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| viernes abril 18, 2025

Cuando golpeen a tu puerta, ya no tendrás tiempo para hacerte preguntas

Gaby Lob/ Sissi Emperatriz para Visavis.com.ar


Foto Wikipedia

Desde la comodidad y la opulencia de los Oscars, personas que viven de manera fantasiosa en mansiones lujosas elogian y aplauden No Other Land, un documental que les devuelve exactamente la versión del mundo que compraron y que necesitan sostener para seguir sintiéndose virtuosos y moralmente superiores. No importa la verdad. No importan los hechos. Solo importa la historia bien empaquetada, lista para ser digerida sin esfuerzo por quienes jamás han sentido el terror de un ataque, ni la desesperación de un secuestro.

Mientras tanto, nosotros, las familias de Israel, seguimos contando los días desde la masacre perpetrada el 7 de octubre de 2023 por palestinos. Terroristas vestidos como terroristas y terroristas vestidos como civiles. Porque, en definitiva, nunca olvidemos que el terrorista está definido por su accionar y no por su vestimenta.

 

Pero en el Hollywood moderno, si el que sufre es un judío víctima de la masacre del 7 de octubre, eso no vende. Los judíos tuvimos suerte de que en algún momento a Hollywood le haya vendido la narrativa del Holocausto. Tuvimos suerte de que durante un tiempo se nos permitiera ser víctimas, de que nuestras muertes de entonces generaran premios, discursos lacrimógenos, guiones conmovedores. Pero hoy, los judíos asesinados, secuestrados, violados y quemados vivos no son rentables. Hoy, la única víctima que vende es la víctima palestina, aunque esa víctima haya sido victimaria, aunque esa víctima haya masacrado a bebés en sus cunas y haya danzado sobre cadáveres en una plaza en Gaza.

 

Mientras tanto, desde las butacas de terciopelo, desde la tranquilidad de un mundo donde la violencia es solo una historia para premiar, aplauden. Aplauden con las manos limpias de sangre, porque jamás han tenido que recoger los restos de sus seres queridos del suelo. Aplauden porque es fácil señalar desde la distancia, es fácil romantizar causas cuando no eres tú quien entierra a sus hijos.

 

Lo hacen porque nunca han escuchado una sirena que les diera 15 segundos para correr por sus vidas al refugio que Israel construyó para protegernos. Porque nunca tuvieron que detenerse a media conversación, a media comida, a media ducha, y correr con el corazón en la boca sabiendo que si no llegan a tiempo, pueden morir. Porque nunca vieron cómo un terrorista dirigía su auto contra una parada de colectivos llena de niños. Porque nunca vieron a un terrorista apuñalar por la espalda a un soldado, arrancándole la vida en un segundo. Y porque nunca despertaron el sábado 7 de octubre a la madrugada con la noticia de que su mejor amigo, su hermano, su hijo, había sido secuestrado y ahora estaba en manos de bestias sedientas de sangre.

 

Porque nunca tuvieron que vivir con el miedo constante de que en cualquier momento, en cualquier calle, en cualquier café, en cualquier estación de tren, puede haber un terrorista esperando el momento para detonar un chaleco explosivo o blandir un cuchillo. Porque nunca han tenido que mirar a su hijo a los ojos y enseñarle que, si escucha una sirena, tiene que correr, esconderse, rezar.

 

Y todos juntos, de pie, celebran. Celebran su ignorancia. Celebran su hipocresía. Celebran su falsa superioridad moral, mientras en Gaza los secuestrados siguen en manos de terroristas y en Israel las tumbas siguen aumentando.

Pero qué importa. Desde la comodidad de los Oscars, la masacre del 7 de octubre nunca pasó.

No pido que lo reconozcan en público. Sé que no lo harán. Perderían seguidores, perderían contratos, perderían la aprobación de sus círculos, y eso es lo único que realmente les importa. Pero háganse un favor: enciérrense en el baño de una de sus mansiones lujosas, apáguenle la luz a la hipocresía y mírense al espejo. Sin maquillaje, sin pelucas, sin las capas de base que les ocultan la edad, sin todo el bótox que se inyectaron para congelar la verdad en sus rostros.

Y sigan mirando. Sin el ácido hialurónico que infló sus labios para parecer más jóvenes, sin las cejas tatuadas que ocultan la falta de expresión, sin las cirugías que les cambiaron el rostro hasta convertirlos en extraños de sí mismos. Quítense los postizos, los rellenos, las pestañas falsas, los dientes de porcelana. Arránquense todo lo que añadieron para encajar en un molde que no existe, porque este molde, al igual que su compromiso con las causas que aplauden, es solo una ilusión diseñada para sobrevivir en un mundo donde todo es apariencia.

Porque en el fondo, apoyar la “causa palestina” en Hollywood no es diferente de someterse a una rinoplastia para parecer más armónicos frente a la cámara. No es diferente de una liposucción para encajar en una talla que nunca fue la suya. No es diferente de las cirugías, los retoques, las prótesis, las inyecciones, los procedimientos sin fin. No es otra cosa que seguir un estándar, uno que esta vez no se mide en centímetros de cintura, sino en la postura política correcta para permanecer dentro de la élite.

Porque mientras dedican su vida a modificar su apariencia, lo único que no modifican es su intelecto. Mientras rellenan sus labios, vacían su capacidad crítica. Mientras se quitan arrugas, se suman ignorancia. Y Mientras gastan fortunas en aparentar algo que no son, jamás invierten un segundo en leer historia, en entender cómo empezó este conflicto, en preguntarse por qué fue Israel el país que dijo sí a la paz una y otra vez, mientras los mismos a quienes defienden respondían con sangre.

Pero háganse un último favor. Mírense en el espejo sin todo eso. Sin filtros. Sin edición. Sin el guion que les escribieron, y pregúntense: ¿Qué habrían hecho si el sábado 7 de octubre, mientras dormían en sus casas, un grupo terrorista hubiese derribado su puerta?

 
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