Autor. Mtro. Ilan Eichner Wolowelski
Fuente Porisrael.org
El desarrollo de Medio Oriente ha estado siempre condicionado por una lucha constante entre la construcción y la destrucción, la estabilidad y el caos. En el centro de esta disyuntiva se encuentra el conflicto entre Israel y sus vecinos, donde las decisiones políticas han marcado el destino de generaciones enteras. Mientras algunas naciones han optado por la cooperación y la modernización, otras han preferido anclarse en una mentalidad de confrontación y victimización, perpetuando un ciclo de miseria y estancamiento.
Un caso emblemático de esta divergencia es Gaza, un enclave que pudo haberse convertido en un símbolo de desarrollo y prosperidad tras la retirada israelí en 2005. En lugar de aprovechar esta oportunidad para transformar la Franja en un polo económico vibrante, con acceso a inversiones y comercio, los líderes locales consolidaron un régimen terrorista radical islámico, que ha hecho de la guerra su único propósito. Los recursos que podrían haber sido destinados a hospitales, escuelas e infraestructura fueron canalizados hacia túneles y arsenales, en una clara demostración de que la prioridad nunca ha sido el bienestar de la población, sino la persistencia del conflicto. Esta realidad lleva inevitablemente a preguntarse qué clase de liderazgo elige la confrontación perpetua en lugar de la construcción de un futuro viable.
La situación de Gaza no es un caso aislado. En Líbano, por ejemplo, Hezbollah ha reducido un país con vasto potencial económico a un estado fallido, sometido a la voluntad de Teherán. En Yemen, un patrón similar ha llevado a la devastación de la nación, orquestada por actores externos que han utilizado el territorio como un tablero de ajedrez para sus propios intereses geopolíticos. En cada uno de estos escenarios, la imposición de ideologías radicales ha impedido el progreso, favoreciendo en su lugar la permanencia del conflicto.
En contraste, Israel ha demostrado que la voluntad de construir es más poderosa que cualquier adversidad. A pesar de haber nacido en un entorno hostil y con recursos limitados, el Estado judío ha logrado convertirse en una potencia tecnológica, agrícola y militar. La clave de su éxito radica en la inversión en capital humano, la innovación y la búsqueda de alianzas estratégicas con naciones democráticas que comparten su visión de estabilidad y crecimiento. Mientras algunos eligen la destrucción, Israel elige la creación.
Los Acuerdos de Abraham han confirmado que la cooperación es el camino hacia la transformación regional. Países como Emiratos Árabes Unidos y Bahréin han comprendido que la colaboración con Israel representa una decisión pragmática y una apuesta estratégica que les permite acceder a tecnología, inversiones y estabilidad. La gran incógnita radica en la persistencia de otros actores de la región en discursos de odio y negación de la realidad, cuando la historia reciente ha demostrado que la confrontación solo genera más miseria.
El doble discurso de los movimientos pro-palestinos resulta especialmente revelador. Durante décadas, estas organizaciones han promovido consignas que niegan la existencia de Israel y han justificado la violencia como único medio para alcanzar sus objetivos. Al mismo tiempo, cuando se propone una reubicación de la población gazatí en aras de su seguridad y bienestar, los mismos actores que han clamado por la «liberación» de Gaza califican la medida como “limpieza étnica”. La contradicción es evidente: resulta imposible sostener simultáneamente que Gaza es un infierno en la tierra y, a la vez, rechazar cualquier iniciativa que brinde una alternativa a sus habitantes. Esta postura desnuda la verdadera intención de quienes han convertido la causa palestina en una industria política y woke que no busca soluciones, sino la perpetuación del problema.
El último conflicto en Gaza ha dejado en evidencia la inviabilidad del statu quo. La infraestructura terrorista de Hamas ha sido severamente golpeada, sus redes de financiamiento han sido debilitadas y la percepción internacional de la organización terrorista ha cambiado radicalmente. Los intentos de repetir la estrategia del 7 de octubre han fracasado. Ante estos hechos, la retórica de sus aliados se tambalea frente a la cruda realidad de su propia intransigencia. La pregunta clave ahora es qué sigue para Gaza y para la región en su conjunto.
La única vía sostenible es aquella que prioriza la construcción sobre la destrucción y el desarrollo sobre la guerra. La solución no radica en perpetuar la dependencia de la ayuda internacional, sino en generar condiciones que permitan la reconstrucción de una sociedad viable. La reubicación de los gazatíes en zonas seguras, mientras se erradica la infraestructura terrorista, podría representar un paso lógico en este proceso, siempre que esté acompañado de un compromiso genuino con la creación de oportunidades y la inversión en capital humano.
El mayor obstáculo para este cambio no es la falta de recursos, sino la resistencia de aquellos que han hecho del conflicto su negocio. Durante décadas, la comunidad internacional ha caído en la trampa de financiar estructuras que no generan soluciones, sino que refuerzan el problema. Si realmente se aspira a un Medio Oriente diferente, la complacencia con los actores que sabotean el desarrollo debe terminar. La historia reciente ha demostrado que, cuando los líderes están dispuestos a mirar más allá de la retórica del odio, los avances son posibles.
El destino de Medio Oriente no está escrito en piedra. Cada sociedad tiene la capacidad de elegir entre la victimización y la autosuficiencia, entre la destrucción y el progreso. Israel y aquellos que han optado por la cooperación han demostrado que el futuro de la región no está determinado por su pasado, sino por las decisiones que se tomen en el presente. La pregunta que persiste es si el resto de la región está dispuesto a abandonar las narrativas de confrontación y asumir la responsabilidad de construir un futuro mejor.
El tema central es que los que eligen la destrucción de gaza es solo para cumplir su objetivo de destruir a Israel porque ellos siguen fanáticamente a su libro sagrado y con los fanáticos no se puede razonar. Es raro que cambien, por eso al de Siria, hay que ver si solo está cumpliendo con la palabra de que se puede mentir para lograr su objetivo o qué es lo que hará pero no es tampoco confiable.
Objetivos islam de acuerdo a su libro sagrado.
Co rán: Sura 4: 56. «A quienes no crean en Nuestro signos arro jaremos al fuego…
Su ra 9: 123 «¡Creyentes! ¡Comb atid contra los inf ieles que tengáis cerca!»
Co rán 48,28
“Él es quien ha mandado a su enviado con la dirección y con la religión verdadera, para que prevalezca sobre toda otra religión”
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Los países que les que le regalan mucho dinero desde hace muchos saben qué usan ese dinero para el terrorismo y evidentemente están de acuerdo Por lo cual son cómplices.