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| jueves noviembre 21, 2024

Nadie es el mismo


Foto IDF

¿Has visto lo que se ha ennegrecido allí?
Es un campo de espinas, hijo mío,
Que fue abandonado en verano
Y ahora es un campo arado.

¿Has visto lo que es blanco?
Hijo mío, es un campo de llorosos,
Sus lágrimas se convirtieron en piedra
Sus piedras lloraron flores.

Natan Yonatan, Yesh Prajim (“Hay flores”), 1971

Hoy, estas líneas resuenan en una nación trasformada por la tragedia. Lamentamos la pérdida del sargento Roy Bareket, quien cayó en la heroica batalla de Nahal Oz. Lloramos por Carmel Gat, asesinada en los túneles de Hamás, y por su madre, Kineret Gat, quien se enfrentó al mal de manera desafiante momentos antes de su muerte en Beeri. Recordamos a Noy Aviv, asesinada en el festival de Reim; al teniente coronel Tomer Grinberg, que cayó combatiendo en Gaza; y al sargento mayor Meir Abargil, investigador de la comisaría de policía de Sderot, que murió defendiendo su ciudad. Honramos a Shahar Aviani, coordinadora de seguridad de Kfar Aza, y a Alon Shamriz, asesinado trágicamente por fuego amigo tras escapar del cautiverio: la libertad le fue cruelmente arrebatada en el último momento.

Para los 1689 caídos, heridos y asesinados, el campo de los que lloran nunca termina. Se extiende, sus surcos se profundizan en nuestro interior, se niegan a desaparecer. Todo israelí lleva ahora una carga, una angustia que persiste desde el 7 de octubre de 2023. Pesa sobre nuestras almas, se niega a dejarnos o desaparecer, aunque las rutinas de la vida diaria la alejen ocasionalmente. Ninguno de nosotros sigue siendo la misma persona desde aquel fatídico sábado; nuestra alma colectiva se ha oscurecido. La herida sangra, e incluso mientras deja cicatrices, la verdadera curación se nos escapa.

Sin embargo, en medio de este dolor generalizado, todos buscamos consuelo, un rayo de esperanza al que aferrarnos, una luz que pueda penetrar el oscuro túnel en el que ahora están envueltas nuestras vidas. Esa luz brillará cuando los 101 rehenes regresen a nosotros, en el abrazo de Merav, Einav, Eli, Shelly, Ayelet, Ditsa, Shai y los demás padres cuyos corazones están cautivos en Gaza, y con ellos, una nación entera secuestrada. No puede haber esperanza ni sanación para nuestra sociedad y nuestra nación en busca de la vida si no agotamos todas las posibilidades para traer a nuestras hijas e hijos a casa. Pensamos en aquellos que fueron sacados de sus camas en las que una vez se sintieron seguros, sus santuarios violados. Recordamos a aquellos que bailaban despreocupados en un festival, y a los soldados que se mantuvieron casi solos contra una embestida bárbara, la misma pesadilla sobre la que habían advertido durante mucho tiempo, sus llamadas desatendidas hasta esa terrible mañana.

Los logros en el Líbano o los avances estratégicos contra Irán no pueden desviar ni por un momento nuestra atención de este objetivo primordial. El regreso de los rehenes sigue siendo el objetivo supremo de la guerra, el aliento vital que nuestra nación necesita para recuperarse.

Así es como podemos reconstruir la confianza entre los ciudadanos y el Estado. No es solo el gobierno, que incumplió su contrato social, el que debe enmendar a cualquier precio: ningún costo es demasiado alto para el dolor de estas familias, para el sufrimiento de una nación. El estamento militar y de seguridad debe garantizar que los comandantes en todos los niveles mantengan a los que toman las decisiones centrados en este objetivo primordial.

Y nosotros, los ciudadanos, también tenemos responsabilidad. Mientras buscamos refugio en las distracciones de los reality shows, los eventos culturales o las escapadas de fin de semana, debemos preguntarnos: si hubiéramos asumido plenamente el estado de animación suspendida de las familias de los rehenes, siendo como ellos y concentrándonos exclusivamente en recuperar a sus seres queridos, ¿Habríamos estimulado una mayor acción? ¿Habríamos reavivado el espíritu de responsabilidad mutua que ha ayudado a nuestra nación a superar las pruebas del pasado?

Como país que vive bajo una nube de dolor y sufrimiento durante lo que parece un año interminable, nos aferramos a la esperanza de que, en efecto, siempre está más oscuro antes del amanecer.

Jefe de Noticias de Israel Hayom.
Fuente: Israel Hayom.
Traducción Sami Rozenbaum / Nuevo Mundo Israelita.

 
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