El sorprendente ataque a través de pagers (conocidos también como buscapersonas) contra el grupo terrorista Hezbolá ocupa los titulares de todos los medios del planeta y, si bien Israel no se ha adjudicado el fenomenal operativo, hay que reconocer que el pueblo judío está indirectamente (al menos) vinculado con el hecho: después de todo, el inventor de este aparatito fue nada más y nada menos que un judío.
Lo primero que debemos hacer en épocas de smartphones e Inteligencia Artificial es explicar qué es un pager, ya que más de un lector puede ignorar de qué se trata. Estos aparatitos, también conocidos como “beepers”, tuvieron su pico de éxito durante los años 80 y 90, cuando los teléfonos sólo servían para hablar. En ese entonces, los pagers se popularizaron porque eran un dispositivo dedicado exclusivamente a mensajes de texto. La llegada de los sms y, más tarde, de los teléfonos inteligentes, los condenó a la desaparición.
Al que se le ocurrió crear un dispositivo de mensajes personales inalámbrico y fácil de cargar fue a un joven canadiense llamado Alfred Gross. Gross, que nació en la ciudad de Ontario en 1918 pero luego se mudó con su familia a Cleveland, era hijo de inmigrantes judíos provenientes de Rumania.
Gross demostró un enorme interés por las radiocomunicaciones desde muy pequeño. Con poco más de 10 años creó su propia estación de radio con rejuntes electrónicos y metálicos recogidos de la basura, y ya cerca de los 20 crearía su propia versión del “walkie-talkie”.
Poco tiempo después de un paso por el ejército estadounidense durante la Segunda Guerra Mundial (donde, obviamente, aportó sus conocimientos en radiocomunicaciones), en 1949 Gross crearía el famoso “pager”. En los inicios el producto había sido pensado para que los médicos pudieran ser contactados ante cualquier urgencia, y lo cierto es que el “pager” no logró en ese momento la aceptación que alcanzaría tres décadas más tarde. De todas maneras, Alfred Gross vivió hasta los 82 años, por lo que, antes de morir en el año 2000, pudo ver con sus propios ojos el éxito que su innovador producto tuvo en la sociedad.
Tal vez por suerte para Alfred, su muerte llegó antes de que tuviera que presenciar cómo la creación que él había imaginado para beneficiar la vida de las personas se convirtió en el dispositivo de comunicación elegido por grupos terroristas. La tecnología supuestamente “primitiva” de estos aparatos tiene el beneficio de ser prácticamente imposible de rastrear por los sistemas de defensa utilizados por los servicios de inteligencia internacional.
De hecho, el pasado 13 de febrero el líder de la organización terrorista Hezbolá, Hassan Nasrallah, le ordenó a sus seguidores que dejaran de utilizar sus teléfonos celulares para no ser ubicados por sus enemigos. El mejor modo de comunicación, evidentemente, eran los pagers. Lo que no imaginaba Nasrallah es que estos pagers se convertirían en un arma en su contra. Esta semana, miles de estos aparatos en manos de terroristas de Hezbolá explotaron, dejando hasta el momento 12 muertos y al menos 3 mil heridos.
Según se sabe, el operativo implicó el conocimiento previo de un envío de pagers al Líbano. Empresas taiwanesas y húngaras se echan culpas porque, aparentemente, los aparatos habrían sido intervenidos por agentes de inteligencia, que les implantaron algún explosivo que se activaba al recibir un mensaje codificado. Dicho y hecho, el mensaje llegó y los pagers detonaron.
Y si bien todos los ojos apuntan al Mosad, por el momento, la agencia de inteligencia israelí no se ha adjudicado el ataque.
Pero aunque no sepamos todavía quién fue el responsable, el operativo ya está considerado como uno de los más espectaculares de los últimos tiempos. Además, se ha destacado por minimizar el número de heridos civiles ya que, seamos sinceros: ¿quién tiene un pager hoy en día, si no es un terrorista?
Es de imaginar que más temprano que tarde Hollywood le dedique alguna película a este ataque.
Lo que nos queda esperar es que, al menos por unos segundos, homenajeen en pantalla al gran inventor del pager, Alfred Gross.
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