B’H
Deuteronomio 16:18-21:9
Moshé ordena al pueblo de Israel designar jueces y policías en cada ciudad; «Justicia, justicia perseguirás» les ordena, y deben administrarla sin corrupción ni favoritismo. Los crímenes deben ser investigados meticulosamente y la evidencia examinada a fondo. Un mínimo de dos testigos verosímiles es requerido para condena y castigo.
En cada generación, dice Moshé, habrá personas encargadas de interpretar y aplicar las leyes de la Torá. «De acuerdo a la ley que ellos te enseñarán, y el juicio que te instruirán, harás; no te desviarás de lo que te dirán, ni a la derecha ni a la izquierda».
Shoftím (jueces) también incluye las prohibiciones contra idolatría y brujería, las leyes que gobiernan la denominación de un rey; y las indicaciones para la creación de «ciudades de refugio» para el asesino no intencional. También son explicadas varias de las leyes de la guerra; la excepción de la batalla de quien recién se casó, construyó una casa, plantó un viñedo o es «temeroso y de corazón suave»; la exigencia de ofrecer la paz antes de atacar una ciudad; la prohibición de destrucción injustificada de algo valioso, ejemplificada por la ley que prohíbe cortar árboles frutales durante el sitio de una ciudad.
La parashá concluye con la ley de Eglá Arufá, el procedimiento especial a seguir cuando una persona es asesinada por un asesino desconocido y su cuerpo es encontrado en el campo, que resalta la responsabilidad de la comunidad y sus líderes, no sólo por lo que hacen, sino también por lo que podrían haber prevenido que ocurra.
JUSTICIA JUSTA
Parece una redundancia. La justicia debe ser justa, sino no es justicia. Sin embargo no es redundante. Hay una justicia justa: Alguien roba y debe pagar por su robo. El que pide un préstamo debe devolverlo. Eso es una justicia justa.
Pero hay otra justicia que es JUSTA, así, con mayúscula, y es aquella que va más allá del hecho en sí. Es JUSTA cuando va acompañada de JESED, bondad, cuando no sólo ve un delito, sino las circunstancias que llevaron a que ese delito fuera cometido, cuando no sólo ve una deuda impaga, sino la situación financiera del deudor. Esa es la JUSTICIA JUSTA que debemos perseguir.
JODESH ELUL
Este viernes comienza el mes de Elul, el último del calendario antes de Rosh HaShaná. Este es un mes en el que la misericordia y la bondad de Di-s son más evidentes. Durante todo el año nosotros buscamos a Di-s y lo llamamos. En el mes de Elul Di-s nos busca y nos llama, y Su voz resuena en nuestros corazones: “Hijos Míos, vengan a Mi. Acá estoy, con los brazos abiertos esperando para abrazarlos y oírlos”. No desaprovechemos la oportunidad. Vayamos hacia el Creador, no Lo hagamos esperar.
¡Deja en paz a los bien intencionados!
¿Realmente crees que tus seis dólares pueden hacer la diferencia?
Por Levi Avtzon
Algunas enseñanzas de la Torá son trasmitidas en forma de leyes; otras, a través de historias o se pueden aprender a través de una letra o palabra que aparenta estar de más o que falta en el texto. Algunas enseñanzas requieren de un maestro o sabio que desbloquee el mensaje y su relevancia para el siglo XXI; otras gritan su mensaje hasta para el ojo del más aficionado.
Toma esta como ejemplo:
En la parashá de esta semana, aprendemos sobre ciertos individuos que estaban exentos de participar en la batalla: “Aquel que recientemente ha construido un hogar, plantado un viñedo o es lo suficientemente afortunado por haberse casado con su alma gemela”.
Y luego la Torá concluye:
“¿Hay algún hombre que es temeroso y medroso? Déjenlo ir y que regrese a su casa para que no provoque que los corazones de sus hermanos se derritan como el suyo”. (Deuteronomio 20: 8)
¿Te llegó el mensaje? Aquí está el mensaje que me llegó a mí:
Hay dos tipos de personas: aquellas que hacen y aquellas que desvalorizan a los que hacen; aquellas a quienes todo les importa y aquellas a quienes lo único que les importa es destruir a los que sí les importa.
Existen las personas “simples”, que venden limonada y donan las ganancias a una causa justa, y los “intelectuales”, que se burlan diciendo “¿realmente crees que tus seis dólares pueden hacer la diferencia”?
Los revolucionarios contra los “Dime, ¡¿así que crees que eres Moisés?!”.
Dice la Torá: Si no quieres ser parte de la solución, por lo menos no seas parte del problema. ¡Vete a casa! Quítate del camino del niño que cree que puede cambiar el mundo. No compartas tus opiniones políticas con el soldado que está dispuesto a dar su vida por tu libertad. Aléjate de los visionarios. Vete a fumar un cigarro con tus amigos amargados, ¡pero deja en paz a los bien intencionados!
Solo porque tú decidiste no dejar huellas en la arena del tiempo, no es razón para echar por tierra el esfuerzo de los demás.
Y para todos los orgullosos miembros del «equipo de hacedores», lleven estas palabras al corazón:
“No dejen que sus corazones se achiquen, desanimen o atemoricen por causa de ellos. Porque Di-s, tu Di-s, es el que te acompaña para luchar por ti contra tus enemigos, para salvarte”. (Ibíd. 20: 3-4)
Con Di-s a nuestro lado, podemos caminar con orgullo y ligereza en las arenas del tiempo. (www.es.chabad.org)
Cómo se pone a prueba la profecía
Rav Jonathan Sacks
Al enumerar los diversos roles de liderazgo que cobrarían forma dentro de la nación tras su muerte, Moshé menciona no sólo al sacerdote/juez y al rey, sino también al profeta:
«Dios hará que se levante para ti un profeta entre tus hermanos, como yo. A él deberán escuchar».
Moshé no iba a ser el último de los profetas. Tendría sucesores. Esto fue así históricamente: desde los días de Samuel hasta el período del Segundo Templo, en cada generación hubo hombres (y a veces mujeres) que transmitieron con inmenso coraje la palabra de Dios, sin temer a la censura de los reyes, las críticas de los sacerdotes ni reprender a toda una generación por su falta de fe e integridad moral.
Sin embargo, había una pregunta obvia: ¿Cómo podemos distinguir entre un verdadero profeta y uno falso? A diferencia de los reyes o sacerdotes, los profetas no recibían su autoridad de una manera oficial. Su autoridad dependía de su personalidad, de su capacidad para transmitir la palabra de Dios, su evidente inspiración. Pero precisamente debido a que el profeta tenía un acceso privilegiado a la palabra que otros no podían escuchar, a las visiones que otros no podían ver, existía la posibilidad real de los falsos profetas, como ocurrió con los profetas del Baal en los días del rey Ajab. Una autoridad carismática es inherentemente desestabilizadora. ¿Con qué contábamos para evitar que una figura fraudulenta, o incluso alguien sincero pero equivocado, pudiera efectuar señales y maravillas y llevar a las personas con la fuerza de sus palabras, guiando a la nación en la dirección equivocada, engañando a otros y tal vez incluso a sí mismo?
Esta pregunta tiene varias dimensiones. Hay una en particular que tiene conexión con nuestra porción de la Torá: la capacidad del profeta para predecir el futuro. Así lo expresó Moshé:
«Y cuando digas: ‘¿Cómo he de reconocer la palabra que Dios no ha hablado?’, si lo que un profeta dice en nombre de Dios y ese evento no acontece ni se concreta, esa es la palabra que Dios no ha hablado. Ese profeta lo habrá hablado con premeditación. No le tengas miedo».
A partir de esto, la prueba es simple: si lo que el profeta predice ocurre, entonces es un profeta verdadero. De lo contrario, no lo es. Pero claramente, no era tan simple.
El caso clásico es el Libro de Ioná (Jonás). Dios le ordenó a Ioná advertir al pueblo de Ninevé que su maldad estaba a punto de provocarles una tragedia. Ioná intenta huir, pero fracasa: la famosa historia del mar, la tormenta y el «gran pez». Eventualmente Ioná va a Ninevé y pronuncia las palabras que Dios le ordenó decir: «Dentro de cuarenta días Ninevé será destruido». El pueblo se arrepiente y la ciudad se salva. Pero Ioná está profundamente insatisfecho.
Pero Ioná se apesadumbró en extremo y se enojó. Y rezó a Dios y dijo: «Eterno, ¿no sabía yo acaso que esto iba a ocurrir cuando estaba en mi propio país? Por eso hui a Tarshish. Yo sabía que Tú eres un Dios misericordioso, tolerante, paciente, abundante en piedad y que demoras en enviar una calamidad. Te ruego Dios que me quites la vida, porque así es mejor para mí morir que vivir» (Ioná 4:1-3)
La queja de Ioná puede entenderse de dos maneras. La primera es que estaba molesto porque Dios había perdonado al pueblo. A fin de cuentas ellos eran malvados. Merecían ser castigados. ¿Por qué entonces cambió de idea y no les dio el castigo que se merecían?
La segunda manera en que puede entenderse, es que él había quedado como un tonto. Ioná le dijo al pueblo que la ciudad sería destruida en cuarenta días, y eso no ocurrió. La misericordia Divina hizo que su predicción perdiera sentido.
Ioná se equivocó al sentirse molesto, eso queda claro. Dios le dijo, en la pregunta retórica con la que concluye el libro: «¿No debería preocuparme por esa gran ciudad? ¿No debería ser misericordioso? ¿No debería perdonarlos?» ¿Qué pasa entonces con el criterio que Moshé fijó para distinguir entre un profeta verdadero y un falso profeta: ‘si lo que un profeta dice en nombre de Dios y ese evento no acontece ni se concreta, esa es la palabra que Dios no ha hablado’? Ioná había proclamado que la ciudad sería destruida en cuarenta días. Eso no ocurrió, sin embargo la proclama fue real. Él realmente transmitió la palabra de Dios. ¿Cómo puede ser posible?
La respuesta la encontramos en el libro de Jeremías. Jeremías venía profetizando un desastre nacional. El pueblo se había alejado de su vocación religiosa, y en consecuencia serían vencidos y exiliados. Era un mensaje difícil y desmoralizante para el pueblo. Surgió un falso profeta, Jananiá hijo de Azur, quien predijo lo contrario. Babilonia, el enemigo de Israel, muy pronto sería derrotado. En dos años la crisis habría terminado. Jeremías sabía que no era así, y que Jananiá estaba diciéndole al pueblo lo que ellos querían escuchar, no lo que necesitaban escuchar. Él se dirigió a la asamblea:
Él dijo: ‘¡Amen! ¡Que el Señor lo haga! Que Dios cumpla las palabras que has profetizado trayendo de Babilonia a este lugar los artículos de la Casa de Dios y a todos los desterrados. No obstante, escucha lo que tengo que decirte a ti y a todo el pueblo: desde el principio de los tiempos, los profetas que nos precedieron a ti y a mi profetizaron guerras, desastres y plagas contra muchos países y contra grandes reinos. Pero el profeta que profetiza la paz sólo será reconocido como verdadero enviado de Dios si se cumple su predicción».
Jeremías establece una distinción fundamental entre las buenas y las malas noticias. Es fácil profetizar desastres. Si la profecía se cumple, entonces has dicho la verdad. Si no se cumple, entonces puedes decir: Dios perdonó. Una profecía negativa no puede ser refutada, pero una positiva sí puede serlo. Si lo bueno que se profetiza ocurre, entonces la profecía es verdadera. Si no se cumple, entonces no puedes decir: «Dios cambió de idea», porque Dios no se retracta de una promesa que ha hecho de algo bueno, de paz o de retorno.
Por lo tanto, sólo cuando el profeta ofrece una visión positiva puede ser puesto a prueba. Por eso Ioná se equivocó al creer que había fracasado cuando su profecía negativa (la destrucción de Ninivé) no se cumplió. Así lo explica Maimónides:
En cuanto a las calamidades predichas por un profeta, si, por ejemplo, él predice la muerte de determinado individuo o declara que en un año concreto habrá hambruna o guerra, etc., si su pronóstico no se cumple no refuta su carácter profético. No debemos decir: «Mira, dijo algo y su predicción no se ha cumplido». Porque Dios es paciente y abundante en bondad y se arrepiente del mal. También es posible que los que fueron amenazados se arrepintieran y en consecuencia, fueran perdonados, como sucedió con los habitantes de Ninivé. También es posible que la ejecución de la sentencia sólo se haya aplazado, como en el caso de Ezequías. Pero si el profeta asegura en nombre de Dios una buena fortuna, declarando que sucederá un acontecimiento particular y el beneficio prometido no se cumple, incuestionablemente se trata de un falso profeta, porque ninguna bendición decretada por Dios, aunque fuera prometido de forma condicional, es jamás revocada… De aquí aprendemos que sólo cuando el profeta predice una buena fortuna puede ser puesto a prueba. (Iesodei HaTorá 10:4)
De aquí se desprenden conclusiones fundamentales. Un profeta no es un oráculo, una profecía no es una predicción. Precisamente debido a que el judaísmo cree en el libre albedrío, el futuro humano nunca puede ser predicho de forma infalible. Las personas pueden cambiar, Dios perdona. Como decimos en nuestra plegaria en las Altas Fiestas: «Plegaria, arrepentimiento y caridad evitan el mal decreto». No hay un decreto que no pueda ser revocado. Un profeta no predice el futuro. Él advierte. Un profeta habla sólo para evitar la profecía. Si una predicción se vuelve realidad, lo ha logrado. Si una profecía se vuelve realidad, ha fracasado.
La segunda consecuencia no es menos trascendental. La verdadera prueba de la profecía no son las malas noticias sino las buenas. La calamidad, la catástrofe, el desastre no prueban nada. Cualquiera puede predecir estas cosas sin poner en riesgo su reputación ni su autoridad. Sólo la concreción de una visión positiva pone a prueba la profecía. Así ocurrió con los profetas de Israel. Ellos eran realistas, no optimistas. Advirtieron sobre los peligros que les acechaban. Pero también fueron, sin excepción, agentes de esperanza. Ellos podían ver más allá de la catástrofe, hacia el consuelo. Esa es la prueba de un verdadero profeta.
Aprendizaje y liderazgo
Rav Jonathan Sacks
La parashat Shoftim es la fuente clásica de tres clases de liderazgo en el judaísmo, lo que nuestros Sabios llamaron las «tres coronas»: el sacerdocio, el reinado y la Torá.(1) Esta es la primera declaración en la historia del principio establecido en el siglo XVIII por Montesquieu en «El espíritu de las leyes», y que luego se convirtió en un principio fundamental de la constitución norteamericana: «la separación de poderes».(2)
El poder, en el campo humano, debe ser dividido y distribuido, no estar concentrado en una sola persona o ámbito. En el Israel bíblico, había reyes, sacerdotes y profetas. Los reyes tenían un poder secular o gubernamental. Los sacerdotes eran líderes en el dominio religioso, presidiendo sobre el servicio en el Templo y otros rituales, y dando regulaciones sobre temas relativos a la pureza y la santidad. Los profetas eran enviados por Dios para criticar la corrupción del poder y recordar al pueblo su vocación religiosa cuando se alejaban del camino.
Nuestra parashá se refiere a estos tres roles, pero sin duda, lo que más llama la atención es la sección de los reyes, por varias razones. En primer lugar, este es el único mandamiento de la Torá que viene con la explicación de que eso es lo que hacen otros pueblos: «Cuando entres a la tierra que Hashem tu Dios te entrega, y tomes posesión de ella y te asientes en ella, y digas: ‘Me impondré un rey como todos los pueblos que están a mi alrededor…'» (Deuteronomio 17:14). Normalmente, en la Torá se les ordena a los israelitas ser diferentes. El hecho de que este mandamiento sea una excepción fue suficiente para señalar a los comentaristas a lo largo de los siglos que existe cierta ambivalencia sobre la idea de la monarquía en general.
En segundo lugar, el pasaje es claramente negativo. Nos dice lo que no debe hacer un rey, en vez de decir lo que sí debe hacer. Él no debe «adquirir gran número de caballos», «ni tener demasiadas esposas», «ni acumular grandes cantidades de plata y oro» (Deuteronomio 17:16-17). Estas son las tentaciones del poder, y como sabemos a partir del resto del Tanaj, incluso los más elevados (como el mismo rey Salomón), eran vulnerables a estas cosas.
En tercer lugar, consistente con la idea guía fundamental de que el liderazgo es un servicio, no un asunto de dominio, poder, estatus o superioridad, se le ordena al rey ser humilde: él debe leer constantemente al Torá «para que aprenda a reverenciar a Hashem su Dios… y no considerarse mejor que sus hermanos» (Deuteronomio 17:19-20). No es fácil ser humilde cuando todos se prosternan ante ti y cuando puedes decidir sobre la vida y la muerte de tus subordinados.
De aquí surge la gran variedad de opiniones entre los comentaristas respecto a si la monarquía es una buena institución o si es algo peligroso. Maimónides sostiene que es una obligación nombrar un rey; Ibn Ezra dice que es un permiso; Abarbanel dice que es una concesión y Rabeinu Bejaia dice que es un castigo, una interpretación que como suele ocurrir fue conocida por John Milton en uno de los períodos más volátiles (y anti monárquicos) de la historia inglesa.(3)
Sin embargo, hay una dimensión positiva y excepcionalmente importante de la realeza. Al rey se le ordena estudiar constantemente:
«…y él deberá leerla durante todos los días de su vida, a fin de que aprenda a temer a Hashem su Dios, para guardar todas las palabras de esta Torá y estos estatutos a fin de cumplirlos. Para que su corazón no se ensoberbezca más que sus hermanos y para que no se aparte del mandamiento ni a derecha ni a izquierda, a fin de que prolongue los días de su reinado. Tanto él como sus hijos, en medio de Israel». (Deuteronomio 17:19-20)
Posteriormente, en el Libro que lleva su nombre, se le ordena en términos singulares a Iehoshúa, el sucesor de Moshé:
«Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito. Entonces prosperará tu camino y todo te saldrá bien». (Iehoshúa 1:8)
El principio que surge de todo esto es que los líderes estudian y aprenden. Sí, tienen consejeros, asesores, ancianos y una corte de sabios. Y sí, los reyes bíblicos tenían profetas. Saúl tuvo a Samuel, David a Natán, Ezequías a Isaías… Ellos les llevaban la palabra de Dios. Pero aquellos que deciden sobre el destino de la nación no pueden delegar la tarea de pensar, leer, estudiar y recordar. No tienen derecho a decir: tengo que ocuparme de asuntos de estado, así que no tengo tiempo para los libros. Los líderes deben ser eruditos, Benei Torá, «Hijos del Libro», para poder dirigir y guiar al pueblo del Libro.
Los grandes estadistas de los tiempos modernos entendieron esto, por lo menos en términos seculares. William Gladstone, quien fue cuatro veces primer ministro de Gran Bretaña, tenía una biblioteca con 32.000 libros. Debido a que registraba en su diario cada vez que terminaba d elee run libro, sabemos que leyó 22.000 de esos libros. Asumiendo que lo hizo durante ochenta años (él vivió hasta los 88 años), esto implica que leyó en promedio 275 libros al año, o más de cinco libros cada semana durante su vida. Él también escribió muchos libros sobre una amplia variedad de temas, desde política hasta religión y literatura griega, y su erudición era impresionante. Por ejemplo, de acuerdo con Guy Deutscher en «El prisma del lenguaje»,(4) él fue la primera persona que comprendió que los antiguos griegos no tenían un sentido del color y que la famosa frase de Homero «el mar oscuro como el vino» se refería a la textura más que al color.
Si visitas la casa de David Ben Gurión en Tel Aviv, verás que a pesar de que la planta baja es espartana al punto de la austeridad, el primer piso cuenta con una vasta biblioteca de periódicos y 20.000 libros. Él tenía otros 4.000 libros en Sde Boker. Como Gladstone, Ben Gurión era un lector voraz y un prolífico autor. Benjamin Disraeli era un famoso novelista antes de dedicarse a la política. Winston Churchill escribió casi 50 libros y ganó el premio Nobel de literatura. El hecho de leer y escribir es lo que diferencia al estadista del mero político.
Los dos grandes reyes de Israel, David y Salomón, fueron autores. David de los Salmos, y Salomón (de acuerdo con la tradición), del Cantar de los Cantares, Proverbios y Kohelet/Eclesiastés. La palabra bíblica clave asociada con los reyes es jojmá, sabiduría. En particular Salomón se destacó por su sabiduría:
«Y todo Israel oyó aquel juicio que había dado el rey, y temieron al rey porque vieron que había en él sabiduría de Dios para juzgar». (Reyes I 3:28)
«Y Dios dio a Salomón gran sabiduría y prudencia más que a todos los pueblos del Oriente, y que toda la sabiduría de los egipcios… Y para oír la sabiduría de Salomón venían de todos los pueblos y de todos los reyes de la tierra, adonde había llegado la fama de su sabiduría». (Reyes I 4:29,34)
«Y cuando la reina de Sabá vio toda la sabiduría de Salomón… se quedó asombrada.Y dijo al rey: ‘Verdad es lo que oí en mi tierra sobre tus logros y tu sabiduría; pero yo no lo creí hasta que vine y lo vi con mis propios ojos. De hecho, aún no se me ha dicho ni la mitad; es mayor tu sabiduría y riqueza que la fama que yo había oído…» Todo el mundo pedía audiencia con Salñomón para oír la sabiduría que Dios había puesto en su coraqzón. (Reyes I, 10:4-24)
Debemos señalar que jomá, sabiduría, significas algo ligeramente diferente de Torá, lo cual por lo general se asocia más con los sacerdotes y los prfetas que con los reyes. Jojmá incluye la sabiduría mundana, que es una sabiduría universal y no una herencia especial de los judíos y el judaísmo. Un Midrash declara que «si alguien te dice que hay sabiduría entre las naciones del mundo, puedes creerle. Si te dicen que hay Torá entre las naciones del mundo, no lo creas».(5) De forma general, en términos contemporáneos jojmá se refiere a las ciencias y las humanidades, a aquello que nos permite ver el universo como la obra de Dios y al ser humano como la imagen de Dios. La Torá es la herencia moral y espiritual específica de Israel.
El caso de Salomón es particularmente interesante, porque a pesar de toda su sabiduría, no fue capaz de evitar las tres tentaciones sobre las cuales advierte nuestra parashá: él adquirió un número mayor de caballos, se casó con muchas más mujeres y acumuló enormes riquezas. La sabiduría sin la Torá no es suficiente para salvar a un líder de la corrupción del poder.
Aunque pocos de nosotros estamos destinados a ser reyes, presidentes o primeros ministros, aquí está en juego un principio general. Los líderes estudian. Leen. Aprende. Lleva tiempo familiarizarse con el mundo de las ideas. Sólo aquellos que lo hacen adquieren la perspectiva para ser capaces de ver más lejos y con mayor claridad que los demás. Ser un líder judío implica dedicar tiempo tanto al estudio de la Torá como a la jojmá. Jojmá es entender el mundo tal como es; Torá es entender el mundo como debería ser.
Los líderes nunca dejan de estudiar y aprender. Así es como crecen y enseñan a los demás a crecer con ellos.
Shabat Shalom
NOTAS
- Mishná Avot 4:13. Maimónides, Mishné Torá, Hiljot Talmud Torá 3:1
- La división de Montesquieu, seguida por la mayoría de las democracias occidentales, es entre el poder legislativo, ejecutivo y judicial. En el judaísmo, la legislación primaria viene de Dios. Los reyes y los Sabios tienen el poder de introducir sólo una legislación secundaria, para asegurar el orden y establecer «una cerca alrededor de la ley». En el judaísmo, el rey tiene la función ejecutiva, y en los tiempos bíblicos los sacerdotes (cohanim) eran el poder judicial. La «corona de la Torá» que lucían los profetas era una institución singular, una forma de crítica social sancionada por la Divinidad, una tarea que en los tiempos modernos asumen los intelectuales públicos, aunque no siempre son exitosos. Nos faltan profetas. Tal vez siempre faltaron.
- Ver Eric Nelson, «The Hebrew Republic», Harvard University Press, 2010, 41-42
- «El prisma del lenguaje», Guy Deutscher, 2011, Editorial Ariel
- Eijá Rabati 2:13
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