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| sábado diciembre 21, 2024

KI TETZÉ 5784

Amalek no murió. Pero tampoco murió el pueblo judío. Atacados durante tantos siglos, sigue vivo, dando testimonio de la victoria del Dios del amor por encima de los mitos y la locura del odio


B’H

Deuteronomio 21:10-25:19 

Setenta y cuatro de los 613 preceptos (mitzvot) de la Torá se encuentran en la sección Ki Tetzé. Estos incluyen las leyes de una cautiva bella, los derechos de herencia del primogénito, el hijo rebelde y descarriado, entierro y dignidad de los muertos, la devolución de un objeto perdido, el envío del ave del nido antes de tomar a sus pichones, la responsabilidad de construir un cerco de seguridad en el techo de una casa, y las varias formas de kiláim (híbridos prohibidos entre plantas o entre animales).

También son recontados los procedimientos judiciales y las penas por adulterio, por la violación o seducción de una joven soltera, y por un esposo que acusa falsamente a su mujer de infidelidad. Los siguientes no pueden casarse con una persona de linaje judío: un bastardo, un varón de descendencia moabita o amonita, una primera y segunda generación de edomita o egipcio.

Esta sección también incluye las leyes de la pureza del campamento militar; la prohibición de entregar un esclavo que se escapó; la obligación de pagar a un trabajador a tiempo y de permitir a cualquier animal o persona que trabajan para uno, «comer mientras trabaja»; la forma correcta de tratar a un deudor y la prohibición de cobrar interés por un préstamo; las leyes de divorcio (de donde son derivadas muchas de las leyes de matrimonio); la pena de 39 latigazos por la trasgresión de una prohibición de la Torá; y los procedimientos de Ibum («matrimonio por levirato») de la mujer de un hermano fallecido que no tuvo hijos o jalitzá («quitado del zapato») en el caso que el cuñado no desee casarse con ella.

Ki Tetzé concluye con la obligación de recordar «lo que Amalek te hizo en el camino, cuando salían de Egipto».

 

SILENCIANDO LAS DUDAS INTERNAS

Vino Amalek y peleó contra Israel en Refidim. Exodo 17:8

El ataque físico de la nación de Amalek fue la manifestación externa del ataque espiritual del Amalek interno del pueblo, su duda con respecto al cuidado e intervención de Di-s en sus vidas.

Este Amalek interno continúa asediándonos hoy en día, intentando sembrar dudas y enfriar nuestro fervor religioso. Reconoce que Di-s existe pero intenta convencernos que Di-s es demasiado grande como para preocuparse por los detalles de nuestra observancia judía. Una duda lleva a la otra y eventualmente nuestro Amalek interno nos convence que Di-s no está involucrado para nada en la vida humana. Esto, a su vez, causa que abandonemos nuestra búsqueda de Divinidad y espiritualidad.

De este modo, así como el Éxodo de Egipto ocurre nuevamente en cada generación y en cada día, también lo hace la guerra con Amalek. Todos los días, debemos silenciar la voz de duda que busca detener nuestro progreso espiritual. Una vez que dejamos nuestro Egipto interno exitosamente y nos sobreponemos a nuestro Amalek interno, estamos prontos para recibir la Torá nuevamente y entrar en nuestra Tierra Prometida. Implementar exitosamente este proceso de crecimiento espiritual a nivel individual acelerará su implementación colectiva, llevando al mundo a su Redención Mesiánica.

 

Yendo y viniendo

Siempre que hacemos algo, estamos tanto yendo como viniendo…

Por Yanki Tauber

 

«Cuando salgas a la guerra contra tus enemigos…» (Deuteronomio 21:10) (versículo de apertura de la Parashá de esta semana)

«Cuando entres a la tierra…» (Deuteronomio 26:1) (primer versículo de la Parashá de la semana próxima)

 

Siempre que hacemos algo, estamos tanto yendo como viniendo

Cuando salimos, es para hacer la guerra. Cada vez que salimos de nuestro lugar —desde el dónde y qué de nuestro momento y estado actual —efectuamos algún cambio en el exterior. Puede ser un cambio extremadamente violento, o uno que apenas se siente. Puede ser un cambio para mejor, o, Di-s no lo quiera, para peor. Pero cada vez que actuamos sobre el mundo exterior, le hacemos algo. Y el cambio es la guerra.

El enemigo puede ser un antagonista armado con armas y odio. Puede ser una conspiración de ignorancia y apatía. O puede ser simplemente el status quo, la forma en que «son las cosas». Todos somos guerreros, ya que cada uno de nosotros alberga la convicción de que hemos nacido para hacer una diferencia.

Pero no todo momento de la vida es un momento para salir. También hay momentos en que entramos.

También hay momentos en los que volvemos la flecha de la vida hacia el interior de nuestro propio centro y esencia, y al centro y la esencia de las personas, objetos y fenómenos en nuestras vidas. Cuando desistimos de la búsqueda para «hacer una diferencia» y buscamos, en cambio, descubrir la esencia interior —la esencia inmutable que siempre ha estado ahí y siempre estará, y que no requiere ninguna acción para hacerse realidad, sólo asentarse tranquilamente en su núcleo.

«Hay un tiempo para la guerra» dijo el más sabio de los hombres «y un tiempo para la paz».

Hoy en día, la mayor parte de nuestra vida se consume con el empeño de salir —para causar el cambio, para mejorar el mundo. Nuestros momentos de «entrar» son pocos y alejados entre sí, raras islas de visión y tranquilidad en la guerra de la vida. Hoy, sin embargo, es sólo un preludio de «un día que es totalmente Shabat y descanso para la vida eterna» —el día en que entremos a la tierra. (www.es.chabad.org)

En contra del odio

Rav Jonathan Sacks

Ki Tetzé contiene más leyes que cualquier otra parashá de la Torá, y es posible llegar a sentirse abrumado por esa riqueza de detalles. Sin embargo, un versículo se destaca por ser totalmente contrario al sentido común:

No aborrecerás al edomita, ya que él es tu hermano. No aborrecerás al egipcio, ya que tú fuiste extranjero en su tierra. (Deuteronomio 23:8)

Estos son mandamientos completamente inesperados. Examinarlos y entenderlos nos enseñará una importante lección sobre la sociedad en general y sobre el liderazgo en particular.

En primer lugar, los judíos han sido eje del racismo más y más tiempo que cualquier otra nación sobre la tierra. Por lo tanto, debemos ser doblemente cuidadosos de no caer nunca en esta misma conducta. Creemos que Dios nos ha creado a todos a Su imagen, sin importar el color, la clase, la cultura o la religión. Si menospreciamos a otras personas debido a su raza, entonces estamos menospreciando la imagen de Dios y no respetamos kavod habriot, la dignidad humana.

 

Si pensamos menos de una persona por el color de su piel, estamos repitiendo el pecado de Aharón y Miriam: «Miriam y Aharon hablaron de Moshé con respecto a la mujer cushit que él había tomado, pues él se había casado con una mujer cushit» (Números 12:1). Hay diferentes interpretaciones midráshicas de este pasaje, pero el sentido llano es que menospreciaron a la esposa de Moshé porque -como ocurre en general con las mujeres cushit- ella tenía la piel oscura, lo que hace que esta sea la primera instancia de prejuicio por el color de la piel. Por este pecado, Miriam fue castigada con lepra.

En cambio, debemos recordar la bella frase del Cantar de los Cantares: «Yo soy negra pero hermosa, Oh hijas de Jerusalem, como las tiendas de Kedar, como las cortinas de Salomón. No me miren porque soy oscura, porque el sol me miró» (El Cantar de los Cantares 1:5).

Los judíos no pueden quejarse de que otros tengan una actitud racista hacia ellos si ellos tienen actitudes racistas hacia otros. «Primero corrígete a ti mismo y luego trata de corregir a los demás», dice el Talmud. (Baba Metzía 107b). El Tanaj contiene evaluaciones negativas de algunas naciones, pero siempre esto se relaciona con sus fallas morales y nunca se debe a su etnia o al color de su piel.

Ahora volvamos a los dos mandamientos de Moshé en contra del odio,(1) ambos sorprendentes. » No aborrecerás al egipcio, ya que tú fuiste extranjero en su tierra». Esto es algo extraordinario. Los egipcios esclavizaron a los israelitas, planearon contra ellos un programa de lento genocidio, y luego se negaron a dejarlos partir a pesar de las plagas que devastaban su tierra. ¿Acaso estas no son razones para el odio?

Es cierto. Pero los egipcios en un primer momento brindaron un refugio para los israelitas en una época de hambruna. Ellos honraban a Iosef, quien se había elevado al cargo de Virrey del faraón. Las maldades que cometieron contra los hebreos bajo la dirección de «un nuevo rey que no conocía a Iosef» (Éxodo 1:8) fueron instigadas por el faraón mismo, no por el pueblo. Además, la hija de ese mismo faraón fue quien rescató y adoptó a Moshé.

La Torá distingue claramente entre los egipcios y los amalequitas. Los últimos estaban destinados a ser enemigos perennes de Israel, peor no así los primeros. En un momento posterior, Isaías dio una profecía respecto a que llegaría un día en el que los egipcios sufrirían su propia opresión. Entonces ellos clamarán a Dios, Quien los rescatará tal como Él rescató a los israelitas.

Porque cuando clamen a Hashem por sus opresores, Él les enviará un salvador y un defensor, y Él los rescatará. Entonces Hashem se revelará ante los egipcios, y en ese día ellos reconocerán a Dios. (Isaías 19:20-21)

La sabiduría del mandamiento de Moshé de no despreciar a los egipcios sigue brillando en la actualidad. Si el pueblo hubiera seguido odiando a sus antiguos opresores, Moshé habría sacado a los israelitas de Egipto, pero no habría podido sacar a Egipto de los israelitas. Ellos hubieran seguido siendo esclavos, no física sino psicológicamente. Serían esclavos del pasado, cautivos de las cadenas del resentimiento, incapaces de construir el futuro. Para ser libre, tiendes que dejar atrás el odio. Esta es una verdad difícil pero necesaria.

No menos sorprendente es que Moshé insistiera: » No aborrecerás al edomita, ya que él es tu hermano». Edom era otro nombre de Esav. Hubo un momento en el cual Esav odió a Iaakov y juró matarlo. Además de esto, antes de que nacieran los mellizos, el oráculo le dijo a Rivká: «Dos naciones hay en tu vientre, y dos civilizaciones de tus entrañas se separarán; una civilización se fortalecerá de la otra y el mayor servirá al menor» (Génesis 25:23). Lo que sea que signifiquen estas palabras, ellas parecen implicar que habrá un conflicto eterno entre los dos hermanos y entre sus descendientes.

Mucho más tarde, durante el período del Segundo Templo, el profeta Malají dijo: «¿Acaso Esav no era el hermano de Iaakov? Dijo Hashem, «A Iaakov lo he amado y a Esav lo aborrecí…» (Malají 1:2-3). Y siglos más tarde, Rabí Shimon bar Iojai dijo: «la halajá (regla, ley, la verdad inescapable) es que Esav odia a Iaakov».(2) ¿Por qué entonces Moshé nos dice que no debemos menospreciar a los descendientes de Esav?

La respuesta es simple. Esav puede odia a Iaakov, pero eso no implica que Iaakov deba odiar a Esav. Responder al odio con odio es dejarse arrastrar al nivel de tu oponente. Cuando en el curso de un programa televisivo, le pregunté a Judea Pearl, el padre del periodista asesinado Daniel Pearl, por qué trabajaba por una reconciliación entre judíos y musulmanes, él respondió con una lucidez desgarradora: «El odio mató a mi hijo. Por lo tanto, estoy decidido a luchar contra el odio». Como escribió Martin Luther King Jr.: «La oscuridad no puede expulsar a la oscuridad, sólo la luz puede hacerlo. El odio no puede ahuyentar el odio, sólo el amor puede hacerlo».(3) O como dice Kohelet, hay «un tiempo para amar y tiempo de odiar, tiempo de guerra y tiempo de paz» (Eclesiastés 3:8).

Fue precisamente Rabí Shimon bar Iojai quien dijo que cuando Esav se encontró con Iaakov por última vez, lo besó y lo abrazó «con todo el corazón».(4) El odio, en especial entre la familia, no es eterno e inexorable. Moshé implicó que siempre debemos estar dispuestos a reconciliarnos con nuestros enemigos.

La teoría de juegos contemporánea (el estudio de la toma de decisiones), sugiere lo mismo. El programa de Martin Nowak «ojo por ojo generoso», es una estrategia ganadora en el escenario, conocido como el dilema del prisionero iterado, un ejemplo creado para el estudio de la cooperación entre dos individuos. El ojo por ojo dice: empieza por ser amable con tu oponente, luego hazle lo que te hace a ti (en hebreo, midá kenegued midá). El «ojo por ojo generoso» dice: no siempre debes hacer a los demás lo que ellos te hacen a ti, porque puedes encontrarse atrapado en un ciclo de represalias mutuamente destructivas. De vez en cuando ignora (es decir, perdona) el último movimiento dañino de tu oponente. Esto, en términos generales, es lo que dijeron los Sabios cuando dijeron que Dios creó originalmente al mundo con el Atributo de justicia estricta, pero vio que no podría sobrevivir sólo de esa forma. Por ello incorporó al mundo el pricipio de la misericordia.(5)

Los dos mandamientos de Moshé en contra del odio son testimonio de su grandeza como líder. Lo más fácil de lograr en el mundo es convertirse en líder movilizando als fuerzas del odio. Eso es lo que hicieron Radovan Karadzic y Slobodan Milosevic en la ex Yugoeslavia, y eso llevó a un asesinato amsivo y una limpieza étnica. Eso es también lo que hicieron los medios de comunicación controlados por el estado describiendo a los tutsis como inyenzi (cucarachas), antes del genocidio de 1994 en Rwanda. Es lo que hacen en la actualidad decenas de predicadores del odio, a menudo usando el internet para comunicar paranoia e incitar actos de terror. Finalmente, esta fue la técnica que dominó Hitler como un preludio al peor crimen de seres humanos contra la humanidad.

El idioma del odio es capaz de crear enemistad entre personas de diferente fe y origen étnico que vivieron en paz durante siglos. Esta ha sido consistentemente la fuerza más destructiva de la historia, e incluso saber lo que ocurrió en el Holocausto no ha logrado ponerle fin, ni siquiera en Europa. Esta es la clara marca de un liderazgo tóxico.

En su obra clásica, «Liderazgo», James MacGregor Burns distingue entre líderes transaccionales y líderes transformativos. El primero responde a los intereses del pueblo. El último intenta elevar su perspectiva. «El liderazgo transformativo eleva. Es moral pero no moralista. Los líderes tienen relación con los seguidores pero desde niveles más elevados de moralidad, en el entrelazamiento de objetivos y valores tanto los líderes como los seguidores se elevan a niveles de juicio basados en principios».(6)

El liderazgo en su nivel más elevado transforma a quienes lo ejercen y a quienes se ven influenciados. El mayor líder convierte a sus seguidores en mejores personas, más amables y más nobles, más de lo que hubieran sido de otra manera. Ese fue el logro de Washington, Lincoln, Churchill, Gandhi y Mandela. El caso paradigmático fue Moshé, el hombre que influyó más que cualquier otro líder en la historia.

Esto lo logró enseñándoles a los israelitas a no odiar. Un buen líder sabe que se debe odiar el pecado pero no al pecador. No hay que olvidar el pasado pero no podemos quedarnos cautivos de él. Debemos estar dispuestos a luchar contra nuestros enemigos, pero nunca permitir que ellos nos definan ni volvernos como ellos. Tenemos que aprender a amar y perdonar. Reconocer a las personas malvadas, pero mantenernos enfocados en lo bueno que tenemos la posibilidad de hacer. Sólo de esta manera elevamos las miras morales de la humanidad y ayudamos a redimir al mundo que compartimos. (aishlatino.com)


NOTAS

  1. Siempre que me refiero a los «mandamientos de Moshé», obviamente mr refiero a aquellos que Dios instruyó a Moshé mediante la revelación, y luego nos fueron transmitidos de generación en generación. Esto, en un sentido profundo, es la razón por la que Dios eligió a Moshé, un hombre que dijo repetidamente sobre sí mismo que no era un hombre de palabras. Las palabras que Moshé pronunciaba eran las palabras de Dios, y sólo eso es lo que les da una autoridad eterna para el pueblo del apcto.
  2. Sifrei, Bamidbar, Behalotjá 69
  3. Strength to Love (Minneapolis, Minn.: Fortress Press, 1977), 53.
  4. Sifrei ad loc.
  5. Ver Rashi sobre Génesis 1:1, s.v. bara.
  6. James MacGregor Burns, Leadership, Harper Perennial, 2010, 455.

Dos clases de odio

Rav Jonathan Sacks

 

Recordarás lo que Amalek te hizo en el camino cuando salieron de Egipto. Cuando estaban exhaustos y fatigados, y salió al encuentro en el camino y te atacó por la retaguardia a los más débiles que iban rezagados y no tuvo temor a Dios. Cuando Hashem tu Dios te conceda descanso de todos tus enemigos en derredor, en la tierra que Hashem tu Dios te entrega como heredad para tomarla en posesión, borrarás el nombre de Amalek de debajo del cielo. No lo olvides. (Deuteronomio 25:17-19)

Se trata de una ley extraña, casi incomprensible.

Los israelitas tuvieron dos enemigos en los días de Moshé: los egipcios y los amalequitas. Los egipcios esclavizaron a los israelitas. Los convirtieron en una colonia de trabajos forzados. Los oprimieron. EL faraón ordenó ahogar a todos los bebés varones israelitas. Fue un intento de genocidio. Sin embargo, respecto a ellos, Moshé ordenó: «No aborrecerás al egipcio, porque fueron extranjeros en su tierra» (Deuteronomio 23:8). Los amalequitas no hicieron más que atacar una vez a los israelitas,(1) un ataque que fue repelido con éxito. (Éxodo 17:13). Sin embargo, respecto a ellos Moshé ordenó: «Recuerda», «no olvides», «borra el nombre». En Éxodo, la Torá dice que «Dios estará en guerra con Amalek por todas las generaciones».(Deuteronomio 17:16) ¿Cuál es la diferencia? ¿Por qué Moshé les dijo a los israelitas que perdonaran a los egipcios pero no a los amalequitas?

La respuesta la encontramos como un corolario a una enseñanza de la Mishná, Avot (5:19):

 

Cuando el amor depende de una causa y esta causa cesa, entonces también termina el amor. Pero si el amor no depende de una causa entonces el amor no desaparece. ¿Cuál es un ejemplo del amor que depende de una causa? El de Amnón por Tamar. ¿Y cuál es un ejemplo de amor que no depende de una causa? El amor de David y Jonatán.

Cuando el amor es condicional, dura lo que dure la condición, y no más que eso. Amnón amaba, o más bien deseaba, a Tamar porque ella le estaba prohibida por ser su hermanastra. Una vez que se salió con la suya, «entonces Amnón la odió con odio intenso. De hecho, la odiaba más de lo que la había amado» (Samuel II 13:15). Pero cuando el amor es incondicional e irracional, nunca cesa. En las palabras de Dylan Thomas: «Aunque los amantes se pierden, el amor no, y la muerte no tendrá dominio».

Lo mismo ocurre con el odio. Cuando el odio es racional, basado en algún temor o desaprobación que (justificado o no) tiene cierta lógica, entonces se puede razonar con él y ponerle fin. Pero no se puede razonar con el odio incondicional e irracional. No se puede hacer nada para abordarlo y terminar con él. El odio persiste.

Esta era la diferencia entre los amalequitas y los egipcios. El odio y el miedo de los egipcios hacia los israelitas no era irracional. El faraón dijo a su pueblo:

Los israelitas se están volviendo demasiado numerosos y más fuertes que nosotros. Debemos ser astutos contra ellos, no sea que se multipliquen y suceda que si hay guerra se unan a nuestros enemigos y luchen en nuestra contra y suban de la tierra» (Éxodo 1:9-10)

Los egipcios temían a los israelitas porque eran numerosos. Constituían una amenaza potencial para la población nativa. Los historiadores nos dicen que no era un miedo infundado. Egipto ya había sufrido una invasión de extranjeros, los hicsos, un pueblo asiático con nombres y creencias canaanitas, que se apoderó del delta del Nilo durante el segundo período intermedio del Egipto de los faraones. Finalmente fueron expulsados de Egipto y borraron todo rastro de su ocupación. Pero el recuerdo persistía. No era irracional que los egipcios temieran que los hebreos fueran otra de esas poblaciones. Temían a los israelitas porque eran fuertes. (Prestemos atención que hay una diferencia entre «racional» y «justificado». En este caso, el miedo de los egipcios sin dudas era injustificado. Los israelitas no querían apoderarse de Egipto. Por el contrario, habrían preferido marcharse. No todas las emociones racionales están justificadas. No es irracional sentir miedo a volar tras escuchar un informe sobre una gran catástrofe aérea, a pesar de que estadísticamente es más peligroso conducir un auto que ser pasajero en un avión. El punto es simplemente que la emoción racional pero injustificada puede, en principio, curarse mediante el razonamiento).

Con los amalequitas ocurrió exactamente lo opuesto. Ellos atacaron a los israelitas cuando estaban «agotados y fatigados». Enfocaron su ataque en los más débiles que estaban en la retaguardia, precisamente los que no constituían ningún peligro. Esto fue un odio irracional, sin ninguna base.

Con el odio racional es posible razonar. Además, no había ninguna razón para que los egipcios temieran de los israelitas. Se habían marchado. Ya no eran una amenaza. Pero con el odio irracional es imposible razonar. No tiene causa ni lógica. Por lo tanto, puede que nunca desaparezca. El odio irracional es tan duradero y persistente como el amor irracional. El odio simbolizado por Amalek dura «por todas las generaciones». Todo lo que podemos hacer es recordarlo y no olvidar, estar constantemente vigilantes y combatirlo cuando y donde aparezca.

Existe la xenofobia racional: el miedo y el odio al extranjero, al forastero, al que no es como nosotros. En la etapa de cazadores-recolectores de la humanidad, era vital distinguir entre los miembros de tu tribu y los de otra tribu. Competían por la comida y por el territorio. No era una época de liberalismo y tolerancia. Era probable que la otra tribu te matara o te expulsara si tenía la oportunidad de hacerlo.

Los antiguos griegos eran xenófobos y consideraban bárbaros a todos los que no eran griegos. Esto sigue sucediendo en muchas poblaciones nativas. Incluso personas tolerantes como los británicos y los estadounidenses históricamente desconfiaron de los inmigrantes, ya fueran judíos, irlandeses, italianos o portorriqueños. Sin embargo, lo que ocurre es que en dos o tres generaciones los recién llegados se aculturan y se integran. Entonces consideran que contribuyen a la economía nacional y añaden riqueza y variedad a su cultura. Cuando una emoción como el miedo a los inmigrantes es racional pero injustificada, con el tiempo decae y desaparece.

El antisemitismo es diferente de la xenofobia. Es el caso paradigmático del odio irracional. En la Edad Media acusaron a los judíos de envenenar los pozos de agua, propagando la peste, y de una de las acusaciones más absurdas de las que hay registro: el líbelo de sangre. Sospechaban que los judíos mataban niños cristianos para usar su sangre para preparar matzot en Pésaj. Esto era evidentemente imposible, pero eso no impidió que la gente lo creyera.

Se esperaba que la Ilustración europea con su culto a la ciencia y la razón acabara con todo ese odio. Pero en cambio dio lugar a una nueva versión del odio: el antisemitismo racial. En el siglo XIX odiaban a los judíos porque eran ricos y porque eran pobres; porque eran capitalistas y porque eran comunistas; porque eran exclusivos y se mantenían aislados entre ellos y porque se infiltraban a todas partes; porque creían en una fe antigua y supersticiosa y porque eran cosmopolitas sin raíces que no creían en nada.

El antisemitismo fue la irracionalidad suprema de la era de la razón.

El antisemitismo dio lugar a un nuevo mito: «Los protocolos de los Sabios de Sion», una falsificación literaria producida por miembros de la policía secreta de la Rusia zarista a fines del siglo XIX. Allí sostenían que los judíos tenían poder sobre toda Europa, y esta era la época de los pogromos de Rusia de 1881 y de las antisemitas leyes de mayo de 1882, que provocaron que huyeran unos 3 millones de judíos indefensos y pobres de Rusia hacia el Occidente.

La situación en la que se encontraban los judíos a fines de lo que se suponía que fue el siglo de la ilustración y la emancipación fue expuesto con elocuencia por Theodor Herzl en 1897:

Sinceramente intentamos de todas las formas posibles fusionarnos con las comunidades nacionales en las que vivimos, buscando tan sólo preservar la fe de nuestros padres. No se nos permite. En vano somos patriotas leales, a veces súper leales; en vano hacemos los mismos sacrificios de vida y propiedad que nuestros conciudadanos: en vano nos esforzamos por incrementar la fama de nuestras tierras nativas en las artes y en las ciencias, o su riqueza a través del comercio. En nuestras tierras natales, donde hemos vivido durante siglos, todavía se nos califica de extranjeros, a menudo por personas cuyos antepasados todavía no habían llegado en una época en la que los suspiros judíos se oían desde hace mucho tiempo atrás en el país… Si nos dejaran en paz… Pero creo que nunca nos dejarán en paz.

Esto fue un gran golpe para Herzl. No menos impactante fue el retorno actual del antisemitismo a partes del Medio Oriente e incluso a Europa, donde todavía late la memoria del Holocausto. Sin embargo, la Torá nos indica por qué es así. El odio irracional nunca muere.

No toda hostilidad hacia los judíos o a Israel como un estado judío, es irracional, y donde no lo es, se puede razonar. Pero parte de ella es irracional. Parte de este odio, incluso hoy en día, repite los mitos del pasado, desde el líbelo de sangre hasta los Protocolos. Todo lo que podemos hacer es recordar y no olvidar, confrontar y defendernos contra ese odio.

Amalek no murió. Pero tampoco murió el pueblo judío. Atacados durante tantos siglos, sigue vivo, dando testimonio de la victoria del Dios del amor por encima de los mitos y la locura del odio. (aishlatino.com)

Shabat Shalom

 
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