NAHARIYA.- A Claudio y Sonia Kapeika, matrimonio argentino que vive aquí desde hace 43 años, el 7 de octubre de 2023 les cambió dramáticamente su rutina. Hasta ese día vivían apaciblemente en su departamento con vista al mar de Nahariya, ciudad del norte de Israel de 80.000 habitantes, famosa por sus playas paradisíacas, palmeras y jardines, que pasó a convertirse en un infierno por su cercanía de la frontera con el Líbano, que queda apenas a 11 kilómetros de distancia. Desde el otro lado de la montaña, el grupo terrorista chiita Hezbollah, en solidaridad con Hamas y su cruenta masacre en el sur de Israel, comenzó un enfrentamiento -intensificado en las últimas semanas con una ofensiva terrestre israelí-, que trastocó todo. Para los Kapeika, las sirenas, los estruendos y las corridas al cuarto de seguridad se han convertido en moneda corriente. También el miedo, la incertidumbre y la preocupación por sus hijos y nietos. “Es impresionante cómo nos cambió la vida el 7 de octubre: salís a la calle y no sabés si te va a sonar la sirena, ni si vas a tener dónde esconderte”, dice Sonia, porteña de 69 años que trabaja como agente inmobiliaria y que, como todos los habitantes de este país, está siempre pendiente de su teléfono celular, que señala las alertas que advierten el peligro. “Hasta ese momento, pese a las dificultades de siempre y el conflicto, yo creía que era posible la paz con los palestinos. Pero ahora, ya no. Lo que hicieron ese día, las barbaridades, no tienen nombre”, expresa.
En su rutina laboral, también impactó aquella fecha sangrienta. “Antes, en el caso de mi trabajo, confiaba en los árabes, no tenía problemas en venderles una casa… Pero hoy en día tengo que preguntar, porque no todo el mundo quiere vender a un árabe. Se tiene más miedo. Yo también les tengo un poco más de miedo, porque después de lo que pasó el 7 de octubre, la relación árabe-judío ha cambiado totalmente. Si tengo un cliente que quiere comprar un departamento, aunque haya estado en el ejército nuestro, pero es un beduino o es un druso, se me hace mucho más difícil”, explica Sonia. Oriundo del barrio de La Paternal al igual que su esposa, Claudio fue chef y ahora trabaja en vialidad nacional, y también vive pendiente de su teléfono celular desde la escalada del conflicto. Llegaron a este país en 1981, teniendo ya a dos hijas chicas -Laura y Nadia- de 3 y 2 años. Claudio cuenta que en aquel momento pensaron en instalarse cinco años y regresar a la Argentina. Pero se fueron quedando. Aunque están conectados con la Argentina a través de parientes, redes sociales y la televisión -Claudio es fanático de River y no se pierde ni un partido-, echaron raíces. El tercero de sus hijos, Ronen, nació en Israel. Hoy tienen once nietos y, ni siquiera la guerra, los hizo pensar en volver. “Somos más israelíes que argentinos, viví 43 años acá y 26 en la Argentina”, confiesa Sonia, que no oculta su preocupación por cómo el conflicto también está afectando la vida de sus tres hijos y nietos. “Para los chicos es terrible estar encerrados en los cuartos de seguridad, en las últimas dos semanas tampoco fueron al colegio por cómo se agravó la situación y el mayor de todos, Or, hijo de Laura, que cumple 18 años, fue llamado para ingresar al ejército”, relata. Con la reciente escalada de la guerra, vieron pasar por Nahariya una cantidad impresionante de blindados, camiones militares y tanques -que incluso dañaron el asfalto- con destino al sur del Líbano, el nuevo frente caliente. Desde su balcón del séptimo piso con vista al mar, Claudio y Sonia observan la guerra en vivo y en directo, desde que se levantan a la mañana hasta que se van a dormir. “A la merde”, suele comentar ella cuando se sobresalta ante los estruendos de las baterías antimisiles que interceptan los cohetes de Hezbollah, sin perder la calma.
Apenas 15 segundos para resguardarse También la fisonomía de Nahariya cambió a partir del 7 de octubre. En todas las plazas hay banderas amarillas que recuerdan a los rehenes, piedras, monumentos… Además, ante los ataques constantes desde el Líbano, la municipalidad decidió colocar un centenar de refugios móviles llamados migunit. “No te olvides que acá, que estamos tan cerca de la frontera, cuando suena la alarma, tenemos solo 15 segundos para entrar en el refugio… Y si, por ejemplo, estás en la calle, si hay un migunit podés salvarte”, explican a LA NACION en una recorrida. De hecho, se ven estos virtuales bunkers de cemento armado cerca de escuelas, jardines de infantes o canchas de tenis. “Si vas a buscar un chico y suena la sirena, te metés ahí adentro. En lugares así, pero de la zona del sur de Israel, en un migunit, también murieron muchas personas el 7 de octubre, cuando fueron a esconderse de los terroristas de Hamas, que les tiraron adentro granadas”, evoca Sonia.
Un verano marcado por el terror
La costanera, que cuenta con bicisenda, aparatos para hacer gimnasia, así como una de las mejores playas, que se llama Banana Beach, lucen desiertas pese al feriado del Año Nuevo judío. “En tiempos normales esto explota de gente… Pero este año, por el 7 de octubre, no hubo temporada de verano, no nos dejaron venir a la playa y ahora está todo cerrado, está todo abandonado. Es una playa hermosa, parecida a las de Mar del Plata”, señala Claudio, justo mientras se oye otro bombazo a lo lejos. “Desaconsejan llegar acá a la playa o ir a la costanera porque si suena una sirena y cae algún cohete no tenemos dónde escondernos”, precisa. En el mar, muy azul y con olas -dan ganas de ir a bañarse porque es un día de sol y calor-, saltan a la vista dos barcos de guerra.
Los primeros ataques del 7 de octubre
El auto del matrimonio, un Suzuki negro, también está marcado por el 7-10. Lleva varias fotos de un soldado, Sebastián Haion, hijo de unos amigos, que perdió la vida. “Se curó de cáncer y cuando empezó la guerra tenía 51 años, no estaba obligado a presentarse, pero fue como voluntario porque estaban los mismos soldados del grupo de él y, lamentablemente, murió en combate en marzo. Tenemos la foto que repartieron entre todos los amigos”, dice Claudio. En la imagen dice “Yo también era amigo de Sebi”. En su casa, incluso, Claudio tiene una botella de vino con una etiqueta con la misma foto, hecha en honor a Sebastián, uno de los tantos argentinos que eligió Israel. En total, son cerca de 100.000 los que viven aquí. Sebastián estaba casado y tenía cuatro hijos. La suya fue una de las tantas familias diezmadas. “El cumpleaños de él, sus 52, lo festejamos cuando él ya no estaba, lamentablemente”, suspira.
El día del asalto de Hamas, es recordado como una puñalada. “Me duele a nivel humano que hayan hecho lo que hicieron, esas salvajadas, y por qué lo hicieron. Pienso que fue por falta de educación: en vez de enseñarles a ser personas, en Gaza, les enseñaron a odiar… Años atrás venían al hospital de Nahariya a curarse de cáncer chicos del Líbano y también de Gaza… Me cuesta entender”, dice Sonia, moviendo la cabeza. El matrimonio cuenta que en sus primeros años en Israel, cuando vivían en el sur, solían ir a bañarse a las playas de Gush Katif, en Gaza, y hasta tenían su banco en la localidad de Rafah. “Entonces no había ningún problema… Eran hermosas esas playas”, relata ella. Claudio tampoco puede creer aún lo que pasó hace un año. Una barbaridad que, asegura, en parte también fue culpa de Israel. “Todo empezó cuando mataron a Rabin [Isaac, expremier y Nobel de la Paz junto al líder palestino, Yasser Arafat, que fue asesinado por un ultraderechista el 4 de noviembre de 1995], entonces Israel empezó a venirse abajo y el pueblo se empezó a dividir”, opina.
Claudio y Sonia no ocultan su aversión por el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu y están convencidos de que su decisión de escalar ahora el frente en el Líbano -con el ataque de los beepers, el asesinato del líder de Hezbollah Hassan Nasrallah y la incursión terrestre-, es solo una estrategia para quitar de primer plano este primer aniversario del 7 de octubre, una catástrofe de la que jamás se hizo cargo. “Estoy segura: Netanyahu nunca asumió su responsabilidad por el 7-10, suele echarle la culpa a la gente, a las manifestaciones que había en contra de su reforma de la justicia… Si no es para tapar el primer aniversario todo lo de las últimas semanas, ¿por qué esperó un año para atacar al Líbano? ¡Hace un año que recibimos bombas! ¿Ahora se acordó? Y no es que decidió atacar porque terminó lo de Gaza, sino que seguimos en Gaza y en un año tampoco aparecen los rehenes. ¡No se puede creer, es obvio que no quiso negociar!”, acusa Sonia. “Quisiera ver a cualquier otro país al que le agarran 240 rehenes y que no haga nada”, le hace eco su marido, indignado. Es de noche y suenan estruendos. Los Kapeika se asoman al balcón con el celular para chequear las alarmas. Hay que decidir si ir a encerrarse al mamad, la habitación de seguridad-bunker. Más allá de esta pesadilla cotidiana, la angustia, el miedo y la tensión permanente, Claudio y Sonia no pierden la sonrisa. Es más, se destacan por el buen humor, una característica de la familia. Días atrás, en medio de una de las tantas sirenas y andanadas de cohetes, en el chat familiar que usan para controlar si todos están bien, Uria, de 13 años -hijo de Nadia-, sorprendió a todos al contestar: “No, yo estoy muerto”, cuentan, riendo. “Si no te lo tomás así, no podés vivir. Con el tiempo uno aprende a vivir así”, concluye Claudio.
Nota de Dori Lustron, Directora de Porisrael.org
Cuando un ole llega a Israel, (mi familia y yo llegamos el 1 de octubre del 2002), siente que vive en otro mundo. Nosotros llegamos a Naharya y tuvimos la suerte que Sonia y Claudio nos ayudaran en todo. Alquilar departamento, tramites, consejos sobre lo mejor y mas conveniente. Sonia y Claudio vivian enfrente de casa y nos adoptaron. La ayuda fue increible. Por eso despues de la Segunda Guerra del Libano en julio del 2006 vinimos al sur , siempre nos faltaban Sonia y Claudio con los cuales compartimos tantas cosas. GRACIAS a nuestros queridos padres adoptivos pudimos salir a flote GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS!!!!
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