Gustavo de Aristegui Foto twitter o X
En marzo de 1971 se inició el siniestro régimen del terror iniciado por un general de la fuerza aérea Siria Hafez Al-Assad que al calor de la ideología nacionalista-socialista pan-arabista y profundamente anti-imperialista, el baazismo, que duraría 53 años. Siria estuvo bajo el reino del terror de Hafed que reprimió, espió masivamente a su pueblo, con su servicio de inteligencia interior que tenía decenas de miles de agentes y centenares de miles de delatores en Siria y Líbano, y encarceló incluso a quien osase criticar su infausto régimen incluso en la intimidad del salón de su casa.
Sus servicios de represión llegaron a torturar en público y plena luz del día (los he visto con mis propios ojos en la comisaría de la ciudad de Hama en 1987) para mandar un pavoroso aviso a navegantes, “esto es lo que espera al que se cruce en el camino del Rais”, el presidente. Por no olvidar masacres que quedaron impunes sobre su población civil cuyo pavoroso culmen fue la masacre de la ciudad de Hama en la que se sublevaron 2.000 militantes de la hermandad musulmana entre el 2 y el 28 de febrero de 1982. La respuesta del régimen Hafed fue enviar dos divisiones acorazadas y una de fuerzas de intervención rápida a arrasar con la ciudad, sólo consiguieron matar a menos de 400 militantes armados, pero masacraron 40.000 civiles, otros 17.000 fueron declarados desaparecidos (no se volvió a saber de ellos nunca más) y se deportó a 100.000 civiles. Esta es sólo una muestra de los que ha sufrido el pueblo sirio y el libanés a manos de estos monstruos sostenidos por sus aliados rusos e iraníes.
Los asesinatos indiscriminados en Siria y en el Líbano se sincronizaban con la eliminación de sus enemigos, adversarios y críticos, fuesen sirios, libaneses o extranjeros. En el Líbano asesinaron de manera indisimulada a dos presidentes del Líbano Bachir Gemayel en septiembre de 1982, René Moawad en noviembre de 1989 con su consabido coche-bomba con 250kg de explosivos, sin importarle matar en el mismo atentado a policías y militares libaneses y un número indeterminado de agentes y soldados sirios.
También liquidaron a Rashid y Omar Karameh cuando eran primeros ministros, primero a Rachid y luego a su hermano Omar, y el bestial (por el número de víctimas colaterales) asesinato del primer ministro Rafic Hariri el 14 de febrero de 2005, que dio lugar al movimiento homónimo que acabó echando a las tropas sirias, pero que no acabó con su brutal puño de hierro sobre el pequeño estado levantino. No contento con eso, sus “virreyes” en Líbano decidían sobre vida, muerte y hacienda de todo el país, y el Mukhabarat sirio en el Líbano mando liquidar sin el más mínimo disimulo a los embajadores de EEUU Francis Meloy en 1976 a manos de “militantes izquierdistas libaneses” que eran esbirros de siria, Louis Delamarre atribuida a militantes chiíes, pero sabiendo que en Beirut no ocurría nada en esos años que no autorizase Hafed y su Mukhbarat.
El factótum de la represión siria en Líbano en los años 80 y 90 era el carnicero jefe del Mukhabarat que ordenó, entre otros, el asesinato el 16 de abril de 1989 del embajador de España en el Líbano, Pedro Manuel de Arístegui, mi padre. En el mismo atentado murieron su suegro, su cuñada y un miembro de su equipo de seguridad. El modus operandi un bombardeo con 5 morteros de 240 mm, arma que sólo existía en el arsenal sirio. El sanguinario Ghazi Canaan ya había dicho a políticos libaneses amigos del embajador que “este nos lo pagará caro…” en referencia al apoyo de mi padre a la independencia y soberanía del Líbano y sus feroces críticas a la ocupación siria.
El Dr. Bachar Al-Assad (oftalmólogo) sucedió a su padre tras su muerte en julio de 2000 y sumió al país en una terrible guerra civil de 13 años que provocó más de 400.000 muertos y más de 6 millones de exiliados y era, como su padre, fiel aliado-esbirro de Rusia e Irán. Si bien no siempre fue así. Entre abril de 1988 y noviembre de 1990 el movimiento chií AMAL liderado por Nabih BERRI se enfrentó en una terrible guerra fratricida contra Hezbolá luchando por el dominio de la comunidad chií en el Líbano. Los primero apoyados por Siria y su ejército, los segundos por Irán y la Guardia Revolucionaria. Finalmente, Hafed Al Asad se rindió y sometió AMAL a los amos de Hezbolá e Irán y a cambio el líder de la revolución islámica de Irán Imam Alí Jamenei dictó una fatua (edicto religioso) en la que declaraba que la secta herética del chiísmo, los Alawíes a la que pertenecía Hafed el Asad y la mayoría de su aparato represor, sería considerada de ese momento en adelante, una rama legítima del chiísmo y que ya no eran considerados herejes.
Desde entonces el régimen sirio fue un elemento esencial en la estrategia expansionista, agresiva y desestabilizadora de Irán en la región. Este vínculo sanguinario se ha roto cambiando para siempre los equilibrios geopolíticos de la región. A partir de ahora Irán, ya de por sí debilitada, tendrá serias dificultades para suministrar armas y misiles a la joya de su corona terrorista, Hezbolá.
Lo que viene no es en absoluto tranquilizador, Abu Mohamed Al Jolani, el líder de Hayat Tahrir al-Shams es un viejo conocido de los servicios de lucha contra el terrorismo. No es un yihadista que se cayó del caballo llegando a Damasco como San Pablo, y se convirtió milagrosamente en demócrata tolerante de todas las minorías religiosas que no sean islamistas yihadistas. Se trata de un chico de clase acomodada siria, hijo de ingeniero de petróleo que trabajaba en Arabia Saudí, donde nació en Riad en 1982. Se unió a Al Qaeda en 2003 a la tierna edad de 21 años y no ha hecho otra cosa que ser un terrorista yihadista los últimos 23 años. En 2006 estuvo encarcelado por los EEUU 5 años y fue uno de los fundadores de la rama siria de Al Qaeda en Siria, el movimiento Al Nusra, y estuvo en estrecho contacto con el fundador de Daesh, Abu Bakr Al Baghdadi, cuando formaba parte de Al Qaeda antes de romper con ellos y fundar Daesh. En 2014 dijo que en su república islámica jamás tendrían cabida los cruzados (cristianos) o los chiíes o alawíes. En 2017 pareció virar a posiciones más nacionalistas siguiendo su estrategia de “sirianizar la yihad” y “yihadizar la rebelión con Bashar Al Asad”.
Ahora dice ser una versión depurada y madura de sí mismo, y no podemos por menos que temer que tengamos una nueva versión de los Talibán 2.0. Incluso en su entrevista con la CNN en la que lanzó un mensaje cuasi angelical de tolerancia, tenía detrás además de la nueva bandera nacional siria, la blanca con letras negras en árabe de la yihad mundial, de la aspiración al califato global. Ése, el establecimiento del Califato Global, es su objetivo y no el que proclama ante las cámaras de los medios occidentales.
A muchos sorprende la falta de resistencia del régimen sirio ante el avance de HTS, incluso de su división de fuerzas especiales, los más aguerridos y brutales, a quienes doblaron el sueldo la víspera de la implosión del régimen. Hezbolá no quiso (ellos dicen que no pudieron) ayudar más, de los 20.000 hombres que tenían en el norte y más incluso en los momentos más candentes de la guerra civil tenían 2000 milicianos terroristas en las afueras de Homs. Incluso estos 2000 no llegaron a enfrentarse con HST, y recibieron la orden de Beirut de replegarse sus cuarteles en el Líbano. Los rusos después de unos tímidos bombardeos en las afueras de Homs se dedicaron a retirar sus tropas de las bases de Hmeinem (aérea) y Tartus (Naval). Los oficiales sirios que vieron el repliegue ruso y la retirada de Hezbolá lo comunicaron a sus compañeros de armas y comenzó la desbandada en las filas del ejército sirio en la misma noche del sábado 7 al domingo 8, justo antes de la huida del dictador Bachar al Asad.
Dice con razón el analista franco-argelino Mohamed Sifaqui que cada vez que se ha permitido que una organización terrorista tenga el control sobre un territorio el resultado ha sido catastrófico y las consecuencias letales para los países en cuestión, la región circundante e incluso para Occidente. Afganistán y Al Qaqeda, Daesh (Estado Islámico) en las zonas que llegaron a dominar en Siria o Irak, Hamas en Gaza y ahora HTS en el territorio que dominan en Siria. Me temo que no se equivoca. Si queremos quedarnos con la buena noticia de ver disminuida la influencia rusa en Oriente Próximo, mutilada la capacidad de acción y desestabilización de Irán en Oriente Medio en su conjunto, o el debilitamiento de Hezbolá y Hamas, estaremos cometiendo una grave irresponsabilidad. Esta buena nueva viene inexorablemente acompañada de la venenosa realidad de un futuro muy peligroso y escalofriantemente incierto.
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