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| miércoles diciembre 4, 2024

VAIETZÉ 5785


B’H

Génesis 28:10-32:3

Iaakov deja su lugar de nacimiento en Beer Sheva y viaja a Jaran. En el camino se encuentra con “el lugar” y duerme allí, soñando con una escalera que conecta el cielo con la tierra, y con ángeles subiendo y descendiendo por ella; Di-s se le aparece y promete que la tierra sobre la cual está acostado será dada a sus descendientes. Por la mañana, Iaakov eleva la piedra sobre la cual apoyó su cabeza como un altar y un monumento, prometiendo que será la casa de Di-s.

Iaakov se queda en Jaran, donde trabaja para su tío Laban, cuidando sus ovejas. Laban concuerda en darle su hija menor, Rajel, a quien Iaakov ama, para casarse con ella, como paga por siete años de trabajo. Pero en la noche del casamiento, Laban le entrega a la hija mayor, Lea, un engaño que Iaakov sólo descubre a la mañana. Iaakov se casa con Rajel también, una semana más tarde, luego de aceptar trabajar siete años más para Laban.

Lea tiene seis hijos, Rubén, Shimón, Levi, Iehuda, Isajar y Zvulún, y una hija, Dina, mientras que Rajel es estéril. Rajel le da a Iaakov su sirvienta, Bilá, para tener hijos con ella para Rajel, y dos hijos más, Dan y Naftalí, nacen. Lea hace lo mismo con su sirvienta, Zilpá, de quien nacen Gad y Asher. Finalmente, las plegarias de Rajel son respondidas y nace Iosef.

Iaakov ya estuvo en Jaran por catorce años y desea retornar a su casa, pero Laban lo convence de quedarse, ofreciéndole sus ovejas como paga por el trabajo. Iaakov prospera, a pesar de los repetidos intentos de Laban por arruinarlo. Luego de seis años, Iaakov deja Jaran a escondidas, temiendo que Laban no le permitiría irse con la familia y riquezas por las cuales había trabajado. Laban y Iaakov hacen un pacto en el Monte Gal-Ed, y Iaakov continúa viaje hacia la Tierra Santa, donde es encontrado por ángeles.

 

ÁNGELES QUE SUBEN, ÁNGELES QUE BAJAN

 

Sabemos que los ángeles son seres celestiales, y como tales su morada está en los cielos.

Sin embargo en nuestra parashá se nos narra el sueño de Iaakov, en el que ve una escalera cuyo pie está en la tierra y llega hasta el cielo, hasta el trono mismo de Di-s y ¡¡¡ángeles que suben por ella y descienden!!! Lógicamente tendría que haber sido al revés, o sea ángeles que descienden y luego ascienden.

Una de las explicaciones es que los ángeles que subían hasta el Trono Divino eran las plegarias de Iaakov y los que descendían eran la respuesta a esas plegarias.

Si nosotros somos sinceros en nuestra fe y nos dirigimos al Creador de todo corazón, también mereceremos que nuestras plegarias asciendan como los ángeles de Iaakov hasta el Trono Divino, y la respuesta a esas plegarias no se hará esperar, descendiendo raudamente como los ángeles del sueño de nuestro Patriarca.

El nacimiento del odio más antiguo

Rav Jonathan Sacks

 

«Ve y aprende lo que Labán el arameo quiso hacerle a nuestro padre Iaakov. El faraón emitió un decreto sólo contra los varones, mientras que Labán quiso destruirlo todo». Este pasaje de la Hagadá de Pésaj, evidentemente basado en la parashá de esta semana, es muy difícil de entender.

En primer lugar, es un comentario sobre la frase que encontramos en Deuteronomio: Aramí oved avi. Como señalan la gran mayoría de los comentaristas, el significado de esta frase es «mi padre fue un arameo errante», una referencia a Iaakov que escapó hacia Aram (Siria, una referencia a Jarán, donde vivía Labán) o a Abraham, quien salió de Aram cuando Dios le dijo que viajara a la tierra de Canaán. Esto no significa «un arameo (Labán) intentó destruir a mi padre». Algunos comentaristas lo leen de esta forma, pero casi con certeza lo hacen sólo por este pasaje en la Hagadá.

En segundo lugar, en ninguna parte de la parashá encontramos que Labán de hecho tratara de destruir a Iaakov. Lo engañó, trató de aprovecharse de él y lo persiguió cuando huyó. Estuvo a punto de alcanzar a Iaakov, pero Dios se le apareció en un sueño en la noche y le dijo: «Guárdate de hablar con Iaakov, ni bien ni mal» (Génesis 31:24). Cuando Labán se quejó de que Iaakov tratara de escaparse, Iaakov le respondió: «Veinte años he permanecido en tu casa. Catorce años trabajé para ti por tus dos hijas y seis años por tus rebaños; pero tú cambiaste mi paga decenas de veces» (31:41). Todo esto sugiere que Labán se comportó escandalosamente con Iaakov, tratándolo como a un trabajador no remunerado, casi como un esclavo, pero no que trató de «destruirlo», de matarlo como el faraón intentó matar a todos los niños varones israelitas.

En tercer lugar, la Hagadá y el servicio del Séder del que forma parte el texto, trata sobre cómo los egipcios esclavizaron y pusieron en práctica un lento genocidio contra los israelitas y cómo Dios los salvó de la esclavitud y la muerte. ¿Por qué tratar de disminuir toda esa narrativa diciendo que en realidad el decreto del faraón no fue tan malo, y que el de Labán fue peor? Esto no parece tener sentido, no en términos del tema central de la Hagadá ni en relación con los hechos reales, tal como fueron registrados en el texto bíblico.

¿Cómo debemos entenderlo?

Quizás la respuesta es esta. El comportamiento de Labán es el paradigma de los antisemitas a lo largo de las épocas. La Hagadá no se refiere tanto a lo que Labán hizo, sino a lo que su comportamiento dio lugar siglo tras siglo.

Labán comenzó presentándose como un amigo. Él le ofreció a Iaakov refugio cuando huyó de Esav, quien había jurado asesinarlo. Sin embargo, resultó que su comportamiento era menos generoso que calculado y basado en sus intereses personales. Iaakov trabajó siete años por Rajel. Pero en la noche de la boda, Labán sustituyó a Rajel por Leá. Por lo tanto, para casarse con Rajel Iaakov tuvo que trabajar otros siete años. Cuando Rajel dio a luz a Iosef, Iaakov intentó partir. Labán protestó. Iaakov trabajó otros seis años, hasta que entendió que la situación era insostenible. Los hijos de Labán lo acusaban de enriquecerse a costa de Labán. Iaakov sintió que Labán también se estaba volviendo hostil. Rajel y Leá estuvieron de acuerdo y dijeron: «¿Acaso no somos consideradas por él como extrañas, puesto que nos vendió y además ha consumido totalmente nuestro dinero?» (31:14-15)

Iaakov comprendió que no había nada que pudiera hacer o decir para persuadir a Labán para que lo dejara marcharse. No tenía más opción que escapar. Entonces Labán salió a perseguirlo, y si no fuera por la advertencia de Dios la noche antes de que lo alcanzara, sin duda hubiera obligado a Iaakov a regresar y vivir el resto de su vida como su empleado sin pago. Como Labán le dijo a Iaakov al día siguiente: «Las hijas son hijas mías; los hijos son hijos míos; los rebaños son mis rebaños y todo lo que tú ves es mío» (31:43) Resulta que todo lo que supuestamente le había dado a Iaakov, en su mente nunca lo había dado.

Labán trata a Iaakov como si fuera su propiedad, su esclavo. No es una persona. A sus ojos, Iaakov no tiene derechos ni existencia independiente. Él le dio a Iaakov sus hijas para que se casara, pero sigue sosteniendo que ellas y todos sus hijos le pertenecen a él, no a Iaakov. Él hizo con Iaakov un acuerdo respecto a los animales que serían su paga, pero sigue insistiendo en que «los rebaños son mis rebaños».

Lo que despierta su enojo, su ira, es que Iaakov mantiene su dignidad e independencia. Al enfrentar una existencia imposible como el esclavo de su suegro, Iaakov siempre encuentra una forma de seguir adelante. Sí, lo engañaron para que no se casara con su amada Rajel, pero él trabajó para poder casarse también con ella. Sí, lo obligaron a trabajar por nada, pero usó su entendimiento superior sobre la reproducción animal para proponer un acuerdo que le permitiera armar su propio rebaño para poder mantener lo que ya era una gran familia. Iaakov se negó a darse por vencido. Rodeado por todos los lados, encontró una forma para seguir adelante. Esa es la grandeza de Iaakov. Sus métodos no son los que hubiera elegido en otras circunstancias. Tiene que burlar a un adversario extremadamente astuto. Pero Iaakov se niega a ser derrotado, aplastado y desmoralizado. En una situación aparentemente imposible, Iaakov mantiene su dignidad, su independencia y su libertad. Iaakov no es esclavo de nadie.

En efecto, Labán fue el primer antisemita. Época tras época, los judíos buscaron refugio de aquellos que, como Esav, quisieron matarlos. Las naciones que les dieron refugio, primero parecieron ser los benefactores. Pero exigieron un precio. Ellos vieron a los judíos como personas que los volverían ricos. A todos lados donde fueron los judíos, llevaron prosperidad a sus anfitriones. Sin embargo, los judíos se negaron a ser meros bienes muebles. Se negaron a ser propiedad de alguien. Tenían su propia identidad y su forma de vida; insistieron en el derecho humano básico de ser libre. Finalmente, la sociedad que los había acogido se volvía contra ellos. Declaraban que los judíos los estaban explotando, tergiversando lo que en realidad estaba sucediendo, que era que ellos explotaban a los judíos. Y cuando los judíos tuvieron éxito, los acusaron de robo: «Los rebaños son míos, todo lo que ves es mío». Olvidaron que los judíos habían contribuido ampliamente a la prosperidad nacional. El hecho de que los judíos salvaran algo de respeto por sí mismos, cierta independencia, que hubieran prosperado, les provocaba no sólo envidia, sino también ira. Allí fue cuando se volvió peligroso ser judío.

Labán fue el primero en manifestar este síndrome, pero no fue el último. Ocurrió con los griegos y los romanos, con el imperio cristiano y el imperio musulmán en la Edad Media, con las naciones europeads en el siglo XIX y comienzos del XX, y después de la Revolución Rusa.

En su fascinante libro «El mundo en llamas», Amy Chua sostiene que el odio étnico siempre será dirigido por parte de la sociedad anfitriona hacia cualquier minoría notoriamente exitosa. Deben estar presentes tres condiciones. (1) El grupo odiado debe ser una minoría, porque de lo contrario la gente temería atacarlo. (2) Deben ser personas exitosas, porque de lo contrario no los envidiarían sino que simplemente los despreciarían. (3) Deben destacarse, porque de lo contrario no les prestarían atención. Los judíos tienden a responder a estos tres criterios. Por eso son odiados.

Y todo comenzó con Iaakov durante su estadía con Labán. Él era una minoría, suprrado numéricamente por la familia de Labán. Era exitoso y se distinguía: esto podía verse en sus rebaños.

Ahora queda claro lo que los Sabios dijeron en la Hagadá. El faraón fue un enemigo de un momento, pero Labán existe, de una u otra forma, en todas las épocas. El síndrome sigue existiendo en la actualidad. Como señala Amy Chua, Israel dentro del contexto del Medio Oriente es una minoría notoriamente exitosa. Es un país pequeño, una minoría, es exitoso y es conspicuo. De alguna manera, un pequeño país con pocos recursos naturales ha superado a sus vecinos. El resultado es la envidia que se convierte en ira y se transforma en odio. ¿Dónde comenzó todo? Con Labán.

Después de explicar esto, comenzamos a ver a Iaakov bajo otra perspectiva. Iaakov representa a las minorías y a las naciones pequeñas. Iaakov es la negación a dejar que loa grandes poderes aplasten a los pocos, los débiles, los refugiados. Iaakov se niega a definirse a sí mismo como esclavo, como la propiedad de otro. Él mantiene su dignidad interna y su libertad. Él contribuye a la prosperidad de otras personas, pero rechaza cada intento de ser explotado. Iaakov es la voz que dice: yo también soy humano. Yo también tengo derechos. Yo también soy libre.

Si Labán es el paradigma eterno del odio hacia las minorías notorias y exitosas, entonces Iaakov es el paradigma eterno de la capacidad humana de sobrevivir al odio de los demás. En esta forma extraña Iaakov se convierte en la voz de la esperanza en la conversación de la humanidad. Él es la prueba viva de que el odio nunca gana la victoria final, sino que siempre gana la libertad. (aishlatino.com)

 

Unir mundos

Por Tali Loewenthal

 

El sueño de la escalera de nuestra parashá ha cautivado la imaginación de la gente durante miles de años. Iaakov, el ancestro del pueblo judío, viajaba muy lejos de casa. Se puso el sol, él se acostó, durmió y soñó con una escalera que unía al cielo con la tierra.

La perspectiva básica del judaísmo entiende que la “tierra”, es decir lo práctico, la vida material y todo lo que implica, y “el cielo”, la espiritualidad y la santidad, tienen una estrecha conexión.

En cada área de actividad, tenemos la oportunidad de expresar esta conexión. Los detalles materiales de la ley judía otorgan la guía para alcanzar este objetivo.

Por ejemplo, el Zohar nos dice que la escalera del sueño de Iaakov simboliza la plegaria. Como la escalera, orar nos ayuda a alcanzar el cielo desde la tierra. Es el medio que tenemos todos los individuos para conectarnos con Di-s.

El servicio de plegarias tiene diferentes secciones. En el servicio matutino está la parte preliminar de las plegarias, luego el Shemá, luego la Amidá. Son distintas etapas, como los peldaños de una escalera. Durante el servicio la persona escala más y más arriba, y está cada vez más cerca de Di-s. El escalón más alto es la plegaria de la Amidá, en la que se está en presencia inmediata de Di-s, como en la sala del trono, y se le habla a Él de manera directa.

Según esta interpretación, los ángeles que suben la escalera en el sueño de Iaakov representan las palabras de las plegarias. Las palabras que salen de nuestros labios y de nuestros corazones se elevan hacia Di-s. Llevan consigo un poco del resplandor de nuestras almas: nuestros sentimientos de amor y dedicación.

Los ángeles que bajan la escalera son los mensajeros de Di-s que llevan la bendición Divina a quien ora, a su familia, a la comunidad, al pueblo judío y a todo el mundo.

Luego de tener el sueño de la escalera, Iaakov afirmó el vínculo entre otra versión de estos dos mundos. Un mundo es el del éxito personal material. El otro es el sagrado. ¿Cómo es posible unirlos?

Iaakov dijo a Di-s: “de lo que sea que me des, te daré un décimo” (Génesis 28:22). Al donar una parte de sus ingresos a caridad, Iaakov se aseguraba de que toda su riqueza estuviera teñida de santidad, porque cada cien piezas de plata que ganaba, usaba diez piezas de plata con fines sagrados. Así es como se unen los dos mundos, el material y el sagrado, como el cielo y la tierra.

A lo largo de los años, los judíos han tratado de seguir el ejemplo de Iaakov y donar un décimo de sus ingresos a caridad. Esta práctica ha sido un factor fundamental en la preservación del ideal judío, tomado del sueño de Iaakov: buscar, en todos los aspectos de la vida, ya sea en las plegarias o en la oficina, la unión entre el cielo y la tierra. (www.es.chabad.org)

 
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