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| miércoles febrero 12, 2025

El mercader de Montevideo

Beatriz W. de Rittigstein para Porisrael.org


Imagen Wikipedia

Hace unos días topamos con un caso de antisemitismo clásico ocurrido en Uruguay. Se trata del Concurso Oficial de Carnaval donde un grupo llamado Caballeros presentó la parodia de El mercader de Venecia de William Shakespeare. Por más que el Director del conjunto, Raúl “Rulo” Sánchez y el letrista, Martín Perroneni aseguraron que ni la selección de la obra ni su interpretación, buscaba ofender a la comunidad judía y menos generar sentimientos antisemitas; lo cierto es que, precisamente, esa obra divulga una serie de estereotipos y bulos judeofobos surgidos en la Edad Media y que, de algún modo, persisten hasta nuestros días, justo en estos tiempos que enfrentamos un brutal incremento del odio contra los judíos, en el que se mezclan todas las formas de antisemitismo, incluyendo los prejuicios medievales; por supuesto que la presentación de una parodia que recrea la obra antisemita del escritor inglés, echa más leña al fuego del encono.

 

A no dudarlo, Sha­kespeare fue uno de los dramaturgos más genia­les de todos los tiempos, en cuyas creaciones vemos condensados los principios nacionales ingleses y al mismo tiempo, con proyección universal. De hecho, sus obras teatrales forman parte fundamen­tal de la literatura occidental. Sin embargo, apartando su valor literario, resulta sustancial comprender el concepto que Shakespeare desarrolla sobre el pueblo judío.

 

La obra comienza cuando Basanio le pide a Antonio (el mercader de Venecia) un préstamo para conquistar a Porcia. El mercader no tiene efectivo, pero, avala la deuda requerida al judío Shylock, el usurero de la ciudad. Shylock lo hace firmar un contrato, en el cual Antonio se compromete a pagar en un lapso de tres meses y si no, entrega una libra de carne de su cuerpo. Mientras, Jessica, la hija de Shylock, avergonzada de su pa­dre, se escapa con Lorenzo, un caballe­ro cristiano, y se lleva parte de la fortuna del prestamista. Se muestra al judío furioso, más por las joyas y el dinero que se llevó su hija, que por su fuga.

 

Antonio no puede pagar la fianza y el judío pretende hacer cumplir el compromiso. Muchos interce­den ante Shylock, le piden piedad, pero, con crueldad, insiste en consumar el trato. Acuden al tribunal veneciano, el cual sentencia a favor de Shylock, con la advertencia que el contrato sólo le otorga una libra de carne, sin derramar una gota de sangre; por ello, el tribunal logra un acuerdo con Shylock. Antonio lo perdona si cumple dos condiciones: que se haga cristiano y que nombre here­deros a Jessica y a Lorenzo. El judío acepta ambas rectificaciones.

 

A lo largo de la pieza encontramos insultos a Shylock, descrito como cruel, vengativo y avaro; es decir, una perversa imagen, distorsionada, del pueblo judío. Shylock está planteado como un suje­to maligno: no siente amor por su hija; es incapaz de apiadarse de otro ser humano; sólo lo mueve su afán de lucro. Estos agravios se adjudican a los judíos en general y para justificarlos, se muestra a un judío supuestamente representativo.

 

La trama impone una pasión antijudía y así, justifica los maltratos hacia Shylock que se extienden al colectivo judío. Desconocemos la noción de Shakespeare acer­ca del pueblo judío; no obstante, resulta obvio que en El mercader de Venecia utilizó conceptos preconcebidos. A pesar de su genialidad en reflejar en toda su obra, una variedad de perfiles psicológicos, en este caso particular, el elemento judío no fue producto del desarrollo de la imaginación del autor, más bien corresponde al usó de un estereotipo establecido en la sociedad con anterioridad; tomó los rasgos adjudicados a los judíos, sin analizarlos ni elaborarlos. Recordemos que, en la sociedad feudal, a los judíos se les marginó de numerosas actividades laborales, al punto que tan sólo se les permitió dedicarse al tráfico financiero, lo cual provocó el rechazo del resto de la población.

 

Un hecho histórico confirma el nulo esfuerzo de Shakespeare en la producción de Shylock: en 1290 el Rey Eduardo I publicó un edicto expulsando a los judíos de Inglaterra; más de tres siglos después, recién en 1656 se volvió a admitir al judaísmo en suelo inglés. Por lo que el usurero de El merca­der de Venecia fue una creación basada en prejuicios convencionalmente aceptados, pues su autor vi­vió (1564-1616) en una época y en un país donde no había judíos y su conoci­miento de ellos sólo pudo haberle llega­do a través de mitos; es decir, en su cotidianidad, el insigne dramaturgo no debió conocer a ningún judío.

 

Significativamente y pese a los desmentidos del director de una de las agrupaciones carnavalescas, Caballeros, la elección de una obra que no evidencia la genialidad del propio Shakespeare, como parte del carnaval, una fiesta popular de la sociedad uruguaya, nos hace sospechar de una mala intención, sumado a que el concurso en el que participó esta parodia, es oficial, con lo que indica una responsabilidad de las autoridades del país en la propagación de prejuicios generalizados, humillantes y, sobre todo, sin bases reales.

 

 
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