Rabin, Clinton y Arafat. Foto archivo
No es un aniversario redondo, pero este 13 de setiembre, recordamos nuevamente los acontecimientos históricos de esta fecha en 1993, hace ya 31 años. En los jardines de la Casa Blanca se firmó la así llamada Declaración de Principios, el primer acto público de mutuo reconocimiento entre el Estado de Israel y la OLP.
Recordamos la incomodidad notoria del entonces Primer Ministro Itzjak Rabin, a quien le costaba enormemente hallarse en esa situación de acercamiento al jefe terrorista Yasser Arafat y estrecharle la mano, por más que el Presidente Bill Clinton estuviera en el medio.
Creemos que precisamente esa dualidad que vivió Rabin en aquel momento, es lo que lo explica todo también mirando el tema hoy.
Rabin no soportaba la idea del relacionamiento con Arafat, lo detestaba, pero al mismo tiempo, tenía claro que los acuerdos con enemigos son especialmente necesarios. Con amigos, todo es más sencillo. Pero la paz, como se suele decir, se hace con enemigos. Por eso fue a Oslo. Si bien el preámbulo no lo preparó él, no fue obligado sino que llegó a la conclusión que eso era imprescindible.
Mirando hoy en día aquellos hechos desde la mirada del 7 de octubre, todo es diferente. Hoy es muy fácil decir “nos equivocamos” y eso suena bien y más que fundamentado. Hoy se ha perdido totalmente la confianza que se creía haber empezado a construir en aquel momento y el objetivo es eliminar a Hamas, no ver cuándo se firma la paz. Claro que para que haya paz en algún momento que hoy tristemente parece muy lejano, es imprescindible que no exista Hamas y que tampoco otros terroristas puedan actuar.
Pero aunque comparto la desconfianza de muchos, la desazón, la desilusión y el enorme escepticismo respecto a un futuro de convivencia pacífica, creo que el resumen que podemos hacer hoy de aquello, no es “nos equivocamos”.
La intención de Oslo fue tratar de abrir una nueva página, tratar de construir un futuro de paz, lo cual hay que intentar forjar con el enemigo, si dice-como dijo en aquel momento la OLP- que está dispuesto a un cambio, a una nueva era.
La intención de Oslo no era ni arriesgar a Israel ni debilitarlo sino todo lo contrario. Al frente del proceso estuvo el Primer Ministro Itzjak Rabin, que se ganó con creces ser considerado “señor seguridad”. Pero nunca podía concebirse que esa apertura sería aceptada por los radicales y extremistas, ni tampoco se dejó de combatirlos.
El problema fue que no sólo Hamas siguió atacando sino que el nuevo interlocutor, en realidad, nunca cambió, contrariamente a lo que prometió y proclamó. En su fuero íntimo, el liderazgo palestino traicionó, no renunció al sueño de destruir a Israel o combatirlo para debilitarlo lo más posible.
Puede que en el seno del pueblo haya habido quienes aceptaban las nuevas promesas, pensando que les traerían los beneficios de vivir en paz y gozar al mismo tiempo del progreso israelí. Pero el discurso incitador que nunca se detuvo ganó terreno y envenenó corazones.
Mahmud Abbas, más conocido como Abu Mazen, no es como el terrorista Arafat. Incita, declara la guerra política a Israel en la arena internacional, paga subvenciones a terroristas, miente descaradamente sobre la historia del conflicto y la región, pero según nos dicen fuentes de seguridad israelíes, garantiza la continuación de la coordinación de seguridad con Israel y en ese sentido también ayuda a desbaratar atentados. Claro que no lo hace por sionismo o amor a Israel sino porque le conviene para su propia estabilidad en Cisjordania, pero los hechos en sí tienen su importancia. Es mucha la ambivalencia en su actitud.
Analizando la situación desde el Israel post-7 de octubre, no vemos casi luces en el plano israelo palestino. Ojalá eso cambie en algún momento. Y claro está que mirando hacia atrás, es fácil decir “nos equivocamos al confiar”. Pero la esperanza de cambio era grande y había motivos para creer que podía funcionar.
Al mismo tiempo, había motivos para no creerlo, no sólo por Hamas que nunca reconoció las negociaciones y el proceso de paz en general sino también por el propio Arafat, un terrorista de alma que en realidad no podía concebir otra cosa que no fuera su revolución armada.
Cabe recordar, sin embargo, que cuando la Autoridad palestina creada por los acuerdos de Oslo, dejó en claro que ya no era un interlocutor de paz, también Israel cambió de rumbo.
Al mismo tiempo, recordemos que también Biniamin Netanyahu , que fue electo Primer Ministro por primera vez en 1996, después del asesinato de Rabin, dialogó con Arafat, firmó con él el acuerdo de Wye Plantation y le entregó 2/3 de la ciudad de Hebron. O sea que también él entendió que había que hablar con el vecino enemigo. Y desde el 2009, cuando fue electo nuevamente , desempeñándose como Primer Ministro desde entonces salvo un poco más de año cuando el gobierno de Bennett y Lapid, no anuló los acuerdos de Oslo . Las críticas públicas, muchas de ellas justificadas, son una cosa. La realidad que también Netanyahu mantiene , es otra.
Yo aún recuerdo la emoción de la esperanza en un futuro mejor. No por los palestinos. Por Israel. Hoy no diría que la he perdido del todo, pero casi….y con la misma fuerza que eso duele, espero que esta sensación cambie. Que del otro lado me den razón para ver todo distinto. Hoy es demasiado el dolor.
En la guerra en curso, no me motiva el sentimiento de venganza sino de defensa de Israel. Sigo creyendo en la paz como la mejor forma de vida entre los pueblos, pero como una opción compleja hoy con los palestinos. Ansío tener razones para volver a creer en ella. Pero ahora, lo que más quiero, es que Israel tenga la necesaria fortaleza para enfrentar a todos sus enemigos que prefieren la muerte, y que no les permita arruinar su apuesta por la vida.
Y que vuelvan los secuestrados todos a casa. Para nosotros, eso es parte esencial de la esperada victoria. Es parte de la seguridad nacional.
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