Fotos: Fernanda Kobelinsky autora de la nota y otras con su correspondientes creditos en los epigrafes
Desde Kfar Aza, sur de Israel.-Para llegar al epicentro de la masacre hay que usar la ruta 232, conocida desde el 7 de octubre como “la ruta de la muerte”. Esa vía es un hilo de sangre que conecta directo con el horror. Por allí se llega a los kibutzim, las comunidades colectivistas judías linderas con la Franja de Gaza. Tiene una de las curvas más mortíferas de aquella fatídica jornada (donde los terroristas montaron una trampa mortal para decenas de personas) y desemboca en el predio donde se realizó la fiesta Nova, el festival de música electrónica donde fueron masacrados más de 300 jóvenes.
El asfalto de la 232 vibra -o cruje, dependiendo quién la transite-. La explicación no reside solo en el dolor que invade automáticamente a quien visite la zona, sino en una consecuencia directa de ese día: las cadenas de los tanques dejaron surcos en el pavimento y el contacto de los vehículos con esas hendiduras son un preludio de lo que vendrá: en el caso de Infobae, la entrada al kibutz Kfar Aza.
La comunidad está a 1,2 kilómetros de Gaza. Desde todo el perímetro del lugar se ve perfectamente el otro lado. Los terroristas no necesitaron de sofisticados sistemas de inteligencia previa para conocer su funcionamiento. “Con unos binoculares alcanza para saber exactamente nuestros movimientos”, cuenta a Infobae Débora Mizrahi, una de las víctimas del ataque en Kfar Aza y una de las miles de desplazadas de la zona.
El kibutz está prácticamente vacío, solo quedan las huellas del horror. Solían vivir allí 900 personas, y de esa población 64 fueron asesinados el 7 de octubre en el raid casa por casa de los terroristas. 19 de sus habitantes fueron secuestrados, y 12 fueron liberados en noviembre pasado como parte del único acuerdo entre Israel y Hamas hasta la fecha, dos rehenes fueron asesinados por fuego amigo y 6 siguen secuestrados en Gaza hace 11 meses.
En la puerta de Kfar Aza nos recibe Zohar, hijo de argentinos e hincha de Boca Juniors. Lo primero que hace es mostrarnos cómo se ve Gaza del otro lado del alambrado. El perímetro del lugar tiene una cerca mínima, le sigue un campo abierto y, a poco más de 1.000 metros, ya están los territorios palestinos.
“No importa lo que yo diga qué pasó, no importa que me crean o no, lo que importa es sólo lo que van a ver”, dice y hace una pausa. Todo lo que cuenta es lo que vivió, es la historia de sus vecinos, de sus amigos…
Explica que el ataque empezó al amanecer con tres terroristas que invadieron en parapente, y detrás ingresó una horda de terroristas. La infiltración se dio en tres puntos del predio.
El recorrido comienza en la casa de los Berdichesky. La construcción es modesta, y dos pequeños subibajas de plástico de color rosa y azul son lo único que parece haber quedado en pie. Allí asesinaron a sangre fría a la pareja de Itay y Hadar, los dos de 30 años. No estaban solos, con ellos vivían sus mellizos de 8 meses que comenzaron a llorar y se transformaron en una señal de alarma para todos los vecinos.
El llanto empezó a multiplicarse en los mensajes de WhatsApp del kibutz. “Usaron a los bebés como carnada. Sabían que los vecinos iban a intentar rescatarlos e iban matando a todos los que se acercaban. Los chicos quedaron solos varias horas hasta que los sacaron y los encontraron deshidratados”, revela Zohar.
A menos de 100 metros de los Berdichesky hay una construcción que aún desprende hollín. “Aquí los terroristas quemaron vivos a una pareja de ancianos, que fueron casi los últimos en ser identificados y enterrados en esta comunidad”.
A la vuelta está el barrio de los jóvenes. Allí vivían los veinteañeros que se habían ido de la casa familiar, o estudiantes que alquilaban estos dormitorios. Son casitas prácticamente pegadas unas a las otras, con un living comedor y un refugio que funcionaba como habitación. Detrás del pasillo de construcciones asoma otro de los puntos de infiltración: una puerta de dos hojas de alambrado que los terroristas derribaron con autos.
Allí entraron casa por casa. Las paredes, los techos, los electrodomésticos… Todo está lleno de agujeros de balas. Son coladores que quedaron intactos desde aquel día, con vasos sucios en la cocina y ropa tirada por todas partes. De allí separaron a los rehenes para arrastrarlos a Gaza. Se llevaron, por ejemplo, a Doron Steinbrecher, de 30 años. Esta enfermera veterinaria se escondió en la habitación segura que todos por ley tienen en sus casas y empezó a comunicarse con su familia desde las 6:30 am. A las 10:30 envió el último mensaje de voz a sus amigos en el que decía: “Llegaron, me tienen”.
Doron es una de las 10 mujeres que lleva 11 meses secuestrada en Gaza.
En un momento, cuenta Zohar luego de la reconstrucción que se hizo con las cámaras del lugar, los terroristas se reunieron frente a los departamentos del barrio de jóvenes de Kfar Aza y llegaron a la conclusión de que ya tenían suficientes secuestrados. Dieron la orden, se separaron las viviendas en dos, y a una mitad de esos chicos se los llevaron y a los otros los fueron ejecutando uno a uno.
Zohar cuenta el destino de los jóvenes del barrio y no puede evitar pensar en su propia historia. Todas las horas que estuvo escondido en su cuarto seguro y cómo el ataque cambió radicalmente lo que pensaba de sus vecinos, no los del kibutz, sino los de Gaza.
“Por mi profesión de abogado trabajo para documentar los casos y llevarlos a instancia internacionales y todas esas historias me hicieron dejar atrás mi ingenuidad. Ahora creo que todos dentro de la Franja están involucrados de una manera u otra”.
A 100 metros del barrio de los jóvenes vivía la rosarina Débora Mizrahi, con su marido y su hijo menor, que entonces tenía 15 años. “A las 6 y media sonaron las alarmas y nos fuimos los tres al cuarto seguro. Pensábamos que eran misiles. Las alarmas son la banda sonora de nuestra vida… Pero en un momento mi marido salió a buscar el cargador del celular y vio a un terrorista con una vincha verde. Me hizo señas, agarramos un cuchillo y volvimos a la habitación segura”, relata aún con miedo en la mirada. Repite una y otra vez que no lo podía creer, que sigue sin poder creerlo.
Estuvieron 12 horas allí adentro. En un momento escucharon a los terroristas dentro de su casa. Su marido estuvo cuatro horas trabando con sus manos el picaporte de la puerta. Su fuerza impidió que entraran. Increíblemente no lograron doblegar su determinación. Además la arquitectura del cuarto de seguridad, con un muro justo a un costado de la puerta, los dejó sin margen de maniobra para disparar sin que le rebotaran las municiones.
Cuando llegaron los soldados tuvieron un combate cuerpo a cuerpo dentro de la casa de Débora. Los sacaron aún cuando había disparos y terroristas sueltos en el kibutz. Cuando salió, Débora vio que los terroristas habían trabado la puerta con una silla. Si no podían hacerlos salir, los iban a dejar encerrados. Con el tiempo entendieron que ese era el modus operandi de los terroristas: si no los podía asesinarlos allí mismo o llevárselos, los encerraban y prendían fuego la casa con ellos adentro. Eso hicieron con muchos otros en Kfar Aza…
Débora y su familia llevan 11 meses desplazados, solo volvieron a Kfar Aza a buscar algunas cosas y dicen que recién estará todo reconstruido en dos años. No sabe si quiere volver a vivir ahí, no sabe qué va a hacer ni qué va a pasar. Incluso dentro de su propia familia tienen ideas distintas de lo que quieren. “Yo todavía estoy en la etapa del duelo por la gente que conocí, con los que viví toda mi vida, con los que criamos juntos a nuestros hijos… A toda esa gente que fue parte de mi vida, la mataron”.
Otra vez a la ruta de la muerte
Saliendo de Kfar Aza, también por la ruta 232, se llega a lo que hoy es un memorial lleno de autos quemados. Hay 1.650 coches calcinados que cuentan la historia de cientos de víctimas. Según explica Adam Ittah, capitán portavoz de la unidad de rescate de las Fuerzas de Defensa de Israel, más de la mitad de los coches son de los participantes de la fiesta Nova que fueron emboscados por los terroristas cuando intentaban escapar.
Entre la chatarra cuidadosamente acomodada hay una ambulancia totalmente calcinada. La unidad estaba destinada a la fiesta electrónica para atender emergencias como deshidratación, presión baja o mareos, pero terminó convertida en el refugio de 18 jóvenes que intentaron ocultarse allí. Los terroristas de Hamas se dieron cuenta. Primero ametrallaron la ambulancia, luego lanzaron granadas y finalmente la remataron con un misil antitanque. Los 18 murieron y sus cuerpos solo pudieron ser identificados estudiando sus cenizas.
Más adelante hay un auto azul brillante. Resalta entre el resto por el color pero también porque lleva pegado en el capot una imagen de su dueño: Ori Danino. El joven de 25 años era soldado fuera de servicio y había ido a la fiesta a divertirse con amigos. Cuando llegaron los terroristas fue y vino tres veces con su coche azul transportando gente, salvándola.
En su último viaje fue secuestrado y llevado a Gaza. Ori es uno de los 6 rehenes ejecutados en un túnel del sur de la Franja y su cuerpo fue recuperado el 31 de agosto pasado. “Su auto azul está exhibido como una muestra de lo que fue, un héroe”, resalta Adam Ittah.
Saliendo del cementerio de coches aparece el refugio de la ruta donde 30 chicos se escondieron de los terroristas. En ese grupo hay dos nombres muy conocidos desde la masacre: el soldado Aner Shapira y el estadounidense israelí Hersh Goldberg Polin.
Shapira lideró al grupo esa fatídica mañana. Al darse cuenta de que tácticamente los terroristas optarían por lanzar granadas en aquel espacio peligrosamente pequeño y cerrado, les dijo a todos: “Yo atrapo las granadas y las lanzo de vuelta. Si fallo alguna, las lanzan ustedes”.
Shapira atajó 7 granadas y la octava lo mató. Esa granada también le voló el brazo a Hersh Goldberg Polin, que gravemente herido fue llevado a Gaza. Su cuerpo fue recuperado días atrás, junto con el de Ori, el héroe del coche azul.
Or Jaim Ben Hamo, de 19 años, también había ido a la fiesta. El menor de nueve hermanos lo decidió a último momento, y llegó pasadas las 5 am. Cuando empezaron a caer los misiles él y dos amigos salieron rápido. Su coche había quedado muy a la entrada y les fue fácil escapar. El joven envió un mensaje de voz tranquilo, no sabía aún que había terroristas sueltos por todo el sur.
Tomó la ruta 232, la de la muerte, hasta que llegó a la curva de Mefalsim. “Con el tiempo fuimos descubriendo que más y más personas murieron en esa curva, porque los terroristas se pusieron ahí y frenaron a cada auto que venía de norte a sur y de sur a norte. Mataron a todas las personas que iban pasando por el lugar”, cuenta su cuñado Dan Liberson. En Mefalsim, los terroristas de Hamas asesinaron a 110 personas, 65 venían de Nova.
Or murió en esa curva pero su familia recién se enteró el 12 de octubre. El día de su entierro el hombre que preparó su cuerpo se acercó a la familia. “Murió como un héroe”, les dijo. Ellos se quedaron con ese testimonio pero no sabían más. En la curva no hay cámaras y no había testigos… Días después asistieron al entierro de una amiga de Or y su familia les contó lo que ellos sabían. “Sus padres hablaron por teléfono antes del final y ella contó que Or y su otro amigo se habían bajado del auto a pelear con los terroristas, a luchar con ellos a pesar de no tener armas”, revela con emoción Dan.
Or murió como un héroe y el día que Dan cuenta esta historia a Infobae su mujer recibió el llamado de la Policía para preguntarle si quería ver las fotos del cuerpo de su hermano… Mientras se escribe esta crónica la familia probablemente comience a tener un poco más de información sobre lo que vivió Or.
“Yo quiero saber todo de Or”, asegura Dan cuando se le pregunta si está preparado para ver lo que va a ver. “Todo”, repite.
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