“But if thought corrupts language, language can also corrupt thought.”
George Orwell
La devaluación del oficio de informar, y, con él, de la propia información, ha sido en grandísima medida resultado de las propias prácticas periodísticas que terminaron siendo, o un presagio, o un paradigma de lo que habrían de criticar posteriormente como algo fundamentalmente ajeno: las fake news y los advenedizos que facilitaban las redes sociales.
Acaso, la cobertura de Israel, país visto a través del prisma del conflicto, sea un ejemplo ilustrativo de cómo esa praxis se alejó incluso del intento de una apariencia de profesionalidad. Y de la aspiración de dar a conocer un tema de actualidad, se pasó en gran medida a participar del mismo por medio de la creación de un sistema o marco de referencia a partir del cual la audiencia debía establecer la relación con (o ante) ese estado. Una relación que, por lo demás, se corresponde exactamente con la históricamente mantenida respecto de los judíos.
Para llevar a cabo esta toma de partido fue crucial la sistemática utilización de dos prácticas. Por un lado, la censura de ciertos hechos, datos, información, como ampliamente se da cuenta en CAMERA Español; y, por el otro, la apropiación y manipulación, distorsión, reformulación y hasta falsificación de conceptos claros para poder aplicarlos a una realidad incompatible. Para aplicar esta última estrategia de manipulación semántica, evidentemente hubo de prescindirse de la definición exacta de tales conceptos, para adoptar en su lugar una simbólica, con el fin de usufructuar su valor emocional; de manera que, más que elaborar relaciones de significación, se establecieron así relaciones de emocionalidad; o, si se quiere, de consentimiento o adhesión emocional.
Dicho de otra manera, el objetivo es establecer y legitimar la famosa “narrativa” (antiisraelí, antes que pro palestina) a modo de coágulo dogmático y de reformulación del perenne prejuicio contra “el judío” – apenas retocado su embalaje y sus eslóganes – con la finalidad de ejercer la potestad ideológica y moral sobre el público al que se dirige; es decir, de que esta acepte el paquete ideológico que se trafica con esta maniobra.
Una tarea que se funda en la acción de las palabras. Porque, siguiendo a Shalem Coulibaly (Equations in Contemporary Anti-Zionism: A Conceptual Analysis) el lenguaje no sólo crea el mundo, sino que es una visión del mundo que los hablantes reconstruyen constantemente. En este sentido, indicaba que “el antisemitismo contemporáneo es un lenguaje que se transmite de un lugar a otro… Este lenguaje se perfecciona a sí mismo, pero nunca cambia su naturaleza. … lo que incorrectamente se denomina nuevo antisemitismo no es más que un cambio de signos y significantes. A través de su discurso y basándose en su propia historicidad, los nuevos antisemitas están expresando y actualizando los signos antisemitas heredados. Está claro que el significado “judío” sigue siendo idéntico, sean cuales sean los nuevos significantes de exclusión y odio. … Los significantes antisemitas que se transfieren a otro lugar adquieren un color local. Los temas de este lenguaje pueden cambiarse o recrearse indefinidamente sin que cambie el significado de “judío” ni sus estereotipos estigmatizadores”.
El grueso del trabajo ya estaba hecho. Largamente establecido. Siglos tras siglos de antisemitismo dejaron un grueso sedimento cultural de sobreentendidos, de ‘principios’ y de de ‘inferencias educadas’.
Decía precisamente Pascal Boyer en su libro Religion Explained, que la transmisión cultural es muy fácil porque la mente proporciona mucha información para completar los elementos fragmentarios aportados por otras personas. “No es demasiado sorprendente que varias personas tengan representaciones similares sobre [Israel o los judíos, en este caso]. Las representaciones son similares porque el esquema o molde [“judío” – actualmente “Israel” o “sionista”] en la mente de todos es muy parecida. La transmisión cultural es barata; no requiere mucho esfuerzo en la comunicación, siempre que las plantillas de nuestra mente proporcionen orden de forma gratuita”.
Así, Maya Khemlani David (Language, Power and Manipulation: The Use of Rhetoric in Maintaining Political Influence) advertía justamente que jugar con las presuposiciones del público y con la activación de los esquemas mentales pertinentes, seleccionando o eludiendo determinados elementos léxicos o estrategias retóricas para aumentar la credibilidad de sus afirmaciones, permite a menudo que las afirmaciones se consideren evidentes por sí mismas; lo que posibilita crear y difundir una ideología determinada.
Y Fabrizio Macagno (Manipulating Emotions. Value-Based Reasoning and Emotive Language) añadía, a su vez que, si bien un orador – o un informador – puede desencadenar emociones y modificar la percepción y la evaluación que los interlocutores tienen de un estado de cosas, “estas descripciones necesitan recurrir a las creencias previas de la audiencia para provocar efectos emocionales. La dimensión potencialmente engañosa de las emociones reside en esta doble relación con el conocimiento común. Lo que es probable puede ser cierto o simplemente parecido a la verdad. Por esta razón, una emoción basada en ello puede conducir a una percepción de la verdad, o a una percepción de un estado de cosas que sólo parece ser cierto o comúnmente compartido”.
De tal guisa, los eslóganes doctrinales o, si se quiere, las ‘palabras-ancla’ que se utilizan para definir, para amarrar la idea de Israel al archivo cultural, pretenden que, o bien el público acepte sin más el marco que se establece a través de dichos términos, o que, a la hora de ajustar dichas categorías o “valores”, lo hagan de la manera más aproximada posible a tal encuadre o anclaje – que, a su vez, se corresponde acabadamente con el preexistente limo antisemita (que de eso se trata, y no de otra cosa).
De forma que, cuanto menos, se busca que la idea peregrina de “genocidio” evoque cuanto menos la imagen de una brutalidad que se sale de la norma; o que el ridículo cargo de “apartheid” insinúe algo muy similar a un “racismo sistemático, institucionalizado”: activar unas ideas particulares en las inmediaciones de la imagen impuesta – para que se otorgue, como mínimo, algo de verosimilitud a lo afirmado -; que exista penas un matiz entre el “ancla” u orden y la propia consideración del destinatario (que también pone de su parte).
Después de todo, el periodista víctima del nazismo Serge Chapotkin, citado por Alice Goldfarb Marquis (Words as Weapons: Propaganda in Britain and Germany during the First World War), sostenía que “las palabras son los padres todopoderosos del hecho, y en sí mismas, por su enérgica formulación y su tono condenatorio, despiertan sentimientos de temor y ansiedad”; y, cabría añadir, de aversión, indignación y, finalmente, de exclusión y persecución. Marquis, por su parte, añadía que la verdad o la falsedad no venían al caso: las palabras eran simplemente un arma más…
Una tendencia que no se agota, como sostenía Macagno, la disponer de tales términos para lograr efectos específicos – conmover al oyente o lector y cambiar su actitud hacia la acción o, también, el sujeto -, que trata o utiliza al significado “en términos de reacción (cognitiva o emotiva), lo que vacía el significado emotivo de toda dimensión cognitiva”.
Poco ha cambiado desde las palabras de Chapotkin hasta hoy. Apenas la forma de llegar a más gente de manera más rápida y reiterada. De atar la percepción, la opinión de una audiencia mayor a una categorización determinada.
Poco más. Hoy como ayer se utilizan términos y analogías de manera ya no errónea, sino interesada, para obtener alguna ventaja; la que sea. Ya decía Isahia Berlin en su obra The Croocked Timber of Humanity, que “pocas cosas han desempeñado un papel más funesto en la historia del pensamiento y de la acción humana que las grandes analogías imaginativas de una esfera, en la que un principio particular es aplicable y válido, a otras provincias, … donde sus consecuencias pueden ser falaces en teoría y ruinosas en la práctica”.
Pero, qué importa nada de esto cuando lo que se busca, siguiendo con Berlin, no es tanto convencer como convertir, transformar la visión de aquellos a quienes se dirige el mensaje de forma que vean los hechos “bajo una nueva luz”. La luz de los iluminados…
Un dicho chino, mencionado por Edward Wilson (Consilience), dice algo así como que el primer paso hacia la sabiduría es entender las cosas por su nombre, es decir, definirlas cabalmente. Por el contrario, parece de consuno que el primer paso hacia la obediencia y la ignorancia es justamente lo opuesto: la difuminación de los significados, del entendimiento. La propaganda lo sabe bien. Muy bien.
Las palabras fungen como armas, sí: crean “realidad” a medida; “culpables” convenientes.
Y, entre tantos vocablos, nada mejor que aquellos que ya contienen una carga emocional – o que son factibles de ser fácilmente convertidos en vehículos de tales sensibilidades – para fijar el marco de referencia a partir del cual la audiencia debe establecer la relación con un grupo determinado – religioso, étnico o nacional. Porque, como explicaba Daniel Kahneman (Pensar rápido, pensar despacio), “las palabras emocionalmente cargadas atraen enseguida nuestra atención, y las palabras atemorizadoras (guerra, crimen) la atraen con más rapidez que las palabras amables (paz, amor)”.
Asimismo, apuntaba que el psicólogo Paul Rozin señalaba que lo negativo anula lo positivo de muchas maneras:
“El impacto de las emociones malas, …es mayor que el de las buenas, y la información de cosas malas es procesada más a fondo que la de cosas buenas. … Las impresiones y los estereotipos malos se forman con más rapidez y son más resistentes a las refutaciones que los buenos”.
Ahí, retratados, tantos medios de comunicación (de prejuicios).
Y así, y siguiendo a Maya Khemlani David, los taumaturgos del verbo, los falsos profetas de profecías autocumplidas, “mediante una manipulación indirecta del lenguaje, … han sido tradicionalmente capaces de influir en las ideas preconcebidas, las opiniones, las ambiciones y los temores del público, hasta el punto de hacer que la gente acepte afirmaciones falsas como postulados verdaderos, o incluso que apoye políticas contrarias a sus intereses”.
En el camino no es que se pierda únicamente el discernimiento, se pierde sobre todo la dignidad.
«Dadme al hombre y encontraré el crimen»
(Dicho popular en la Unión Soviética)
El uso manipulador del lenguaje, apuntaba Lorena Forni (The language of power and the power of language. Analysis of propaganda’s narrative in Fahrenheit 451) condiciona la vida de las personas, hasta el punto de transformar la conciencia de toda una sociedad, “porque los significados de las palabras, incluso y especialmente de las palabras más comunes, se transforman radicalmente y, junto con ellos, también cambian las calificaciones normativas de las acciones y las manifestaciones”.
Condicionar. Para dirigir eso que se denomina “opinión pública”, y que responde más bien a una ilusión de consenso que conduce u obliga a una espiral de silencio como la que señalara Noelle-Neumann. Y es que la ‘unanimidad’ que se produce de esta manera adulterada, falaz, no puede sino ser igualmente espuria.
Es “consenso” es, antes bien, la manifestación de un prejuicio trajinando para imponer sus marcos de interpretación y de autocensura de su ideología, para permitir los beneficios e impunidades que siempre portan consigo.
En este sentido, Cristian Tileaga sostenía en Prejudice as Collective Definition: Ideology, Discourse and Moral Exclusion que “la ideología del prejuicio extremo se sustenta en la organización compleja y fragmentada del sentido común, lo que Billig ha denominado el ‘caleidoscopio del sentido común’: un patrón arremolinado en el que las premisas y las inferencias cambian de lugar con regularidad, en el que se producen cambios fluidos entre los argumentos de principio y los de la práctica, y en el que se recurre a los valores liberales, humanistas e igualitarios para conseguir efectos potencialmente racistas o para justificar y legitimar la desigualdad”.
Los antisemitas, como explicaba Arye Hillman (Economic and Behavioral Foundations of Prejudice) han utilizado “grandes mentiras” a lo largo de la historia para acusar a los judíos de crímenes colectivos, como el deicidio o el asesinato de niños no judíos con fines ceremoniales (los libelos de sangre). Como continuación de las acusaciones del pasado, las “grandes mentiras” contemporáneas del antisemitismo acusan a los judíos colectivamente de cometer crímenes a través del Estado judío. Y las “grandes mentiras” se han adaptado a los tiempos modernos: el refugio de la infamia, su justificación, fueron, una vez más, los “valores morales”, esta vez, en su versión “humanista”, “multicultural”
De manera que como ya hicieran con el término preciso “apartheid”, entes internacionales y organizaciones como Amnistía Internacional o Human Rights Watch – con la inestimable y entregada asistencia de numerosos medios de comunicación -, utilizándolo (banalizándolo) como fraudulenta “definición” de Israel y su relación con los palestinos; estos volvieron a la carga, igualmente sincronizados, asimismo embaucadores e hipócritas, con el concepto también claro de “genocidio”.
Tan concreta es la definición de genocidio, que Amnistía Internacional llegó al colmo del descaro, a la manifestación patente de su deshonestidad y de sus objetivos ideológicos, que, enterrada en la parte interna de la pila de párrafos mentidos, exigían fundamentalmente que se redefiniera el término, es decir, los supuestos del delito de genocidio, para así poder catalogar a la guerra lanzada por Hamás (y Hizbulá), de “genocidio israelí” – en otras palabras, crear una figura criminal ad hoc para culpar y sentenciar retroactiva y exclusivamente a Israel.
Una demanda, esta, prácticamente ineludible para quienes fundan sus documentos en falsificaciones y distorsiones; para quienes producen “informes” como meros artilugios propagandísticos, como munición ideológica. Y es que ya no alcanza con mentir la palabra en el texto, hay que encajar al estado judío en el odio para que este parezca justicia.
Un vestuario moderno para los estereotipos conocidos: elementos que fungen de licencia – o incluso enaltecimiento – “moral” para el antisemitismo de siempre. Porque al emplear estos términos, potentes indicadores de valores – y también prejuicios – culturales, no sólo se pretende acusar y juzgar, sino que también se busca la reivindicación de su pertenencia a la comunidad moral. El antisemitismo, se procura, es una actitud moral encomiable.
De una vez, entonces, una palabra “define” o deviene en una brutal grieta que separa a quienes aceptan y difunden el veredicto, de quienes dudan o se oponen al mismo, y, claro está, de aquel señalado para el oprobio. Los términos, así, resultan rebajados a la función que han cumplido las diversas expresiones empleadas por nazis, fascistas, comunistas y cristianos para gestionar la segregación de los judíos.
Vaciados, viciados, banalizados los vocablos, todo es factible de convertirse en última instancia en nada en las manos de los propagandistas y mediadores del odio. Ellos mismos, un producto descartable – ¿Cuánto tiempo pueden servir a los islamistas sus estultos promotores y blanqueadores occidentales?
El mecanismo: palabra y emoción para cancelar la razón
“… el nazismo impregnó la carne y la sangre del pueblo a través de palabras sencillas, expresiones idiomáticas y estructuras de frases que se les impusieron en un millón de repeticiones y que fueron asumidas mecánica e inconscientemente”. Victor Klemperer
Emoción
Las emociones, proponía Macagno, nos proporcionan una imagen de la realidad que parece más probable que la que apoyan los datos y el razonamiento. Además, afirmaba que estas presuponen y proporcionan “una apariencia de realidad, una apreciación, que no es el resultado de una evaluación minuciosa, sino el resultado de una percepción inmediata y simplificada: una interacción entre las preocupaciones del individuo y el objeto”.
Las emociones, continuaba, implican juicios de valor que pueden ser un elemento fundamental para desencadenar conclusiones, generalizaciones y creencias, fundadas en una única experiencia o dato. Y cualquier prueba o razonamiento será suficiente por muy defectuoso que sea para sostener esta creencia, a la vez que ninguna prueba de la otra parte será suficiente por muy bien razonada o apoyada en los hechos que esté.
Finalmente, Macagno explicaba que:
“Las emociones proporcionan al individuo información fácilmente accesible, es decir, contenidos que le vienen inmediatamente a la mente. Estos contenidos accesibles, constituidos por prototipos o estereotipos (es decir, generalizaciones accesibles por su valencia emocional), afectan a las emociones y ahorran al individuo el esfuerzo de procesar la información…”
“Como las emociones se basan en juicios de valor, y la mayoría de los valores se ordenan en jerarquías que dependen en parte de la cultura y de la disposición individual, las emociones también están influidas por la cultura. … [U]na cultura encarna las experiencias de una comunidad y, de este modo, proporciona los criterios para un juicio evaluativo. Desde esta perspectiva, una emoción depende en parte de la cultura, ya que es ‘un sistema de conceptos, creencias, actitudes y deseos, prácticamente todos ellos vinculados al contexto, desarrollados históricamente y específicos de una cultura’”.
Como el antisemitismo, sin ir más lejos…
Palabra
En su trabajo Manipulation in Political Discourse of Mass Media, Kuralay Kenzhekanova, Magulsim Zhanabekova y Tolkyn Konyrbekova explicaban que las palabras con connotación ideológica tienen un rasgo manipulador; y que “el componente ideológico del significado puede caracterizarse por reflejar ciertas representaciones políticas, ideológicas, sociales, económicas que son la base para la identificación de diversos puntos de vista, a veces contradictorios. Estas palabras se denominan ‘fórmulas sagradas’”. Quizás porque, como apuntaban, “la categoría de la emotividad está estrechamente relacionada con la valoración”.
Estas palabras, observaba Macagno, no se limitan a describir un fragmento posible de la realidad, sino que “tienen un efecto ‘magnético’, una fuerza imperativa, una tendencia a influir en las decisiones del interlocutor. Están estrictamente ligadas a valores morales que conducen a juicios de valor y pueden desencadenar emociones específicas. Por esta razón, tienen una dimensión emotiva, … presuponen y desencadenan un juicio de valor que puede conducir a una emoción”. Además, “pueden utilizarse para cambiar la evaluación de un estado de cosas y modificar las actitudes y elecciones del interlocutor. Proporcionan al oyente una evaluación sugerida de antemano sobre una entidad o un acontecimiento”.
Así, palabras como “democracia”, “ley” o “legalidad”; obviamente “genocidio”, “colonialismo”, etc., pueden convertirse fácilmente en elementos utilizados para la manipulación, o, si se quiere, en el opuesto de los eufemismos (que se le aplican, por ejemplo, a Hamás o la dictadura de la república islámica): los disfemismos; cuya finalidad es, según estos autores, “crear una percepción del objeto como sospechoso e indeseable, calificarlo de forma que provoque hostilidad, repugnancia u odio”.
Macagno sostenía que:
“En la construcción de las creencias que son presupuestos de una emoción, las palabras desempeñan un doble papel. Por un lado, pueden utilizarse para sugerir o conducir a juicios de valor que, a su vez, constituyen el fundamento de las reacciones emotivas. Por otro lado, las emociones tienen un efecto epistémico, alterando nuestra percepción de los acontecimientos descritos. Las palabras y las descripciones tienen un efecto que va más allá del mero resultado de informarnos de un acontecimiento. Representan una escena que podemos imaginar, comparar con nuestros recuerdos y evaluar… Por eso, las palabras pueden llevarnos a experimentar una emoción concreta, algo que podemos percibir como una ‘realidad aparente’ que percibimos visceralmente y de la que no dudamos. Desde esta perspectiva, las palabras emotivas pueden crear las bases para inculcar creencias y generar emociones que son ‘irracionales’ porque tales creencias no proceden de información objetivamente verificable. Al proporcionar a la audiencia una representación emocional de una persona, un grupo o un asunto, es posible despertar una emoción, dando así al interlocutor algo más poderoso que la pura información o la verdad: la sensación o la apariencia de verdad”.
De forma que, cuando de Israel, y del conflicto, se trata, las acciones de guerra son transformadas en algo singular, único: siempre son un “crimen”; y como tal, y con los elementos que hay a disposición para definir los más horrendos crímenes, es catalogado. El acontecimiento no es de lo que se habla, sino de un prejuicio harto conocido que, por esta vía, se revalida, se legitima.
En el proceso, se reduce indeludiblemente la información para acrecentar precisamente la potencia de los términos banalizados y falseados; todo para que la creencia que trafican activistas, medios, organizaciones y gobiernos suplante a los hechos, al razonamiento y al auto respeto de la propia audiencia, como una seña de identidad, de pertenencia.
Método: Medios de comunicación, ONG, varios gobiernos y ONU al descubierto
El propio Macagno proponía tres estrategias para disparar los juicios de valor. Entre ellas, mencionaba una que no implica una atribución directa de hábitos negativos, sino que sugiere un patrón de razonamiento que conduce a elaborar una clasificación.
Esta estrategia “consiste en el uso de expresiones metafóricas o comparaciones con entidades prototípicamente vinculadas a un juicio de valor específico [por ejemplo, el genocidio, limpieza étnica]. […] En este caso, el razonamiento es por analogía, ya que simplemente se comparan las dos entidades. El uso de metáforas y generalizaciones indignantes es extremadamente eficaz tanto desde el punto de vista del razonamiento. El orador lleva a los interlocutores a una conclusión basada en una emoción”.
Moljen Milbrandt (Antisemitic Metaphors and Latent Communication) apuntaba, a propósito de ciertas metáforas, que estas constituyen una forma ideológica muy extendida de visiones del mundo que son o bien latentemente antisemitas o al menos fácilmente adaptables a un antisemitismo manifiesto. Por último, son capaces de transferir ideas e ideología del antisemitismo pretérito a nuestra época, al servir de medio de transmisión de elementos de la ideología antisemita en condiciones de tabú social y de la necesidad de los antisemitas de adaptarse a la comunicación latente”.
Unas metáforas largamente integradas a gran parte de las culturas. Después de todo, y como apuntara Catherine Chatterley (The Antisemitic Imagination), “las características básicas de la caricatura” producida y difundida son notablemente constantes a través del tiempo y del lugar; de forma que, independientemente denominación, lengua o nacionalidad, las características de forma que, independientemente denominación, lengua o nacionalidad, las características de “el judío” son constantes. En otras palabras, “vemos cambios en la articulación de la percepción a lo largo del tiempo en diferentes contextos, pero no en la percepción básica en sí. Este sigue siendo el caso hoy en día con las formas contemporáneas de antisemitismo”.
Volviendo con Macagno, las tres estrategias, decía, se caracterizan por el propósito de atribuir un hábito específico a una entidad, que en última instancia pretende afectar al proceso de toma de decisiones del interlocutor o de la audiencia. Estas tres instancias pueden describirse según tres pasos de razonamiento distintos: El primero es la clasificación de la entidad, o de su comportamiento (genocida, racista, colonialista/ocupante), para desencadenar un juicio de valor. Dicho juicio de valor da lugar al siguiente paso, que consiste en transferir un compromiso abstracto (la vida, el derecho, debe ser protegido) a uno específico (Israel debe ser castigado). El último paso del razonamiento, que procede de los valores, puede llevar del compromiso con un deseo abstracto a un objetivo concreto.
El lenguaje, o antes bien, parte del mismo, termina por cumplir una función de medida de hasta dónde pueden avanzarse ciertos discursos, ciertos cambios de paradigma, y las acciones que estos impulsan; a la vez que evalúa el grado de adhesión de parte de las sociedades occidentales a la degradación de sus “perversos” valores, su cultura “cruel”: su adhesión a la “causa” – su complicidad, su voluntad de propagar, de delatar, de actuar en el marco de esas palabras, de ese lenguaje estrecho. En breve, va separando a los creyentes verdaderos – el que ya no imagina que pueda existir otra manera de ser, ‘comprender’, que la decretada por el dogma -, del resto.
Debes estar conectado para publicar un comentario. Oprime aqui para conectarte.
¿Aún no te has registrado? Regístrate ahora para poder comentar.