Credito de la imagen. Jonathan Majburd
Estos días circulan por las redes sociales y por nuestros teléfonos celulares, numerosos mensajes con buenos deseos, que este año tienen a nuestro criterio una dimensión singular que ya la primera vela de la fiesta judía de Janucá coincidió con la Navidad cristiana. Quienes tenemos el privilegio de contar con amigos y afectos de ambos credos, podemos extraer lo mejor de cada uno y simplemente abrazar las palabras de esperanza de cara a un año mejor.
Pero claro que escribiendo estas líneas desde Israel y poniendo énfasis en la percepción de Janucá como “la fiesta del milagro”-por los ocho días que duró la lata de aceite en el Templo sagrado que de hecho tendría que haber alcanzado solamente para uno- la esperanza se origina en gran medida en el dolor. El principal anhelo es que vuelvan los 100 secuestrados que siguen en manos de Hamas, así como todos los combatientes que siguen luchando por cuidar al país y el pueblo.
Escribimos estas palabras y nos asusta ver que esperamos un milagro para que ello suceda. Pero son tantas las complicaciones, tantas las dudas y tantas las desilusiones en el camino, que realmente es difícil esperar otra cosa.
Nada estará completo, por más resiliente y fuerte que sea la sociedad israelí, sin que los secuestrados vuelvan. Todos. A esta altura, ya casi 450 días después de su secuestro, no se puede distinguir entre “casos humanitarios” que supuestamente volverían primero, y los demás. Todos son ahora “casos humanitarios”, enfermos, dolientes, heridos en cuerpo y alma, también los soldados y los jóvenes, fuertes sin duda el 7 de octubre del 2023, no ahora, casi enero 2025.
Solemos decir que con la luz combatimos la oscuridad y que basta una pequeña luz para terminar con ella. Pues Israel tiene un enorme debe con la ciudadanía, especialmente con las víctimas del 7 de octubre a todo nivel, pero no solamente, sino con el pueblo en general. Es inconcebible que tanto tiempo después de la masacre, de aquel sábado negro que marcó un antes y un después en la historia de Israel, no se haya creado aún una comisión oficial de investigación para dilucidar todos los duros interrogantes, para aclarar las interminables preguntas acerca de cómo pudo pasar un horror de esa envergadura.
El Primer Ministro Netanyahu no ha dicho aún ni una vez que es responsable en su calidad de número uno del sistema-no sólo en ese momento sino en los últimos casi 15 años- y su ministro de Defensa Israel Katz ha dado un plazo al Comandante en Jefe de las Fuerzas de Defensa de Israel para terminar las investigaciones internas. Está claro que se refiere a que después de presentadas, tendrá que dimitir, algo que de todos modos él aclaró hace tiempo haría, como no podía ser de otra manera.
Pero exigir eso al Teniente General Herzi Halevi sin que el gobierno anuncie la formación de una comisión oficial de investigación, no puede menor que tener un objetivo: canalizar todas las culpas y responsabilidades al ejército y los servicios de seguridad, y dejar afuera al liderazgo político, al propio Netanyahu. Es absolutamente inaceptable. La última palabra, en todo, siempre la tuvo el Primer Ministro, como jefe de gobierno en un sistema democrático. Nada de lo que se hizo o dejó de hacer frente a Hamas puede absolverlo. Claro que las fuerzas de seguridad tienen su responsabilidad por la que tendrán que responder. Pero Netanyahu no tiene derecho a tratar de salvarse de dar sus respuestas y hacerse responsable.
Claro que además, seguimos lidiando con amenazas terroristas, a pesar de los enormes éxitos en el campo de batalla. Los misiles balísticos lanzados desde Yemen siguen despertando a la ciudadanía israelí casi todas las noches, y el reciente fuerte ataque lanzado por Israel contra varios de sus blancos claves, no han ayudado. Nadie pensaba que serían como una varita mágica.
En medio de toda esta angustia, también hay luces. El único país de la región en el que las luces de Janucá y de Navidad pueden brillar juntas, en el que las minorías pueden vivir con libertad y sin miedo, es Israel.
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