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| lunes septiembre 30, 2024

ROSH HASHANÁ-HAAZINU-


B’H

Deuteronomio 32 

Una gran parte de la porción de la Torá Haazinu (Oigan) consiste en una «canción» de 70 líneas dicha por Moshe al pueblo de Israel en el último día de su vida.

Llamando al cielo y la tierra como testigos, Moshe exhorta al pueblo «Recuerda los días de antaño / Considera los años de muchas generaciones / Pregunta a tu padre, y él te relatará / A tus ancianos, y ellos te dirán» como Di-s «los encontró en una tierra desierta», los hizo un pueblo, los eligió para sí mismo y les legó una hermosa tierra. La canción también advierte sobre las dificultades de la abundancia: «Ieshurún engordó y pateó / Tu has engordado, grueso, anadeado / El olvidó al Di-s que lo hizo / Despreció la Roca de su salvación» — y las terribles calamidades que ocurrirían, que Moshe como Di-s «ocultando Su rostro». Sin embargo, hacia el final, él promete, Di-s será vengado por la sangre de sus sirvientes y se reconciliará con su pueblo y su tierra.

La parashá concluye con la instrucción de Di-s hacia Moshe de subir a la cima del Monte Nevó, desde donde observará la Tierra Prometida antes de morir ahí. «Tu verás la tierra frente a ti; pero no entrarás allí, a la tierra que Yo doy a los hijos de Israel»

 

SIN DISFRACES

Cuentan que un rey salio de cacería y se extravió en el bosque. Agotado llegó a la cabaña de un guardabosque que, sin saber de quien se trataba, le dio comida y le preparó un lecho para que descansara. A la mañana le indicó el camino hacia la ciudad.

De regreso en su palacio el rey decidió recompensar al guardabosque y lo nombró jefe de todos los guardabosques, llevándolo a vivir en palacio.

Pero como siempre ocurre, el hombre se vio envuelto en una intriga palaciega y fue condenado a muerte. El día de la ejecución pidió que le permitieran usar sus viejas ropas. El rey, al verlo, lo reconoció y conmutó la sentencia.

Eso es Rosh HaShaná. Nos quitamos nuestros disfraces de todo el año, nos presentamos ante el Rey de reyes tal cual somos y le decimos: “míranos, reconócenos, no somos ni José, ni Juana, sino Yosef, Jana, Tus hijos. Sabemos que hemos pecado, sabemos que nos hemos desviado, pero recuerda que te encontramos en el desierto y en Sinaí te reconocimos como nuestro Rey”. Y si nuestras palabras son sinceras, seguro que Di-s nos reconocerá y nos dará un año de paz, salud, parnasá y alegrías de nuestros hijos y nietos.

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia

Rav Jonathan Sacks

En el glorioso cántico con el cual Moshé se dirige a la congregación, él invita al pueblo a pensar sobre la Torá, su pacto con Dios, como si fuera la lluvia que riega la tierra para que pueda crecer la cosecha:

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia y mis palabras desciendan como el rocío, como viento tempestuoso sobre la vegetación y como gotas de lluvia sobre la hierba.

La palabra de Dios es como la lluvia sobre la tierra seca. Da vida. Hace que las cosas crezcan. Hay muchas cosas que podemos hacer por nosotros mismos: podemos arar la tierra y plantar las semillas. Pero en definitiva, el éxito depende de algo que está fuera de nuestro control. Si no cae lluvia, no habrá cosecha, sin importar cuánto nos hayamos preparado. Lo mismo ocurre con Israel. Nunca debemos caer en la tentación de decir con arrogancia: «mi poder y la fuerza de mis manos han producido esta riqueza» (Deuteronomio 8:17).

Sin embargo, los Sabios sintieron que había algo más en la analogía. Así lo expresa el Sifri:

Que mis enseñanzas caigan como la lluvia: Así como la lluvia es una sola cosa, sin embargo cae sobre los árboles permitiendo que cada uno produzca frutos sabrosos de acuerdo con la clase de árbol que es (el viñedo a su manera, el olivo a su manera, la palmera a su manera) así también la Torá es una, pero sus palabras contienen las Escrituras, la Mishná, leyes y tradiciones. Tal como la lluvia cae sobre las plantas y las hace crecer a algunas verdes, otras rojas, algunas negras y otras blancas, así también las palabras de la Torá producen maestros, individuos dignos, sabios, justos y piadosos.

Hay sólo una Torá, pero esta tiene múltiples efectos. Ella da lugar a diferentes clases de enseñanzas, diferentes clases de virtudes. La Torá a veces es vista por sus críticos como demasiado prescriptiva, como si tratara de hacer que todos fueran iguales. El Midrash sostiene lo contrario. La Torá se compara con la lluvia precisamente para enfatizar que su efecto más importante es hacer que cada uno crezca y se convierta en quien debe ser. No somos todos iguales, ni la Torá busca la uniformidad. Como dice una famosa Mishná:

Cuando un ser humano fabrica muchas monedas de un mismo molde, todas son iguales. Dios hace a todos a la misma imagen (Su imagen), pero ninguno es igual a otro. (Mishná Sanedrín 4:5)

Este énfasis en la diferencia es un tema recurrente en el judaísmo. Por ejemplo, cuando Moshé le pide a Dios que nombre su sucesor, él usa una frase inusual: «Que Hashem, Dios de los espíritus de toda la humanidad, nombre a un hombre sobre la asamblea» (Números 27:16)

Sobre esto, Rashi comenta:

¿Por qué usó esta expresión («Dios de los espíritus»)? Moshé le dijo: Amo del universo, Tú conoces el carácter de cada persona y sabes que no hay dos personas iguales. Te pido que nombres sobre ellos un líder que sea capaz de soportar a cada uno de ellos de acuerdo con su propia mentalidad.

En el judaísmo, uno de los requerimientos fundamentales de un líder es que sea capaz de respetar las diferencias entre los seres humanos. Este punto es enfatizado por Maimónides en «La guía de los perplejos»:

El hombre es, como tú sabes, la forma más elevada de la creación y, por lo tanto, incluye el mayor número de elementos constitutivos. Esta es la razón por la cual la raza humana contiene una variedad tan grande de individuos que no podemos descubrir dos personas exactamente iguales en cualquier cualidad moral o en apariencia externa… Esta gran variedad y la necesidad de la vida social son elementos esenciales en la naturaleza del hombre. Pero el bienestar de la sociedad exige que haya un líder capaz de regular las acciones del hombre. Él debe completar cada defecto, eliminar todo exceso y prescribir la conducta de todos, de modo que la variedad natural sea contrarrestada por la uniformidad de la legislación, de modo que el orden social quede bien establecido. (Guía de los perplejos, II:40)

El problema político, tal como lo ve Maimónides, es cómo regular los asuntos de los seres humanos de forma tal que se respete la individualidad sin crear caos. Un punto similar emerge de una sorprendente enseñanza rabínica:

Enseñaron nuestros Sabios: Al ver a una multitud de israelitas, se debe decir: «Bendito sea Él, que discierne los secretos», porque cada mente es diferente de la otra, tal como cada rostro es diferente de otro. (Brajot 58a)

Hubiéramos esperado que la bendición sobre una multitud enfatizara su tamaño, su masividad: los seres humanos en su aspecto colectivo. Una multitud es un grupo suficientemente grande como para que se pierda la individualidad de los rostros. Sin embargo, la bendición resalta lo opuesto: que cada miembro de una multitud sigue siendo un individuo con pensamientos, esperanzas, miedos y aspiraciones distintivos.

Lo mismo ocurre con la relación entre los sabios. Una Mishná declara (Sotá 9:15):

Cuando murió Rabí Meir, cesaron los compositores de fábulas. Cuando murió Ben Azzai, cesaron los estudiantes asiduos. Cuando murió Ben Zoma, cesaron los expositores. Cuando murió Rabí Akiva, cesó la gloria de la Torá. Cuando murió Rabí Janina, cesaron los hombres de acción. Cuando murió Rabí Iosi Ketanta, cesaron los hombres piadosos. Cuando murió Rabí Iojanán ben Zakai, cesó el brillo de la sabiduría… Cuando murió Rabi, cesaron la humildad y el temor al pecado.

No había un único modelo de sabio. Cada uno tenía sus propios méritos distintivos, su contribución única al patrimonio colectivo. En este sentido, los sabios simplemente continuaban la tradición de la Torá. No existe un único modelo de héroe o heroína religioso en el Tanaj, la Biblia hebrea. Cada uno de los patriarcas y de las matriarcas tenía su propio carácter inconfundible. Moshé, Aharón y Miriam emergen como diferentes clases de personalidades. Los reyes, los sacerdotes y los profetas tenían diferentes roles que desempeñar en la sociedad israelita. Incluso entre los profetas, «no hay dos que profeticen en el mismo estilo», dijeron los Sabios. Elías era celoso, Elisha gentil. Hosea hablaba de amor. Amós habló de justicia. Las visiones de Isaías eran más simples y menos opacas que las de Ezequiel.

Lo mismo se aplica incluso a la misma revelación en el Sinaí. Cada individuo escuchó en las mismas palabras, una inflexión diferente:

«La voz de Hashem es poderosa» (Salmos 29:4). Esto significa que de acuerdo con el poder de cada individuo, el joven, el anciano, y los muy pequeños, cada uno de acuerdo con su poder (de entendimiento). Dios le dijo a Israel: «No creas que hay muchos dioses en el cielo porque has escuchado muchas voces. Debes saber que sólo Yo soy Hashem, tu Dios» (Shemot Rabá 29:1)

De acuerdo con el Maharshó, hay 600.000 interpretaciones de la Torá. Cada individuo es teóricamente capaz de un entendimiento único de su significado. El filósofo francés Emmanuel Levinas comentó:

La Revelación tiene una forma particular de producir significado, que radica en su conexión con la singularidad de cada persona. Es como si una multiplicidad de personas… fueran la condición para la plenitud de la «verdad absoluta», como si cada persona, en virtud de su propia singularidad, fuera capaz de garantizar las revelación de un único aspecto singular de la verdad, por lo que algunas de sus facetas nunca serían reveladas si ciertas personas faltaran en la humanidad.

El judaísmo enfatiza la otra parte de la máxima E pluribus unum («a partir de muchos, uno»). Él dice: «A partir de Uno, muchos».

El milagro de la creación es que la unidad en el Cielo produce la diversidad en la tierra. La Torá es la lluvia que alienta esa diversidad, permitiendo que cada uno se convierta en lo que sólo él puede ser. (aishlatino.com)

La responsabilidad del líder

Rav Jonathan Sacks

Cuando las palabras cobran alas, se transforman en un cántico. Eso fue lo que pasó aquí, en Haazinu, cuando Moshé, al ver frente a él al Ángel de la Muerte, se preparó para despedirse de su vida. Nunca antes habló con tanta pasión. Su lenguaje es vívido, incluso violento. Él quiso que sus últimas palabras nunca fueran olvidadas. En un sentido, él estuvo articulando esa verdad durante cuarenta años, pero nunca antes lo hizo con tanta emoción. Esto es lo que dijo:

Oigan, oh cielos, y hablaré,

Y que la Tierra escuche las expresiones de mi boca…

La Roca, Sus actos son perfectos,

Pues todos sus caminos son justicia.

Un Dios confiable y sin iniquidad,

Justo y recto es Él.

Él no es corrupto; la deficiencia es de Sus hijos,

una generación perversa y retorcida.

¿Así le pagan a Dios,

Pueblo vil y carente de sabiduría?

¿Acaso no es Él tu Pare, tu Amo?

Él te creó y te ha establecido. (Deuteronomio 32:1-6)

No culpes a Dios cuando las cosas marchen mal. Eso es lo que Moshé sintió con tanta pasión. Él dijo: no creas que Dios está aquí para servirnos. Nosotros estamos aquí para servirle a Él y a través de Él ser una bendición para el mundo. Dios es recto; nosotros somos complejos y engañosos. Dios no está para aliviar nuestra responsabilidad. Dios nos convoca a asumir la responsabilidad.

Con estas palabras, Moshé da un cierre al drama que comenzó con Adam y Javá en el Jardín del Edén. Cuando ellos pecaron, Adam culpó a la mujer y la mujer culpó a la serpiente. Así fue cuando Dios comenzó la creación, y sigue siendo igual en el siglo veintiuno del calendario secular.

La historia de la humanidad fue en gran medida una lucha por escapar de la responsabilidad. Los culpables fueron cambiando. Sólo permaneció la sensación de ser una víctima. No fuimos nosotros. Fueron los políticos. O los medios de comunicación. O los banqueros. O nuestros genes. O nuestros padres. O el sistema, ya sea capitalismo, comunismo o cualquier cosa intermedia. Pero sobre todo, es la culpa de otros, de quienes no son como nosotros, los infieles, los hijos de Satán, los hijos de la oscuridad, los que no fueron redimidos. Los perpetradores del peor crimen contra la humanidad en toda la historia estaban convencidos de que ellos no eran responsables. Solo «obedecían órdenes». Cuando todo lo demás falle, culpa a Dios. Y si no crees en Dios, culpa al pueblo que cree en Él. Ser humano es buscar cómo escapar de la responsabilidad.

Eso es lo que diferencia al judaísmo. Eso es lo que lleva a que algunas personas admiren a los judíos y a que otros los odien. Porque el judaísmo es la convocatoria de Dios hacia la responsabilidad humana. De este llamado, no puedes ocultarte, tal como lo descubrieron Adam y Javá cuando lo intentaron, y como lo descubrió Ioná cuando se encontró en el vientre de la ballena.

Lo que Moshé dijo en este cántico de despedida puede ser parafraseado de esta manera: «Amado pueblo, los he guiado durante cuarenta años, y mi tiempo está llegando a su fin. Durante el último mes, desde que comencé con estos discursos, estos devarim, he tratado de decirles las cosas más importantes de su pasado y de su futuro. Les suplico que no las olviden.

«Sus padres fueron esclavos. Dios los sacó a la libertad. Pero esa era una libertad negativa, jofesh. Esto significa que no había nadie para darles órdenes. Esta clase de libertad no es intrascendente, porque su ausencia sabe a pan sin levadura y hierbas amargas. Cómelos una vez al año para que nunca olvides de dónde vienes y Quién te sacó de allí.

«Pero no pienses que sólo el jofesh puede mantener una sociedad libre. Cuando todos son libres para hacer lo que desean, el resultado es anarquía y no libertad. Una sociedad libre requiere jerut, la libertad positiva que llega sólo cuando las personas internalizan los hábitos de autocontrol para que mi libertad no se logre a costa de la tuya ni la tuya a costa de la mía.

«Por eso les he enseñado todas estas leyes, juicios y estatutos. No son reglas arbitrarias. Ninguna de ellas existe sólo porque a Dios le gusta dar leyes. Dios dio leyes a las mismas estructuras de la materia, leyes que generaron un universo vasto, maravilloso, casi insondable. Si Dios sólo estuviera interesado en dar leyes, Él se hubiera limitado a las cosas que obedecen esas leyes, es decir, a la materia sin mente y a las formas de vida que no conocen la libertad.

«Las leyes que Dios me dio y yo les di a ustedes no existen para el bien de Dios, sino para el nuestro. Dios nos dio la libertad, la cosa más rara, valiosa e insondable de todas, fuera de la vida misma. Pero con la libertad viene la responsabilidad. Esto significa que debemos correr el riesgo de actuar. Dios nos dio la Tierra, pero tenemos que conquistarla. Diuos nos dio los campos, pero debemos ararlos, sembrarlos y cosecharlos. Dios nos dio cuerpos, pero debemos cuidarlos y sanarlos. Dios es nuestro Padre; Él nos creó y nos estableció. Pero los padres no pueden vivir la vida de sus hijos. Sólo pueden instruirles cómo vivir.

«Por lo tanto, cuando las cosas marchen mal, no culpen a Dios. Él no es corrupto, nosotros lo somos. Él es recto; nosotros somos los que a veces somos complicados y retorcidos».

Esta es la ética de la responsabilidad de la Torá. Nunca se le ha otorgado una estimación más elevada a la condición humana. Nunca fue confiada una vocación superior a criaturas mortales de carne y hueso.

El judaísmo no ve al ser humano como irremediablemente corrupto, machado por el pecado original, incapaz de hacer el bien sin la gracia de Dios, tal como ocurre con otras religiones. Esa es una forma de fe, pero no es la nuestra. Tampoco vemos la religión como una cuestión de sumisión ciega a la voluntad de Dios. También eso es una forma de fe, pero no la nuestra.

No vemos a los seres humanos como los veían los paganos, como juguetes de dioses caprichosos. Tampoco los vemos como algunos científicos, como mera materia, la forma en que un gen produce otro gen, una colección de sustancias químicas movidas por impulsos eléctricos en el cerebro, sin ninguna dignidad ni santidad especial, habitantes temporales en un universo sin sentido que cobró existencia sin ninguna razón y que un día, también sin ninguna razón, dejará de existir.

Nosotros creemos que fuimos creados a imagen de Dios, libres tal como Él es libre, creativos tal como Él es creativo. Existimos en una escala infinitamente más pequeña y más limitada, pero seguimos siendo el único punto en toda la expansión del espacio en donde el universo cobra conciencia de sí mismo, la única forma de vida capaz de dar forma a su propio destino; con la posibilidad de elegir, por lo tanto ser libre y responsable. El judaísmo es la convocatoria Divina a la responsabilidad.

Esto implica que no debes verte a ti mismo como una víctima. No creas, como creían los griegos, que el destino es ciego e inexorable, que una vez que nuestro destino fue revelado por el oráculo de Delfos, ya fue sellado desde antes de que naciéramos; que como Layo y Edipo tenemos fijado un destino, por mucho que intentemos escapar de sus ataduras. Esta es una visión trágica de la condición humana. En cierta medida es la visión que compartieron Spinoza, Marx y Freud, el gran triunvirato de judíos con ascendencia judía que rechazaron el judaísmo y todas sus obras.

En cambio, tal como Viktor Frankl, sobreviviente de Auschwitz, y Aharon T. Beck ,cofundador de la terapia cognitiva conductual, nosotros creemos que no estamos definidos por lo que nos sucede, sino por cómo respondemos a lo que nos sucede. Eso mismo está determinado por cómo interpretamos lo que nos sucede. Si cambiamos la forma en que pensamos, lo cual podemos hacer gracias a la plasticidad cerebral, entonces podemos cambiar la forma en que sentimos y actuamos. El destino nunca es definitivo. Puede haber un mal decreto, pero la penitencia, la plegaria y la caridad pueden evitarlo. Y lo que no podemos lograr solos, podemos hacerlo juntos, porque creemos que «no es bueno que el hombre esté solo» (Génesis 2:18).

Así fue que los judíos desarrollaron una moralidad de la culpa en lugar de lo que tenían los griegos, una moralidad de la vergüenza. Una moral de la culpa distingue claramente entre la persona y el acto, entre el pecador y el pecado. Debido a que no estamos completamente definidos por lo que hacemos, hay en nosotros un núcleo que permanece intacto: «Dios mío, el alma que me diste es pura». Sin importar cuál error hayamos cometido, podemos arrepentirnos y ser perdonados. Esto crea un lenguaje de esperanza, la única fuerza lo suficientemente fuerte como para derrotar una cultura de desesperación.

Ese poder de la esperanza, que nace cada vez que el amor y el perdón de Dios dan lugar a la libertad y la responsabilidad humana, es lo que ha hecho del judaísmo la fuerza moral que siempre ha sido para aquellos que tienen abiertas sus mentes y sus corazones. Pero con una pasión que todavía nos quema, Moshé dijo que esa esperanza no surge de la nada. Tiene que ser trabajada y ganada. La única forma de lograrlo es no culpar a Dios. Él no es corrupto. El defecto está en nosotros, Sus hijos. Si buscamos un mundo mejor, debemos construirlos. Dios nos enseña, nos inspira, nos perdona cuando fracasamos y nos ayuda a levantarnos cuando caemos, pero nosotros debemos hacerlo. Lo que nos transforma no es lo que Dios hace por nosotros, sino lo que nosotros hacemos para Dios.

Los primeros seres humanos perdieron el paraíso cuando trataron de evadir la responsabilidad. Sólo lo recuperaremos si aceptamos al responsabilidad y nos convertimos en una nación de líderes, cada uno respetando y haciendo lugar para aquellos que no son iguales a nosotros. A la gente no le agradan las personas que les recuerdan su responsabilidad. Esa es una de las razones (obviamente no la única), de la judeofobia a lo largo de los siglos. Pero no estamos definidos por aquellos a quienes no les gustamos. Ser judío implica estar definido por Aquél que nos ama.

El misterio más profundo no es nuestra fe en Dios, sino la fe que Dios tiene en nosotros. Que esa fe nos sostenga mientras escuchamos el llamado de la responsabilidad y corremos el riesgo de sanar algunas de las heridas innecesarias de un mundo herido, pero aún así, maravilloso. (aishlatino.com)

   Shana Tova Umetuka!

 

 
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