Cómplicemente, el mundo no ha condenado con entereza moral el caso más brutal de los tiempos actuales: el asesinato de la familia Bibas a manos de los terroristas de Hamás.
El 7 de octubre de 2023, la banda palestina atacó a mansalva a ciudadanos israelíes, dejando como saldo unos 1,200 muertos civiles y 250 rehenes. Frente a esa masacre, absolutamente injustificable, las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) se vieron forzadas a retaliar con bombardeos en la franja gazatí en una guerra no buscada, que ha dejado un saldo de miles de muertos y destrucción de ciudades utilizadas como bases terroristas.
Como ya está claramente demostrado, en realidad se trata de una ‘guerra proxy’ en la cual el enemigo de fondo es Irán, potencia que arma y manipula a bandas que incluyen, entre otros, a Hezbolá y a los hutíes de Yemen.
Después de 15 meses de conflicto, a mediados de enero se llegó a un precario acuerdo de alto al fuego y se han efectuado intercambios de rehenes y prisioneros, pese a que se trata de terroristas sentenciados. Entre quienes debían ser devueltos se encontraba la familia de origen argentino-peruano de apellido Bibas, compuesta por la mamá, Shiri, de 32 años, y sus dos hijos, Ariel, de 4 años, y Kfir, de apenas 9 meses. El papá, Yarden, fue liberado con vida el 1 de febrero.
El jueves último, Hamás entregó, por fin, a los Bibas en medio de una sórdida ceremonia de fiesta y mofa palestina, con la complicidad escandalosa de la Cruz Roja Internacional. Entonces, los forenses comprobaron lo peor: en un crimen de lesa humanidad, los niños fueron manualmente descuartizados en el cautiverio y el cuerpo de Shiri había sido suplantado por el de una NN. Tras tensas gestiones, el cadáver de Shiri ha sido rescatado, pero el pueblo israelí está devastado y ahora se anuncia una justa venganza.
Este caso horripilante demuestra que los terroristas no son humanos, sino neonazis que no han sido condenados por el Vaticano, ni por la gran prensa y mucho menos por las ONG supuestas defensoras de los derechos humanos. En el Perú, la información se ha relegado a la irrelevancia y nuestra Cancillería guarda execrable silencio. Todo por visceral antisemitismo, judeofobia y antisionismo. Pero quienes ahora callan no tendrán autoridad para decir nada cuando el pueblo de Israel reaccione, con todo derecho, erradicando totalmente a esa ficción que llaman “Palestina”.
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