Sin embargo no me voy a detener en ellos, sino en un par de detalles simples.
La palabra que nosotros empleamos para caridad es tzedaká (de la misma raíz de tzedek, justicia). Si yo doy CARIDAD (que viene de cariño), estoy dando a este necesitado porque lo quiero, en cambio a algún otro no lo quiero y por ello no le doy. En cambio si doy
TZEDAKA, estoy dando porque es justo dar a quien no tiene, o sea, caridad es un acto de cariño individual, tzedaká es un acto de justicia, y la justicia no puede ser algo individual, pues entonces dejaría de ser justa. En otras palabras, debo dar porque es justo, sin fijarme a quien le doy.
Otra cosa que se puede aprender es la forma de dar. Uno puede dar miles con gesto amargo, humillando así a quien recibe, o puede dar centavos con una sonrisa y un gesto de aliento, ayudando al que recibe a superar su pena y la humillación que pueda sentir al tener que pedir
NO DESAPROVECHEMOS LA OPORTUNIDAD
El martes 6 de agosto comienza el mes de Elul. Este es un período muy especial y no debemos desaprovecharlo.
Durante todo el año el Rey (Di-s) está en su palacio y es muy difícil (no imposible) llegar a él. Pero en Elul el Rey sale de su palacio y se encuentra en el campo al alcance de todos sus súbditos, lleno de misericordia y ansioso por verlos acercarse con sus pedidos, con sus ansiedades, con sus dolores y alegrías. Durante todo el año esperamos al Rey, ahora el Rey nos espera a nosotros con los brazos abiertos. Acerquémonos a él. ¡NO DESAPROVECHEMOS LA OPORTUNIDAD!
Si Di-s sabe de antemano qué elegirá el hombre, ¿Tiene el hombre Libre Elección?
El Conocimiento Previo de Di-s, de lo que hará el hombre, no contradice su Libre Albedrío. Si Di-s sabe de antemano qué elegirá el hombre, ¿tiene el hombre Libre Elección?
…Uno de los interrogantes que usted plantea en su carta (que aparentemente le fue propuesto como una cuestión insólita y sumamente complicada es: «¿cómo es posible el Libre Albedrío, si Di-s conoce de antemano lo que hará el hombre?»
En verdad, este problema ya ha sido tratado en la Literatura Sacra, y resuelto con claridad. La respuesta es sumamente sencilla, tal como puede verse en los dos ejemplos siguientes:
1) Supongamos que una determinada persona ha sido dotada de la facultad de predecir el futuro. ¿Diremos acaso que su conocimiento de las acciones futuras de cualquier hombre le impiden a este último actuar tan libremente como antes? El conocimiento del adivino no es sino el conocimiento de la forma en que aquella persona elegirá, y cómo actuará por su libre voluntad.
De la misma manera se comprenderá que el conocimiento de Di-s de las acciones de los hombres es un conocimiento que no les impide el libre albedrío de sus actos. Di-s, bendito sea, sabe de qué manera elegirá comportarse esa persona en determinada situación. De querer formular esto en términos científicos, diríamos: lo opuesto al libre albedrío no es el conocimiento previo, sino la compulsión de una acción sobre el ser humano. Pero existe un tipo de conocimiento que no involucra la compulsión (como, por ejemplo, el conocimiento del pasado).
2) Todo aquél que cree en Di-s, incluso quien no es judío, cree que para Di-s, el pasado, el presente y el futuro son una misma cosa, por cuanto Di-s trasciende el tiempo y el espacio. Y así como el hombre puede saber qué ha ocurrido con su semejante en el pasado -y, obviamente, ello no influye de manera alguna sobre la libertad de acción de aquél-, del mismo modo Di-s conoce lo que el hombre hará en el futuro. Pues, en lo que respecta a Di-s, el conocimiento del futuro es idéntico al conocimiento del pasado.
De la sencilla solución a este problema puede usted derivar sus conclusiones respecto de otros problemas similares. Puede estar seguro de que hay una respuesta para cada uno de ellos, y con frecuencia ésta es sumamente simple. No obstante, la senda judía genuina es «primero» cumplir la Torá y sus preceptos con fe pura, y sólo después intentar hallar respuestas a los interrogantes que vayan surgiendo. Di-s nos libre de ver en nuestra comprensión humana una condición previa al cumplimiento de los preceptos de Di-s…
(Resumen de una carta del Rebe, fechada en el año 1961) (Extraído de www.es.chabad.org)
Los límites del dolor
Rav Jonathan Sacks
«Ustedes son hijos de Hashem su Dios: no se harán cortes ni se raparán entre sus ojos por un muerto. Pues tú eres un pueblo santo para Hashem tu Dios, y a ti te escogió Hashem como nación atesorada de entre todas las naciones que están sobre la superficie de la tierra». (Deuteronomio 14:1-2)
Estas palabras tienen una historia considerable dentro del judaísmo. Las primeras inspiraron la famosa declaración de Rabí Akiva: «Amado es el hombre porque fue creado a imagen (Divina). Amado es Israel porque son llamados ‘hijos del Omnipresente'» (Avot 3:14). La frase: «No se harán cortes» fue aplicada por los Sabios de forma imaginativa a las divisiones dentro de la comunidad (Ievamot 14a). Una sola ciudad no debe tener dos o más cortes religiosas que emitan diferentes dictámenes.
Sin embargo, el sentido llano de estos dos versículos es sobre el comportamiento en un momento de duelo. Se nos ordena no mantener excesivos rituales de duelo. Perder a un miembro cercano de la familia es una experiencia devastadora. Es como si también muriera algo de nosotros. No manifestar dolor es incorrecto, es inhumano. El judaísmo no nos ordena una indiferencia estoica ante la muerte, Pero dar lugar a expresiones salvajes de dolor (desgarrarse la carne, arrancarse el cabello) no es correcto. La Torá sugiere que esto no es apropiado para un pueblo sagrado; es la clase de comportamiento asociado con los cultos idólatras. ¿Cómo se entiende esto?
En otra parte del Tanaj encontramos una descripción de la clase de comportamientos que la Torá tiene en mente. Esto ocurrió durante el encuentro entre Elías y los profetas del Baal en el Monte Carmel. Elías los había desafiado con una prueba: que cada uno hiciera un sacrificio para ver quién lograba que bajara un fuego del cielo. Los profetas del Baal aceptaron el desafío:
«E invocaron el nombre de Baal desde la mañana hasta el mediodía, diciendo: «¡Oh Baal, respóndenos!». Pero no hubo voz, ni nadie que contestara. Y bailaron a saltos alrededor del altar que habían levantado. Y al mediodía Elías se burló de ellos, diciendo: «¡Griten más fuerte, que es un dios! Quizás esté meditando, está ocupado o ha viajado, Tal vez está durmiendo y deben despertarlo». Y ellos gritaron con fuerzas y se cortaron con espadas y lanzas, como era su costumbre, hasta que les brotó la sangre» (Reyes I 18:26-28)
Por supuesto que este no era un ritual de duelo, pero nos da una imagen gráfica de los ritos de auto laceración. Emil Durkhein provee una descripción de las costumbres de duelo de los aborígenes de Australia. Cuando se anuncia una muerte, hombres y mujeres comeinzan a correr salvajemente, aullando y llorando, cortándose con cuchillos y palos puntiagudos.
A pesar del aparente frenesí, hay un grupo de reglas precisas que rigen este comportamiento, dependiendo si el deudo es un hombre o una mujer, así como su relación de parentesco con el difunto. «Entre los warramunga, quienes se cortan los muslos son el abuelo materno, el tío materno y el hermano de la esposa del difunto. A los demás se les exige cortarse la barba y el cabello y luego se cubren el cuero cabelludo con arcilla de la que se usa para hacer pipas». Las mujeres se laceran la cabeza y luego aplican en las heridas palos al rojo vivo para agravarlas (Emil Durkheim, Elementary Forms of the Religious Life, Free Press, 1995, págs. 392-406)
(Un ritual similar es realizado por algunos musulmanes chiitas en Ashura, el aniversario del martirio del imán Hussein, el nieto del profeta, en Karbala. La gente se flagela con cadenas y se cortan con cuchillos hasta sangrar. Algunas autoridades chiitas se oponen vehementemente a esta práctica).
La Torá considera que este comportamiento es incompatible con la kedushá, la santidad. Lo que es particularmente interesante es notar el proceso de dos etapas en el cual se fija la ley. Esto aparece primero en Vaikrá/Levítico, capítulo 21.
Hashem le dijo a Moshé: «Habla a los cohanim, hijos de Aharón, para decirles: [ninguno de ustedes] se hará impuro por una persona fallecida, excepto por un pariente cercano… No se raparán la cabeza y no se rasurarán el borde de sus barbas ni cortarán su cuerpo. Santos serán para su Dios y no profanarán el Nombre de su Dios» (Levítico 21:1-6)
Aquí esto se aplica específicamente a los cohanim, los sacerdotes, debido a su santidad. En Deuteronomio la ley se extiende a todos los israelitas (la diferencia entre los dos libros radica en sus audiencias originales. Levítico es principalmente una serie de instrucciones para los sacerdotes; en Deuteronomio, Moshé se dirige a todo el pueblo). La aplicación a los israelitas comunes y corrientes de las leyes de santidad que aplican a los sacerdotes es parte de la democratización de la santidad, que es fundamental para la idea de la Torá de «un reino de sacerdotes». Sin embargo, queda la pregunta: ¿qué tiene que ver la moderación en las expresiones de duelo con el hecho de ser los «hijos de Hashem tu Dios», un pueblo santo y elegido?
- Ibn Ezra dice que así como un padre puede causar dolor a un hijo para su propio bien a largo plazo, así también a veces Dios nos brinda dolor (el duelo) que debemos aceptar con confianza, sin demostraciones excesivas de dolor.
- El Rambán sugiere que debido a nuestra creencia en la inmortalidad del alma no debemos exagerar en el duelo. Pero agrega que incluso así, es correcto el duelo dentro de los parámetros establecidos por la ley judía, ya que incluso si la muerte es sólo una despedida, cada despedida es dolorosa.
- Rav Ovadia Sforno y Jizkuni dicen que debido a que somos los «hijos de Dios» nunca quedamos completamente huérfanos. Podemos perder a nuestros padres terrenales, pero nunca a nuestro Padre, y por lo tanto hay un límite al duelo.
- Rabeinu Meyujas sugiere que la realeza no se profana a sí misma con heridas que pueden desfigurarlos (nivul). Por lo tanto Israel, los hijos del Rey supremo, tampoco pueden hacerlo.
Sin importar cuál explicación nos parezca más adecuada, el principio queda claro. Así es como Maimónides establece la ley: «Quien no guarda duelo por el muerto en la manera descripta por los Sabios es cruel (ajzarí, aunque tal vez una traducción mejor sería «que carece de sensibilidad»)» (Hiljot Avel 13:12). Sin embargo, al mismo tiempo «no se debe caer en un duelo excesivo por la persona que ha fallecido, porque está escrito: ‘No lloren por el que está muerto, ni hagan lamentaciones por él’ (Jeremías 22:10). Es decir: no llorar demasiado, porque eso es lo natural en el mundo, y quien se inquieta por lo que es natural en el mundo es un necio» (Ibid. 13:11).
La halajá, la ley judía, se esfuerza por crear un equilibrio entre demasiado y demasiado poco duelo. De aquí las diversas etapas del duelo: aninut (el período entre la muerte y el entierro), shivá (la semana de duelo), sheloshim (treinta días en el caso de los parientes) y shaná (un año, en el caso de los padres). El judaísmo ordena una secuencia precisamente equilibrada de duelo, desde los momentos iniciales y paralizantes de la pérdida, hasta el funeral y el regreso a casa; hasta el período de consuelo de amigos y miembros de la comunidad y un tiempo más prolongado durante el cual la persona no participa en actividades asociadas con la alegría. Cuanto más aprendemos sobre la psicología del duelo y las etapas que debemos atravesar hasta que sana la pérdida, más clara se vuelve la sabiduría de las antiguas leyes y costumbres del judaísmo. Lo mismo que sucede a nivel individual, ocurre también con el pueblo en su conjunto. Los judíos han sufrido más que la mayoría de los pueblos a causa de la persecución y la tragedia. Nunca hemos olvidado esos momentos. Los recordamos en nuestros días de ayuno, especialmente en Tishá BeAv con su literatura de lamentaciones, las kinot. Sin embargo, con un poder de recuperación que a veces ha sido casi milagroso, Israel nunca se dejó vencer por el dolor. Un pasaje rabínico (Tosefta Sotá 15:10-15; ver también Baba Batra 60b), personifica la voz dominante dentro del judaísmo:
Después de la destrucción del Segundo Templo, los ascéticos se multiplicaron en Israel. Ellos no comían carne ni bebían vino… Rabí Iehoshúa les dijo: «No guardar duelo en absoluto es imposible, porque esto ha sido decretado. Pero guardar demasiado duelo también es imposble».
En esta era antitradicional, con su hostilidad a los rituales y su preferencia por la manifestación pública de las emociones privadas (lo que en los años 60 Philip Rieff llamó «el triunfo de lo terapéutico»), la idea de que el duelo tiene leyes y límites suena extraño. Sin embargo, todos los que tuvieron la mala suerte de perder a un ser querido pueden dar testimonio de la profunda sanación que brinda la observancia de las leyes de avelut (duelo).
La Torá y la tradición saben honrar tanto a los muertos como a los vivos, manteniendo el delicado equilibrio entre el duelo y el consuelo. La pérdida de vida nos produce dolor, y la reafirmación de la vida nos da esperanza.
(aishlatino.com)
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.