Trump y Netanyahu Kobi Gedeon GPO
Días atrás en una reunión entre el presidente Donald Trump y el primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, se anunció la posibilidad que los Estados Unidos lleguen a controlar la Franja de Gaza, se envíen fuera del enclave a cerca de 2 millones de palestinos y se empiece a reconstruir el sitio de manera que se convierta en la “Riviera del Mediterráneo”.
Con esta propuesta el presidente Trump ha recibido una serie de críticas y de rechazos ante la posibilidad de que esto finalmente se llegue a ejecutar. El desplazamiento forzado de civiles está prohibido por el derecho internacional humanitario, aunque no se descarta que también haya un importante porcentaje de los hoy civiles gazatíes que han experimentado en carne propia la peor escalada en la historia del conflicto entre israelíes y palestinos que vean con buenos ojos abandonar Gaza y buscar una mejor calidad de vida fuera del enclave, así sea de manera temporal o permanente, tal y como bien lo señala el analista palestino – estadounidense de Atlantic Council, Ahmed Fouad Alkhatib.
Alkhatib señala también en su crítica:
El plan de Trump no prevé como expulsar a Hamas de Gaza, romper su monopolio del poder o cambiar la trayectoria del conflicto. No proporciona a los habitantes de Gaza una mano amiga para crear una alternativa viable a Hamas, lejos del terrorismo y el extremismo violento y más hacia la construcción y el renacimiento de la nación. Una solución inmobiliaria impuesta externamente nunca funcionará, acapara la atención y crea distracciones innecesarias que no son útiles para las negociaciones ni para las propuestas prácticas para la resolución de problemas.
Es cierto que para no pocos palestinos es un deseo movilizarse hacia donde sus vidas no estén en peligro, donde su futuro no se vea empeñado a las decisiones mezquinas del islamofascismo de Hamas y otras organizaciones radicales que se han enquistado como un tumor en la Franja de Gaza.
Sin embargo, tampoco son un número despreciable aquellos palestinos que quieren ser parte del futuro de Gaza y desean quedarse para ayudar a ser parte de la reconstrucción y de la recuperación de este territorio que ha sido llevado hasta los escombros una vez más por las decisiones del liderazgo de turno y sus patrocinadores en el extranjero (léase Irán).
La propuesta de Trump es inviable, su objetivo no es brindar una idea factible necesariamente, sino posiblemente incomodar para que alguien plantee algo menos descabellado, una especie de guiño a los países árabes aliados de Estados Unidos y que no sean necesariamente hostiles con Israel. Esto ya lo ha hecho a lo largo de su primer mandato también en Oriente Medio cuando planteó el Acuerdo del Siglo y este fue rechazado por el mundo árabe, pero en su lugar logró impulsar los Acuerdos de Abraham que se ratificaron en setiembre del año 2020 y posteriormente inclusive sumar a Marruecos en la ecuación.
De algún modo la idea del presidente estadounidense es “razonar fuera de la caja”, es decir, lejos del molde tradicional que no ha impulsado nada novedoso en los últimos años e incomodar a los actores de la región para que propongan algo más acorde no solo a sus propios intereses, sino también considerando que al final se trata de los intereses de la población palestina la que está en juego.
Los primeros llamados a hacer una contrapropuesta son los países del Golfo, quienes además están empeñados en transformar su liderazgo en todo el mundo árabe e islámico, impulsando una especie de agenda progresista de cara al año 2030 donde buscan no solo diversificarse económicamente y en cuanto a su dependencia estratégica, sino lograr dominar todas las esferas políticas, económicas, religiosas y sociales de la zona, desde el Oriente hasta el Occidente (desde el Mashrék hasta el Magreb) donde puedan generar la influencia que en algún momento anhelaron desarrollar, incluso por encima de competidores tales como Turquía y la propia Irán.
La propuesta de Trump con el planteamiento actual suena a desplazamiento masivo y desarraigo de palestinos gazatíes, así como también la anexión de territorio cisjordano por parte de Israel, lo cual solamente puede sonar bien en la cabeza de aquellos que tienen posiciones radicales, como los partidos ultraconservadores de Israel de corte kahanista y sus aliados en el parlamento, quienes viven en una realidad alterna que no es de recibo por toda la sociedad y el crisol de posiciones políticas existentes, así como los ultraconservadores mesiánicos de la política estadounidense.
Las voces moderadas en Israel y en el propio Estados Unidos entienden que esto no solamente se trataría de una anexión pasiva de territorios, sino que, también se debe dar derechos y ciudadanía a varios millones de árabes palestinos que harían poco viable la continuidad judía en Israel y, además, en condiciones hostiles, siendo probable que esto impulse un nuevo levantamiento popular al estilo de las intifadas y aumente de nuevo la cantidad de vidas que se perderán debido a enfrentamientos encarnizados en la zona.
No es suficiente con rechazar la propuesta del presidente estadounidense, debe darse una contrapropuesta que sea viable, que sea factible, donde ambas partes comprendan que en esto no hay una fórmula mágica, que es seguro que se trate de una solución “perder – perder”, porque las propuestas donde solamente una de las partes es beneficiada hasta hoy no ha llevado más que miseria y enfrentamientos, por lo que es obligatorio que se asuma responsablemente la decisión de proponer algo que sea mucho más factible, más constructivo y menos viciado por intereses egoístas y destructivos.
No se trata de rechazar de plano, sino de llevar alternativas, porque de negatividad está colmado este conflicto y son pocos los que proponen en virtud de una solución que sea duradera y lo menos perjudicial para ambas partes.
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