Foto Vaticano
Hace unos días, tras la lógica indignación de múltiples sectores, el papa Francisco decidió eliminar la kefya que acunaba al niño Jesús en el pesebre que, desde Belén, envió la Autoridad Palestina para la exhibición anual del Vaticano, cercana a la Navidad, inaugurada por el propio Bergoglio. En la actualidad, la kefya se asocia al activismo bélico palestino y el papa debió comprender ese público significado.
Cabe aclarar que Belén, la ciudad en donde nació Jesús, fue administrada por Israel tras la Guerra de los Seis Días, cuya población era mayoritariamente cristiana, sumando un 80%. Luego, en 1995, en el marco de los Acuerdos de Oslo, pasó a la administración de la Autoridad Palestina; a partir de ese entonces el número de cristianos ha ido disminuyendo y hoy se calcula que constituyen menos del 10% de la población de la ciudad natal; muchos palestinos cristianos han emigrado debido a la falta de libertad religiosa, a la discriminación y a las amenazas de violencia, lo cual no ocurre con los cristianos en Israel que son plenamente respetados y cuya cifra demográfica se ha incrementado.
La Misión Palestina ante la ONU posteó en X que “el Comité Presidencial Superior para Asuntos Eclesiásticos en Palestina, en nombre del Estado de Palestina, donó al Vaticano el pesebre hecho en Belén y en presencia del Papa que rezó por la paz”. Resulta obvio que la Autoridad Palestina pretendió reivindicar el engaño que, a través de los medios de comunicación, las redes sociales y a decir de políticos inescrupulosos, se intenta imponer desde hace unas décadas y que se repite en esta época del año: la falacia de un Jesús palestino. Este fraude encierra varias ficciones que tropiezan con los hechos reales: Hace 2024 años no existía ninguna entidad nacional llamada palestina y mucho menos gentilicio palestino (surgido en la segunda mitad del siglo XX); Jesús nació en Belén, ciudad ubicada en la antigua Judea, provincia rebelde al poder del Imperio Romano; en el siglo II de la era cristiana, en castigo, el emperador Adriano le cambió el nombre por Palestina. Recalcamos que Jesús nació en el seno de una familia judía que, como todos los judíos, lo circuncidó a los ocho días de su nacimiento, que se conmemora el 1° de enero.
Jesús vivió y murió como judío, por lo tanto, es incomprensible que el papa Francisco haya aceptado esa falsificación de la historia. Precisamente, también en estos días, se estrenó una película sobre la vida del pastor luterano Dietrich Bonhoeffer, quien se enfrentó activa y valientemente a los nazis mientras Hitler establecía su Tercer Reich, lo que le costó la vida, condenado a morir en la horca. Bonhoeffer estaba angustiado al observar que la iglesia era infiltrada desde adentro, indiferente a un eufórico racismo, exaltado por la propaganda nazi, llena de odio antisemita que sirvió para atacar a los judíos y confinarlos en campos de concentración. El nazismo reescribió las creencias religiosas con una nueva Biblia, en la cual se describía a un Jesús ario. Al finalizar la película, se lee un texto con el que la Iglesia luterana reconoce ampliamente su trágico error al no haber actuado correctamente contra el mal pese a las advertencias de los que se opusieron a la brutalidad nazi; se trata de una confesión acerca de su conocimiento sobre los crímenes y haber cerrado los ojos ante el sufrimiento humano, y un pedido de perdón por haber permitido tales sacrilegios.
Así mismo, el papa Francisco tiene la ineludible obligación de actuar con contundencia y de forma inequívoca; no obstante, ya son varios los “incidentes accidentales” con los que ha favorecido la propagación de las falacias de la Autoridad Palestina en detrimento no solo del pueblo judío, sino y, principalmente, de la feligresía católica, al faltar a la verdad, ante un mundo que, cada vez más, acepta el fingimiento, la hipocresía y la desinformación.
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