Foto Memri
La eliminación del líder de Hezbolá, Hassan Nasrallah, a manos del ejército israelí ha sido una pequeña victoria dentro del gran conflicto que Israel enfrenta en el Medio Oriente. Pero, además, ha sido una suerte de “justicia Divina” para miles de personas cuyas vidas se vieron dañadas por las acciones malignas de este asesino. Entre ellas, las de cientos de sudamericanos.
Tras su llegada al cargo máximo de la organización terrorista libanesa en 1992, Nasrallah fue el principal responsable de acciones detestables como atentados mortales en Europa y Asia, secuestro y asesinato de soldados israelíes y participación en la guerra civil de Siria, asesinando a cientos de civiles. Pero además, ha sido el cerebro maligno detrás de la exportación de ataques del terrorismo islámico a Latinoamérica.
El 17 de marzo de 1992, sólo un mes después de haber asumido el mando de Hezbolá, los terroristas libaneses ordenaron el atentado contra la embajada de Israel en Buenos Aires. El ataque cobró la vida de 29 personas, dejando también más de 240 heridos.
Dos años más tarde, Hezbolá volvió a atacar en la Argentina. El 18 de julio de 1994, los terroristas islámicos detonaron el edificio de la AMIA (Asociación Mutual Israelita Argentina), el principal centro comunitario judío del país. El ataque dejó 85 muertos y más de 300 heridos, convirtiéndose en el más sangriento en la historia de la Argentina. La seguidilla de ataques en el país con la comunidad judía más grande de Latinoamérica dejó una marca de dolor imborrable, sobre todo por la falta de un proceso judicial claro que condenara a los culpables.
Un día después del terrible atentado contra la AMIA, Hezbolá volvió a derramar sangre inocente en Latinoamérica. El 19 de julio de 1994 un avión que volaba desde la ciudad panameña de Colón hasta la ciudad de Panamá explotó pocos minutos después de despegar. Las 21 personas a bordo, 12 de ellas judías, murieron en el ataque.
El mandato de Nasrallah no sólo se caracterizó por sus ataques mortales. El líder terrorista se encargó también de expandir los tentáculos de su organización, eligiendo a Sudamérica como uno de los centros de mayor expansión. Es sabido que Hezbolá tiene agentes en Ciudad del Este (Paraguay) y que su presencia es extremadamente poderosa en la llamada “Triple Frontera”, el paso fronterizo entre Paraguay, Brasil y Argentina. De hecho, según informes de la DEA (Drug Enforcement Administration, la agencia estadounidense encargada de luchar contra el narcotráfico), los nexos con los cárteles narcos le reportan a Hezbolá la sorprendente suma de un billón de dólares anuales.
La muerte de Nasrallah ha sido el golpe más certero que Israel ha dado en los últimos días contra Hezbolá, y tiene como último objetivo que la organización terrorista se aleje de la frontera con el estado judío. Es importante recordar que desde el trágico 7 de octubre, aproximadamente 80 mil personas han debido abandonar sus hogares en el norte del país ante los constantes ataques que los terroristas libaneses lanzan contra la población civil israelí.
Sería ingenuo creer que la eliminación de Nasrallah marcará el fin de Hezbolá. La organización terrorista ha tenido otro líder en el pasado y seguramente nombrarán a un reemplazo. Además, Hezbolá funciona como una “extensión” del terrorismo iraní, por lo que es esperable que los ataques continúen. De todas maneras, no hay que minimizar la acción del ejército israelí.
El operativo que terminó con la vida de uno de los máximos líderes terroristas de los últimos tiempos ha sido felicitada por líderes de todo el mundo y ha servido para enviar un mensaje claro: El Estado Judío no se quedará de brazos cruzados mientras lo atacan.
Esperemos que esta acción militar pueda servir para ejercer más presión contra el terrorismo internacional y que, de una buena vez por todas, los secuestrados vuelvan a sus hogares sanos y salvos.
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