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| sábado septiembre 28, 2024

NITZAVIM-VAIÉLEJ 5784


B’H

Deuteronomio 29:9-31:30

La sección de Nitzavím (firmes) contiene algunos de los principios más fundamentales de la fe judía:

La unión del pueblo judío: «Todos ustedes se encuentran hoy firmes ante Di-s, su Di-s, los jefes de sus tribus, los ancianos, los oficiales, todos los hombres de Israel; los niños, las mujeres, el extraño que vive con ustedes; desde el leñador hasta el aguatero».

La futura redención: Moshé advierte sobre el exilio y la desolación de la tierra que ocurrirá si el pueblo abandona las leyes Divinas. Sin embargo luego profetiza que, al final, «Retornarás hacia Di-s… Aunque tus desterrados estén en el extremos del cielo, también de allí te reunirá Di-s… y te traerá a la tierra que tus padres poseyeron».

La practicidad de la Torá: Porque este mandato que te prescribo hoy no está más allá de ti, ni está lejos. No está en el cielo… No está del otro lado del mar… Por el contrario, es muy cercano a ti, en tu boca, en tu corazón, para que lo lleves a la práctica».

El libre albedrío: «Mira, pongo ante ti hoy, la vida y lo bueno, la muerte y lo malo… Y elegirás la vida».

La sección de Vaiélej (y él fue) recuenta los eventos del último día de la vida terrenal de Moshé. «Tengo ciento y veinte años hoy,» dice Moshé al pueblo, «y no puedo salir y entrar más». Moshé transfiere el liderazgo a Ioshúa, y escribe (o concluye la escritura de) la Torá en un rollo que deja en manos de los Leviím para ser guardado en el Arca del Pacto.

El precepto de Hakel (reunir) es dado: cada siete años, durante el festival de Sucot del primer año del ciclo de Shmitá (año sabático), todo el pueblo judío, hombres, mujeres y niños, deben reunirse en el Templo de Ierushaláim, donde el rey debe leer de la Torá frente a ellos.

Vaielej concluye con la predicción de que el pueblo judío se apartará del pacto con Di-s, causando que Di-s se oculte, pero también con la promesa de que las palabras de la Torá «no serán olvidadas de las bocas de tus descendientes».

 

LA TORA ES DE TODOS

Nuestra parashá comienza diciendo: «Todos ustedes se encuentran hoy firmes ante Di-s, su Di-s, los jefes de sus tribus, los ancianos, los oficiales, todos los hombres de Israel; los niños, las mujeres, el extraño que vive con ustedes; desde el leñador hasta el aguatero». Y acá surge un interrogante, si ya dice “Todos ustedes” ¿por qué es necesario especificar “los jefes de sus tribus, los ancianos, los oficiales, todos los hombres de Israel; los niños, las mujeres, el extraño que vive con ustedes; desde el leñador hasta el aguatero»? Es que la Torá no tiene un dueño en particular, sino que es de todo el pueblo judío, sin que importe su nivel de sabiduría ni el lugar que ocupa en la sociedad. Como se dice comúnmente: “El cerebro es el órgano mas elevado del cuerpo humano, pero necesita del simple pie para trasladarse”.

 

SELIJOT

 

Este sábado por la noche las comunidades asquenazíes comienzan el recitado de Selijot (los sefaradíes comienzan desde Rosh Jodesh Elul). Son plegarias por el perdón Divino. He aquí una pequeña historia con respecto al tema.

“Era la primera noche de Selijot en Berditchev. Toda la comunidad aguardaba a su amado Rebe Rabí Levi Itzjak para comenzar, pero él se demoraba. Por fin llegó, se dirigió hacia al Arca de la sinagoga y dijo: “¡Amo del Universo! No soy más que un simple ser humano, un mortal, un anciano cuyas fuerzas flaquean y a quien le es difícil levantarse al amanecer para decir Selijot. Tú, en cambio, eres eterno, eres poderoso y no envejeces, ni siquiera duermes. Tus Selijot son muy breves, son simplemente una palabra: ‘¡SALAJTI —he perdonado! Por favor, di tus Selijot y dinos: ‘¡HE PERDONADO!’”

¿Por qué ser judío?

Rav Jonathan Sacks

En los últimos días de su vida, Moshé renovó el pacto entre Dios e Israel. Todo el libro de Devarim ha sido un relato del pacto: cómo ocurrió, cuáles son sus términos y condiciones, por qué es el eje de la identidad de Israel como un am kadosh, un pueblo sagrado, y mucho más. Ahora llegó el momento de la renovación misma, una especie de «referendo nacional».

Sin embargo, Moshé tiene cuidado de no limitar sus palabras a quienes estaban presentes en ese momento. Cuando estaba por morir, él quiso asegurar que ninguna futura generación pudiera decir: «Moshé hizo un pacto con nuestros ancestros, pero no con nosotros. Nosotros no dimos nuestro consentimiento. No estamos obligados». Para evitar esto, Moshé dijo:

«Y no sólo con ustedes yo concreto este pacto y este juramento, sino con el que está aquí con nosotros, parado hoy ante Hashem nuestro Dios, y con el que no está aquí hoy con nosotros«. (Deuteronomio 29:13-14)

Como señalan los comentaristas, la frase «y con el que no está aquí» no se puede referir a los israelitas que vivían en la época y que estaban en otra parte. Eso no era posible dado que toda la nación se había reunido allí. Esto sólo puede referirse a «las generaciones que todavía no han nacido». El pacto obliga a todos los judíos hasta la actualidad. Como dice el Talmud: todos hemos mushba veomed mehar Sinai, todos hemos jurado en el Sinaí. (Ioma 73b, Nedarim 8a). Nuestros ancestros nos obligaron también a nosotros a aceptar ser el pueblo de Dios, sujeto a las leyes de Dios.

En los últimos días de su vida, Moshé renovó el pacto entre Dios e Israel. Todo el libro de Devarim ha sido un relato del pacto: cómo ocurrió, cuáles son sus términos y condiciones, por qué es el eje de la identidad de Israel como un am kadosh, un pueblo sagrado, y mucho más. Ahora llegó el momento de la renovación misma, una especie de «referendo nacional».

Sin embargo, Moshé tiene cuidado de no limitar sus palabras a quienes estaban presentes en ese momento. Cuando estaba por morir, él quiso asegurar que ninguna futura generación pudiera decir: «Moshé hizo un pacto con nuestros ancestros, pero no con nosotros. Nosotros no dimos nuestro consentimiento. No estamos obligados». Para evitar esto, Moshé dijo:

«Y no sólo con ustedes yo concreto este pacto y este juramento, sino con el que está aquí con nosotros, parado hoy ante Hashem nuestro Dios, y con el que no está aquí hoy con nosotros«. (Deuteronomio 29:13-14)

Como señalan los comentaristas, la frase «y con el que no está aquí» no se puede referir a los israelitas que vivían en la época y que estaban en otra parte. Eso no era posible dado que toda la nación se había reunido allí. Esto sólo puede referirse a «las generaciones que todavía no han nacido». El pacto obliga a todos los judíos hasta la actualidad. Como dice el Talmud: todos hemos mushba veomed mehar Sinai, todos hemos jurado en el Sinaí. (Ioma 73b, Nedarim 8a). Nuestros ancestros nos obligaron también a nosotros a aceptar ser el pueblo de Dios, sujeto a las leyes de Dios.

 

Este es uno de los hechos más fundamentales del judaísmo. Salvo los conversos, no elegimos ser judíos. Nacemos como judíos. Las niñas a los doce años y los varones a los trece, nos convertimos legalmente en adultos, sujetos a los mandamientos y responsables de nuestros actos. Pero formamos parte del Pacto desde que nacemos. Un bat o bar mitzvá no es una «confirmación». No implica la aceptación voluntaria de la identidad judía. Esa elección tuvo lugar hace más de tres mil años, cuando Moshé dijo: «No sólo con ustedes concreto este pacto… sino con el que no está aquí hoy con nosotros», refiriéndose a todas las futuras generaciones, incluyéndonos a nosotros.

Pero, ¿cómo es posible? Un principio fundamental del judaísmo es que no hay obligación sin consentimiento. ¿Cómo podemos estar obligados por un acuerdo del que no fuimos parte? ¿Cómo podemos estar sujetos a un pacto sobre la base de una decisión tomada hace mucho tiempo y muy lejos por distantes antepasados?

De hecho, los Sabios plantean una pregunta similar sobre la generación del desierto en los días de Moshé, que realmente estaba allí y dio su consentimiento. El Talmud sugiere que no tuvieron por completo la libertad de decir «no». «El Santo, bendito sea, suspendió la montaña sobre ellos como un barril y dijo: ‘Si dicen que si, todo estará bien; pero si dicen que no, esta será su tumba’ (Shabat 88b). Sobre esto, Rav Aja bar Iaakov dijo: ‘Esto constituye un desafío fundamental a la legitimidad del pacto'». El Talmud responde que, aunque el acuerdo no fuera totalmente libre en ese momento, los judíos afirmaron voluntariamente su identidad en los días de Ajashverosh, como sugiere el Libro de Ester.

Este no es el lugar para discutir sobre este pasaje en particular, pero el punto esencial queda claro. Los Sabios creían que un acuerdo debe ser libre para ser vinculante. Pero nosotros no aceptamos ser judíos. La mayoría nacimos judíos. No estuvimos allí en los días de Moshé cuando se hizo el pacto, todavía no existíamos, ¿Cómo podemos entonces estar obligados por el pacto?

No es una pregunta sin importancia. Es la pregunta sobre la cual giran todas las demás. ¿Cómo puede transmitirse la identidad judía de padres a hijos? Si la identidad judía fuera meramente racial o étnica, podríamos entenderlo. Heredamos muchas cosas de nuestros padres, lo más obvio los genes. Pero ser judíos no es una condición genética sino un conjunto de obligaciones religiosas. Existe un principio halájico: zajin leadam shelo befanav, puedes conferir un beneficio a otra persona sin su conocimiento o consentimiento». Aunque sin duda ser judío es un beneficio, también en cierto sentido es una obligación, una restricción a una gama de opciones legítimas. De no ser judíos, hubiéramos podido trabajar en Shabat, comer alimentos no kasher, etc. Se puede otorgar a otro un beneficio sin su consentimiento, pero no una obligación.

En síntesis, esta es la gran pregunta de la identidad judía. ¿Cómo podemos estar obligados por la ley judía sin nuestra elección, simplemente porque nuestros ancestros estuvieron de acuerdo en nuestro nombre?

En mi libro «A Letter in the Scroll», señalé lo fascinante que resulta rastrear exactamente cuándo y dónde se planteó esta pregunta. A pesar de que todo lo demás depende de ella, no se la planteaba con frecuencia. En general, los judíos no se preguntaban «¿Por qué ser judío?». La respuesta era obvia. Mis padres son judíos. Mis abuelos son judíos. Así que yo soy judío. La identidad es algo que la mayoría de las personas de todas las épocas daban por sentado.

Sin embargo, esto se convirtió en un problema durante el exilio babilónico. El profeta Ezequiel dice: «Lo que tienes en la mente nunca ocurrirá; el pensamiento de «seamos como las naciones, como las tribus de los otros países, y adoremos la madera y la piedra'». (Ezequiel 20:32). Esta es la primera referencia a judíos que buscan activamente abandonar su identidad.

Esto volvió a ocurrir en la época rabínica. Sabemos que en el siglo II EC hubo judíos que se helenizaron, tratando de volverse griegos más que judíos. Hubo otros que bajo el dominio romano, intentaron convertirse en romanos. Algunos incluso se sometieron a una operación conocida como epispasmo para revertir los efectos de la circuncisión (en hebreo se los conocía como meshukhim), para ocultar el hecho de que eran judíos.(1)

La tercera vez fue en España, en el siglo XV. Allí encontramos a dos comentaristas de la Biblia, Rav Isaac Arama y Rav Isaac Abarbanel, planteando precisamente la cuestión que hemos planteado sobre cómo el pacto puede obligar a los judíos actuales. La razón por la que ellos lo plantean mientras que los comentaristas previos no lo hicieron es que en su época (entre 1391 y 1492) había una inmensa presión sobre los judíos españoles para que se convirtieran al cristianismo, y es posible que hasta un tercio lo hayan hecho. (En hebreo, los conversos eran conocidos como anusim, en español despectivamente los llamaban «marranos»). El tema de «¿por qué seguir siendo judío?» era real.

Las respuestas fueron diferentes en cada momento. La respuesta de Ezequiel fue contundente: «Como vivo, declara Dios el Eterno, que con mano poderosa y brazo extendido y con ira derramada seré rey sobre ustedes». En otras palabras, los judíos podían intentar escapar de su destino, pero fracasarían. Incluso en contra de su voluntad serían reconocidos como judíos. Trágicamente, eso fue lo que ocurrió en las dos grandes eras de asimilación en la España del siglo XV y en Europa en el siglo XIX y comienzos del XX. En ambos casos, el antisemitismo racial persistió y los judíos siguieron siendo perseguidos.

Los Sabios respondieron a esta pregunta de forma mística. Ellos dijeron que incluso las almas de los judíos que todavía no habían nacido estuvieron presentes en el Sinaí y ratificaron el pacto (Éxodo Rabá 28:6). En otras palabras, cada judío dio su consentimiento en los días de Moshé, aunque todavía no hubiese nacido. Desmitificando esto, quizás los Sabios quisieron decir que en lo más intimo de su corazón, incluso el judío más asimilado sabe que sigue siendo judío. Este parece haber sido el caso con figuras como Heinrich Heine y Benjamín Disraeli, que vivieron como cristianos pero a menudo escribieron y pensaron como judíos.

Para los comentaristas españoles del siglo XV esta respuesta era problemática. Como dijo Arama, cada uno es un cuerpo y un alma. Entonces, ¿cómo es suficiente decir que nuestra alma estuvo presente en el Sinaí? ¿Cómo puede el alma obligar al cuerpo? Por supuesto que el alma estará de acuerdo con el pacto. Espiritualmente, ser judío es un privilegio y se puede conferir un privilegio a alguien sin su consentimiento. Pero para el cuerpo, el pacto es una carga. Involucra toda clase de restricciones a los placeres físicos. Por lo tanto, si las almas de las generaciones futuras estuvieron presentes pero no sus cuerpos, esto no constituye un consentimiento.

Mi respuesta a esta pregunta es mi libro. Pero quizás haya otra respuesta más sencilla. No a todas las obligaciones que tenemos hemos dado nuestro libre consentimiento. Hay obligaciones que llegan con el nacimiento. El ejemplo clásico es el de un príncipe heredero. Ser el heredero de un trono implica una serie de deberes y una vida de servicio a los demás. Es posible descuidar estos deberes. En circunstancias extremas, incluso es posible que un rey abdique. Pero nadie elige ser rey. Se trata de su destino, algo que le llegó con el nacimiento.

El pueblo sobre el cual Dios mismo dijo: «Mi hijo, Mi primogénito, Israel» (Éxodo 4:22), sabe que pertenece a la realeza. Eso puede ser un privilegio. Puede ser una carga. Puede ser ambas cosas. Pensar que las únicas cosas significativas sobre nosotros son aquellas que elegimos es un delirio producto de la Ilustración. Porque en verdad algunos de los hechos más importantes sobre nosotros no los hemos elegido. No elegimos nacer. No elegimos a nuestros padres. No elegimos ni el lugar ni el momento de nuestro nacimiento. Sin embargo, cada una de estas cosas afectan lo que somos y lo que debemos llegar a ser.

Formamos parte de una historia que comenzó mucho antes de que naciéramos y continuará mucho después de que ya no estemos aquí. La pregunta para todos es: ¿continuaremos la historia? Las esperanzas de cientos de generaciones de nuestros antepasados reposan sobre nuestra voluntad de hacerlo. En lo más profundo de nuestra memoria colectiva siguen resonando las palabras de Moshé: «no sólo con ustedes concreto este pacto y este juramento, sino… con el que no está aquí hoy con nosotros«. Somos parte de esa historia. Podemos vivirla. Podemos abandonarla. Pero es una elección que no podemos evitar y que tiene inmensas consecuencias. El futuro del pacto depende de nosotros.(aishlatino.com)


Notas:

  1. A esto aludió Rav Elazar de Modiin cuando se refirió a quien «anula el pacto de nuestro padre Abraham», Avot 3:1

Los Caballos y La Teshuva

 

Uno de los Jasidím del Alter Rebe, tenía un yerno que era un gran sabio de la Torá y que no pertenecía a ninguna rama de Jasidím. Pasaron algunos años y el joven se desvió del camino de la Torá, dedicando la mayoría de su tiempo a montar a caballo, vanagloriándose de su idoneidad sobre los equinos. Su suegro le pidió que lo acompañara a visitar al Rebe, más el muchacho contestó que sólo iría montando su caballo. Cuando llegaron a Liozna, el Alter Rebe le preguntó: «¿Dime cuál es, en esencia la diferencia entre un caballo bueno a uno que no lo es?»

-contestó el joven:»En el mismo tiempo en que el caballo débil recorre un kilómetro el fuerte avanza cuatro».

«¿Y qué sucede cuando el caballo fuerte se equivoca de camino?, ¿Acaso no se internaría más rápidamente en el bosque?», pregunto el Rebe. » Es cierto, reconoció el muchacho, «pero al darse cuenta de su error, retornará mucho más aprisa».

El Rebe repitió esas últimas palabras con mucho fervor, y de pronto el hombre comprendió la intención del Alter Rebe, y se sintió conmovido retornando al poco tiempo al camino del bien. (www.es.chabad.org)

 

El judío debe hacer actos de bondad pues así lo ordenó Di-s, que nos santificó con sus Mitzvot (preceptos) y nos ordenó hacer actos de beneficencia; y no porque ésa sea nuestra naturaleza

 
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