Netanyahu en AIPAC 2018 Foto Haim Zachs GPO
Hoy por hoy, el uso correcto de los términos resulta importantísimo, las palabras significan, crean realidades, y aquellos que tratamos de defender la narrativa israelí lo sabemos dolorosamente bien.
La batalla por la opinión publica mundial es una batalla donde, en los últimos años, acumulamos más derrotas que éxitos, y no tan sólo porque la máquina de propaganda árabe este bien financiada y bien administrada, sino porque hay veces que nosotros mismos nos disparamos en el pie.
Uno de estos momentos de autogol, ha sido en la acusación al gobierno de Netanyahu de estarse transformando en una dictadura y, por ende, el propio ministro pasa a ser adjetivado de dictador.
Mas allá de la legítimo e incuestionable derecho de cada cual de criticar al gobierno y a sus funcionarios, hay palabras que, al ser mal usadas, no sólo no ayudan a solucionar el problema que quieren denunciar, sino que ayudan a la narrativa de nuestros enemigos.
Netanyahu, en sus varios periodos ha sido acusado de varias formas de tendencias autócratas y variados personalismos, más allá de acusaciones formales de corrupción. Nada de esto es en sí suficiente para que la palabra dictadura a dictador sean válidas en su uso.
En ninguno de los gobiernos de Netanyahu ha existido poder absoluto del primer ministro, evidentemente la Knesset juega siempre un rol fundamental, y las decisiones de los tribunales han sido un paradigmático balance del poder durante años.
La pretendida reforma judicial que intentó llevar adelante antes de la guerra, y en la que se basa en movimiento social que se le opone, no prosperó. Y aunque podríamos discutir si el espíritu de ella era o no democrático, la realidad fue que no prosperó. Y si algunos quieren resucitarla, por ahora al menos, la democracia no ha variado en nada significativo, o estructural.
Chile, el país del que hicimos aliá, vivió una larga y cruenta dictadura, y Pinochet está documentado como uno de los villanos de la historia moderna, así que tenemos muy muy claro que ni en el día menos democrático de nuestros gobiernos se arrestaron periodista, o la policía secreta secuestró ciudadanos, ni los torturó en cuarteles escondidos, o los hizo desaparecer lanzándolos de helicópteros al mar o a volcanes en la cordillera.
Ciertamente no todos los regímenes autoritarios fueron brutales como en Chile, hay también las dictaduras light, o si se quiere, hay elementos autoritarios en los gobiernos que, eventualmente podrían devenir en algún tipo de modelo menos autoritario, como son algunos gobiernos de derecha en la mismísima Europa.
Pero tampoco este es el caso, a la naturaleza misma de la política de partidos de Israel, tan repleta de facciones, resulta una garantía de que nadie, por sí mismo, puede hacerse ni si quiera de una mayoría parlamentaria, mucho menos de una mayoría absoluta que restara garantías a las minorías, y en ese sentido, fuera autoritaria.
Curiosamente la acusación de estar desarrollándose un proceso de perdida de las garantías democráticas proviene de la clase más educada y mejor formada de la sociedad, los integrados. NO viene de los sectores árabes, o de las facciones religiosas de este o del otro lado. Viene de los laicos que a lo largo de la breve historia patria han forjado los ejes centrales de la cultura política, organizacional y económica del país.
Son ellos los que sienten que su proyecto de sociedad esta en peligro, el cual es identificado, casi en una analogía de tortuosas reminiscencias históricas al fascismo.
Ahora, claramente Israel no es el paraíso, hay corrupción, hay tráfico de influencias, hay manipulación poco ética del sistema político, hay roces entre los poderes del estado, ciertamente que Israel carezca de una constitución no hace las cosas más simples. Sin embargo, de ahí a estar en riesgo la democracia israelí de caer en una suerte de fascismo, no, eso simplemente no es así.
Cuando categorizas el gobierno Netanyahu de dictadura, no lo haces desde el ejercicio democrático sino desde la irresponsabilidad hacia la democracia. Si algo aprendimos aquellos que no nacimos en democracia y que nos costo vidas, muchas vidas, recobrar, es que la democracia se cuida, se respeta, y se crea a diario, no se da por sentada, se cuestiona, pero por sobre todas las cosas se recrea.
Resolvamos nuestras diferencias de la forma adecuada, por el camino correcto, con los conceptos pertinentes. Eso no sólo nos engrandece como nación, sino que nos protege contra el mar de enemigos que festejan cada vez que erramos en el uso de las palabras, y en la forma en que resolvemos nuestras diferencias.
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