El 27 de enero de 1945, el entonces comandante de un batallón del Ejército Soviético, Anatoly Shapiro, de 32 años, fue la primera persona que entró en Auschwitz. Los soviéticos que entraron al mayor campo de exterminio nazi no liberaron a nadie, pero sí se encontraron con casi 7 mil esqueletos vivientes arrastrándose por el gigantesco predio. Shapiro dijo entonces: “…había tal hedor que era imposible estar ahí por más de cinco minutos. Mis soldados no lo podían soportar y me rogaban para que los dejara ir…” Antes de fallecer en 2005, Shapiro dio una nota al New York Daily News, y contó:” … no teníamos la menor idea de la existencia de ese campo. Mi comandante no nos había dicho nada. Entramos en la mañana del 27 de enero de 1945. Vimos algunas personas vestidas con harapos. No parecían seres humanos, lucían terrible, eran puro hueso… Cuando les dijimos quienes éramos, no reaccionaron, no podían ni mover la cabeza o decir una palabra… En otro barracón vimos mujeres que yacían sin vida sobre el suelo, desnudas, porque la ropa se la habían robado las personas que sobrevivieron. Había mucha sangre y excrementos humanos alrededor… mis hombres ante tanto horror pedían salir del lugar”.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, como bien sabemos, decidió que el 27 de enero se constituya en el Día Internacional de Recordación del Holocausto, y se ha tomado como parámetro para establecer la fecha el hecho de que uno de los ejércitos aliados contra los nazis llegó a Auschwitz. En un mes se cumplirán 80 años desde el momento que Anatoly Shapiro vio con sus ojos una mínima parte de lo que allí se había perpetrado. Aún cuando desde 2005 las ceremonias del 27 de enero en Auschwitz tienen una fuerte presencia de jefes de estado y de gobierno, esta vez, al conmemorarse ocho décadas, se esperaba mayor presencia. ¿Por qué utilizamos “se esperaba”? Veamos.
El viernes pasado el Subsecretario de Relaciones Exteriores de Polonia, Wladyslaw Bartoszewski, dijo que, si el primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu viaja a Polonia, será arrestado de acuerdo con el compromiso del país con la Corte Penal Internacional (CPI). Polonia como firmante del Estatuto de Roma tendría que actuar así por la decisión de la CPI de aceptar el pedido del Fiscal Khan contra Netanyahu, pero a Polonia no le importa que Alemania, Francia y Hungría, también firmantes del Estatuto de Roma hayan señalado que el fallo malicioso de la CPI no los obliga, menos le importa que Khan esté lejos de la razón, ni que el fallo sea político y no jurídico porque nada de la acusación se puede probar, salvo su falacia. ¿Dónde detendría Polonia al primer ministro del estado judío? ¿Debajo del cartel “el trabajo libera” en el portón de Auschwitz ocho décadas después que el soldado Shapiro lo abriera para testificar la barbarie nazi? Por supuesto que el primer ministro de Israel no estará en Polonia el 27 de enero. Tampoco el presidente de Israel. Sí estará Yoav Kisch, ministro de educación, porque si alguien tiene que entrar por el infame portón 80 años después no es un burócrata polaco sino un representante del pueblo judío.
Los 27 estados miembros de la Unión Europea han firmado el Estatuto de Roma y están legalmente obligados a cumplir con las órdenes de arresto. El disenso en este caso es porque la CPI ha fallado, y no lo decimos por un fallo jurídico sino por lo que significa fallar con perniciosidad. Eso no quita que el gobierno español de izquierda o el muy antisemita irlandés hayan dicho lo mismo que Polonia. Es difícil prever hoy si el presidente Trump (que asumirá una semana antes) o el presidente Macron o la presidenta Meloni estarán presentes. Entre el gobierno de Polonia, la CPI y la reiteración de narrativas antisemitas desde varios gobiernos, Auschwitz y lo que ello significa ha sido brutalmente profanado.
Que se haga un evento el 27 de enero de 2025, no ocultará oscuras realidades. Karim Khan elude hace años dictaminar sobre Maduro a pesar de que está inundado de pruebas irrefutables. Su cuñada Venkateswari Alagendra forma parte del equipo de la defensa de Nicolás Maduro ante el CPI. Eso ya, como mínimo es conflicto de intereses. Y Maduro sigue matando. Putin se le ha reído en la cara con la orden de arresto pedida por Khan, y ha ido donde ha querido y hace dos días ha celebrado Navidad lanzando decenas de misiles a varias ciudades de Ucrania, asesinando civiles como lo hace desde hace casi tres años. Pero Khan y la CPI deben estar satisfechos que su accionar pretenda robarle al pueblo judío su derecho irrefutable a la memoria no sólo de Auschwitz sino de la Shoá. Una profanación criminal.
Ni la CPI ni el gobierno polaco o español o irlandés están solos. Tienen cómplices quizás no esperados por ellos en nuestra América Latina. Cómplices que también creen que no alcanzó con Auschwitz, hay que banalizar su existencia. “Yo estuve en Auschwitz y ahora lo veo calcado en Gaza”, escribió este año en su cuenta de X el presidente de Colombia Gustavo Petro. “La franja de Gaza la ha convertido el Gobierno de Israel en un gran Auschwitz, en un gran campo de concentración”, dijo este año en uno de sus interminables discursos Nicolás Maduro, el protegido del Fiscal y jueces de la CPI. “Lo que está sucediendo en la Franja de Gaza y con el pueblo palestino no existe en ningún otro momento histórico. Bueno, de hecho, existió: cuando Hitler decidió matar a los judíos”. Esto lo dijo el presidente Lula en febrero de este año.
¿Qué pensaría Anatoly Shapiro si escuchara que tres presidentes comparan una guerra defensiva de Israel luego de un ataque genocida, con lo que él vio cuando entró en Auschwitz? No sabemos qué pensaría, pero habría altas probabilidades que les preguntara dónde están las cámaras de gas, los hornos crematorios, los barracones de experimentos médicos, los recipientes de oro de los dientes arrancados a los cadáveres, las toneladas de zapatos que dejaron niños, mujeres, hombres antes de convertirse en cenizas.
A los antisemitas no les importa qué se piensa de ellos. Militan su odio y se enorgullecen. Hace una semana Putin dio una suerte de conferencia de prensa, un largo monólogo que hace habitualmente a fines de cada año. Una de las preguntas que le hicieron (pregunta es una forma de decir) fue sobre medidas punitivas que varios países europeos han tomado contra la Iglesia Ortodoxa rusa por haber apoyado la invasión a Ucrania y por ende al gobierno ruso. El Consejo Europeo ha determinado que la Iglesia Ortodoxa rusa es una herramienta de propaganda de Putin y varios países han expulsado a sacerdotes de dicha iglesia. Y Putin, sin pestañear, contestó la pregunta:” Aquellos que atacan a nuestra iglesia no son ateos, son gente sin fe, sin Dios, étnicamente muchos de ellos son judíos, son gente sin familia, sin memoria, sin raíces.” El presidente de la conferencia europea de Rabinos Pinchas Goldschmidt dijo que este es un ejemplo más del virulento antisemitismo ruso que se ha incrementado desde la invasión a Ucrania y más aún desde el pogromo de Hamas contra Israel. “Las expresiones de Putin recuerdan la barbarie estalinista cuando el dictador ruso llamó a luchar contra el cosmopolitanismo y mandó asesinar decenas y decenas de judíos, siempre acusándolos de algún complot”. El Rabino Goldschmidt tuvo que salir de Rusia en 2022 por estar en contra del ataque ruso a Ucrania, y ahora ha pedido a Europa que condene a Putin por su antisemitismo. Obvio que eso no va a pasar porque Rusia es impune en la ONU y donde se le plazca. Putin es de los que cree en su soberbia y su sentimiento imperial zarista que, porque un batallón ruso llegó a Auschwitz el 27 de enero de 1945, los soviéticos liberaron el campo de exterminio. Auschwitz ya había sido abandonado por los nazis que estaban acarreando víctimas judías en la marcha de la muerte por caminos helados y los rusos vieron lo que contó Shapiro. Y vieron algo más.
En La tregua, el segundo de los libros de su Trilogía de Auschwitz, Primo Levi narra: “La primera patrulla rusa avistó el campo hacia el mediodía del 27 de enero de 1945. Charles y yo fuimos los primeros en divisarla. Estábamos llevando a la fosa común el cadáver de Sómogyi. Volcamos la camilla sobre la nieve sucia, porque la fosa estaba llena ya y no había otra sepultura. […] Eran cuatro soldados jóvenes a caballo, que avanzaban cautelosamente, metralleta en mano, a lo largo de la carretera que limitaba el campo. Cuando llegaron a las alambradas se pararon a mirar, lanzando miradas llenas de extraño embarazo a los cadáveres descompuestos, a los barracones destruidos y a los pocos vivos que allí estábamos”.
La realidad de lo que sucedió no la cambian presidentes sin moral ni valores, o una copia brutal de los zares o de Stalin, y menos, mucho menos, un gobierno polaco. La realidad está en nuestra memoria, y eso nadie nos lo puede quitar
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